Reflexiones de Esperanza: Efesios: una oración larga que nos invita a adorar. (Parte II)

Nuestra reflexión anterior nos colocó en el umbral del análisis del primer capítulo de la carta del Apóstol Pablo a la Iglesia que estaba en la ciudad de Éfeso. Compartimos en esa reflexión que ese capítulo es sin duda uno de los pasajes bíblicos más complicados en la Biblia. Basta considerar el hecho de que Pablo decidiera (inspirado por el Espíritu Santo) presentar muchos temas en una sola oración que comienza en el verso tres (3) y termina en el verso 14. Así aparee escrito en el idioma origina en el que se escribió esta carta; el griego del Nuevo Testamento.

El tema de la alabanza (“epainos” G1868) para la gloria del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo ocupó un lugar preponderante en esa reflexión. Por un lado, este concepto trasciende la acción de alabar y/o de cantar para convertirse en la aceptación o la aprobación, en este caso, de lo que el Trino Dios está haciendo. Es como aceptación o aprobación que Pedro la utiliza cuando nos dice lo siguiente:

“7 para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,” 1 Ped 1:7

Por otro lado, este concepto también denota la alabanza y la adoración (ambas) de la comunidad de creyentes en su confesión. La comunidad de creyentes no tiene que esperar al tiempo del cumplimiento de las promesas en los cielos para adorar y alabar a Dios. Esta no tiene que hacerlo porque ya ha experimentado el poder de la salvación. Además, este concepto implica la actitud de alabanza de la comunidad de los fieles que practica el “epainos” en base a su salvación. [1] Esto le otorga un carácter hímnico a este concepto.

Resumiendo, “epainos”  significa aceptación y/o aprobación, o sea entrega. Este concepto significa alabanza y adoración y por si esto fuera poco, también define la actitud de aquellos que aceptan, que alaban y que adoran. Además, se puede concluir que el uso de este concepto en este contexto,  convierte esos versos del primer capítulo de esta carta en un himno.
En nuestro análisis anterior citamos un libro publicado en 1975 y escrito por Merlin R. Carothers; “El poder de la Alabanza” (Editorial Vida, Miami). Hay una cita directa de ese libro que fue utilizada en los sermones acerca de este tema en el año 2016:

“Cuando le confiamos plenamente a Dios una situación o una condición mala, dándole las gracias y alabándolo por ello, el poder de Dios cambiará, supeditará o vencerá la intención y el plan del poder del mal inherente a esa situación, transformándolo para adaptarlo a la intención original y perfecta y al plan de Dios.” (pg 32)

Iniciamos este análisis destacando que nosotros nos somos dueños de ninguna de las fuentes que  la adoración desata. De hecho, la autoridad y el poder que la adoración desata sobre nosotros no son nuestros. Ese poder es de Dios y nosotros solo somos los administradores, los mayordomos y/o los embajadores que lo portamos. Esta no es una opinión teológica del que escribe. Esta es una verdad bíblica que es clara como el aire y el agua de un manantial.
Carothers también lo dice así cuando asevera que el poder para vencer el mal no está en nosotros.

La esencia del poder de Dios en nosotros es que debemos aprender a centralizar nuestra atención en Él (Carothers, pg 32).

Hay que tener presente que la Biblia dice que nosotros somos administradores, mayordomos y embajadores; no somos dueños. En 1 Cor 4:1-2 San Pablo dice lo siguiente:

“pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. 2 Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”.

Además, en 1 Ped 4:10-11 nos dicen lo siguiente:

“10 Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. 11 Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.”

El escritor de esta carta nos dice que cuando ministramos tenemos que ser buenos administradores de los dones que hemos recibido, y que nuestra ministración tiene que ser desarrollada conforme al poder que Dios da.

La Biblia dice que somos mayordomos. En Lucas 12:42-44 nos dicen lo siguiente:

“42 Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración? 43 Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. 44 En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes.”

