December 29th, 2021
“3 Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremías 33:3)
Se acerca un nuevo año y Dios nos ha revelado que será un año en el que Su Espíritu estará desarrollando transformaciones extraordinarias en los hijos y las hijas de Su pueblo. Sabemos que será un año en el que vamos a tener que ir a rescatar a mucha gente que cree que se le escapó a Dios. Sí, se trata de personas que creen que no han dejado al Señor cuando en realidad hace tiempo que están lejos de una vida consagrada al Señor. Al mismo tiempo, se trata de otras que saben que dejaron al Señor y que no parece importarles. Dios los va a alcanzar con Su gracia. Esa cosecha viene de camino.
La promesa del Señor para nuestro tiempo es la misma que Él le hizo al pueblo de Judá a través del profeta Jeremías
“3 Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremías 33:3)
Hemos postulado que este profeta sabía, y que le había dicho al pueblo, que el cuadro presente era a todas luces uno desolador y triste. El profeta había dicho que el pueblo de Judá y la ciudad de Jerusalén, no contaban con las herramientas ni las armas para poder combatir a su enemigo de forma efectiva. Esto provocaría que las casas se vieran destruidas y que la ciudad se llenara de cadáveres (Jer 33:5). Las fiestas se acabarían, y la salud del pueblo estaría comprometida. El profeta añadió que la infraestructura del pueblo no sería capaz de responder ante la crisis existente y que gran parte del pueblo estaría sumido en el pecado (Jer 33:6-8).
Repetimos, que es ante este cuadro desolador que el profeta proclama el mensaje recibido de parte de Dios: “Clama a mí, y yo te responderé.” El clamor al que Dios invitaba a Su pueblo podía cambiar la historia y traer restauración. El clamor que Dios le estaba “recetando” a Su pueblo revelaría lo que el Señor estaría haciendo por Su pueblo en medio de la crisis y después de esta.
“6 Pero los curaré, les daré la salud y haré que con honra disfruten de paz y seguridad. 7 Cambiaré la suerte de Judá y de Israel, y los reconstruiré para que vuelvan a ser como al principio. 8 Los purificaré de todos los pecados que cometieron contra mí; les perdonaré todas las maldades que cometieron y con las que se rebelaron contra mí. 9 Jerusalén será para mí un motivo de alegría, honor y gloria ante todas las naciones de la tierra. Cuando ellas oigan hablar de todos los beneficios que voy a traer sobre los habitantes de Jerusalén, y de toda la prosperidad que le voy a dar, temblarán de miedo.» 10 El Señor dice: «Ustedes dicen que este lugar está desierto y que no hay en él hombres ni animales; que las calles de Jerusalén y las ciudades de Judá están vacías; y que nadie, ni hombres ni animales, vive allí. Pues bien, aquí se volverán a oír 11 los cantos de fiesta y alegría, y los cantos de los novios, y se oirá decir: “Den gracias al Señor todopoderoso, porque el Señor es bueno, porque su amor es eterno.” Y traerán al templo ofrendas de gratitud. Sí, yo cambiaré la suerte de este país, para que vuelva a ser como al principio. Yo, el Señor, lo afirmo.»” (Jeremías 33:6-11, Dios Habla Hoy)
Cualquier parecido entre ese cuadro pintado por las palabras de Jeremías y nuestra situación actual no puede ser una coincidencia. Repetimos unas aseveraciones que compartimos en nuestra reflexión anterior:
“Se acabaron las parrandas, las fiestas y las grandes celebraciones. Las herramientas con las que contamos para pelear con este “invasor” llamado COVID no parecen ser suficientes. Metafóricamente nos hemos visto obligados a destruir áreas de nuestras casas para atrincherarnos dentro de estas buscando protección; una protección que nunca parece ser suficiente. Las infraestructuras de muchos de nuestros países hermanos han colapsado. No obstante se nos ha hecho difícil aceptar que hemos pecado contra Dios: como pueblo, hemos hecho lo malo delante de los ojos del Eterno. Esto ha provocado que justos e injustos tengan que enfrentar las consecuencias de este desvarío.”
