July 5th, 2022
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efesios 3:14-21)
El Profesor Henry Alford, Doctor en Divinidad y quien fungiera como Decano de Canterbury a mediados del siglo 19, compartió muchos análisis interesantísimos acerca de la Carta a los Efesios.[1] En una de sus aseveraciones, esta leyenda del quehacer teológico bíblico decía que hay un objetivo definido en el capítulo tres (3) de esta carta. Pablo declara en ese capítulo que la Iglesia en el Espíritu ha recibido la revelación del misterio de Cristo. Por lo tanto, el fin de esta es hacerse fuerte en el poder del Espíritu.[2] Ese es el objetivo y es por esta causa que Pablo decide ir de rodillas en oración; para que el Señor empodere la Iglesia.
El verso 14 de ese capítulo (Efe 3:14) comienza reconociendo que la Iglesia ha sido creada, ensamblada y desarrollada sobre la base del conocimiento que Pablo describe en los versos anteriores. El siguiente dato es muy interesante: la Iglesia está de pie sobre ese conocimiento, pero Pablo prefiere estar de rodillas delante del Señor.
Hubiera sido muy bueno conocer cuál fue la reacción de la Iglesia en la ciudad de Éfeso cuando conocieron la forma en la que Pablo oraba por ellos. No sé si usted estará de acuerdo con nosotros, pero cuando una anciana o un anciano venerable ora por nosotros, la mayoría queremos prestar atención para saber qué es lo que ellos le están diciendo a Dios. Estas son oraciones que motivan a los más débiles y animan y fortalecen a los que creen que caminan con paso firme.
Encontramos en ese capítulo tres que una de las razones por las que Pablo ora por esa Iglesia es porque él recibió el privilegio de predicarles el Evangelio. El mensaje que Dios le había encargado incluía aclararle a todos el plan glorioso que Dios había mantenido oculto hasta la llegada de Cristo.
“8 Aunque soy el menos digno de todo el pueblo de Dios, por su gracia él me concedió el privilegio de contarles a los gentiles acerca de los tesoros inagotables que tienen a disposición por medio de Cristo. 9 Fui elegido para explicarles a todos el misterioso plan que Dios, el Creador de todas las cosas, mantuvo oculto desde el comienzo.” (Efesios 3:8-9, NTV)
O sea, que Pablo, el escogido de Dios para esta tarea, ora de rodillas para que el Señor consiga que esa Iglesia haga buen uso del mensaje que él le había predicado. Si usted leyó bien esta aseveración, entonces habrá llegado a varias conclusiones. Una de estas es que este predicador ora por la iglesia a la que le predicó después de haberle predicado. Es obvio que debió haber estado en oración antes de ir a predicarles. Pablo les estaba comunicando un misterio revelado y esas revelaciones no se reciben si no hemos estado en oración. Otra conclusión es que Pablo parte de la premisa que el conocimento sin el empoderamiento del Espíritu es letra que mata (2 Cor 3:6).
Estos datos nos obligan a revisar nuestras escuelas de oración. Es correcto aseverar que la mayoría de los creyentes en Cristo oramos antes de ir a cumplir con las encomiendas que se nos han asignado. Sin embargo, ¿oramos por los hermanos a los que el Señor nos envió luego de haber cumplido con la tarea asignada? ¿Tenemos como norma o costumbre ir delante del Señor pidiendo que su Santo Espíritu empodere a aquellos a los que fuimos enviados? ¿Oramos para que el Señor cimente y arraigue la fe de aquellos que nos han escuchado utilizando la palabra que Dios nos encomendó? Nunca podemos olvidar que Pablo afirma en esta oración que lo más importante de las riquezas de la gloria de Dios no está en aquello que conocemos. Lo más importante de esas riquezas está en poder ser fortalecidos con el poder de Dios a base de lo que hemos recibido del cielo (Efe 3:16).
¿Cuál es el encabezamiento de esta oración? De los primeros versos de este capítulo se desprende que Pablo ora al “Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Efe 3: 14b-15). Ese Dios al que Pablo ora había sido previamente identificado como el “Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,” (Efe 1:3 b). O sea, que Pablo estaba orando ante Aquel que nos da identidad y quien ha decidido bendecirnos con todo aquello que es de bendición y que se encuentra en los lugares celestiales (“eulugēsas pasē pneumatikē”).
