October 30th, 2022
872 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 30 de octubre 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 13)
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
Las habitaciones del corazón han ocupado el centro de nuestras reflexiones más recientes. Algunos de los “inquilinos” que ocupan esas habitaciones son los pensamientos, las actitudes, las emociones, las cosas ocultas y las decisiones. Recordamos a nuestros lectores que estas reflexiones forman parte de nuestro análisis de una de las peticiones paulinas que encontramos en el verso 17 del capítulo tres (3) de la Carta a los Efesios: “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17a, RV 1960).
La reflexión anterior nos permitió expandir el análisis de la habitación de las emociones. Sabemos que este tema es muy intenso y de su faz aparenta ser inagotable. Una muestra de esto lo tenemos en las enseñanzas del libro de los Proverbios. Por un lado, el proverbista nos dice que el ser humano que es iracundo (“chêmâh”, H2534) y perezoso (“ʽâtsêl”, H6102) solo sirve para promover contiendas y para echar a perder el camino, mientras que el de corazón que anida la sabiduría provoca la alegría de sus progenitores (Prov 15:18-20). Es muy interesante que este planteamiento sea seguido, en el próximo capítulo, el 16, por otra advertencia acerca de la ira:
“32 Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” (Prov 16:32, RV 1960)
“Más vale ser paciente que valiente; más vale vencerse uno mismo que conquistar ciudades.” (DHH)
Este acercamiento bíblico presenta estas emociones como un campo de batalla en el que nosotros tenemos la opción de decidir hacer lo que es correcto para poder vencer. Es aún más interesante cuando descubrimos que los próximos capítulos continúan sirviendo como un lienzo (“canvas)” para el manejo de la emoción que llamamos ira.
“11 La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa.”
(Prov 19:11, RV1960)
“11 El necio da rienda suelta a toda su ira, Mas el sabio al fin la sosiega.” (Prov 29:11)
Es obvio que estos ejemplos explican por qué es que este tema parece ser inagotable e insondable. La buena noticia es que la oración paulina nos provee herramientas para poder hacer nuestros los consejos del proverbista. Tenemos que permitir que Cristo habite por la fe en nuestros corazones. Esta es sin duda alguna la explicación de las siguientes enseñanzas bíblicas:
“20 Hijo mío, está atento a mis palabras; Inclina tu oído a mis razones. 21 No se aparten de tus ojos; Guárdalas en medio de tu corazón; 22 Porque son vida a los que las hallan, Y medicina a todo su cuerpo. 23 Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.” (Prov 4:20-23)
“17 No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. 18 Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. 19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. 20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. 21 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” (Rom 12:17-21)
Ahora bien, en esta reflexión pretendemos comenzar a adentrarnos en la habitación de las cosas ocultas. Debemos comenzar señalando que la Biblia trata este tema con intensidad y desde muchos puntos de vista. Por ejemplo, cuando nos percatamos que la acción de ocultar o esconder algo puede ser entendida como una medida cautelar y/o de protección. Un ejemplo de esto lo encontramos en la decisión que tomaron los padres de Moisés para proteger a su hijo.
“23 Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey.” (Heb 11:23)
Este pasaje bíblico ve la acción de ocultar, de esconder, como una medida de protección.
Hay ocasiones en las que la Biblia describe esta acción como una que ha sido motivada por la falsa prudencia, como es el caso que describe el capítulo 25 del Evangelio de Mateo.
“14 Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. 15 A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. 16 Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. 17 Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. 18 Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.” (Mat 25:14-18).
