August 4th, 2021
“9 Ahora Dios nos ha dado a conocer su misteriosa voluntad respecto a Cristo, la cual es llevar a cabo su propio buen plan. 10 Y el plan es el siguiente: a su debido tiempo, Dios reunirá todas las cosas y las pondrá bajo la autoridad de Cristo, todas las cosas que están en el cielo y también las que están en la tierra.” (Efesios 1:9-10, NTV)
El trabajo de Laurence D. Ackerman acerca de la identidad como propulsora del destino de los seres humanos y/o de sus organizaciones ocupó el centro de nuestra reflexión anterior. Hemos seleccionado a este consultor experto en el campo de la gerencia y el desarrollo para grandes corporaciones internacionales por varias razones. La más importante de ellas es que sus planteamientos parecen definir la estructura, los valores y los modelos estratégicos-bíblicos que Dios le asignó a la Iglesia.
Otra razón es su definición y sus acercamientos a lo que es el destino. Para Ackerman, el destino no es algo que está escrito en la pared y sí algo que uno tiene que construir, desarrollar o peregrinar para alcanzarlo. Lo que esto significa es que para Ackerman el destino no es algo predestinado. Es cierto que los seres humanos, así como las organizaciones, podemos establecer o recibir de otros las metas que se esperan de nosotros. No obstante, somos nosotros los responsables de llegar, de alcanzar esas metas. Hay unos proverbios coloquiales que nos pueden ayudar a entender esto mucho mejor:
- “el que no sabe para dónde va, ya llegó.”
- “el que no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve.”
- “el que no sabe para dónde va, llega a otro lugar.”
Este último es de mi abuelo paterno; Don Juan Esquilín Boria.
Estas posiciones son cónsonas con el mensaje paulino. Pablo enseña que Cristo y el cielo son las únicas cosas que están predestinadas. Esto es, el medio de salvación y el lugar en el que se consumará la parte final de la salvación. Es por eso que el énfasis del primer capítulo de la Carta a los Efesios no es que nosotros hayamos sido escogidos, sino que somos escogidos en Él (Efe 1:4). El Salvador y la decisión de la adopción como familia de Dios es lo que es definido como predestinado (“proorizō”, G4309). Así lo recogen varias traducciones bíblicas:
“Por su amor, 5 nos había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, hacia el cual nos ordenó, según la determinación bondadosa de su voluntad.” (Efesios 1:5, DHH)
“5 Dios decidió adoptarnos como hijos suyos a través de Jesucristo. Eso era lo que él tenía planeado y le dio gusto hacerlo.” (Efesios 1:5, NTV)
“5 Dios decidió adoptarnos como hijos suyos a través de Jesucristo. Eso era lo que él tenía planeado y le dio gusto hacerlo.” (Efesios 1:5, NTV)
Esta conclusión va a la par con el resto del mensaje acerca de la salvación que encontramos en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, la Biblia dice que Dios decidió amar al mundo (Jn 3:16) y que no quiere condenar al mundo, sino que el mundo sea salvo por medio de Jesucristo (Jn 3:17). La Biblia dice que el deseo de Dios es que nadie perezca, sino que todos procedamos al arrepentimiento. Así lo dice la Biblia:
“9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2 Pedro 3:9)
Es imposible que un Dios Omnipotente (que todo lo puede) haya decidido que suceda algo, porque este es el deseo de su corazón, para que luego ocurra algo distinto. Dios no quiere que perezcamos. Él quiere que todos procedamos a arrepentirnos. Sin embargo, todos sabemos que esto no ocurre. Existe una manera más lógica de armonizar lo que dice este verso: reconociendo que Dios le ha dado a los seres humanos libertad para escoger. O sea, que la decisión para aceptar o rechazar el regalo de Dios es nuestra.
Es necesario argumentar que la predestinación como la elección previa de los que se van a salvar por parte de un Dios soberano, definiría a ese dios como la fuente primaria del pecado, de la condenación y del sufrimiento. Ese no es el Dios que define la Biblia. No solo eso, sino que la predestinación absoluta convierte el regalo de la salvación en algo impuesto desde el cielo. Esto es, no sería un regalo en sí mismo.
Reconocemos que este es un tema inagotable. Es por esto que no pretendemos solucionar este debate teológico con tres (3) o cuatro (4) párrafos. Adelantamos que hemos separado el espacio para ampliar la discusión de este tema en otras reflexiones.
Regresando al tema que nos ocupa, la Iglesia del Señor ha recibido de parte de Dios la meta que se espera que ella alcance. Sin embargo, hay que reconocer que no todos en la Iglesia logran hacerlo. Así también la Iglesia, como organismo vivo, ha recibido de parte de Dios la definición de su finalidad como Cuerpo de Cristo, como Familia de Dios, como Templo del Espíritu Santo. Metáforas que forman parte y que ayudan a describir la identidad de la Iglesia.
