Reflexiones de Esperanza: Efesios: somos propiedad de Dios

“11 Dios nos eligió por medio de Cristo para ser su pueblo, tal como ya lo tenía planeado, pues él actúa de manera que todo lo que suceda salga de acuerdo con su voluntad. 12 Nosotros los judíos ya estábamos esperando al Cristo desde hace tiempo. Fuimos elegidos para alabarle por su grandeza, 13 y esto mismo sucede con ustedes: oyeron el mensaje de la verdad, o sea, las buenas noticias de su salvación y creyeron en Cristo. Por medio de él, Dios les puso el sello del Espíritu Santo que había prometido. 14 El Espíritu es un adelanto que se nos da como garantía de que recibiremos lo que Dios prometió, quien usó la garantía del Espíritu para darnos libertad. Como resultado Dios será alabado por su grandeza.”  (Efesios 1:11-14, PDT)
           
El himno que el Apóstol Pablo utiliza en el primer capítulo de la Carta a Los Efesios nos ha brindado la oportunidad de revisar muchos temas centrales para la fe Cristiana. Por ejemplo, la reflexión más reciente fue dedicada al análisis de la elección. El resultado de este análisis es que la elección del creyente está condicionada a la obediencia y al uso correcto de su libertad.

Los ejemplos de la elección perpetua, para siempre, del sacerdocio de la familia de Aarón, de los levitas, de la ciudad de Jerusalén y del pueblo de Israel formaron parte de nuestros análisis para llegar a esta conclusión. Todas ellas fueron elecciones condicionadas.

Cuando repasamos el texto de la Septuaginta, la versión de los LXX (la traducción al griego del Antiguo Testamento) encontramos que en todas ellas se utiliza el mismo vocabulario y las mismas conjugaciones verbales que Pablo utiliza en sus cartas para describir la elección de los creyentes en Cristo. Repetimos que se trata de un proceso que está condicionado al uso correcto de la libertad para obedecer.

Uno de los mejores ejemplos para explicar esto es la elección de un jugador para participar con un equipo deportivo. Su elección es indiscutible, pero su permanencia en ese equipo va a depender de varios factores. Algunos de ellos son su lealtad y su capacidad para seguir instrucciones.

Otro tema muy importante para la fe Cristiana es el tema de la herencia (“klēroō”, G2820) que la Biblia dice que ya obtuvimos por medio del sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario. Repetimos, no se trata de que vayamos a recibir esta herencia, sino que ya la recibimos. Es por eso que algunas traducciones bíblicas hacen énfasis en esto:

“11 Es más, dado que estamos unidos a Cristo, hemos recibido una herencia de parte de Dios, porque él nos eligió de antemano y hace que todas las cosas resulten de acuerdo con su plan.”  (Efesios 1:11, NTV)

“11 En Cristo también fuimos hechos herederos” (Efesios1:11a, NVI)

“11 Por medio de Cristo, Dios nos eligió desde un principio, para que fuéramos suyos y recibiéramos todo lo que él había prometido. Así lo había decidido Dios, quien siempre lleva a cabo sus planes.” (Efesios 1:11, TLA)

Hay que destacar que este verso bíblico dice que ese “klēroō”, esa herencia es una elección que está basada en estar unidos a Cristo. La herencia, la elección, el “klēroō”,   está basada en estar unidos a Cristo, estar en Cristo, por medio de Cristo.

En nuestra reflexión anterior compartimos que el concepto de la “herencia” que poseemos los creyentes en Cristo posee una base histórica- bíblica  en la herencia que Dios le prometió al pueblo Judío. En primer lugar, un rol preponderante en la historia de la humanidad y en la historia de la salvación.

En segundo lugar, la decisión divina de ser llamados especial tesoro, patrimonio, posesión especial (“klēros”, G2819) [1].
 
Repetimos que Pablo indica en la Carta a Los Efesios que los Gentiles (aquellos que no son judíos) estábamos excluidos de esa bendición hasta que Cristo nos cubrió con la bendición de ser pueblo de Dios. Esto es, “injertados en el buen olivo”, como dice Pablo en su Carta a los Romanos (Romanos 11:23-24).
 
