866 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 18 de septiembre 2022

866 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 18 de septiembre 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 7)

 “14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efe 3:14-21)

Nota editorial:

Este es el último fin de semana de la campaña anual de nuestra juventud. El Señor nos ha bendecido abundantemente a través de la ministración de nuestros jóvenes. Tenemos que dar gracias a Dios por el compromiso que ellos han exhibido. Tenemos que bendecir a los equipos de apoyo que laboran junto a ellos por su tenacidad y su devoción.

Una expresión de gratitud muy especial a la Pastora de nuestra juvenutud, la Rda. Jomary Rivera Cruz y a sus equipos de trabajo. ¡Enhorabuena compañera! Tus horas de desvelo junto a los que trabajan contigo están rindiendo fruto.

Sabemos que la noticia más relevante de este fin de semana ha sido el paso de una tormenta tropical llamada Fiona. No obstante, también sabemos que ninguna tormenta tropical podrá ser capz de ahogar el gozo y la gratitud de aquellos que amamos a Dios. Mucho menos, será capaz de apagar el fuego del Espíritu que arde en nuestros corazones.

Uno de los propósitos de esta tormenta es poder ayudarnos a superar los traumas causados por el paso del huracán María. Esta es una prueba empírica para que todos nosotros podamos demostrar cuánto hemos avanzado en esta área de la conducta y de la salud mental. Otro de los propósitos es provocar que seamos capaces de validar en quien  hemos puesto nuestra confianza.

Parafraseando al escritor del libro de Job (Job 11:18-19a): tendremos confianza porque hay esperanza. Miraremos alrededor y dormiremos seguros. Nos acostaremos y no habrá quien nos espante (Job 11:18-19a)

Reflexión:  

La segunda oración que el Apóstol Pablo nos regala en la Carta a los Efesios presenta una petición que procura que Cristo habite en nuestros corazones (Efe 3:17). Esa petición incluye que lo haga a través de la fe que nos han regalado (Efe 2:8-9). Hemos visto en otras reflexiones que el proceso de habitar o de “katoikeō” (G2730, concepto griego que se utiliza en este pasaje bíblico, procura varias cosas. Entre estas encontramos que Cristo pueda residir allí, extendiéndose en todas las direcciones. Esto incluye los lugares más profundos del corazón. El uso de este concepto también predica que aquél que hace “katoikeō” ocupa los espacios entre los objetos que hay en esa habitación; que se mueve en todas las direcciones. El uso de este concepto describe la invocación del nombre de aquel que sirve como garante de que habrá de ocurrir todo lo que se ha prometido.  Este concepto conecta hasta los espacios de tiempo; uno con el otro. En otras palabras, que se afecta el transcurso y el discurso del tiempo entre un suceso y otro.  
Tenemos que destacar que el Thayer's Greek-English Lexicon of the New Testament  señala que ese concepto permite trabajar con las diferencias entre estar instalado en un lugar, habiendo pagado y haberse establecido allí versus habitar, ser el dueño del mismo.
Ahora bien, en la reflexión anterior comenzamos el proceso de considerar aplicaciones prácticas de todos estos datos. Echando manos de una publicación pastoral esgrimida por el siempre recordado Pastor Wayne Barber , decidimos entrar a examinar las posibles habitaciones que posee el corazón y que tienen que ser habitadas por Cristo. Hemos calificado este ejercicio del Pastor Barber como la ingeniería de la ocupación de Cristo en nuestros corazones.  

Las primeras habitaciones que examinamos fueron la de los pensamientos y la de las actitudes. La primera habitación fue identificada por Cristo cuando dijo que es desde el corazón que “….salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mat 15:18). Cristo añadió a esto que “el hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mat 12:35).

La segunda habitación fue identificada por Cristo cuando señaló que la dureza del corazón (Mat 19:7-9; Mcs 16: 12-14) no es otra cosa sino una enfermedad del ser interior. El concepto utilizado es “sklērokardia” (G4641). Decíamos en nuestra reflexión anterior que es del prefijo de este concepto (“sklēros”, G4642) que emana lo que conocemos como esclerosis: el endurecimiento patológico de un órgano o de un tejido.  El concepto “sklērokardia” es esclerosis del corazón.

