El poder del recuerdo (In memoriam: Teresita del Rosario Ayala Serrano, viuda de Vargas)

Su nombre de pila es Teresita del Rosario Ayala Serrano. Para todos los que la conocimos ella es “Tere la del Doctor.” Teresa era reconocida como la esposa del Dr. Abelardo Vargas Rivera, una institución médica y filantrópica del este de nuestro país. Es de esta relación matrimonial que se extendió por más de medio siglo que muchos la llamaban Teresa Vargas. Sin embargo, sus amigos más cercanos, aquellos que se criaron con ella en el pueblo de San Fernando de la Carolina, la conocían como “Sherry”. Ese era el nombre que utilizaban para identificar a la mujer que llevaba a muchos de los ancianos a sus citas médicas y la que lloraba en todos los funerales del pueblo. Hay que señalar que el poder que posee la capacidad para recordar no nos permitirá olvidar esos nombres; particularmente el significado adscrito a cada uno de estos.

Pocas personas conocen que Tere decidió estudiar derecho y que se convertió en abogada: esto, para nunca ejercer la profesión. En una de las muchas conversaciones que sostuve con ella a lo largo de todos estos años me ofreció una razón de mucho peso para haber hecho esto. Tere me indicó que lo había hecho porque quería ser capaz de sostener conversaciones inteligentes y llenas de discernimiento con las personas que rodeaban a su marido. En otras palabras, poseer herramientas adicionales para cuidar a su esposo. Está demás decir que Tere fue la presidenta de todas las asociaciones de esposas de los gremios, las instituciones y las asociaciones que su esposo presidió. Estos datos apuntalan el entusiasmo con el que ella hacía todas las cosas. Su entusiasmo, su chispa, su sonrisa contagiosa y su mirada profunda iluminan nuestros recuerdos.

Para muchos de nosotros ella era reconocida por el aroma tan dulce y espectacular del perfume que acostumbraba usar. Todos sabíamos que Tere había llegado porque su perfume la delataba. Para otros, Teresa despuntaba por su amor por el servicio a los suyos, y a todos la que la ocupaban. Su abuela y sus tías, aquellas que la criaron cuando Dios decidió que la progenitora de Teresa tendría que marcharse al cielo, habían sembrado estos valores en ella. Ella y sus hermanos fueron criados por unas tías y una abuela que le enseñaron acerca del valor de la vida, del respeto a sus semejantes y el valor del servicio. Además, en ese hogar ella aprendió la virtud de vivir siempre con los pies en la tierra. Los valores y el amor a la familia que tenía Teresa iluminan nuestros recuerdos.

Teresa Vargas también se destacaba por su sentido de gratitud. Ella era una mujer que destilaba gratitud hasta por las cosas más pequeñas e insignificantes de la vida. Tere vivía dando gracias por aquellos a quienes Dios había usado en la vida para impulsarla hacia adelante. Nunca olvidaré el temblor en su voz cuando me hablaba acerca de la “gratitud eterna” que sentía por Mercedes, la esposa del inolvidable “Nandí”, uno de los hermanos del Dr. Vargas. El corazón agradecido de Teresa ilumina nuestros recuerdos.

Edith (mi esposa) y yo aprendimos a amar a Tere. Su casa siempre estaba preparada para recibirnos y sus manos siempre estaban dispuestas para atender nuestras necesidades. Hace cerca de 40 años que Tere y el Doctor nos concedieron el privilegio de poder comprar una de sus propiedades. Como decían ellos, “para tenerlos cerca de nosotros.” Ambos se convertían en “cómplices de nuestros hijos” poniéndose de acuerdo con ellos para dejar abiertos los portones de su residencia, de modo que estos pudieran ir a nadar en la piscina de su hogar. Allí siempre había algún “delicatessen” preparado para que ellos saciaran esas hambres interminables que tienen los adolescentes. Fueron intensamente hermosas sus conversaciones con mi esposa para preparar los quinceañeros de nuestras hijas, las fiestas antes de las bodas de todos nuestros hijos y los “baby showers” para los nietos que venían de camino. Es más, Tere guardó celosamente los adornos flotantes que engalanaron el quinceañero de Mary Silvia para que nuestras hijas pudieran utilizarlos. ¿Por qué? Porque Shirley y Pamela, siendo aún unas niñas, le dijeron a “su abuela” que querían algo similar cuando cumplieran sus quince años. En el camino descubrimos que Tere hacía esto con muchas familias.