Además, ya hemos visto que este concepto (“klēros”, G2819) describe un patrimonio que ha sido separado. Es de aquí que surge otro concepto que Pablo utiliza con frecuencia para hablar acerca de la herencia: “klēronomia”(G2817, Efe 1:14). Este concepto describe una porción o un patrimonio segregado (“klēros”, G2819), como se segrega un terreno y que ha sido sometido a las regulaciones o leyes del dueño (“nomos”, G3551).
 
La Biblia nos enseña que el concepto “klēronomia” era utilizado como parte de las bendiciones que se administraban a aquellos que eran enviados como misioneros. Leemos lo siguiente en el Libro de Los Hechos:
 
“32 Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.” (Hechos 20:32, RV 1960)
 
La Iglesia sabía que esa herencia (“klēronomia”) no podía venir a través del cumplimiento de la Ley de Moisés porque entonces no sería por la promesa que Dios le dio a Abraham.
  
“18 Pues, si fuera posible recibir la herencia por cumplir la ley, entonces esa herencia ya no sería el resultado de aceptar la promesa de Dios; pero Dios, por su gracia, se la concedió a Abraham mediante una promesa.” (Galatas 3:18, NTV)

Es por esto que Pablo insiste en la Carta a Los Efesios que ese regalo (“klēronomia”)  lo recibiremos de Jesucristo y que el Espíritu Santo es la garantía de que Dios nos dará lo que nos ha prometido:
  
“14 El Espíritu es la garantía que tenemos de parte de Dios de que nos dará la herencia que nos prometió y de que nos ha comprado para que seamos su pueblo. Dios hizo todo esto para que nosotros le diéramos gloria y alabanza.”  (Efesios 1:14, NTV)
               
Este postulado teológico se repite en la Carta a Los Colosenses, añadiendo que esta bendición ha sido definida como una recompensa que recibiremos del Señor.
  
“24 Pues ya saben que, en recompensa, el Señor les dará parte en la herencia. Porque ustedes sirven a Cristo, que es su verdadero Señor”  (Colosenses 3:24, DHH)
             
Una vez más, la herencia que se describe en estos versos, la “klēronomia” (G2817), es definida como aquello que ha sido escogido, segregado, y sometido a las regulaciones de Aquél que los segregó o escogió. Estos pasajes bíblicos señalan que esto sucederá en los cielos. La Carta a Los Colosenses explica que la Iglesia del primer siglo sabía esto.
 
El fundamento sobre el que se basa este conocimiento es la definición del alcance del sacrificio de Cristo en la Cruz. Veamos algunas definiciones bíblicas a este respecto:
  
“15 Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.”  (Hebreos 9:15, RV 1960)
 
La Iglesia interpretó que a ella le sucede lo mismo que le sucedió a Abraham. Abraham salió de su tierra y de su parentela, sin saber para dónde iba, pero con la confianza de que recibiría su herencia (“klēronomia”) cuando llegara al lugar que Dios había separado para él.
  
“8 Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” (Hebreos 11:8, RV1960)
               
Es por esto que Pedro dice en su Primera Carta que esa herencia (“klēronomia”), esa elección regida por las normas de Aquél que nos compró con Su sangre, está reservada para ser recibida en los cielos.
  