Es cierto que somos coherederos con el Hijo, pero aún no se nos ha otorgado la totalidad de esa herencia. La carta a los Efesios dice que esa herencia la recibiremos en el cielo; la redención de la propiedad adquirida (Efe 1:14). O sea, que todo esto es condicional (Rom 8:17). Al mismo tiempo, la Biblia destaca que somos embajadores. Esto es, que portamos la majestad del gobierno y del Rey que representamos, hablamos con la autoridad del gobierno celestial, pero no somos la cabeza de ese gobierno.

San Pablo dice sobre eso algo muy interesante en 2 Cor 5:20-21:

“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

¿Qué resultados puede tener una mala representación de la “energeia” (autoridad) con la que hemos sido investidos como embajadores, con una mala administración o una mayordomía irresponsable de las herramientas y de las fuentes que se nos han concedido? Creo que José Luis Navajo resume la respuesta a esta pregunta con una excelencia insuperable. Leamos:

“El resultado es que, en ocasiones, lo que debería ser un culto a Dios se convierte en un culto a las emociones. Transforman el sencillo y poderoso acto de adorar en un espectáculo donde lucir habilidades y provocar sensaciones, logrando asombrar a un público ávido de novedades electrónicas y efectos especiales. Mi viejo pastor guardó silencio para asegurarse de que le seguía. —Entiendo —asentí—. Iglesias más preocupadas por reunir fieles que por convocar la presencia de Dios. Yo no les llamaría fieles, porque se irán en cuanto oigan de un programa más atractivo. Pero algo así. Algo así es lo que ocurre, y las consecuencias son evidentes: Templos abarrotados de creyentes que saltan y se sacuden al ritmo de la música como epilépticos en crisis. Gritan y hasta lloran, emocionados por un show mucho más electrónico que espiritual, pero que luego salen de sus iglesias y se mezclan en la sociedad sin marcar ninguna diferencia... ninguna en absoluto. Me miró escrutando la reacción que provocaban en mí sus palabras. —Entiéndeme, no tengo nada en contra de la buena música ni de la tecnología de vanguardia. Aprecio que una iglesia sea contemporánea y relevante en su alabanza y en su predicación. Entiendo que para alcanzar a la sociedad del siglo XXI no podemos usar los métodos del siglo XIX. Pero creo que el genuino culto a Dios debe provocar cambios en las personas. Lo artificial es distinto. Demasiadas iglesias abren sus puertas, una vez concluido el servicio, y lanzan al mundo a un grupo asombrado por el espectáculo, pero en absoluto cambiado. Asombrados, pero no transformados. Macroiglesias en lo referido a cantidad, pero microiglesias si evaluamos la calidad.” [2]
 
Es totalmente diferente con la alabanza que fluye llena de esa “energeia,” de esa operación del poder de la fuerza de Dios (Efe 1:19). Esa alabanza se convierte en adoración y es por esto se convierte en una herramienta transformadora.

¿Por qué? Porque la alabanza que adora a Dios en Cristo Jesús es diálogo. La voz de Dios es la que inicia el diálogo. Siempre es su voz la primera que habla en este proceso de acercarse al ser humano y mitigar su dolor.

Las preguntas en la oración abren las puertas al diálogo; "¿Quién me ha tocado?"; así preguntaba Jesús ante la mujer con flujo de sangre (Mcs 5:31). La alabanza abre las puertas a ese diálogo. Es que Dios no es un Dios de monólogos. Él es el Dios del diálogo con la humanidad. Como ha dicho el Dr. Cecilio Arrastía, su mejor "palabra" a los hombres se llama Cristo.

En el libro “El Despertar de la Adoración” postulamos que esa alabanza que adora es relacional. Esto es, que sólo puede darse en base a la relación del adorador con Aquél al que se adora. Los rituales de esa adoración expresan la superioridad en grado superlativo que posee en sí mismo el "Foco" de la adoración; especialmente sobre los adoradores. Es que la adoración en proceso es parte y sostiene (entre nosotros) el poder de Aquél a quien se adora (el "Foco" de la adoración). La experiencia que expresa la adoración es aquella que Rudolf Otto ha llamado "numinosa"; la experiencia con una manifestación de la presencia de Dios, que transciende la esfera mundana. Decimos allí que el "Foco" de la adoración es invisible y siempre transcenderá las manifestaciones particulares que tengamos de Él. Ese "Foco" de la adoración brindará poder a la adoración; una manifestación de poder superior a todo lo que los adoradores puedan traer consigo.