Un elemento común en todos estos casos es el uso de los mismos conceptos griegos: “kruptō” (G2928) y “apokruptō” (G613). Estos conceptos significan secreto, oculto, que no puede ser conocido (Mat 10:26), la acción de esconder. En ocasiones “kruptō” (Mat 25:25) es utilizado para describir lo que guarda en el interior (Rom 2:29), el conocimiento secreto (Rom 2:16; 1 Cor 4:5; 14:25; 2 Cor 4:2) y lo que se guarda en secreto (Mat 6:4, 6; Jn 7:4, 10; 18:20; Rom 2:29). [1]
En otros casos, la acción de esconder es ordenada por Dios para luego hacerla formar parte de una señal de juicio y una lección magistral. Este es el caso que encontramos en el libro del profeta Jeremías:
“4 Toma el cinto que compraste, que está sobre tus lomos, y levántate y vete al Éufrates, y escóndelo allá en la hendidura de una peña. 5 Fui, pues, y lo escondí junto al Éufrates, como Jehová me mandó. 6 Y sucedió que después de muchos días me dijo Jehová: Levántate y vete al Éufrates, y toma de allí el cinto que te mandé esconder allá. 7 Entonces fui al Éufrates, y cavé, y tomé el cinto del lugar donde lo había escondido; y he aquí que el cinto se había podrido; para ninguna cosa era bueno. 8 Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 9 Así ha dicho Jehová: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalén.” (Jer 13:4-9)
Este pasaje bíblico dice que las cosas que se esconden tienden a descomponerse, se pudren. Al hacerlo, pierden todas las capacidades que pudieron haber tenido para ser útiles en algún momento o en alguna función. Este pasaje predica que el cinto que esconde Jeremías representa la arrogancia y la soberbia del pueblo. Esto es, arrogancia y soberbia escondidas, ocultadas por el pueblo. La arrogancia que no se confiesa y la soberbia que no es traída a los pies del Señor producen podredumbre.
Hasta aquí hemos visto ejemplos de la acción de ocultar para proteger, así como de la acción de ocultar para proyectar una actitud o una postura que no es la que realmente existe.
Sabemos que la Biblia también presenta la acción de ocultar algo como algo que es provocado por el sentimiento egoísta de querer retener lo que se tiene. Tal es el caso de la historia de Acán que encontramos en el capítulo siete (7) del libro de Josué. La Biblia dice en esa historia que las acciones secretas de Acán, uno de los miembros de la tribu de Judá (Jos 7:1), habían provocado que el pueblo de Israel fuera derrotado en combate frente a la ciudad de Hai (Jos 7:2-5). En otras palabras, las cosas que escondemos pueden poner en peligro la integridad y el bienestar de los nuestros y de nuestras comunidades. Esta derrota provocó que Josué decidiera buscar el rostro de Dios para recibir del Todopoderoso la explicación de la misma.
“6 Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. 7 Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! 8 ¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? 9 Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?” (Jos 7:6-9).
Hay que señalar que Josué le está echando la culpa Dios y que de igual forma él desconocía lo que Acán había hecho, pero Dios no. El Todopoderoso siempre sabe todo lo que hemos hecho y aquello que tenemos escondido. La Biblia dice que Dios conoce, que revela “lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Dan 2:22). Es entonces que Dios le revela a Josué que las derrotas del pueblo son el producto del pecado escondido, de la desobediencia (el robo), de la mentira, de la rebeldía y de haber ocultado, escondido sus acciones y el producto de estas.
“10 Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? 11 Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. 12 Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros.”
(Jos 7:10-12)
Este es uno de esos ejemplos bíblicos que nos invitan a reflexionar acerca de algunas cosas que experimentamos en la vida que no nos hacen sentido. En ocasiones creemos que Dios es el responsable de lo que nos sucede. No obstante, este pasaje nos invita a mirar hacia adentro, hacia el interior de nuestros corazones. En algunas ocasiones es allí que encontraremos el génesis de estos problemas para los que no encontramos respuestas. Un dato sobresaliente es que este pasaje dice que el anatema robado y escondido nos convierte en anatema. O sea, que terminamos siendo clones de aquello que hemos ocultado. Dios le había dicho al pueblo de Israel que debían ir a la batalla contra sus enemigos, pero que no estaban autorizados a retener nada de lo que encontraran en esos campos de batalla.