No obstante, algunas Iglesias parecen perderse en el bosque. La razón fundamental por la que esto ocurre es porque como decía Nervo, nosotros somos los arquitectos de nuestro propio destino.
Pablo dice que esa meta está será develada “en la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Efesios 1:10a).
Del trabajo de Ackerman se desprende que alcanzar la meta propuesta requiere que los líderes de la Iglesia tienen que conocer esa identidad; la de la Iglesia. Cualquier programa, ministerio, modelo, plan estratégico o celebración que no vaya a la par con esto no debe ser considerado.
Esto es vital para el desarrollo de los ministerios y de la misión de la Iglesia en un mundo pos-COVID. La temporada que se acerca después de esta pandemia, le hará saber al planeta que no es cierto que estamos en un mundo post-Cristiano ni post-Iglesia. Estamos en una época pre-Segunda Venida y pre-Avivamiento. La identidad de la Iglesia es vital para que ella y sus miembros puedan posicionarse en la ruta correcta.
Esto va a requerir algo más que determinación y conocimiento racional. Esto va a requerir varias cosas en los escenarios de las actitudes, y en de la preparación y el desarrollo de los planes de acción de la Iglesia.
Actitudes:
- coraje y valentía bajo fuego.
- atrevimiento frente a la incertidumbre.
- determinación a toda costa.
Preparación y desarrollo:
- desarrollo de visión con conocimiento (“insight”)
- desarrollo del sentido de pueblo, de la organización para el manejo de circunstancias y situaciones noveles.
- desarrollo de modelos de integración ministerial e inter eclesiásticos.
- En muchas de nuestras Iglesias hay personas que solo saben hacer una cosa: asistir al templo. Pero esto no es lo más preocupante. La causa de preocupación más grande es que muchos de los que participan solo saben hacer lo que están haciendo.
- integración de ministerios y desarrollo de modelos de cooperación inter-eclesiásticos.
- modelos de capacitación para fomentar y desarrollar la identidad de la Iglesia y de sus miembros: “quiénes somos” y “qué no somos.”
No olvidemos que el conocimiento sin el “insight” es destructivo.
Sabemos que “la dispensación del cumplimiento de los tiempos” se acerca a paso veloz y la Iglesia necesita algo más allá que conocer qué significa esto. El “insight” del que hablamos aquí trae consigo capacidad para percibir, para discernir, para detectar y para intuir. Ese “insight” nos permite caminar con seguridad porque no es otra cosa que la revelación y el conocimiento de la gloria de Dios. Estos son destrezas con las que el Espíritu de Dios empodera a la Iglesia que quiere alcanzar su destino.
La Iglesia que camina con paso firme para ver el desenlace de la dispensación del cumplimiento de los tiempos es la Iglesia que conoce esa gloria. La Iglesia, que como dice Pablo en Efesios 1:9-10 conoce la “oikonomía” (dispensación) del “pleroma” (cumplimiento) del “kairós” (tiempos) de Dios es una que sabe a dónde acudir para adquirir ese conocimiento.
El énfasis que hemos hecho aquí, sobre la necesidad de conocer, es el correcto; se trata de algo más que una experiencia. Esto trata acerca del conocimiento de la gloria de Dios.
Estas destrezas, esta capacitación, eliminan el temor de perder lo que tenemos sino somos nosotros lo que lo controlamos.
Ahora bien, ¿por qué no debemos temer? Existen no menos de tres (3) razones fundamentales para no hacerlo.
1. Porque con Dios las cosas se ven con mayor claridad.
Este es el elemento de la dirección divina. La Biblia dice que la luz del Señor alumbra sobre todas nuestras tinieblas.
“28 Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. 29 Contigo desbarataré ejércitos, Y con mi Dios asaltaré muros.” (Salmos 18:28-29)
El salmista aparenta decir aquí que se había apropiado de las tinieblas. No obstante, él mismo declara que no fue que Dios vino a alumbrar en medio de esas tinieblas. Dios encendió la lámpara del salmista para que este pudiera ver mejor y para que pudiera desbaratar ejércitos. Las tinieblas son nuestras: estamos metidos en ellas. Dios ha prometido que encenderá nuestras lámparas para que alcancemos la victoria. O sea, que Dios nos hace brillar por dentro, encendiendo la luz de Su Santo Espíritu en nosotros.
¿Cómo hace esto el Señor? La Biblia responde a esa pregunta con claridad meridiana.
