November 23rd, 2021
“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” (Efesios 1:15-18, RV 1960)
Las reflexiones acerca del Padre Nuestro han devuelto al centro de la discusión la necesidad imperante que tenemos de orar y de hacerlo correctamente. Algunos exégetas bíblicos consultados nos han dejado saber que la estructura de esta oración (Mat 6:9-13; Lcs 11:1-4) es tan intensa y poderosa que es capaz de reavivar las llamas de las disciplinas espirituales que tenemos que mantener como creyentes en Cristo.
Hemos visto que las primeras tres (3) peticiones que aparecen en esta oración son presentadas a la luz de la relación de Dios con los seres humanos, exhibiendo el reino de Dios con su perfección absoluta. Estas son las peticiones acerca de la necesidad de exaltar el nombre de Dios, de pedir que se establezca el orden de gobierno del reino de los cielos y que se haga la voluntad del Eterno. Las riquezas insondables e infinitas del Señor son desatadas en estas tres (3) peticiones: las metas que Dios desea que cada creyente anhele y procure: [1]
“Santificado sea tu nombre.”
“Venga tu reino.”
“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:9b-10)
“Venga tu reino.”
“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:9b-10)
Las otras cuatro (4) peticiones tienen que ver con los obstáculos que encontramos en el camino para llegar y participar en ese reino. Estas peticiones también tienen que ver con nuestra pobreza:
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.”
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
“Y no nos metas en tentación.”
“líbranos del mal.” (Mateo 6:11-13a)
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
“Y no nos metas en tentación.”
“líbranos del mal.” (Mateo 6:11-13a)
Otros especialistas en el campo de la exégesis bíblica han apuntado que estas peticiones resumen los anhelos, las necesidades y las aspiraciones más apremiantes de todos los seres humanos. La pluralidad de estas peticiones, siete (7), es una representación sacramental de que esta oración ha agotado todo lo que el ser humano puede necesitar en relación a Dios y consigo mismo. No olvidemos que el número siete (7) es un número perfecto en los idiomas bíblicos.
Heinrich August Wilhelm Meyer decía que luego de haber reconocido lo que significa la relación que tenemos en Cristo con el Padre Celestial, el alma se halla a sí misma absorta ante el carácter que envuelve la primera petición, santificar el nombre de Dios. Al mismo tiempo, se siente sobrecogida y admirada con el propósito de la petición acerca del gobierno de Dios y con la condición moral que describe la petición acerca de la voluntad de Dios.
Estas peticiones concluyen con la necesidad de humillarnos delante del Padre Celestial reconociendo, con la cuarta petición, la del pan, que hemos desarrollado la conciencia de cuánto dependemos de la misericodia divina en las cosas temporales y materiales. ¿Para qué queremos que Dios nos de pan si no pudiéramos ser capaces de comerlo? Esta oración implica que este ejercicio es necesario porque no seríamos capaces de pedir con libertad nada de lo que hemos pedido hasta ese momento sin haber experimentado el perdón de Dios (la quinta petición) la dirección que Él nos concede por Su gracia (sexta petición) y la liberación de los poderes del mal (la séptima petición).[2]
Por último, la doxología que aparece al final de esta oración, sirve para glorificar a Dios.
“porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.”
Esta doxología describe en parte el carácter de Dios, el Padre Celestial a quien servimos y adoramos. Al mismo tiempo, también sirve para expresar las esperanzas que tenemos cuando oramos de que nuestras oraciones son escuchadas y que serán contestadas.
La expresión “tuyo es el reino” (“basileia”, G932) describe que Dios posee el dominio, las bases para el control de todas las cosas. Por lo tanto, Él posee las “herramientas y las estructuras” para escuchar y para responder a nuestras oraciones. La expresión “y el poder” (“dunamis”, G1411) describe que Dios es capaz de hacer esto porque posee la fuerza y los medios para realizarlo. Nosotros somos débiles pero el Señor posee todo el poder:
“37 porque nada hay imposible para Dios.” (Lucas 1:37)
“26 Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.” (Mateo 19:26)
“23 Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.” (Marcos 9:23)
“27 Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.” (Lucas 18:27)
“26 Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.” (Mateo 19:26)
“23 Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.” (Marcos 9:23)
“27 Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.” (Lucas 18:27)
La frase “y la gloria” (“doxa”, G1391), describe que todo el honor y la alabanza le pertenecen a Dios y solo a Él.
Al mismo tiempo, la frase que conecta las peticiones con esta doxología, “porque tuyo es” (“oti soũ èstin”), lo que significa es que estas cosas, el reino, el poder y la gloria de Dios se van a manifestar en medio de los procesos para recibir las respuestas a las peticiones que hemos levantado. Tal y como dice un comentarista bíblico, el mero hecho de que la gloria de Dios se manifieste en estos procesos cambia por completo lo que deben ser nuestras reacciones ante las necesidades que tenemos.
No se trata únicamente de que lo temporal y lo material queden opacados ante la revelación del reino, del poder y de la gloria de Dios. Se trata de que la gloria de Dios provoca que nuestras preocupaciones acerca de las necesidades que tenemos se pierdan dentro de la revelación del honor y de la majestad del Eterno.