“18 Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis.” (Jos 6:18)
En otras palabras, traer esto al campamento del pueblo de Dios atraería “ʽâkar” (H5916), turbación, aflicción, problemas, que todo el pueblo fuera sacudido. Luego de un proceso de investigación y discernimiento (Jos 7:13-18), Josué es dirigido a Acán, el autor de los hechos de rebeldía y desobediencia. La Biblia dice que es entonces que Acán decide confesar su pecado:
“20 Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. 21 Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello.” (Jos 7:20-21)
Resumamos lo que Acán está diciendo. Este hombre había tomado y escondido tres (3) cosas:
un bello manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo (un poco más de una libra) (Jos 7:21, DHH). Hay muchas preguntas que esta historia bíblica nos obliga a formular. Una de ellas tiene que ver con la renuencia de Acán a evitar las derrotas del pueblo. La Biblia dice que las primeras víctimas de esta desobediencia fueron 36 soldados que la milicia de Hai mató en ese conflicto (Jos 7:5). Muchos han postulado que la desobediencia de este hombre debió haber estado acompañada de su incapacidad para discernir los efectos y los resultados que esta desata en los seres humanos. La desobediencia y la rebeldía que se esconden en el corazón son capaces de nublar el entendimiento de cualquier ser humano.
Esta es la única derrota documentada que Israel sufrió durante la conquista de la Tierra prometida. La desobediencia de “un soldado de fila” fue la responsable de esta crisis. Estos dolores fueron causados por la inclinación de alguien motivado por sus ansias de poseer bienes materiales, deslumbrado por las posesiones de la tierra. La inclinación a esconder lo que somos y lo que hacemos puede producir la destrucción y la muerte de otros.
Este hombre llamado Acán, nombre que significa disturbio, problema, valle de los problemas,[2] jamás imaginó las crisis que puede causar un ser humano que camina fuera de la voluntad de Dios, escondiendo lo que es y lo que ha hecho. Como bien ha apuntado el Profesor Warren Wiersbe,[3] no podemos subestimar los resultados que trae consigo la desobediencia. La desobediencia de Abram al marcharse a Egipto, porque había hambre en Canaán, costó la salud y el caos de muchas personas (Gen 12:10-20). La desobediencia de David al realizar un censo del pueblo sin haber consultado al Señor le costó la vida a 70 mil personas (2 Sam 24: 1-25). La desobediencia de Jonás cuando decide irse a Tarsis en vez de obedecer a Dios y marchar a Nínive puso en riesgo la vida de todos los tripulantes y los pasajeros de la nave en la que viajaban (Jonás 1: 1-17).
Algo singular en todas estas historias bíblicas es que todas son provocadas por la inclinación humana de creer que sabemos más que Dios y que podemos actuar sin necesidad de rendirle cuentas. La etiología generalizada, la razón más común por la que esto ocurre, son la soberbia o la amargura. Estos dos (2) son inquilinos que procuran alojarse en el corazón.
El texto bíblico resume la historia de la desobediencia de Acán indicando que esta produjo un final extremadamente triste; le costó la vida a su familia (Jos 7:22-26). El análisis de esto último formará parte de nuestra próxima reflexión.
Mientras tanto, hace falta reiterar que la Biblia nos ofrece el remedio para el génesis de la desobediencia, la medicina divina para extirpar a los inquilinos del corazón que procuran esconderse y conducirnos a la desobediencia. El Apóstol Pablo señala que la medicina celestial es pedir que habite Cristo por la fe en nuestros corazones (Efe 3:17a, RV 1960). No olvidemos lo que nos dice el escritor de la Carta a los Hebreos en un pasaje que ya hemos visitado:
“15 Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;” (Heb 12:15).
Las amarguras y las soberbias pueden producir la contaminación y la destrucción de otros. El remedio para esto sigue siendo Cristo como Señor y como Dueño de nuestros corazones.
[1] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). In Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon (p. 747). Clarendon Press.
[3] Wiersbe, W. W. (1996). Be Strong (pp. 82–94). Victor Books.
