August 25th, 2021
“13 y esto mismo sucede con ustedes: oyeron el mensaje de la verdad, o sea, las buenas noticias de su salvación y creyeron en Cristo. Por medio de él, Dios les puso el sello del Espíritu Santo que había prometido. 14 El Espíritu es un adelanto que se nos da como garantía de que recibiremos lo que Dios prometió, quien usó la garantía del Espíritu para darnos libertad. Como resultado Dios será alabado por su grandeza.” (Efesios 1:13-14, PDT)
El primer capítulo de la Carta del Apóstol Pablo a Los Efesios nos ha permitido reflexionar acerca del significado de ser propiedad de Dios. Los creyentes en Cristo Jesús somos posesión (“peripoiēsis”, G4047) de Dios, propiedad de Dios, comprados con la sangre que nuestro Señor derramó en la Cruz del Calvario.
Esta definición de la Iglesia y de los creyentes como “la posesión adquirida, para alabanza de su gloria,” (Efesios 1:14b), cobra un significado muy especial en medio de las crisis que experimentamos en este tiempo. La pandemia provocada por el COVID-19 adquiere otra óptica cuando sabemos que fuimos adquiridos, comprados como posesión (“peripoiēsis”, G4047) de Dios.
De entrada, saber que somos propiedad del Todopoderoso nos brinda la seguridad de que pertenecemos a un equipo dirigido por Aquél que nunca ha perdido una batalla. O sea, que el COVID-19 no nos puede derrotar. Esto es así porque el COVID-19 y todos sus efectos son pasajeros, mientras que Aquél que nos compró a precio de sangre es Eterno (Romanos 16:26).
Y no solo que Dios es Eterno, sino que todo en Él es eterno:
- Su nombre es eterno (Salmos 135:13)
- Su trono es eterno (Salmos 45:6)
- Su amor es eterno (Jeremias 31:3)
- Su camino es eterno (Salmos 139:24)
- Su reino es eterno (Daniel 7:27; 2 Pedro 1:11)
- Su dominio es eterno (Daniel 7:14)
- Su poder es eterno (Romanos 1:20)
- Su propósito es eterno (Efesios 3:11)
- Su pacto es eterno (Isaias 55:3; Jeremias 32:40; 50:5; Hebreos 13:20)
- Sus juicios, sus sentencias son eternas (Salmos 119:60)
- Su evangelio es eterno (Apocalípsis 14:6)
Es de aquí que emanan nuestras fuerzas y nuestra resiliencia. El COVID-19 y todas las crisis
y tribulaciones que podemos enfrentar en la vida son pasajeras. En cambio, nuestro Dios es eterno Este es el mensaje que comunica el profeta Isaías:
“28 No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. 29 Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. 30 Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; 31 pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaias 40:28-31).
Otra implicación que se desprende de esta verdad Escritural, saber que somos propiedad de Dios, es que esto unge el alma con la seguridad de que tenemos Dueño. Quizás ha sido nuestro hermano Marcos Vidal el que mejor ha podido sintetizar esto en los tiempos recientes. Su himno titulado “El Milagro” [1] es una oda a esta aseveración:
“Aún no puedo asimilar lo que me ha sucedido, el milagro más glorioso que yo he vivido
Que después de malgastar lo que no era mío, no he tenido que pagar.
Traicioné a aquel que me perdonó la vida, humillé al que curó toda mi herida,
Y en mi huida coseché lo que merecía, y desvanecido en mi dolor, en algún momento Él me encontró.
He despertado en el redil, no sé cómo; entre algodones y cuidados del pastor
Y antes de poder hablar de mi pasado me atraviesan sus palabras y su voz.
Que se alegra tanto de que haya vuelto a casa,
Que no piense, que descanse, que no pasa nada
Y dormido en su regazo, lo he sabido
Tengo vida, tengo dueño y soy querido.
He aprendido la lección del amor divino, que me transformó, cruzándose en mi camino,
Y que dio a mi vida entera otro sentido, otra meta y otro fin.