La adoración es algo instintivo en el ser humano; es innata, nacemos para adorar. Es una necesidad tan natural como la de comer o respirar. De hecho, el ser humano encuentra substitutos para adorar todas las veces que falla en adorar a Dios. La adoración es en sí misma es una herramienta innata para conectarnos con Dios. La alabanza que adora a Dios en Cristo Jesús es una herramienta conectada con la operación del poder de Dios. Este es el resultado de la operación del Espíritu Santo.

Esa adoración va mucho más allá de las palabras y/o de las expresiones porque el contacto con esa “energeia” (operación), no solo la convierte en un proceso operacional, sino que termina convirtiéndose en un estilo de vida.

Es importante destacar que la alabanza no es la única forma de adorar. La adoración es mucho más que música. La oración, la lectura de las Escrituras, las ofrendas, el servicio a otros, (hasta saludar a otro), son algunas de las formas y maneras con las que adoramos a Dios; se trata de nuestra vida entera.

Todo lo que hacemos es transformado en un acto de adoración cuando lo realizamos para alabar, dar gloria y honor a Dios en Cristo Jesús. ¡Hasta cuando comemos! (1 Cor 10:31)
 Esa dimensión trasciende los estilos y el volumen con el que alabamos. Al mismo tiempo, hay que destacar que nosotros recibimos muchos beneficios cuando nuestra alabanza adora a Dios. Sin embargo, la adoración genuina no trata de alcanzar beneficios; ella procura alcanzar a Dios. Cuando adoramos de manera genuina (Jn 4:23) lo hacemos para darle toda la gloria a Dios.

Rick Warren señala que esa adoración genuina no puede estar basada en nuestras opiniones y sí en la verdad de las Sagradas Escrituras. Warren dice que nosotros fuimos hechos a la imagen de Dios y solo en Cristo Jesús somos capaces de responder al Espíritu de Dios. Esto nos lleva a subrayar la necesidad de que la razón y el corazón estén involucrados en la adoración. Sabemos que la adoración sin sentimientos  no es adoración. Warren dice que es un insulto a Dios. Cuando adoramos nos percatamos de que Dios mira más allá de nuestra apariencia física y que Él está mirando nuestro corazón (1 Sam 16:7b).

Pero la adoración no es emocional, aunque involucra las emociones. Ya que la adoración a Dios requiere y produce deleitarse en el Señor, entonces ella involucra las emociones. En otras palabras, Dios nos ha dado emociones para que podamos adorarle en espíritu y verdad y con los mejores y más profundos sentimientos del corazón.

Estas emociones tienen que ser genuinas. Dios detesta la hipocresía. Warren añade que Dios no quiere espectáculos (“shows”) o manifestaciones pretensiosas. Dios anhela la adoración que surge de un corazón que ama con amor honesto y real. Uno puede adorar de manera imperfeta pero no se adora si no se hace con sinceridad. Es importante destacar que la sinceridad es esencial,  pero no suficiente. Warren está en lo correcto cuando esgrime que se puede estar sinceramente equivocado. Es por esto que hay que adorar con sinceridad, pero en espíritu y verdad. Esta es la adoración que es genuina, que es auténtica, que place a Dios y que nos conecta con la operación del poder de Dios; precisa y auténtica.  

Por último Elmer Towns en un sermón sobre la adoración esgrime cinco (5) razones que explican por qué es que la adoración es una herramienta tan poderosa:
 1.  Porque no se trata de cómo adoramos sino a Quién adoramos.
 2.  Porque la adoración es un puente diario entre la tierra y el cielo (Jn 3:12).
 3.  Porque Cristo Jesús motivaba a la gente a que anhelaran conocer más a Dios (Jn 17:3)  y la adoración es un vehículo extraordinario para chocar con Su majestad.
 4.  Porque la presencia de Jesús nos provoca el deseo de aumentar nuestra comunión con Él (Fil 3:8-10).
 5.  Porque Cristo Jesús no vino para darnos estructura y organizaciones. Él vino para darnos vida y libertad para adorarle y servirle (Jn 10:10).

