Reflexiones de Esperanza: Efesios: el poder de la oración (Parte XIII)

“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,”  (Efesios 1:15-18, RV 1960)
            
Analizar la oración a base del contexto que nos ha regalado el Apóstol Pablo en la Carta a los Efesios, ha requerido que nos detengamos a analizar el significado y las estructuras de la oración. De hecho, este ejercicio nos ha conducido a analizar el Padre Nuestro como parte de estas reflexiones. Este análisis nos servirá como modelo para entender las estructuras de las oraciones paulinas.

Hablar acerca de la oración, como ha dicho Tony Craven, es hablar de la apertura del ser humano a la voz de Dios. La oración es en su finalidad materia del corazón, de integridad y de santidad; la búsqueda de la santidad de Dios[1]: “sed santos porque yo soy santo” (1 Ped 1:15-16). Ese es “bottom line” la conclusión .
 
La oración requiere seriedad y esa seriedad, como dice Craven, envuelve atención, decisión, selección e involucra nuestras emociones. Sabemos que no oramos con la emoción, pero no podemos separar las emociones de la oración. Orar se trata de la voluntad de desear ver la conexión entre nuestra identidad y de nuestra experiencia con la voluntad de Dios. Craven, analizando los Salmos en el libro que estamos citando, dice que en los Salmos, orar requiere traer el corazón en obediencia, en congruencia fiel con los caminos de Dios: en un tiempo santo y en un lugar santo. En otras palabras, una búsqueda intencional de someter todo lo que somos a la voluntad de Dios. Esto provoca que se transforme la realidad con esa relación con el Creador.
 
Aunque esta no es una batería de reflexiones acerca de los Salmos, tenemos que detenernos a señalar que ese libro presenta muchos estilos de oración y muchos conceptos acerca de Dios. 

Es importante destacar que saber orar no se trata de conocer si estamos lidiando con un lamento, un himno, o con la acción de gracias.[2] Tampoco se trata de conocer el nombre de Dios, de definir correctamente la naturaleza con analogías trascendentes, súperhumanas, o inanimadas o de aprender a enseñar estas cosas usando o definiendo un “libreto” fijo.
 Orar se trata de orientar una conversación con Dios. Se trata de abrirnos y exponernos a la oportunidad para escuchar Su voz en todas las experiencias de la vida. Craven dice que la oración efectiva desde los Salmos, y desde todos los modelos Bíblicos, contiene meditación profunda que provoca que la mente y el corazón advengan a la unidad. Esto nos conduce al reconocimiento verdadero de la experiencia vivida, a recordar el pasado y a rehusar hacer las paces con las discontinuidades de la vida.
 
Esa clase de oración nos conduce a buscar la voluntad de Dios.
 
El análisis del Padre Nuestro nos ha colocado ante el umbral de ver la voluntad de Dios desde varias perspectivas. La voluntad del Eterno, el “thelēma” (G2307) de Dios parece ser un tema importante en la Carta a Los Efesios y en toda la Biblia. El Padre Nuestro nos enseña que tenemos que pedir que aquello que sucede en el cielo se reproduzca entre nosotros aquí en la tierra. O sea, que el gobierno y el ambiente celestial puedan insertarse y dominar los nuestros.
             
Para poder decir “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mat 6:10b), como lo pide el Padre Nuestro, se requieren varias cosas. Se requiere estar de acuerdo con la voluntad de Dios. Esto significa, como ha dicho Larry Lea, que estemos:
  • en comunión con Dios, con Jesús en ese proceso de oración.
  • en comunión con su Palabra.
  • en comunión con la Iglesia del Señor.
  • ocupados en aquello para los que Dios nos ha llamado.
      
Debemos entender que el requisito que encontramos en esta oración trasciende y se inserta en todas las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, el escenario de estar en comunión con Dios, con Jesús en ese proceso de oración, es expresado como parte del mensaje del Salmista cuando dice lo siguiente:
  
“13 Pero yo a ti oraba, oh Jehová, al tiempo de tu buena voluntad; Oh Dios, por la abundancia de tu misericordia, Por la verdad de tu salvación, escúchame.” (Salmos 69:13)
  
Un buen ejemplo de estar en comunión con la Palabra lo encontramos en el Salmo 119:
  
“35 Guíame por la senda de tus mandamientos, Porque en ella tengo mi voluntad.” (Salmos 119:35)
           
El Evangelio define el significado de estar en comunión con la Iglesia:
  
“50 Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”. (Mateo 12:50)
  
Descripciones de lo que significa estar ocupados en la labor que Dios nos ha asignado lo encontramos en el libro del Eclesiastés y en la Primera Carta a Los Corintios:
  
“10 Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. 11 Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. 12 Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; 13 y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.” (Eclesiastes 3:10-13)
  
“8 Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. En obediencia en todo lo que respecta a nuestra mayordomía .” (1 Corintios 3:8)
              
Nunca olvidemos lo que decían Tomás de Aquino y Agustín de Hipona: la voluntad de Dios es creadora. La voluntad de Dios causa que las cosas sucedan. Estos dos (2) gigantes de la fe Cristiana  decían que Dios no es movido por cosa alguna fuera de sí mismo y que por lo tanto, su actividad creadora no emana de impulsos o influencias externas; emanan de Él mismo. Cuando Norman L. Geisler analiza esto,[3] citando a Tomás de Aquino en la Summa Teológica, concluye que cuando Dios permite que ocurra aquello que le pedimos no lo hace a causa de alguna insuficiencia que haya en Él. Esto siempre ocurre desde la suficiencia de Dios y desde Su infinita bondad.
             