Este pasaje bíblico nos revela que Dios ofreció la medicina antes de que llegara la enfermedad. La enfermedad aparece descrita en los versos cuatro (4) y siguiente, mientras que la alternativa divina está en el verso tres (3). La clave para enfrentar esta crisis era y sigue siendo la oración. La clave para que el pueblo de Dios pudiera recibir estos milagros y estas transformaciones era una sola: “Clama a mí, y yo te responderé.”
El clamor recetado aquí por el Señor es uno que trae revelación: “y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” Por ende, se trata de un clamor, de un tipo de oración cuya meta central no es acabar con el COVID-19. La meta central de este clamor es la transformación de aquellos que claman al Señor. Esa receta no ha cambiado; sigue siendo la misma y no ha perdido su vigencia. La solución a las crisis aleatorias provocadas por el COVID sigue siendo la misma: hay que clamar al Señor. El Señor que restauró a Judá es el mismo que ha prometido restaurarnos como pueblo y como individuos.
Ese clamor, ese “qârâʼ” (H7121) al que nos invita el profeta implica mucho más que pedirle a Dios que intervenga en nuestras realidades. De entrada, tal y como decía Charles H. Spurgeon en un sermón titulado “The Golden Key of Prayer,”[1] no se trata de un consejo divino o de una recomendación celestial. Se trata de una invitación que hace Dios. Los hospitales pueden estar abiertos con su personal preparado para atender a los pacientes, pero nadie puede obligar a los enfermos a acudir a esas instituciones. La invitación que realiza Dios cae en esta categoría. La medicina de Dios y la oración como institución celestial están preparados. Queda de nosotros, los enfermos del alma, del espíritu y de la carne, aceptar esa invitación.
Muchos creyentes han sufrido el síndrome de Jonás. Quizás han orado y han presentado sus situaciones durante esta crisis, pero así como lo hizo ese profeta, no han clamado a Dios. Como Jonás, han esperado a estar sentados en el vientre de aquello que se los ha tragado vivos para entonces levantar el clamor:
“1 Entonces oró Jonás a Jehová su Dios desde el vientre del pez, 2 y dijo: Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; Desde el seno del Seol clamé, Y mi voz oíste.” (Jonás 2:1-2)
La buena noticia es que Dios ha prometido responder a nuestro clamor. Además, la respuesta prometida es maravillosa. En primer lugar, Dios ha prometido hacer “ʽânâh” (H6030). Entre otras cosas esto es prestar atención, responder, comenzar a declarar, cantar, testificar y anunciar. La respuesta de Dios, el “ʽânâh” (H6030) de Dios, nos habla a nosotros al mismo tiempo que le habla a nuestras circunstancias. Dios responde, Él declara, testifica y anuncia y esto implica que nada podrá impedir el plan que Él tiene con Sus hijos.
En segundo lugar, esa respuesta trae revelación del cielo: “nâgad” (H5046). Este concepto se presenta como algo que hace frente, que se manifiesta, que realiza un anuncio, que predice lo que sucederá, que provoca alabanza, que profesa, que trae certeza, que presenta una buena nueva. O sea, que cambia la noticia.
En otras palabras, que lo que el profeta Jeremías está diciendo puede ser traducido de la siguiente manera: “Clama a mí que yo comenzaré a declarar, a testificar y a cantar acerca de ti y te provocaré a la alabanza porque cambiaré tu noticia.”
El profeta dice que Dios ha prometido revelar grandes cosas que han estado ocultas y que nosotros no las conocemos. Es interesante el hecho de que las grandes revelaciones del cielo casi siempre son recibidas en momentos de grandes crisis. No se trata de que Dios haya decidido esperar a los tiempos de crisis para dar la revelación. La verdad es que “el hospital y la medicina celestial” siempre han estado disponibles, pero muchos de los pacientes acostumbramos esperar a que nuestras situaciones se agraven antes de acudir a ese hospital. Hay que aceptar que sabemos orar y sabemos pedir, pero no sabemos clamar.
