Reflexiones de Esperanza: Se acerca un año nuevo: un año de avivamiento y de transformación

“6 Pero los curaré, les daré la salud y haré que con honra disfruten de paz y seguridad. 7 Cambiaré la suerte de Judá y de Israel, y los reconstruiré para que vuelvan a ser como al principio. 8 Los purificaré de todos los pecados que cometieron contra mí; les perdonaré todas las maldades que cometieron y con las que se rebelaron contra mí. 9 Jerusalén será para mí un motivo de alegría, honor y gloria ante todas las naciones de la tierra. Cuando ellas oigan hablar de todos los beneficios que voy a traer sobre los habitantes de Jerusalén, y de toda la prosperidad que le voy a dar, temblarán de miedo.» 10 El Señor dice: «Ustedes dicen que este lugar está desierto y que no hay en él hombres ni animales; que las calles de Jerusalén y las ciudades de Judá están vacías; y que nadie, ni hombres ni animales, vive allí. Pues bien, aquí se volverán a oír 11 los cantos de fiesta y alegría, y los cantos de los novios, y se oirá decir: “Den gracias al Señor todopoderoso, porque el Señor es bueno, porque su amor es eterno.” Y traerán al templo ofrendas de gratitud. Sí, yo cambiaré la suerte de este país, para que vuelva a ser como al principio. Yo, el Señor, lo afirmo.»” (Jeremias 33:6-11, Dios Habla Hoy)
             
El Profesor Walter Brueggemann es reconocido en el mundo entero como una de las autoridades de la exégesis bíblica más respetadas en nuestro planeta. En un movimiento que sorprendió al mundo académico, este insigne profesor decidió publicar un libro acerca de la fe y la pandemia provocada por el COVID-19. El libro fue titulado “Virus as a Summons to Faith: Biblical Reflections in a Time of Loss, Grief, and Uncertainty” y fue publicado el año pasado (2020).[1] Sus reflexiones y sus análisis acerca de cómo podemos interpretar esta pandemia provocan la introspección y la revisión de cuentas. Advertimos que el libro ha sido escrito como todos los libros que Brueggemann acostumbra escribir: siguiendo un rigor académico de primer orden. O sea, que no es necesariamente una lectura fácil.
 
Él presenta tres (3) propuestas acerca de cómo podemos interpretar la presencia de Dios en medio de la crisis que estamos experimentando. Todas ellas son extraídas de las cosmovisiones bíblicas que nos ofrecen los escritores de los textos sagrados:

   —  Un “quid pro quo” transaccional que emite castigo a los violadores de la Ley divina.
         Esto es: no respetamos las reglas establecidas por Dios y cosechamos el castigo.

   —  Una movilización intencional de las fuerzas negativas con el fin de llevar a cabo las            intenciones de Dios.

  —  La manifestación de lo que él llama “santidad cruda” que rechaza y desafía todas nuestras  mejores explicaciones, de modo que la fuerza de Dios sea una realidad irreductible en el mundo[2].
        Esto es: nuestras capacidades no son suficientes para entender lo que está sucediendo.
 
Claro está, Brueggemann aprovecha cada oportunidad para hacernos saber que la exploración científica posee sus límites (Job 28:28)[3] y que en tiempos de emergencia es posible y es necesario dar un paso fuera de las narrativas modernas y dar aunque sea una mirada a los vastos reclamos del Creador y de la creación.[4]
 
¿Cuál es el lente con el que debemos mirar esta pandemia? Creemos que hemos tenido 24 meses para responder a esta pregunta. No creemos que sea correcto convertir estas reflexiones de fin de año en un análisis acerca de esto. Lo que es innegable e impostergable es que sabemos que Dios siempre está presente y que nos invita a preguntarnos qué es lo que queremos hacer con el futuro que nos espera.
 
Fue la lectura de este libro escrito por Brueggemann lo que nos impulsó a estudiar el pasaje que aparecen en el epígrafe de esta reflexión: Jeremías 33:6-11. Brueggeman sugiere la lectura los versos 10 y 11.
 
Este pasaje bíblico se inserta en el libro de este profeta luego de las descripciones de los juicios que el Pueblo Judío tendría que enfrentar como resultado de su mal proceder y de su rebeldía ante Dios. El profeta proclamaba que el pueblo de Judá sería sometido al cautiverio babilónico durante 70 años. Justos e injustos tendrían que sufrir las consecuencias del desvarío del pueblo. Claro está, esas palabras de admonición siempre estaban acompañadas de palabras de esperanza. El texto del capítulo 29 del libro de este profeta es uno de los mejores ejemplos de esto último:
 
“11 Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. 12 Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré;  13 y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. 14 Y seré hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar.” (Jeremias 29:11-14)
   
El mensaje que Jeremías nos regala en el capítulo 33 de su libro forma parte de las lecturas clásicas acerca de la esperanza que sostiene a los justos. La Biblia posee muchos pasajes en los que podemos ver que el horizonte de los seres humanos siempre se ve amenazado por situaciones que estremecen nuestros fundamentos, e intentan robarnos la confianza y la esperanza. Esos pasajes proclaman que aquellos que confían en el Señor, son como el monte de Sion, que no se mueve sino que permanece para siempre (Sal 125:1:1-2). En otras palabras, nuestra esperanza trasciende a cualquier  condición o situación que enfrentemos en la vida; como individuos y como pueblo.
 