Claro está, Cristo no estaba apuntando a la patología, a la enfermedad física del corazón. Cristo estaba describiendo la enfermedad almática que sufrimos todos los seres humanos. Es muy interesante el dato de que Cristo es el único que utiliza este concepto en el Nuevo Testamento. Este dato no nos debe sorprender porque la Biblia dice que Cristo es Dios (Rom 9:5) y la Biblia también afirma que Dios conoce los secretos del corazón (Sal 44:21).
Por otro lado, no podemos olvidar que las oraciones que el apóstol Pablo presenta en la Carta a los Efesios, implican que él ha diagnosticado algunas necesidades en los hermanos que se congregaban en la ciudad de Éfeso. Tampoco olvidemos que es muy poco probable que los creyentes de la posmodernidad no estemos sufriendo de las mismas enfermedades que sufrían esos hermanos del primer siglo de la Era Cristiana.

La tesis paulina, la que Barber destaca, es que cuando Cristo ocupa todas las habitaciones del corazón  del creyente (v.17), la habitación de los pensamientos experimenta unas transformaciones extraordinarias. Estas transformaciones permiten que seamos capaces de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Cor 10:5).

La tesis paulina también afirma que cuando Cristo hace “katoikeō” en nuestros corazones,
la habitación en la que se alojan las fuentes de nuestras actitudes queda vacunada contra toda clase de enfermedades que puedan afectar el corazón. Esto incluye la esclerosis del corazón; la dureza, las actitudes que nos conducen a resistirnos a creer. Hay que señalar que esta dureza no solo afecta nuestra capacidad para creer y para confiar. La dureza del corazón afecta la capacidad para perdonar y por ende, puede imposibilitar que seamos capaces de detener la amargura.

Ahora bien, la tercera habitación que Barber identifica es la habitación de nuestras emociones. Existen varios pasajes bíblicos que podemos considerar aquí para demostrar la pertinencia de esta aseveración. No obstante, existen algunos que afloran casi de inmediato cuando hablamos de las emociones que se guardan en el corazón. Uno de estos es el siguiente:

“1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.” (Jn 14:1)

Algunas versiones bíblicas recogen este verso diciendo que no permitamos que el corazón se llene de angustia (NTV). Otras simplemente dicen que no nos preocupemos (PDT). El apóstol Juan utilizó aquí un concepto griego muy interesante para describir la turbación: “tarassō” (G5015).

Este concepto griego se utiliza en 17 ocasiones en el Nuevo Testamento. Hay algunas páginas cibernéticas en la que los lectores pueden encontrar cada uno de esos pasajes bíblicos.  El significado amplio de este concepto es impresionante. Desde la acción de sacudir y causar movimiento, como en el caso del estanque de Betesda, cuando el ángel descendía y agitaba las aguas (Jn 5:4) , hasta la angustia emocional, como la que sufrió Jesús ante el llanto de las hermanas de Lázaro (Jn 11:33) . La Biblia dice allí que Cristo se estremeció ante esa escena de dolor. Un dato impactante acerca de ese pasaje del Evangelio de Juan que describe la resurrección de Lázaro, es que la Biblia dice que Cristo se conmovió en espíritu y luego sufrió “tarassō.”

Este concepto griego puede ser traducido como agitarse, avergonzarse, sufrir un frenesí,  desconcertarse, confundirse, descomponerse. Además, puede ser traducido como aletear, experimentar una perturbación, disturbio, entrar en un estado de shock, asustarse, enturbiarse y alborotarse. O sea, que hay experiencias en la vida que pueden provocar que nuestros corazones sufran todas estas cosas. Cristo expresó que no debíamos permitir experimentar “tarassō” en el corazón, ni tener miedo.

Hay ocasiones en las que encontramos que este concepto es utilizado en la Biblia para describir el efecto que pueden tener las influencias externas en nosotros. Un ejemplo de esto es el proceso para alborotar las multitudes que encontramos en el Libro de Los Hechos (Hch 17:5). En otras ocasiones se utiliza para describir la reacción que sufre el rey Herodes ante la noticia que le dan los sabios de oriente; ha nacido el verdadero rey de los judíos (Mat 2:2-3), o las reacciones de los discípulos cuando vieron a Jesús caminando sobre las aguas (Mat 14:26; Mcs 6:50). O sea, que hay “tarassō” (turbación) que puede ser provocada por las noticias acerca de Cristo y otro por algunas manifestaciones de su poder infinito. Las noticias reales y fidedignas acerca de Cristo sacuden el alma, el espíritu y el corazón de cualquiera.

Al mismo tiempo, la Biblia dice que la dureza del corazón que experimentaron los discípulos ante las noticias de la resurrección de Cristo, estaba acompañada por “tarassō.” La Biblia dice que Cristo les hizo saber que Él también conocía acerca de las emociones que ellos estaban experimentando.