“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Cor 4:6)
Este verso dice que es la luz de Cristo la que nos permite ver y caminar con seguridad en medio de las tinieblas. Este verso también dice que todo el conocimiento de la gloria de Dios lo encontramos en el rostro de Jesucristo. Esta es la base fundamental que provoca las siguientes expresiones juaninas:
“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan 1:5)
“pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.” (1 Juan 1:7)
El mundo pos-pandemia es un mundo en tinieblas. Las tinieblas de la incertidumbre y, de la ignorancia son solo algunas de estas. Cualquiera coloca algunos disparates en la internet y el pueblo lo repite como si fuera la Palabra de Dios. Las tinieblas de la desigualdad socioeconómica. Las dificultades para conseguir atención médica de calidad se hace cada vez más difícil. Las tinieblas espirituales. Hay muchas personas que han aprovechado la pandemia para alejarse de Dios.
Esto versos dicen que la Iglesia ha sido diseñada para brillar en medio de las tinieblas. En otras palabras, no existe tiniebla de clase alguna que pueda oscurecer y nublar la ruta trazada para la Iglesia. No existe tiniebla alguna que pueda obstaculizar la ruta ni la peregrinación de una Iglesia que marcha para ver “la dispensación del cumplimiento de los tiempos.”
¿Cuál debe ser entonces la actitud que tenemos que asumir como Iglesia que conoce su identidad y como pueblo que conoce la meta que ha sido establecida para nosotros? La Biblia responde a esta pregunta de manera escueta:
“6 Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. 7 Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. 8 Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. 9 Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, 10 quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él.” (1 Tes 5:6-10)
Es la luz de Cristo y la autoridad que emana de Su Santa Palabra la que nos permite ver con claridad la ruta trazada. Es por esto que no podemos dormir, ni quedarnos rezagados. Tampoco podemos intoxicarnos con los entretenimientos que el mundo posmoderno ofrece. La Iglesia ha sido llamada para operar a plena luz del día sin esconderse, con transparencia y preparada para alcanzar la salvación.
Dios es específico en su agenda y Él nos está dando dirección, iluminación y compañía.
“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos.” (Sal 32:8)
La segunda razón por la que no debemos temer es la siguiente:
2. Porque siempre existe la esperanza.
La salvación casi siempre se presenta como una alternativa de esperanza que anteriormente no habíamos tomado en cuenta. Se trata del tema de la esperanza que emana de la salvación. La Biblia dice que la esperanza que mueve la Iglesia no permitirá que la Iglesia sea avergonzada.
“5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rom 5:5)
El énfasis paulino es que la esperanza que hemos recibido viene como resultado directo del derramamiento del Espíritu Santo. Además, que esa esperanza no nos va a dejar en “kataischunei” (G2617), en desgracia, desfigurados, en vergüenza. Esto es así porque la Biblia dice que la esperanza del Cristiano, nuestra esperanza, tiene nombre. O sea, que no es algo que recibimos sino alguien que camina con nosotros, está en nosotros, sobre nosotros y es por nosotros. Se trata de Cristo en nosotros, la esperanza de gloria.
“27 a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, 28 a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; 29 para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí.” (Col 1:27-29)
No podemos perder la oportunidad para destacar el énfasis que Pablo hace aquí acerca de la necesidad de conocer esas riquezas de la gloria de Dios. El Apóstol trasciende nuevamente las dimensiones de las experiencias para insertarse en la revelación, en el conocimiento que empodera al creyente.
3. Porque para esto es que hemos sido llamados.
Veamos algunas de las cosas que la Biblia dice acerca de para qué hemos sido llamados:
A estar en comunión con Jesucristo:
“9 Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.” (1 Cor 1:9)
A estar en libertad:
“13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.” (Gal 5:13)
A tener vocación y a andar como es digno de esta:
“1 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,” (Efesios 4:1)
A una sola esperanza:
“4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;” (Efesios 4:4)
A la paz de Dios:
“15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.” (Colosenses 3:15)
Para hacer lo que es correcto aunque esto nos produzca sufrimientos:
“20 Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. 21 Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;” (1 Ped 2:20-21)
A heredar bendición:
“8 Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; 9 no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.” (2 Pedro 3:8-9)
Creemos que sobran las palabras cuando la Biblia nos describe algo. La Iglesia que camina hacia la dispensación del cumplimiento de los tiempos debe añadir estas funciones al catálogo que sintetiza la identidad de la Iglesia de Cristo.
Sabemos que podemos enfrentar el mundo post-COVID19 con la Identidad que poseemos como Cristianos y como Iglesia del Señor. Además, hemos visto que esta identidad va acompañada de tres (3) razones básicas por las que no debemos temer.
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