El pasaje del capítulo 33 inserta en sus inicios una invitación al clamor:
 
“3 Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremias 33:3)
 
El mundo de Jeremías se estaba haciendo pedazos. La ciudad y las casas de los reyes habían sido derribadas para utilizar esos materiales para la defensa de la ciudad (Jer 33:4). O sea, que las armas que ellos tenían y las defensas con las que contaban no eran suficientes ni adecuadas para proteger la ciudad y a sus pobladores. La amenaza latente produciría lo que dice el verso cinco (5) de ese capítulo:
 
“….destruirán todas las casas y llenarán de cadáveres la ciudad. Los israelitas se defenderán y buscarán protección en los palacios de los reyes de Judá; pero como yo estoy muy enojado con la gente de esta ciudad, los abandonaré y los destruiré, pues han cometido pecados terribles.” (Jeremias 33:5, TLA).
 
Sin embargo, es ante este cuadro desolador que el profeta proclama el mensaje recibido de parte de Dios: “Clama a mí, y yo te responderé.” El clamor al que Dios invitaba a Su pueblo podía cambiar la historia y traer restauración. El clamor que Dios le estaba “recetando” a Su pueblo revelaría lo que el Señor estaría haciendo por Su pueblo en medio de la crisis y después de esta.
 
“6 Pero los curaré, les daré la salud y haré que con honra disfruten de paz y seguridad. 7 Cambiaré la suerte de Judá y de Israel, y los reconstruiré para que vuelvan a ser como al principio. 8 Los purificaré de todos los pecados que cometieron contra mí; les perdonaré todas las maldades que cometieron y con las que se rebelaron contra mí. 9 Jerusalén será para mí un motivo de alegría, honor y gloria ante todas las naciones de la tierra. Cuando ellas oigan hablar de todos los beneficios que voy a traer sobre los habitantes de Jerusalén, y de toda la prosperidad que le voy a dar, temblarán de miedo.» 10 El Señor dice: «Ustedes dicen que este lugar está desierto y que no hay en él hombres ni animales; que las calles de Jerusalén y las ciudades de Judá están vacías; y que nadie, ni hombres ni animales, vive allí. Pues bien, aquí se volverán a oír 11 los cantos de fiesta y alegría, y los cantos de los novios, y se oirá decir: “Den gracias al Señor todopoderoso, porque el Señor es bueno, porque su amor es eterno.” Y traerán al templo ofrendas de gratitud. Sí, yo cambiaré la suerte de este país, para que vuelva a ser como al principio. Yo, el Señor, lo afirmo.»” (Jeremias 33:6-11, Dios Habla Hoy)
               
Ese pasaje dice que la salud del pueblo se había afectado: Dios se encargaría de darles salud. Ese pasaje dice que la infraestructura de Judá e Israel había colapsado: Dios pondría en marcha los proyectos de reconstrucción. Ese pasaje dice que no se podía ocultar la realidad de que el pueblo había pecado contra Dios: Dios purificaría y perdonaría a Su pueblo. Ese pasaje dice que Jerusalén había sido convertido en escarnio de los otros pueblos: Dios la convertiría en motivo de alegría, de honor y de gloria ante todas las naciones de la tierra. La tierra escucharía las noticias acerca de los beneficios y la prosperidad con la que Dios bendeciría a Su pueblo.
 
Ese pasaje dice que Jerusalén vivía una situación en la que las fiestas se habían acabado, las celebraciones después de las bodas se habían suspendido y que la suerte del país estaba en su peor momento. Dios promete restaurar los cantos de fiesta y alegría, los cantos de los novios y la suerte de Su pueblo.
 
Estos datos parecen describir la situación por la que atraviesa el mundo entero y la tristeza y desolación que abate a nuestro país. Se acabaron las parrandas, las fiestas y las grandes celebraciones. Las herramientas con las que contamos para pelear con este “invasor” llamado COVID no parecen ser suficientes. Metafóricamente nos hemos visto obligados a destruir áreas de nuestras casas para atrincherarnos dentro de estas buscando protección; una protección que nunca parece ser suficiente. Las infraestructuras de muchos de nuestros países hermanos han colapsado. No obstante se nos ha hecho difícil aceptar que hemos pecado contra Dios: como pueblo, hemos hecho lo malo delante de los ojos del Eterno. Esto ha provocado que justos e injustos tengan que enfrentar las consecuencias de este desvarío.
 
El profeta nos dice que la clave para que el pueblo de Dios pudiera recibir estos milagros y estas transformaciones era una sola: “Clama a mí, y yo te responderé.” Esa receta no ha cambiado; sigue siendo la misma y no ha perdido su vigencia. La solución a las crisis aleatorias provocadas por el COVID sigue siendo la misma: hay que clamar al Señor. El Señor que restauró a Judá es el mismo que ha prometido restaurarnos como pueblo y como individuos.
 