Yo no sé lo que traerá para mí el mañana, pero sé que nunca se apagará su llama,
Salga el sol por donde quiera, Él me ama,
Sé lo que es la gracia y el perdón, su misericordia es mi canción.
He despertado en el redil, no sé cómo; entre algodones y cuidados del pastor
Y antes de poder hablar de mi pasado me atraviesan sus palabras y su voz.
Que se alegra tanto de que haya vuelto a casa, que no piense, que descanse, que no pasa nada.
Y dormido en su regazo, lo he sabido tengo vida, tengo dueño y soy querido.”
Que después de malgastar lo que no era mío, no he tenido que pagar.
Traicioné a aquel que me perdonó la vida, humillé al que curó toda mi herida,
Y en mi huida coseché lo que merecía, y desvanecido en mi dolor, en algún momento Él me encontró.
He despertado en el redil, no sé cómo; entre algodones y cuidados del pastor
Y antes de poder hablar de mi pasado me atraviesan sus palabras y su voz.
Que se alegra tanto de que haya vuelto a casa,
Que no piense, que descanse, que no pasa nada
Y dormido en su regazo, lo he sabido
Tengo vida, tengo dueño y soy querido.
He aprendido la lección del amor divino, que me transformó, cruzándose en mi camino,
Y que dio a mi vida entera otro sentido, otra meta y otro fin.
Yo no sé lo que traerá para mí el mañana, pero sé que nunca se apagará su llama,
Salga el sol por donde quiera, Él me ama,
Sé lo que es la gracia y el perdón, su misericordia es mi canción.
He despertado en el redil, no sé cómo; entre algodones y cuidados del pastor
Y antes de poder hablar de mi pasado me atraviesan sus palabras y su voz.
Que se alegra tanto de que haya vuelto a casa, que no piense, que descanse, que no pasa nada.
Y dormido en su regazo, lo he sabido tengo vida, tengo dueño y soy querido.”
Ser propiedad de Dios implica que las reglas de juego y de conducta que seguimos no son nuestras; son las de nuestro Dueño. No hacemos lo que queremos; hacemos la voluntad de Aquél que nos compró a precio de sangre derramada para nuestra salvación. Es por esto que no podemos ser rebeldes a los postulados bíblicos, aunque algunos de estos nos parezcan gravosos. Cristo Jesús se lo dijo así a Pedro:
“18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; más cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. 19 Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.” (Juan 21:18-19)
Ser propiedad de Dios implica que tendremos acceso franco a la herencia prometida, porque solo aquellos que han sido rescatados por Cristo tendrán la capacidad de recibirla. Pablo lo señala así en la Carta a Los Efesios:
“3 Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios. 4 Tampoco debe haber palabras indecentes, conversaciones necias ni chistes groseros, todo lo cual está fuera de lugar; haya más bien acción de gracias. 5 Porque pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmoral o impuro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.” (Efesios 5:3-5, NVI)
Ser propiedad de Dios redefine el concepto de la muerte. El Apóstol Pablo dice en la Carta a Los Efesios que estaremos aquí hasta que llegue la hora en la que el Dueño quiera redimir la posesión adquirida. Él añade que el Espíritu Santo sirve como la garantía de esa promesa hasta ese instante.
Ser propiedad de Dios requiere un sello de propiedad; un “sphragizō”(G4972). Debemos abundar un poco más en el significado de esta frase. La expresión que Pablo utiliza, “fuisteis sellados” (Efesios 1:13), era usada en la literatura griega clásica para destacar el elemento de la seguridad. Cerrar una transacción comercial, comprar o adquirir algo, cerrar un lugar, era mucho más seguro cuando la transacción se finalizaba colocando un sello. Esta frase también era utilizada como una marca de autenticidad y/o para certificar el carácter genuino de eso que se sellaba. Además, esa frase era utilizada para identificar que lo sellado era propiedad adquirida; que poseía un dueño.