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 13)
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
Las habitaciones del corazón han ocupado el centro de nuestras reflexiones más recientes. Algunos de los “inquilinos” que ocupan esas habitaciones son los pensamientos, las actitudes, las emociones, las cosas ocultas y las decisiones. Recordamos a nuestros lectores que estas reflexiones forman parte de nuestro análisis de una de las peticiones paulinas que encontramos en el verso 17 del capítulo tres (3) de la Carta a los Efesios: “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17a, RV 1960).
La reflexión anterior nos permitió expandir el análisis de la habitación de las emociones. Sabemos que este tema es muy intenso y de su faz aparenta ser inagotable. Una muestra de esto lo tenemos en las enseñanzas del libro de los Proverbios. Por un lado, el proverbista nos dice que el ser humano que es iracundo (“chêmâh”, H2534) y perezoso (“ʽâtsêl”, H6102) solo sirve para promover contiendas y para echar a perder el camino, mientras que el de corazón que anida la sabiduría provoca la alegría de sus progenitores (Prov 15:18-20). Es muy interesante que este planteamiento sea seguido, en el próximo capítulo, el 16, por otra advertencia acerca de la ira:
“32 Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” (Prov 16:32, RV 1960)
“Más vale ser paciente que valiente; más vale vencerse uno mismo que conquistar ciudades.” (DHH)
Este acercamiento bíblico presenta estas emociones como un campo de batalla en el que nosotros tenemos la opción de decidir hacer lo que es correcto para poder vencer. Es aún más interesante cuando descubrimos que los próximos capítulos continúan sirviendo como un lienzo (“canvas)” para el manejo de la emoción que llamamos ira.
“11 La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa.”
(Prov 19:11, RV1960)
“11 El necio da rienda suelta a toda su ira, Mas el sabio al fin la sosiega.” (Prov 29:11)
Es obvio que estos ejemplos explican por qué es que este tema parece ser inagotable e insondable. La buena noticia es que la oración paulina nos provee herramientas para poder hacer nuestros los consejos del proverbista. Tenemos que permitir que Cristo habite por la fe en nuestros corazones. Esta es sin duda alguna la explicación de las siguientes enseñanzas bíblicas:
“20 Hijo mío, está atento a mis palabras; Inclina tu oído a mis razones. 21 No se aparten de tus ojos; Guárdalas en medio de tu corazón; 22 Porque son vida a los que las hallan, Y medicina a todo su cuerpo. 23 Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.” (Prov 4:20-23)
“17 No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. 18 Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. 19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. 20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. 21 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” (Rom 12:17-21)
Ahora bien, en esta reflexión pretendemos comenzar a adentrarnos en la habitación de las cosas ocultas. Debemos comenzar señalando que la Biblia trata este tema con intensidad y desde muchos puntos de vista. Por ejemplo, cuando nos percatamos que la acción de ocultar o esconder algo puede ser entendida como una medida cautelar y/o de protección. Un ejemplo de esto lo encontramos en la decisión que tomaron los padres de Moisés para proteger a su hijo.
“23 Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey.” (Heb 11:23)
Este pasaje bíblico ve la acción de ocultar, de esconder, como una medida de protección.
Hay ocasiones en las que la Biblia describe esta acción como una que ha sido motivada por la falsa prudencia, como es el caso que describe el capítulo 25 del Evangelio de Mateo.
“14 Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. 15 A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. 16 Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. 17 Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. 18 Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.” (Mat 25:14-18).