Es cierto que por más de setenta (70) días consiguió que lo médicos le cambiaran el nombre: “Teresita del Milagro.” Sus muchas maneras para desafiar los diagnósticos y las compliaciones médicas le valieron ese cambio de nombre y un lugar prominente en la primera fila de los milagros que solo Dios puede hacer. Muchos de nosotros llegamos a la conclusión de que le prestó su salud a Dios para poder testificarle a sus hijos. Sus hijos biológicos y los muchos otros que ella había adoptado en el camino, necesitaban conocer acerca del poder y de la gracia de Dios. Esa fortaleza, esa fe, su entereza y su capacidad para créerle a Dios iluminan nuestros recuerdos.

Teresita del Milagro se marchó a la eternidad en la tarde del siete (7) de junio. Ella comenzaba a recuperarse de los embates producidos por un shock séptico. Dios había puesto su mano y al hacerlo, nuevamente manifestaba su poder en presencia de los excelentes proveedores de servicios médicos que la atendían en el Hospital Auxilio Mutuo. Reciban ellos nuestra más profunda expresión de gratitud por su disposición para correr muchas millas adicionales en todos estos procesos. Los bendecimos a ellos y a todas sus familias.

Este shock había sido la última de muchas complicaciones que ella experimentó en su salud como parte un proceso pos-operatorio que parecía interminable. El recuerdo de todos esos días continúa arracando las lágrimas de aquellos que aprendimos a amarla.

No obstante, fueron las demostraciones de un amor encarnado las que conquistaron nuestros corazones. Sus hijos, así como su familia directa, no permitieron que “Sherry” estuviera sola ni un segundo. Uno de ellos renunció a su trabajo, otra se acogió a una licencia, otro se regresó a Puerto Rico. En fin, estos muchachos decidieron honrar a mamá con sus cuidados y sus atenciones. El recuerdo de esas demostraciones de amor impulsa el alma de todos los que aprendimos a amar a Teresa.

Sabemos que la capacidad para oir es lo último que se pierde en estos procesos de muerte. Es por esto que sabemos que Tere había estado escuchando las voces de aquellos que la rodeaban. Esa tarde escuchó otra voz; la voz de Aquél con quien había estado sosteniendo diálogos tiernos e intensos durante más de setenta días. Como parte de esos diálogos que estaban vestidos de eternidad ella escuchó una invitación, una propuesta. El Eterno podía acceder a responder afirmativamente a las oraciones de miles de personas que oraban por la salud de Teresa: dejarla aquí un tiempo adicional. Pero esa tarde, Teresita del Rosario Ayala Serrano escuchó los sonidos de una fiesta y las voces de muchos de aquellos que participan de esta. En medio de esas voces ella escuchó la invitación del Salvador y Señor de su alma: “…entra en el gozo de tu Señor” (Mat 25:20-23). ¿Quién puede resistirse a esa invitación? Tere sabía que esto provocaría el dolor y las lágrimas de todos aquellos que aprendimos a amarla. Sin embargo, ella también sabía que lloraríamos con esperanza. El poder que desata recordar estas convicciones de nuestra fe trae consuelo al alma.

Más de una persona ha dicho que los recuerdos son fijados por los afectos y que las emociones son el pegamento afectivo por el cual un recuerdo queda registrado en nuestra memoria. ¿Cómo olvidar el nacimiento de un hijo o de un nieto? ¿Cómo olvidar el día de una boda? De hecho, hay recuerdos que nos atrapan con la capacidad de movernos hacia la tristeza o hacia la felicidad.[1]  Ahora bien, no olvidemos que todos nosotros tenemos por dentro un poco de la Contadora de Cuentos que inmortalizó Isabel Allende. Esta contadora decía que hay historias que son como organismos vivos que pueden alegrar o enfermar nuestra existencia. Es por esto, como ha dicho Meik Wiking, que las buenas memorias pueden convertirse en aliados de nuestra felicidad.
 
Es por esto que los recuerdos que Teresa deja entre nosotros son muy poderosos. Estos hablan de amor traducido en servicio, de valores encarnados, de tenacidad, de sensibilidad, de entusiamo para enfrentar la vida. Sus nombres y sus apodos nos ayudan a mirar la vida con esperanza y con el deseo de servir a los demás. El poder que desatan estos recuerdos ayuda a empoderar la fe en Cristo, el amor a nuestros semejantes, y por sobre todas las cosas, el amor al Señor. Sin duda alguna que esta es un re-interpretación de lo que enseña la Biblia cuando nos dice lo siguiente:
 
“Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” (Apocalipsis 14:13)

Sabemos que la veremos en el día de la resurrección de los muertos en Cristo. Esa mañana le preguntaremos porqué se atrevió a marcharse al cielo sin decirnos cómo se hacía el chocolate que nos preparaba. No obstante, sabemos que Teresa no podrá ser olvidada porque su vida marcó nuestros recuerdos con un perfume que destila felicidad.
Referencias
   
[1] https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-poder-poseen-recuerdos-nid2289223/

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