Los especialistas en los textos sagrados nos han dicho que esta frase aparece en la Septuaginta (LXX), la versión al griego del Antiguo Testamento que fue escrita en el siglo 3 A.C. Se ha identificado que esa frase se utiliza allí en 31 ocasiones. La mayoría de estas (21) en libros que los Cristianos Protestantes consideramos canónicos, o libros con autoridad bíblica. Su uso es muy similar al que encontramos en la literatura clásica de los griegos.
Seguridad: (Det 32: 34; Job 14: 17; Cantares 4:12; Isaias 8:16; Daniel 6: 17)
Autenticidad: (1 Reyes 21:8; Ester 8:10; Jer 32: 10– 11)
Genuinidad: (Ester 8: 8, 10)
Identificación del dueño: (Nehemias10:1; Ester 3: 10) y posesión (Jer 32: 44)[2]
El Nuevo Testamento mantiene el mismo uso para ese concepto.
Seguridad: (Mateo 27:66; Romanos 15: 28; Efesios 4:30; Apocalípsis 20: 3)
Autenticidad: (Juan 6: 27; “señaló”)
Genuinidad: (Juan 3:33: “atestigua”)
Identificación del dueño: (2 Corintios 1:22; Efesios 4: 30; Apocalípsis 7:3– 5)[3]
Hay que destacar aquí que en ningún lugar aparece que este concepto haya sido utilizado para describir autoridad. Esto es, el sello del Espíritu Santo como una señal de la autoridad y/o del empoderamiento de poder que recibe el creyente en Cristo. Hay otras expresiones bíblicas que trabajan con este aspecto. El sello del Espíritu Santo no es una de ellas.
El elemento de la seguridad está relacionado con el mundo comercial. Regularmente se sellaba se siguen sellando propiedades que han sido compradas y que tienen que ser transportadas a otro lugar. Este sello es la garantía de que nadie ha alterado ese cargamento durante el tránsito de un punto a otro. El elemento de la autenticidad también continua siendo muy común en el mundo de las artes y de la producción de joyas finas. Así también el elemento de la genuinidad.
En ambos casos se identifican las propiedades con sellos que hablan del carácter auténtico de esa pieza y del carácter genuino de esa propiedad. Por otro lado, el elemento de la identificación y de la posesión, de la titularidad (“ownership”) es de carácter general. Se sellan los documentos que identifican que hay una posesión que ha sido adquirida y que alguien tiene la titularidad de la misma.
A base de lo que hemos compartido hasta aquí podemos llegar a algunas conclusiones del mensaje que Pablo quiere comunicar cuando utiliza la frase “fuisteis sellados.”
En primer lugar, no hay duda alguna de que Pablo estaba describiendo un asunto de titularidad. Pablo está diciendo que Jesucristo posee el título de propiedad del creyente y que el Espíritu Santo es el sello que identifica esta posesión como propiedad de Dios. Los creyentes en Cristo han sido sellados como obras auténticas.
Los creyentes operamos bajo las regulaciones que impone un título de pertenencia, una escritura registrada, un documento legal que describe quiénes somos, cuánto valemos, cuánto pagaron por nosotros y las restricciones de usos que nos definen. Estamos registrados en el Libro de La Vida; ese es el registro de la propiedad celestial.
Ahora bien, nosotros no tenemos un número de catastro: tenemos un nombre nuevo que solo el Dueño y nosotros conocemos (Apocalípsis 2:17). Cristo pagó por la propiedad con su sangre: “23 Por precio fuisteis comprados;” (1 Cor 7:23a). Cristo pagó por los sellos, pagó por los derechos de inscripción con Su sangre preciosa. Es por eso que sólo Él puede cancelar los sellos.
“9 Y entonaban este nuevo cántico: «Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos,
porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra».” Apocalípsis 5:9-10, NVI)
porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra».” Apocalípsis 5:9-10, NVI)
Ese sello dice que no somos copias. La Biblia dice que somos corona de gloria y diadema de reino en las manos del Dios nuestro (Isaias 62:3). Esa promesa se amplía extendiendo la protección de Señor sobre los creyentes.