Un elemento común en todos estos casos es el uso de los mismos conceptos griegos: “kruptō” (G2928) y “apokruptō” (G613). Estos conceptos significan secreto, oculto, que no puede ser conocido (Mat 10:26), la acción de esconder. En ocasiones “kruptō” (Mat 25:25) es utilizado para describir lo que guarda en el interior (Rom 2:29), el conocimiento secreto (Rom 2:16; 1 Cor 4:5; 14:25; 2 Cor 4:2) y lo que se guarda en secreto (Mat 6:4, 6; Jn 7:4, 10; 18:20; Rom 2:29). [1]
En otros casos, la acción de esconder es ordenada por Dios para luego hacerla formar parte de una señal de juicio y una lección magistral. Este es el caso que encontramos en el libro del profeta Jeremías:
“4 Toma el cinto que compraste, que está sobre tus lomos, y levántate y vete al Éufrates, y escóndelo allá en la hendidura de una peña. 5 Fui, pues, y lo escondí junto al Éufrates, como Jehová me mandó. 6 Y sucedió que después de muchos días me dijo Jehová: Levántate y vete al Éufrates, y toma de allí el cinto que te mandé esconder allá. 7 Entonces fui al Éufrates, y cavé, y tomé el cinto del lugar donde lo había escondido; y he aquí que el cinto se había podrido; para ninguna cosa era bueno. 8 Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 9 Así ha dicho Jehová: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalén.” (Jer 13:4-9)
Este pasaje bíblico dice que las cosas que se esconden tienden a descomponerse, se pudren. Al hacerlo, pierden todas las capacidades que pudieron haber tenido para ser útiles en algún momento o en alguna función. Este pasaje predica que el cinto que esconde Jeremías representa la arrogancia y la soberbia del pueblo. Esto es, arrogancia y soberbia escondidas, ocultadas por el pueblo. La arrogancia que no se confiesa y la soberbia que no es traída a los pies del Señor producen podredumbre.
Hasta aquí hemos visto ejemplos de la acción de ocultar para proteger, así como de la acción de ocultar para proyectar una actitud o una postura que no es la que realmente existe.
Sabemos que la Biblia también presenta la acción de ocultar algo como algo que es provocado por el sentimiento egoísta de querer retener lo que se tiene. Tal es el caso de la historia de Acán que encontramos en el capítulo siete (7) del libro de Josué. La Biblia dice en esa historia que las acciones secretas de Acán, uno de los miembros de la tribu de Judá (Jos 7:1), habían provocado que el pueblo de Israel fuera derrotado en combate frente a la ciudad de Hai (Jos 7:2-5). En otras palabras, las cosas que escondemos pueden poner en peligro la integridad y el bienestar de los nuestros y de nuestras comunidades. Esta derrota provocó que Josué decidiera buscar el rostro de Dios para recibir del Todopoderoso la explicación de la misma.
“6 Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. 7 Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! 8 ¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? 9 Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?” (Jos 7:6-9).
Hay que señalar que Josué le está echando la culpa Dios y que de igual forma él desconocía lo que Acán había hecho, pero Dios no. El Todopoderoso siempre sabe todo lo que hemos hecho y aquello que tenemos escondido. La Biblia dice que Dios conoce, que revela “lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Dan 2:22). Es entonces que Dios le revela a Josué que las derrotas del pueblo son el producto del pecado escondido, de la desobediencia (el robo), de la mentira, de la rebeldía y de haber ocultado, escondido sus acciones y el producto de estas.
“10 Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? 11 Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. 12 Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros.”
(Jos 7:10-12)
Este es uno de esos ejemplos bíblicos que nos invitan a reflexionar acerca de algunas cosas que experimentamos en la vida que no nos hacen sentido. En ocasiones creemos que Dios es el responsable de lo que nos sucede. No obstante, este pasaje nos invita a mirar hacia adentro, hacia el interior de nuestros corazones. En algunas ocasiones es allí que encontraremos el génesis de estos problemas para los que no encontramos respuestas. Un dato sobresaliente es que este pasaje dice que el anatema robado y escondido nos convierte en anatema. O sea, que terminamos siendo clones de aquello que hemos ocultado. Dios le había dicho al pueblo de Israel que debían ir a la batalla contra sus enemigos, pero que no estaban autorizados a retener nada de lo que encontraran en esos campos de batalla.