Hemos postulado que ese clamor provoca transformaciones. Repetimos que la revelación de Dios siempre produce transformación. Simón el hijo de Jonás chocó con Cristo y se convirtió en el Apóstol Pedro. Saulo de Tarso chocó con nuestro Señor y se convirtió en el Apóstol Pablo. Lázaro chocó con Cristo y su funeral fue cancelado por falta de un muerto. José chocó con Cristo y recibió una de las promociones más grandes de la historia: de esclavo preso a segundo señor en el Imperio Egipcio. Hasta Potifar, aquél que lo había mandado a encerrar, tenía que obedecer sus órdenes. Noé chocó con la revelación divina y se convirtió en ingeniero naval a cargo de construir el instrumento de salvación para él y su familia. Abraham chocó con esa revelación y se convirtió en padre de la fe y de la nación en la que nació el Salvador del mundo. Repetimos que nadie puede chocar con la manifestación de Dios y de Sus planes y continuar siendo la misma persona. Ningún pueblo que choca con la revelación de Dios puede seguir siendo el mismo.
Hemos recibido de parte de Dios que el clamor al que Dios nos invita revelará una agenda de transformación que nosotros tenemos que aceptar. Esa agenda posee los siguientes puntos o escenarios:
- Ser transformados de la ignorancia a la revelación
El Apóstol Pedro decía que los creyentes en Cristo no podemos vivir siguiendo los mismos deseos que teníamos cuando estábamos en la ignorancia:
“13 Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; 14 como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; 15 sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:13-16)
Este apóstol definía esa ignorancia como falta de inteligencia. Esto es, que se tiene la información necesaria para hacer lo que es correcto, pero que uno es incapaz de hacerlo. Es en este renglón que él inserta el llamado a la santidad. La ignorancia no nos permite procurar ser santos. La revelación de Dios nos sacará de la ignorancia y nos enseñará a caminar por la senda de la santidad.
El Apóstol Pablo dice lo mismo, pero desde otra perspectiva teológica:
“17 Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; 19 los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.” (Efesios 4:17-19)
El mensaje paulino destaca que esa ignorancia produce un entendimiento entenebrecido. O sea, que las facultades para pensar y entender han sido oscurecidas. Además, él dice que esa ignorancia transforma a los seres humanos en personas extrañas, ajenas, no participativas de la vida de Dios. Uno de los datos más sensacionales de este pasaje bíblico es que Pablo dice que la gente vive así vanidosamente. Claro está, el vocabulario del Nuevo Testamento le da otra interpretación a ese concepto. La expresión “vanidad de la mente” (“mataiotēs”, G3153) significa inutilidad, depravación, transitoriedad de la capacidad para pensar. Pablo dice que esto es el producto de la ignorancia. Esta condición es la puerta de entrada a la lascivia y a las conductas depravadas e impuras.
El clamor al que hemos sido invitados garantiza la revelación de Dios. Esa revelación transformará nuestras vidas. Destacamos que una pieza fundamental de esa transformación es el arrepentimiento. La Biblia dice lo siguiente acerca de esto:
“30 Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 31 por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.” (Hchos 17:30-31)
¡El año 2022 será un año de revelación y de la cancelación de la ignorancia!
- De la cautividad a la libertad
El clamor al que hemos sido invitados predica que este es otro escenario de transformación en el que necesitamos la asistencia del Espíritu de Dios. Son muchos los creyentes que han sido hechos prisioneros de las cárceles que se han promovido en esta temporada. Algunos se han convertido en prisioneros de sus instintos más bajos y sensuales. Otros se han convertido en prisioneros de adicciones a sustancias, a medicinas recetadas, a conductas destructivas y alienantes, a equipos de comunicación y a los sistemas de información. La clave para saber si uno ha sido hecho prisionero de algo la encontramos en la preponderancia que esto posee en nuestras vidas. Como dijo el Apóstol Pedro: “Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció.” (2 Pedro 2:19b)
La promesa del Señor es que Dios ha prometido poner fin a esas prisiones, a esos cautiverios. La revelación de Dios nos hará cantar como cantaba el escritor del Salmo 126:
“1 Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, Seremos como los que sueñan. 2 Entonces nuestra boca se llenará de risa, Y nuestra lengua de alabanza; Entonces dirán entre las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. 3 Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; Estaremos alegres. 4 Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová, Como los arroyos del Neguev. 5 Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. 6 Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.” (Salmos 126:1-6)
No podemos olvidar que una de las promesas del Evangelio es que Cristo Jesús nuestro Señor vino a traer libertad a los cautivos:
“18 El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; 19 A predicar el año agradable del Señor.” (Lucas 4:18-19)
¡El año 2022 será un año de liberación y de la cancelación de la cautividad!