Orar a Aquel que nos da identidad es similar a orar a Aquél que sabe quiénes somos en realidad. Esto es, que nos conoce por dentro y por fuera. El salmista, alguien a quien Pablo conocía, escribió en varias ocasiones acerca de ese conocimento de Dios. El Salmo 139 es sin duda uno de los más apreciados de estos textos. Cuando el Profesor Warren W. Wiersbe examinó este Salmo de manera pastoral llegó a algunas conclusiones muy interesantes. Los primeros versos de ese salmo (vv. 1-6) describen que Dios nos conoce íntimamente y que no podemos engañarlo. Los versos del 7- 12 describen que Dios está con nosotros constantemete y que no podemos escapar de Él. Los versos 13-18 describen que Dios nos hizo a mano para mostrarnos sus maravillas, por lo que no podemos ignorarle. Los versos finales (19-24) describen el justo juicio de Dios y que no sacamos nada oponiéndonos a su dictamen.[3] Veamos lo que dicen los versos 13 al 18 de ese Salmo:
“13 Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. 14 Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien. 15 No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, Y entretejido en lo más profundo de la tierra. 16 Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas. 17 ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! 18 Si los enumero, se multiplican más que la arena; Despierto, y aún estoy contigo.” (Salmos 139:13-18)
Estos versos subrayan que Dios nos formó mucho más de allá de simplemente crear nuestras entrañas: “13 Porque tú formaste mis entrañas”. El concepto hebreo utilizado aquí para describir las entrañas (“kilyâh”, H3629) se utiliza en ese idioma para describir la mente y en ocasiones, el asiento de nuestras emociones. O sea, que el verso 13 dice que el Dios al que Pablo ora nos conoce por dentro desde antes de que naciéramos. Esto es: Dios conoce nuestros órganos, nuestros pensamientos y nuestras emociones aun desde antes de que naciéramos. El verso 13 dice más: el concepto traducido aquí como “formó”, significa que Dios pagó, compró, es el dueño (“qânâh”, H7069) de lo que somos.
En el caso de los creyentes en Cristo, entonces le pertenecemos a Dios dos (2) veces. En primer lugar porque nos creó. En segundo lugar, porque pagó el precio por nosotros en la cruz del Calvario (1 Cor 6:20; 7:23).
Ese verso concluye con una declaración extraordinaria y maravillosa: “Tú me hiciste en el vientre de mi madre”. Ese verso dice literalmente que Dios nos rodeó con una cobertura (“sâkak”, H5526), con una verja, con unas defensas mientras estábamos en el vientre de nuestra madre. O sea, que la segunda parte del verso 13 dice que el Dios al que Pablo ora nos protegió desde antes de que naciéramos. No olvide que Pablo subraya en su oración que ese Dios es el que le da nombre a todas las familias de la tierra (Efe 3:15). Ahora bien, el verso 14 de ese Salmo es una oda de alabanza por estos misterios. El Dios al que Pablo ora merece ser alabado por Sus proezas.
El verso 15 de este Salmo dice que este proceso de gestación no fue un secreto para Dios: “15 No fue encubierto de ti mi cuerpo,”. Ese verso dice que fue Él quien nos formó (“âśâh”, H6213): “Bien que en oculto fui formado.” De hecho, ese verso dice que fuimos hechos a mano, entretejidos (“râqam”, H7551), literalmente “bordados” a mano: “Y entretejido en lo más profundo de la tierra.” O sea, que Pablo estaba orando ante Aquel que nos bordó a mano. Esto explica porqué no existen dos (2) seres humanos que sean exactamente iguales.
El verso 16 es una joya del cuidado prenatal que ofrece Dios: “16 Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas.” Esta declaración describe que Dios supervisó nuestro proceso embrionario. El concepto utilzado aquí es “gôlem” (H1564), concepto que se utiliza para describir una masa imperfecta, un cuerpo que no ha terminado de formarse y que está envuelto en un saquito.