Citando a Tomás de Aquino, Geisler dice que el conocimiento divino está necesariamente relacionado a aquello que se conoce porque ha sido creado. Esto es así porque el conocimiento en el “Conocedor” (Dios) es uno en su esencia. De hecho, todas las cosas existen porque existen en Él, porque fuera de Él nada puede existir. Esta aseveración forma parte de las declaraciones hímnicas del libro del Apocalípsis:
  
“9 Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: 11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4:9-11)
  
O sea, que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas, por lo tanto todas las cosas pre-existen en el conocimiento del Eterno.
 
Hay que entender, como dice Geisler, que la voluntad es la inclinación de poner en acción lo que uno conoce. Por lo tanto, todo lo que existe fluye, emana de la voluntad de Dios. Este es también un axioma de Tomás de Aquino. Sabemos que todo lo que Dios quiere es bueno: Dios no puede crear el mal. El mal es una aberración que surge de la rebelión de aquellos que quieren usurpar el lugar de Dios y Él lo permite porque en Su infinita gracia y misericordia nos ha concedido libre albedrío. La voluntad de Dios es que podamos ser capaces de escoger. Esto cancela la posibilidad  de que nos veamos forzados a amar a Dios.
 
Sabemos que Dios otorga Su bondad, el bien a todo lo que Él crea. Es por esto que el creyente en Cristo, como nueva criatura (2 Cor 5:17), recibe como concesión divina todo el bien del Señor: aún en medio de las pruebas (Rom 8:28).
 
Por último, la voluntad de Dios no es causada y tampoco puede fallar. Aquino decía que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas. Por lo tanto, la causa de todas las cosas no necesita ser causada. En otras palabras, los medios y el final pre existen en la causa como parte de la misma voluntad. Es desde esta perspectiva que pedir que se haga la voluntad de Dios nos conduce a centralizarnos en esa avenida que Dios ha creado para nosotros y a resistir querer operar fuera de Él: fuera de Su voluntad.
 
Al mismo tiempo, cuando fallamos en cumplir la voluntad del Eterno, lo hacemos apelando a otro orden. Un orden que está fuera de la voluntad de Dios. Todo aquello que cae en otro orden, eventualmente regresará al orden divino, sea para reconciliación con la voluntad de Dios o para enfrentar Su justicia.
 
Todas estas aseveraciones nos conducen a algunas conclusiones. Conocer y vivir en la voluntad de Dios es un asunto cuya base es netamente espiritual. Una labor fundamental del Espíritu Santo es enseñarnos esa voluntad y guiarnos en ella. El salmista oraba así:
  
“10 Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud.”   (Salmos 143:10)
  
Esa es una de las razones fundamentales para que sea tan necesario el derramamiento del poder de Dios y de Su revelación. Es por esto que Pablo oraba así:
  
“16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,”  (Efesios 1:16-18)
  
Adorar a Dios y darle gracias por el ejercicio de Su voluntad no debe faltar en nuestras oraciones ni en nuestras vidas. Esto hay que ponerlo en acción, particularmente, cuando atravesamos por situaciones que no podemos entender ni podemos explicar. Si la voluntad de Dios nos ha colocado en el foso de los leones, en el horno de fuego, o a cargar una cruz, debemos adorar con esa convicción. Debemos adorar y dar gracias con la convicción de que Dios vio la salida antes de que nosotros descubriéramos la entrada a esas temporadas de crisis. El producto final que Dios ha diseñado, el producto que saldrá de ese valle de lágrimas o de ese valle de sombra de muerte, será muchas veces superior al que entró a esos escenarios. Esto es, si nos mantenemos en el centro de la voluntad divina.
 
La voluntad que Dios le ha dado al ser humano contiene el poder, la capacidad para rechazar o aceptar la voluntad de Dios. Desde esta perspectiva pedir a Dios que haga Su voluntad en nosotros es también un acto de rendición, de sumisión y de aceptación confiada de esta. Hacerlo constantemente presenta la oportunidad de recibir la asistencia del Espíritu Santo para capacitarnos, prepararnos y dirigirnos hacia esa voluntad, dentro de esa voluntad y para dirigirnos hacia la meta que esa voluntad persigue.
             
Hasta aquí llegan las oraciones relacionadas a Dios en el Padre Nuestro. Esto es, las expresiones relacionadas al nombre de Dios, a Su reino y a Su voluntad. Desde ese momento en adelante comeinzan las oraciones acerca de lo nuestro, de nosotros, de nuestras necesidades.
 
Cerramos esta reflexión con una pensamiento de Abraham J. Heshel:

“No nos salimos del mundo cuando oramos; meramente vemos el mundo en un contexto diferente. El ser no es el centro, sino el rayo de la rueda que da vueltas. En la oración cambiamos el centro de la  vida de la auto-conciencia a la auto-rendición. Dios es el centro hacia el cuál todas las fuerzas tienden. Él es la fuente, y nosotros somos solo fluidos de su fuerza, el reflujo menguante y fluido de sus mareas. La oración saca la mente de la  estrechez del auto-interés y nos capacita para ver el mundo en el Espejo de lo Santo. Porque cuando nos sacamos (del punto exacto: “betake”) al extremo opuesto del “ego” , podemos ver las situaciones desde la perspectiva de Dios.” [4]  (Traducción libre)
Referencias
   
[1] Craven, Tony. 1992. The Book of Psalms (Message of Biblical Spirituality). Liturgical Press.
   
[2]  Estos son algunos de los géneros literarios o las clases de los salmos.  
   
[3] Geisler, N. L. (1999). God, Nature Of. In Baker encyclopedia of Christian apologetics (pp. 287–288). Grand Rapids, MI: Baker Books.
   
[4] Heschel, Abraham Joshua. Man's Quest for God: Studies in Prayer and Symbolism . Aurora Press, Inc.. Kindle  Edition.

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