- De la dejadez al propósito
La dejadez se ha convertido en una pandemia dentro de la pandemia. Este espíritu provoca pereza, negligencia, abandono de sí mismo o de las cosas propias. La ansiedad y el desgaste provocados por los 24 meses de espera se han convertido en caldo de cultivo para acelerar el desarrollo de esta.
Muchos creyentes han sucumbido ante estas tinieblas como haciendo suyas las palabras de un soneto de Unamuno:
“Días de dejadez en los que no se acaba de la conciencia de lo vano del empeño;
lo que se comenzara, días de modorra días de languidez en que el mortal desvío
y vaciedad en los que el no hacer nada borra de la vida se siente y sed y hambre del sueño
el deseo de hacer y en los que nos agrava
el pecho sentir como la vida es esclava que nunca acaba; días de siervo albedrío,
triste de la acción que el dolor no nos ahorra; vosotros me enseñáis con vuestro oscuro ceño
días en los que no hay un Dios que nos socorra que nada arrastra más al alma que el vacío.[2]
quitándonos de sobre el corazón la traba.”
(Miguel de Unamuno, “Días de siervo albedrío.” Salamanca, 10 de Octubre, 1910)
El clamor al que Dios nos invita nos devuelve al propósito celestial y reinserta el propósito divino en nuestros corazones. Ese concepto, propósito, proviene del griego “prothesis” (G4286), concepto que amerita una batería de reflexiones para poder entender todas las implicaciones que posee.
El Apóstol Pablo utiliza este concepto cuando nos dice que las circunstancias por las que atravesamos no pueden limitar a Dios. Todo lo contrario:
“28 Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos.” (Romanos 8:28, NTV)
Hay que levantarse de ese asiento provocado por la dejadez. Sabemos que las palabras de Unamuno parecen una radiografía del alma de muchos. Días de modorra, de sopor intenso, de sentir que vamos muriendo poco a poco. Días de vaciedad, de sentir en el pecho que la vida parece una esclavitud de acciones repetitivas que no nos ahorran el dolor. Días en los que parece que cada empeño es vano y que uno de los únicos premios que podemos obtener es el hambre, la sed y el sueño.
No obstante, la invitación de Dios es al clamor. Sí, a clamar para recibir la revelación de las cosas grandes y ocultas que no conocemos. En ellas vendrá envuelto, como en un papel de regalo, el propósito santo que Dios ha diseñado para nosotros.
¡El año 2022 será un año en el que abandonaremos la dejadez y abrazaremos el propósito de Dios!
Sabemos que hay otros escenarios en esta agenda que nos hemos analizado aún. No obstante tenemos que hacer un alto para subrayar que el clamor propuesto por Dios no se limita a pedir que Dios cambie nuestras circunstancias. El clamor propuesto por Dios incluye la cancelación de la ignorancia y el recibimiento de la revelación del cielo. El clamor propuesto aquí incluye salir de la cautividad para comenzar a disfrutar la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres ¿(Gál 5:1). El clamor propuesto incluye abandonar la dejadez para abrazar el propósito que el Señor quiere cumplir en nosotros (Salmos 138:8).
Le conminamos a hacer suya esta invitación celestial. Las respuestas prometidas por Dios garantizan que el año 2022 será uno glorioso, excelente e inolvidable.
¡Feliz Año Nuevo!
Referencias
[1] Spurgeon, Charles H. “The golden Key of prayer.” Predicado el 12 de marzo de 1865. En el Metropolitan Tabernacle
[2] https://www.poesi.as/muj0264.htm
[1] Spurgeon, Charles H. “The golden Key of prayer.” Predicado el 12 de marzo de 1865. En el Metropolitan Tabernacle
[2] https://www.poesi.as/muj0264.htm
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