Este verso es también una joya para los que nos oponemos al aborto porque dice que Dios ya había decidido escribir acerca de nosotros mientras estábamos en este estadio de formación. Este verso dice mucho más. La versión bíblica Palabra de Dios para Todos lo explica de una manera que es extraordinaria:
“Tú viste formarse cada parte de mi cuerpo; todo ya estaba escrito en tu libro; fueron formadas a su debido tiempo, sin faltar una sola de ellas.” (Samosl 139:16, PDT)
O sea, que cuando éramos un embrión en el vientre materno, el Dios al que Pablo ora ya había realizado un inventario de toda nuestra anatomía, de todas las partes de nuestros cuerpos. A esto hay que añadir que ese verso incluye la documentación de los propósitos que regirían nuestras vidas. Esto es, las razones por las que el Todopoderoso permitió que fuésemos formados. Veamos como lo dice la versión bíblica Dios Habla Hoy:
“Tus ojos vieron mi cuerpo en formación; todo eso estaba escrito en tu libro. Habías señalado los días de mi vida cuando aún no existía ninguno de ellos.” (Salmos 139:16, DHH)
Ese es el Dios al que Pablo ora: Aquél “15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra,” (Efe 3:15). Ese el Dios que nos da identidad.
Hemos dicho que Pablo afirma que Dios no sólo nos da identidad, sino que es el nos bendice. Las aseveraciones presentadas por el apóstol dicen que Dios nos bendijo con “toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,” (Efe 1:3 b). Esta expresión dice que la vida de cada creyente no ocurre en un vacío ni en la ausencia de Dios. Si Dios nos bendijo, entonces esa bendición ya opera sobre nosotros. Por lo tanto, no existe manera en la que podamos operar fuera de esa acción divina. La única alternativa para explicar cómo operar fuera de ella es que rechacemos el regalo divino, el regalo de la gracia, tal y como lo hizo la ciudad de Jerusalén (Mat 23:37; Lcs 13:34).
La primera gran bendición que obtenemos del Padre es la de poder ser llamados hijos de Dios por virtud del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Esto es así porque todo esto describe un regalo del cielo llamado Gracia. Pablo está orando al Padre de la Gracia.
Sabemos que la Gracia (“charis”, G5485) es el favor de Dios que no merecemos. Esto es, que Dios nos regala aquello que no merecemos. Hemos visto en reflexiones anteriores que la Biblia nos dice en la Carta a los Efesios que somos salvos por Gracia:
“8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9)
Es esa maravillosa Gracia de Dios que se manifiesta en su máxima expresión con la encarnación, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Sabemos que esa Gracia no es el producto del azar, tampoco una invención de último momento de la mente de Dios.
Del estudio del Antiguo Testamento obtenemos bases bíblicas sólidas que nos permiten concluir sin duda alguna que hay manifestaciones de ésta en muchos de sus pasajes. En otras palabras, que el concepto Gracia (“charis” G5485) del Nuevo Testamento, posee a todas luces la influencia de algunos conceptos hebreos que en muchas ocasiones son usados como sus equivalentes en el Antiguo Testamento. Sin embargo, tenemos que declarar que no existe nada en el Antiguo Testamento que pueda cubrir ni describir por completo lo que significa la Gracia manifestada en Cristo y regalada como una bendición del cielo.
Tenemos que concluir que Pablo conoce todo esto y está orando al Dador de esa Gracia.
Referencias
[1] Alford, Henry. 1865. The New Testament for English readers. The autohorized version, with a revised text and a critical and explanatory commentary, vol II. Part I. The Epistles of S. Paul. Rivingtons, Cambridge: Deighton, Bell and Co.
[2] Ibid., p. 381.
[3] Wiersbe, Warren W.. Be Exultant (Psalms 90-150): Praising God for His Mighty Works (The BE Series Commentary) (pp.192-195). David C Cook. Kindle Edition.
[1] Alford, Henry. 1865. The New Testament for English readers. The autohorized version, with a revised text and a critical and explanatory commentary, vol II. Part I. The Epistles of S. Paul. Rivingtons, Cambridge: Deighton, Bell and Co.
[2] Ibid., p. 381.
[3] Wiersbe, Warren W.. Be Exultant (Psalms 90-150): Praising God for His Mighty Works (The BE Series Commentary) (pp.192-195). David C Cook. Kindle Edition.
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