“37 Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. 38 Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? 39 Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. 40 Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.” (Lcs 24:37-40)

 Estos versos bíblicos recogen muchas vertientes hermenéuticas; de interpretación. Por un lado, está el énfasis en que lo desconocido y el temor pueden producir turbación. A mismo tiempo, que la turbación puede estar acompañada del espanto (“ptoeō”, G4422) y del temor (“émphobos”, G1719). Por otro lado, que la medicina divina contra todo esto son las evidencias del poder de la resurrección de Cristo nuestro Señor. Se trata de evidencias palpables, constatables, verificadas de la supereminente grandeza del poder de Dios (Efe 1:19).  Esto adquiere unas dimensiones inefables e inmensurables cuando tenemos la oportunidad de experimentar que el Resucitado habita en nuestros corazones.

Cristo le dijo a los discípulos que no teníamos porqué albergar turbación, “tarassō” en nuestros corazones. Cuando les dijo esto aprovechó la oportunidad para ofrecerles la segunda medicina contra el “tarassō:” “….creéis en Dios, creed también en mí” (Jn 14:1). La otra medicina contra la turbación es la fe puesta en Jesús: creer que Cristo el Hijo de Dios está con nosotros.

La expresión de Cristo puede ser considerada un oxímoron cuando tomamos en cuenta que lo planteado hasta aquí describe el “tarassō” como una reacción completamente humana. ¿Cómo evitar o poder manejar efectivamente una reacción que a todas luces es visceral e instintiva? La mejor respuesta la ofrece Pablo: “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17). Dicho de otro modo: la  medicina para esos instantes en los que nos encontramos siendo víctimas frecuentes de la turbación es muy sencilla. Tenemos que procurar que el inquilino de nuestros corazones regrese a ser el Dueño de todas la habitaciones de hay allí. No hacer esto es similar a decir que no confiamos por completo en Cristo.
Otro pasaje bíblico que Barber considera es uno que encontramos en el Evangelio de Lucas.

“1 También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,”
(Lcs 18:1)


Algunas versiones bíblicas recogen este verso diciendo que el propósito de esta parábola, la que se presenta en este capítulo, era trabajar con la necesidad de no desanimarse (DHH), de nunca perder la esperanza (PDT), nunca darse por vencidos (NTV) o no desfallecer (NB de las Américas).El concepto griego utilizado aquí es “ekkakeō” (G1573). Este concepto describe el desaliento  además de los fracasos del corazón.  El análisis literal de este concepto que se traduce aquí como desmayar, nos conduce a ver que algo que es “kakós” (G2556), malo en su naturaleza, que no ha debido ocurrir, ser, incluyendo la forma de pensar , de actuar o de sentir,  ha venido desde afuera (“ek”, G1537) y se ha insertado en nosotros. En otras palabras, esta es la forma técnica para describir el corazón que ha sido víctima de unas influencias que producen desaliento. Barber aprovecha este concepto para describir que en el corazón hay una habitación para el desaliento.

La instrucción de Cristo es no permitir que esto nos domine. La pregunta clave es la siguiente: ¿cómo logramos hacerlo? El pasaje de Lucas que contiene este verso bíblico señala que la oración es la clave. La oración es la clave para el manejo adecuado de todas las emociones que experimentamos. Barber señala con agudeza pastoral que Pablo no pierde un segundo para destacar esta receta cuando le dice lo siguiente a la iglesia que estaba establecida en la ciudad de Filipos:

“6 No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. 7 Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.” (Fil 4:6-7, DHH)

Este pasaje enfatiza que no debemos afligirnos por nada, no debemos preocuparnos, afanarnos o inquietarnos por nada. Este pasaje dice que la herramienta de la oración es vital para poder conseguirlo. Este pasaje dice que esa herramienta cuidará nuestros corazones y nuestros pensamientos. También dice que la oración como herramienta abrirá las puertas para recibir unas dimensiones de paz que sobrepasan todas nuestras capacidades racionales.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando Aquél en cuyo nombre oramos, el garante de todas estas promesas, habita en nuestros corazones? Esta es una de las razones por las que Pablo le pide a Dios que Cristo habite en los corazones de los creyentes. Esta ocupación, este “katoikeō”, garantizará que nuestros corazones y nuestros pensamientos estén cuidados, medicados y protegidos por el cielo para que seamos capaces de manejar con éxito cualquier clase de emoción que experimentemos.

Una nota muy importante: nadie puede postular que seremos capaces de cancelar nuestras emociones. Eso sería similar a decir que nos hemos deshumanizado. Las emociones y los sentimientos forman parte de nuestra naturaleza: son instintivas. La oración de Pablo no apunta a la cancelación de estas. La oración paulina apunta a que debemos procurar que Cristo esté sentado, ocupando como Dueño absoluto la habitación en la que se anidan y residen nuestras emociones.

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