“3 Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo. 4 Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá, y tu tierra, Beula; porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada.” Isaias 62:3-4)
Ese sello nos convierte en testimonio de la veracidad de Dios y del cumplimiento de Sus promesas. Nuestro testimonio es genuino porque hemos recibido a Aquél que nos compró con Su sangre.
Así lo señala el Evangelio de Juan:
“33 El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz. 34 Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida.” (Juan 3:33-34)
El sello que nos han puesto va a ser removido en el cielo. Ese sello es el que garantiza que nadie ha maleado la propiedad de Dios. El Apóstol Pablo dice que ese sello es el que asegura que no le falta nada a la labor de expiación, de redención, de reconciliación, de propiciación y de justificación operada en la Cruz. Esa obra está consumada (“tetélestai”, G5055, Juan 19:30). El Apóstol indica que este sello debe estar con nosotros hasta que el Dueño reclame la propiedad adquirida (Efesios 1:14).
Concluimos esta reflexión con una palabra de admonición. El texto del Nuevo Testamento señala que podemos ser removidos del registro de la propiedad en los cielos.
“5 El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” (Apocalípsis 3:5)
Este verso bíblico describe que tenemos y que podemos cuidar que nuestros nombres no sean borrados de ese lugar. En primer lugar, se trata de una victoria constante (“nikōn”, G3528). Se trata de la victoria, sobre los sistemas de valores del mundo (1 Juan 5:4), ayudados por la fe en Cristo. Se trata de la victoria sobre las aflicciones acompañados por Cristo; Él ha vencido al mundo (Juan 16:33). Se trata de la victoria sobre el mal, porque nos somos vencidos por lo malo sino que vencemos el mal con el bien (Romanos 12:21). En otras palabras, poseemos todas las herramientas y las ayudas necesarias para lograrlo.
Este tema, el tema de poder y saber vencer, es vital en el libro del Apocalípsis:
“7El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.” (Apocalípsis 2:7)
“11 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.” (Apocalípsis 2:11)
“17 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” (Apocalípsis 2:17)
“26 Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, 27 y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; 28 y le daré la estrella de la mañana.” (Apocalípsis 2:26-28)
“5El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” (Apocalípsis 3:5)
“12 Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.” (Apocalípsis 3:12)
“21 Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” (Apocalípsis 3:21)
“11 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.” (Apocalípsis 2:11)
“17 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” (Apocalípsis 2:17)
“26 Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, 27 y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; 28 y le daré la estrella de la mañana.” (Apocalípsis 2:26-28)
“5El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” (Apocalípsis 3:5)
“12 Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.” (Apocalípsis 3:12)
“21 Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” (Apocalípsis 3:21)
El mensaje es claro: al que venciere, al que venciere y guardare las obras del Señor hasta el fin. Esto es sinónimo de no permitir que el sello se entristezca, se dañe, sea removido o que se pierda.
La Iglesia no busca vencer al COVID-19; esa pandemia ya fue vencida desde la Cruz del Calvario. La Iglesia procura llegar al cielo, triunfante, sin mancha, sin arrugas, orgullosa de que allí le quitarán el sello de seguridad, de pertenencia, de autenticidad y de genuinidad celestial. Ese día la Iglesia será bienvenida como propiedad reclamada por el Dueño.
Referencias
[1] © 1996 Vidal Music/ Adm. Por EMI Christian Music Group (BMI). Todos los derechos reservados.
[2] Hoehner, Harold W.. Ephesians (pp. 244-245). Baker Publishing Group. Kindle Edition.
[3] Hoehner, Harold W..Ibid..
[1] © 1996 Vidal Music/ Adm. Por EMI Christian Music Group (BMI). Todos los derechos reservados.
[2] Hoehner, Harold W.. Ephesians (pp. 244-245). Baker Publishing Group. Kindle Edition.
[3] Hoehner, Harold W..Ibid..
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