Es aquí que descubrimos la alabanza que desata la “energeia ” (operación) del poder de Dios. Esto no significa que la alabanza que no conoce este nivel de encuentro no sea efectiva. Se trata de que este nivel de relación con Dios desata toda la “energeia” del poder de Dios porque se convierte en adoración; respuesta a la Presencia de Dios en Cristo Jesús.

Nuestras discusiones sobre este tema a través de los años, nuestros encuentros con los equipos de adoración y multimedia, nos han conducido a señalar que esto se transforma en “Vivir la vida de la adoración” (“Living The Life of Worship”).
 
Viviendo la vida de la adoración descubrimos al menos cinco (5) elementos:
a. La vida de adoración será probada y ensayada.
b. La vida de adoración tiene un costo.
c. La vida de adoración es ordenada por la obediencia a la Palabra.
d. La vida de adoración es abastecida (“fueled”) por la fe.
e. La vida de adoración es asegurada por la revelación de la presencia de Dios.

Nunca olvidemos que el ser humano siempre termina buscando ser transformado en algo
relacionado a aquello que adora. Si adoramos las posesiones, nos convertimos en personas materialistas. Si adoramos el dinero, nos convertimos en personas egoístas. Si adoramos el sexo, nos convertimos en personas lujuriosas. Si adoramos el poder, nos convertiremos en personas corruptas. Si adoramos a Jesús, seremos semejantes a Cristo cuando Él sea manifestado (1 Jn 3:2).

¿Tienes problemas con tu cónyuge?; alaba y da gracias a Dios. ¿Tienes problemas con tus hijos? – alaba y da gracias. ¿Tienes problemas con tu trabajo y tus economías? – alaba y da gracias. ¿Tienes problemas con tus padres?- alaba y da gracias al Señor. Esta alabanza no necesariamente resolverá esos problemas, pero transformará el ambiente y te transformará a ti.

Reiteramos que la adoración tiene que ser precisa y sincera. Dios se goza cuando nuestra adoración nace del corazón y es doctrinalmente sólida. Adoramos con nuestros cerebros (nuestras mentes) y con nuestros corazones.

Por último, la verdadera adoración, la que provoca que Dios se goce, no se produce cuando nuestro espíritu responde a una nota musical o a cierto tipo de música. Hay piezas y arreglos musicales y manifestaciones de otra clase de artes que pueden ser preparados para estimular  el lado derecho de nuestros cerebros. Estas manifestaciones artísticas nos emocionan, pero no nos llevan a adorar.[3] De hecho, somos muchos los que hemos propuesto que estas le roban el centro de la adoración a Dios para colocar allí a un “artista” y a nuestros sentimientos.

Desde esta perspectiva, entonces el peor enemigo de la adoración somos nosotros mismos. Rick Warren está en lo correcto al destacar que las mayores distracciones en la adoración se generan a causa  de nuestros intereses y nuestras preocupaciones acerca de las cosas que experimentamos en la vida y hasta acerca de lo que otros piensan acerca de nosotros.

 Pablo es escueto en sus planteamientos acerca de la adoración; particularmente en el capítulo 1 de la carta a los Efesios. Tenemos que aprender a vivir una vida que sea un testimonio vivo de alabanza para la gloria del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo.  
Referencias

[1]  Preisker, H. (1964–). ἔπαινος. G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New  Testament (electronic ed., Vol. 2, p. 588). Grand Rapids, MI: Eerdmans.

[2]  Navajo, José (2011-03-01). Lunes con mi viejo pastor (Spanish Edition) (p. 143). Grupo Nelson. Kindle Edition.

[3] Para acceder  una discusión completa sobre este aspecto, invitamos a los lectores a leer el libro “La música y su rol en estos últimos tiempos” (2015), escrito por el Maestro José (Pepe) Ojeda.

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