“3 Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, 4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, 5 que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.”  (l Pedro 1:3-5, RV 1960)
   
Estos versos bíblicos requieren ser leídos en varias versiones de las Sagradas Escrituras:
  
“3 ¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva 4 y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes, 5 a quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos.” (NVI)
 
“3 Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo. Esto nos da una esperanza viva, 4 y hará que ustedes reciban la herencia que Dios les tiene guardada en el cielo, la cual no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse. 5 Por la fe que ustedes tienen en Dios, él los protege con su poder para que alcancen la salvación que tiene preparada, la cual dará a conocer en los tiempos últimos.” (DHH)
 
El mensaje que comunican estos versos bíblicos es uno muy claro. En primer lugar, los creyentes en Cristo hemos recibido un nuevo nacimiento por la resurrección de Jesucristo. En segundo lugar, esto nos ha marcado con una esperanza viva y que tengamos la seguridad de que vamos a recibir una herencia (“klēronomia”) que nadie puede destruir, contaminar y que no se puede marchitar. En tercer lugar, esa herencia (“klēronomia”), no la recibimos aquí. Esa herencia se recibirá en el cielo, el día en que lleguemos a alcanzar la salvación.

El escritor de esta carta añade que somos guardados por el poder de Dios y que esa protección es el producto de la fe que nosotros tenemos puesta en Él. O sea, que necesitamos mantener nuestra fe en Dios para poder alcanzar la herencia, para poder alcanzar la salvación.
             
Resumiendo lo antes dicho: somos marcados, elegidos (“klēroō”, G2820) en Cristo Jesús, pero la herencia (“klēronomia”, G2817), la recibiremos en el cielo. Se nos requiere mantener la fe para recibirla y alcanzar la salvación en el tiempo postrero.
             
La relevancia de todo este análisis estriba en que Pablo utiliza los conceptos “klēronomia” y “klēroō” en el capítulo uno de la Carta a Los Efesios. Recordamos que el primero es la herencia, o elección segregada que ha sido puesta bajo las regulaciones del dueño. El segundo, ser adquiridos, ser patrimonio, ser marcados. Pablo dice en el primer capítulo de esa carta que dado el hecho de que estamos unidos a Cristo, los creyentes hemos recibido una distinción, un “klēroō”, una herencia de parte de Dios. Pablo también dice que fuimos escogidos de antemano para tener parte en ese “klēroō”.
  
“11 En Cristo, Dios nos había escogido de antemano para que tuviéramos parte en su herencia, de acuerdo con el propósito de Dios mismo, que todo lo hace según la determinación de su voluntad.” (Efesios 1:11, DHH)
 
Pablo va a añadir a todo esto que gracias a Cristo, nosotros oímos el mensaje del Evangelio y decidimos abrazar la fe. Pablo describe que este proceso produjo que fuésemos sellados como propiedad de Dios y que ese sello es el Espíritu Santo que había sido prometido.
  
“13 Gracias a Cristo, también ustedes que oyeron el mensaje de la verdad, la buena noticia de su salvación, y abrazaron la fe, fueron sellados como propiedad de Dios con el Espíritu Santo que él había prometido”  (Efesios 1:13, DHH)
 
No hay duda alguna: los creyentes en Cristo somos propiedad de Dios. Hemos sido adquiridos a precio de sangre y formamos parte del equipo de Dios.
 
Las expresiones paulinas alcanzan los niveles más altos de intensidad en los próximos versos del capítulo uno (1) de la Carta a Los Efesios. En estos, Pablo revela que esa elección, esa herencia, ese “klēroō”, no está completa. El Apóstol dice que hace falta que nos convirtamos en el pueblo de Su posesión, (pueblo de la posesión de Dios) y que esta es la meta final del proceso de nuestra liberación. El Apóstol añade que el Espíritu Santo es el anticipo que garantiza la herencia, la “klēronomia” que Dios nos ha de dar en los cielos.
  
“14 Este Espíritu es el anticipo que nos garantiza la herencia que Dios nos ha de dar, cuando haya completado nuestra liberación y haya hecho de nosotros el pueblo de su posesión, para que todos alabemos su glorioso poder.” (Efesios 1:14, DHH)
 
O sea, que el “klēroō” no está completo sin que se efectúe la “klēronomia”. Ya sabemos que esto sucederá en los cielos. Hemos recibido el “klēroō”,  pero no hemos recibido la “klēronomia.” Hay unos elementos de nuestra liberación que  no han sido completados. Por ejemplo, tenemos que ser liberados de este cuerpo. Además, también sabemos que esto requiere que mantengamos la fe en el Señor (1 Pedro 1:3-5) para que Él nos guarde hasta ese día.
 