Ese clamor, ese “qârâʼ” (H7121) al que nos invita el profeta implica mucho más que pedirle a Dios que intervenga en nuestras realidades. El clamor que se describe en este contexto define que lo que se recibe es revelación: “y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” Repetimos, no se invita al clamor para salir de la crisis. Se invita al clamor para recibir revelación y adiestramiento. Los resultados aleatorios a este proceso son las bendiciones antes descritas.
 
Un principio bíblico inexorable es que la revelación de Dios siempre produce transformación. Nadie puede chocar con la manifestación de Dios y de Sus planes y continuar siendo la misma persona. Ningún pueblo que choca con la revelación de Dios puede seguir siendo el mismo.
 
O sea, que este clamor y sus resultados tratan acerca de una acción que presupone que nosotros aceptamos una agenda de transformación.
 
En el año 2016 adelantamos que Dios traería un avivamiento en el que seríamos visitados por la presencia del Señor como nunca antes en nuestra historia. Como parte de esa batería de sermones compartimos que todos los avivamientos genuinos producen transformación. Decíamos en esos sermones que las transformaciones recetadas por Dios en ese mover del Espíritu, se convertían en estructuras claves que producen los avivamientos. Dentro de estas estructuras encontramos los elementos de la transformación (Rom 12:1-2; 2 Cor 3:18), la renovación (2 Cor 4:16; Sal 51:10; 104:30), el discipulado (Jn 14:26; “didasko”), las respuestas a las invitaciones que nos hace Dios y la transformación de la adoración. Además, el respeto a los fundamentos de la fe, fundamentos de los que hacemos memoria y con los que nos aceptamos transacción alguna (1 Cor 11:23-27). Fuimos llamados a aceptar que necesitábamos ser transformados.
 
Como parte de esa batería de sermones postulamos que en muchas ocasiones los pueblos y los individuos necesitamos ser colocados ante situaciones que no podemos manejar ni solucionar para poder entender este reclamo. Se trata de crisis que estremecen nuestros fundamentos y nos obligan a clamar. Por ende, a aceptar y a internalizar la agenda de transformación que nos ofrece Dios.
 Ese año comenzamos a trabajar con una agenda de 21 puntos en los que necesitamos ser transformados por el Señor. Algunas de estas áreas (6) no fueron analizadas durante esa época.
 Estamos convencidos de que estas áreas forman parte de la agenda transformadora de Dios para el nuevo año. Creemos que Dios está utilizando el COVID-19 para provocar nuestro clamor y por ende la inserción de una agenda de transformación. O sea, un avivamiento.
             
Estamos convencidos de que vienen de camino los testimonios acerca de la restauración de nuestras vidas, de la vida de nuestras familias, así como las de nuestros países. Creemos que la clave para el año nuevo que se acerca está en poder hacer nuestra la invitación que nos hace el profeta Jeremías. Hacer nuestra esa invitación implica que no clamaremos para que Dios se lleve el COVID-19 y sus efectos. Clamaremos para que el Señor nos regale un avivamiento y una agenda plena de transformación.
 
Las áreas de transformación por las que estaremos clamando serán las siguientes:
  • De la ignorancia a la revelación (Jn 8:32; 1 Cor 2:9-14)
  • De la cautividad a la libertad (Lcs 4:18; Hchs 10:38; Rom 8:21; 2 Cor 3:17-18; Gal 5:1; 1 Ped 2:16)
  • Del egoísmo a ser dadivosos (Mat 10:37-39; 20:28; 2 Cor 5:15)
  • De la dejadez al propósito (Mat 24:45-51; Rom 8:28; Efe 5:14-17)
  • Del lamento al gozo (Jn 16:20; 1 Tes 5:16-18)
  • De la pasividad a la actividad (Mat 20:6-7; Rom 12:11)

Nuestra próxima reflexión, la última de este año (2021), será dedicada al análisis de estas seis (6)  áreas de transformación y sus implicaciones para el próximo año.
 
Se acerca un año nuevo y con este se acercan las esperanzas de que cesen las crisis provocadas por la pandemia. Dios intervino en las crisis que experimentaba el pueblo de Judá en los tiempos del profeta Jeremías. Ese es el mismo Dios que ha prometido intervenir en las nuestras. Una sola cosa demanda de nosotros:

 “3 Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremias 33:3)
 
 Estamos convencidos de que la respuesta a ese clamor pondrá en acción la agenda de revelación y de transformación que nos ofrece el Señor.
Referencias
 
[1] Brueggemann, Walter. Virus as a Summons to Faith: Biblical Reflections in a Time of Loss, Grief, and Uncertainty (p. 14). Cascade Books, an Imprint of Wipf and Stock Publishers. Kindle Edition
 
 [2] Ibid. p.14.
   
[3] Ibid. p.15.
   
[4] Ibid. p.18.

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