Es allí y sólo allí que podemos decir que estamos aprendiendo a orar. Tenemos el privilegio de pedir a Dios acerca de las cosas temporales, acerca de nuestros temores, acerca de los obstáculos que encontramos en la vida en y hacia el reino de Dios. Pero hay algo que va más allá de la confianza que tenemos de que Dios responde a nuestras oraciones porque nadie hay como Él para poseer las estructuras y el poder para hacerlo. La revelación de la gloria del Todopoderoso derriba todo argumento egoísta y transforma nuestra cosmovisión de Dios, de nosotros mismos y la del mundo que nos rodea.
Es por esto que esta oración termina con un amén. Esta expresión, que puede ser traducida como “así sea” (“amēn”, G281) describe firmeza, seguridad, certeza y la confianza que tenemos en la fidelidad de Dios.[3]
Hay un ejemplo de una oración en el Antiguo Testamento que recoge casi todas estas aseveraciones. Estas expresiones bíblicas surgieron de los labios del rey David en ocasión de la presentación del proyecto de construcción del templo de la ciudad de Jerusalén y la oportunidad para orar por este proyecto y por su hijo Salomón, quien lo habría de construir.
“10 Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. 11 Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. 12 Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. 13 Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. 14 Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. 15 Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura. 16 Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. 17 Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente. 18 Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti. 19 Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas, y te edifique la casa para la cual yo he hecho preparativos.” (1 Crónicas 29:10-19)
Es muy interesante el hecho de que David decide aquí presentar la doxología antes de las peticiones. ¿Qué sabía David acerca de Dios que le llevaba a dar gracias y a adorar reconociendo el reino, el poder y la gloria de Dios antes de presentar sus peticiones?
Es importante destacar que David parecía poseer todo lo que era necesario para la construcción del templo de Jerusalén. Un ejemplo de esto es el que encontramos en la forma en que se recoge este pasaje bíblico en la versión Palabra de Dios para Todos (PDT). Esa versión dice en el verso cuatro (4) de este pasaje que David había entregado lo siguiente de su tesoro personal:
“4 Tengo 100 000 kilos de oro de Ofir y doscientas sesenta toneladas de plata refinada para cubrir las paredes de cada salón. 5 Entrego oro para los objetos de oro y plata para los objetos de plata. Los dejo en manos de expertos artesanos.” (1 Crónicas 29:4-5a)
Aun así, este hombre es capaz de decirle a Dios lo siguiente:
“14 Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crónicas 29:14, RV 1960).
David reconocía que nada de lo que podamos poseer se compara al Nombre de Dios. Nada de lo que podamos poseer se compara a Su reino y a Su voluntad. Nada de lo que podamos poseer se compara al reino, al poder y a la gloria de Dios. El poder es de Dios, la gloria es de Dios: todo esto está en sus manos.
“Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. 12 Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos” (1 Crónicas 29:11-12).
La oración de David no concluye pidiendo éxito para esta tarea. Su oración concluye pidiendo que Dios guardara a su hijo Salomón y que le diera un corazón “shâlêm” (H8003), perfecto, completo, seguro, lleno, íntegro. Podemos decir que esta oración surge de la convicción y la confianza que este hombre tenía de que Dios es el único que puede hacer esto. David sabe que solo Dios puede conseguir que algo así ocurra. Esta es la razón por la que David comienza a orar con una doxología: la alabanza antes, las peticiones después:
“11 Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. 12 Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. 13 Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre.” (1 Crónicas 29:11-13)
El Dios que posee la magnificencia y el poder, la gloria y la victoria, deslumbra a todos aquellos sobre los que Él se manifiesta. El Dios que es dueño de todas las cosas no necesita nuestros recursos. El Dios que es dueño del reino, que es excelso sobre todos, es el dueño de todas las riquezas, incluyendo aquellas que estaban en las manos de David.
Cristo, el Hijo de David, nos enseña en la oración del Padre Nuestro a que nos acerquemos confiadamente al trono de la gracia (Heb 4:16). Cristo, nuestro Señor y nuestro Salvador nos invita a abrir estos procesos de oración reconociendo la necesidad que tenemos de exaltar el nombre de Dios, de pedir el establecimiento de Su estructura de gobierno y de Su voluntad. Cristo, el vencedor de la tumba, del pecado y de la muerte, nos invita a cerrar las experiencias de oración declarando que queremos ser deslumbrados, sobrecogidos e impactados por la gloria del Padre. Todo lo que somos y todo lo que necesitamos palidece ante la revelación de esa majestad.
“porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.”
Referencias
[1] Lange, J. P., & Schaff, P. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: Matthew (pp. 123–124). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] Heinrich August Wilhelm Meyer. Critical and Exegetical Handbook to the Gospel of Matthew (Meyer's Commentary on the New Testament) Hardcover – January 1, 1884: Funk & Wagnalls Company (Heinrich August and Peter Christie (Translator))
[3] Barnes, A. (1884–1885). Notes on the New Testament: Matthew & Mark. (R. Frew, Ed.) (p. 68). London: Blackie & Son.
[1] Lange, J. P., & Schaff, P. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: Matthew (pp. 123–124). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] Heinrich August Wilhelm Meyer. Critical and Exegetical Handbook to the Gospel of Matthew (Meyer's Commentary on the New Testament) Hardcover – January 1, 1884: Funk & Wagnalls Company (Heinrich August and Peter Christie (Translator))
[3] Barnes, A. (1884–1885). Notes on the New Testament: Matthew & Mark. (R. Frew, Ed.) (p. 68). London: Blackie & Son.
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