Un poco más adelante, en ese mismo capítulo de la Carta a Los Efesios, Pablo nos presenta un corolario acerca de todo esto.
  
“18 Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo,”  (Efesios 1:18, DHH)
 
¿Por qué Pablo tiene que orar para que el Señor le ilumine la mente a una Iglesia constituida por personas que son salvas, que han obtenido el “klēroō”?  
 
La respuesta no es muy complicada. El Apóstol sabe que el equipo de los salvados, la Iglesia del Señor, fue concebida como organismo vivo y como futura esposa del Cordero desde antes de la fundación del mundo. Las invitaciones, la herencia, el  “klēroō” le ha sido entregada a todos aquellos que han aceptado la invitación para formar parte de este equipo. Los lavados por la sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo tenemos el uniforme, somos parte de ese equipo.
 
No obstante, la meta final no es el “klēroō” sino la  “klēronomia”. Esto es, recibir la herencia prometida por Dios. Esto requiere  buen uso de nuestras libertades, mantener nuestra fe en Dios y como dice el Apóstol Pablo, ocuparnos de nuestra salvación con “con temor y temblor” (Filipenses 2:12).
 
No hay duda alguna: la Biblia dice que somos propiedad de Dios, comprados por la sangre derramada en la Cruz del Calvario. Somos propiedad de Dios y llevamos un sello de propiedad con el que Dios nos ha marcado: el Espíritu Santo. La fe en Cristo se basa en estas verdades bíblicas.
 
No hay duda alguna, le pertenecemos al Señor y Él no quiere que nos perdamos las bendiciones prometidas.
 
Todo esto requiere obediencia, santidad, ocuparse de lo recibido con temor y temblor. Todo esto requiere peregrinar en esta vida con los ojos puestos en Cristo Jesús (Heb 12:1-2); manteniendo la fe. El “klēroō” no representa en manera alguna la cancelación del ejercicio del libre albedrío. Dios quiere corazones que anhelen esa relación con Él; creer en Cristo porque queremos ese “klēroō”.
 
Descuidar esto nos puede conducir a quitarnos el uniforme, a que dejemos de formar parte del equipo. Esta es la definición de esa propiedad, de la elección, de la herencia de la que habla la Palabra de Dios. El “klēroō” no está completo sin que se efectúe la “klēronomia”.
 
Reconocemos que el tema de la elección es uno muy complicado y candente. Sin embargo, un gigante del Evangelio llamado D. L. Moody lo sintetizó diciendo que en la Biblia no existe la predestinación a la condenación eterna. Si los seres humanos se pierden, lo hacen porque decidieron no ven ir a Cristo Jesús.[2] Moody añadía mucho más; él invitaba a los creyentes a no tropezar en la doctrina de la elección y a continuar predicando el mensaje del Evangelio a todos.

“Prediquen el Evangelio a todos y si usted consigue que se convierta alguien que no ha sido elegido, Dios lo va a perdonar.”[3]
 
La elección no oblitera la responsabilidad humana. Es por esto que Moody oraba para que el Señor salvara a los elegidos, pero que siguiere eligiendo muchos más. Es por esto que las labores misioneras y de evangelización no se pueden detener.
 
“12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. 14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? 15 Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Romanos 10:12-15)

Somos propiedad de Dios y oramos para que Su Santo Espíritu nos ayude a continuar formando parte de Su equipo hasta alcanzar la salvación prometida, en los cielos.
Referencias

[1]  Martin, Ralph P.. Ephesians, Colossians, and Philemon: Interpretation: A Bible Commentary for Teaching and Preaching (p. 19). Presbyterian Publishing Corporation. Kindle Edition.
   
[2]  https://www.moodymedia.org/articles/election-and-predestination/
   
[3]  https://freegracefreespeech.blogspot.com/2018/12/d-l-moody-on-calvinistic-doctrine-of.html

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