“18 Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis.” (Jos 6:18)
En otras palabras, traer esto al campamento del pueblo de Dios atraería “ʽâkar” (H5916), turbación, aflicción, problemas, que todo el pueblo fuera sacudido. Luego de un proceso de investigación y discernimiento (Jos 7:13-18), Josué es dirigido a Acán, el autor de los hechos de rebeldía y desobediencia. La Biblia dice que es entonces que Acán decide confesar su pecado:
“20 Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. 21 Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello.” (Jos 7:20-21)
Resumamos lo que Acán está diciendo. Este hombre había tomado y escondido tres (3) cosas:
un bello manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo (un poco más de una libra) (Jos 7:21, DHH). Hay muchas preguntas que esta historia bíblica nos obliga a formular. Una de ellas tiene que ver con la renuencia de Acán a evitar las derrotas del pueblo. La Biblia dice que las primeras víctimas de esta desobediencia fueron 36 soldados que la milicia de Hai mató en ese conflicto (Jos 7:5). Muchos han postulado que la desobediencia de este hombre debió haber estado acompañada de su incapacidad para discernir los efectos y los resultados que esta desata en los seres humanos. La desobediencia y la rebeldía que se esconden en el corazón son capaces de nublar el entendimiento de cualquier ser humano.
Esta es la única derrota documentada que Israel sufrió durante la conquista de la Tierra prometida. La desobediencia de “un soldado de fila” fue la responsable de esta crisis. Estos dolores fueron causados por la inclinación de alguien motivado por sus ansias de poseer bienes materiales, deslumbrado por las posesiones de la tierra. La inclinación a esconder lo que somos y lo que hacemos puede producir la destrucción y la muerte de otros.
Este hombre llamado Acán, nombre que significa disturbio, problema, valle de los problemas,[2] jamás imaginó las crisis que puede causar un ser humano que camina fuera de la voluntad de Dios, escondiendo lo que es y lo que ha hecho. Como bien ha apuntado el Profesor Warren Wiersbe,[3] no podemos subestimar los resultados que trae consigo la desobediencia. La desobediencia de Abram al marcharse a Egipto, porque había hambre en Canaán, costó la salud y el caos de muchas personas (Gen 12:10-20). La desobediencia de David al realizar un censo del pueblo sin haber consultado al Señor le costó la vida a 70 mil personas (2 Sam 24: 1-25). La desobediencia de Jonás cuando decide irse a Tarsis en vez de obedecer a Dios y marchar a Nínive puso en riesgo la vida de todos los tripulantes y los pasajeros de la nave en la que viajaban (Jonás 1: 1-17).
Algo singular en todas estas historias bíblicas es que todas son provocadas por la inclinación humana de creer que sabemos más que Dios y que podemos actuar sin necesidad de rendirle cuentas. La etiología generalizada, la razón más común por la que esto ocurre, son la soberbia o la amargura. Estos dos (2) son inquilinos que procuran alojarse en el corazón.
El texto bíblico resume la historia de la desobediencia de Acán indicando que esta produjo un final extremadamente triste; le costó la vida a su familia (Jos 7:22-26). El análisis de esto último formará parte de nuestra próxima reflexión.
Mientras tanto, hace falta reiterar que la Biblia nos ofrece el remedio para el génesis de la desobediencia, la medicina divina para extirpar a los inquilinos del corazón que procuran esconderse y conducirnos a la desobediencia. El Apóstol Pablo señala que la medicina celestial es pedir que habite Cristo por la fe en nuestros corazones (Efe 3:17a, RV 1960). No olvidemos lo que nos dice el escritor de la Carta a los Hebreos en un pasaje que ya hemos visitado:
“15 Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;” (Heb 12:15).
Las amarguras y las soberbias pueden producir la contaminación y la destrucción de otros. El remedio para esto sigue siendo Cristo como Señor y como Dueño de nuestros corazones.
[1] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). In Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon (p. 747). Clarendon Press.
[3] Wiersbe, W. W. (1996). Be Strong (pp. 82–94). Victor Books.
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