November 6th, 2022
873 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 6 de noviembre 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 14)
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
La reflexión anterior nos permitió iniciar el análisis de la habitación del corazón en la que residen las cosas ocultas y escondidas. Nuestro análisis inicial nos permitió observar que en ocasiones la Biblia trata la acción de ocultar o esconder algo como una medida cautelar y/o de protección, como en el caso de los padres de Moisés (Heb 11:23). Hay un dato que no analizamos en esa reflexión. Se trata de que cómo es definido el concepto griego que más se utiliza para describir lo que está oculto o escondido, “kruptō” (G2928); particularmente en el mundo previo a la composición del Nuevo Testamento. Las fuentes académicas consultadas señalan que entre otras cosas, este concepto era utilizado para describir las cosas que se esconden para que nadie las utilice y para describir aquellas que nos avergüenzan.[1]
Esta debió ser unas de las razones por las que Pablo decidió utilizar este concepto para ofrecer el siguiente consejo a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso:
“11 No participen de los actos sin fruto que se hacen en la oscuridad, más bien desenmascárenlos, 12 pues hasta da vergüenza hablar de lo que esa gente hace a escondidas.” (Efe 5:11-12, PDT)
En otras palabras, el consejo paulino es no participar con aquellos que le tienen miedo a la luz a causa de las cosas que llevan escondidas en sus corazones. Estas personas se inclinan a esconderse de su Juez, Aquél ante el cual tenemos que rendir cuentas (2 Cor 5:10). Estos datos también debieron ser la motivación que el Espíritu Santo utilizó con el Apóstol Pablo para llevarle a describir quién es en realidad un judío:
“28 Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; 29 sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios.” (Rom 2:28-29).
En otras palabras, que la verdadera circuncisión es aquella que se realiza en el corazón. Dicho de otra manera, en el lugar en el que se encuentran las habitaciones que hemos estado analizando en estas reflexiones. Esta enseñanza es cónsona con lo antes dicho por el profeta Jeremías, siglos antes de que Cristo muriera en la cruz del Calvario.
“33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” (Jer 31:33)
Un reclamo similar es el que formula el Apóstol Pedro cuando describe cómo debe ser evaluada la belleza de la esposa de un creyente:
“3 Que su belleza no venga de los adornos externos, como peinados exagerados, joyas de oro o ropa fina. 4 Su belleza debe venir del corazón, del interior de su ser, porque la belleza que no se echa a perder es la de un espíritu suave y tranquilo, valioso ante los ojos de Dios.” (1 Ped 3:3-4, PDT)
Estos versos bíblicos poseen varias aplicaciones. Una de esta es que el corazón de esa mujer es transparente. Es esta cualidad la que permite disfrutar de un espíritu suave y tranquilo. Ahora bien, este requisito no se circunscribe a las féminas. Los varones también necesitamos exhibir un corazón transparente.
La fuente académica que acabamos de citar, el Diccionario del Nuevo Testamento conocido como Kittle, añade en sus análisis unos datos muy interesantes acerca del concepto griego “kruptō” (G2928): escondido. Se trata de sus usos en las leyendas relacionadas al sepulcro de los hijos de Medea cerca de la calle Scyon en la ciudad de Corinto. La leyenda dice que Medea llevó a sus hijos al templo de Hera para esconderlos allí, con la esperanza de que estos se convirtieran en inmortales. Esta leyenda revela que Medea termina sacrificando a sus hijos en ese santuario y los coloca en un lugar en donde ningún enemigo jamás podría perturbar sus descansos. Algo similar sucede con Rhesos en Pangaión, un héroe que murió antes de las batallas en Troya. Su madre, que la leyenda identifica como una Musa, lo esconde allí al sepultarlo. ¿Su propósito? El mismo que el de Medea: que su hijo pudiera convertirse en un inmortal.
¿Cuál es una de las enseñanzas detrás de estas leyendas? Una de las enseñanzas es que aquello con lo que hacemos “kruptō”, que escondemos, en muchos sentidos es colocado en un lugar entre los dioses.[2] En otras palabras, que le concedemos un estatus de divinidad en el lugar en el que lo escondemos y que lo escondemos para que esté entre los dioses que habitan en ese lugar. El centro de nuestra reflexión anterior fue dedicado al análisis de esto último. Lo hicimos partiendo de las aseveraciones que hace el profeta Jeremías acerca de lo que sucede cuando escondemos la soberbia y la arrogancia (Jer 13:4-9).
“Este pasaje bíblico dice que las cosas que se esconden tienden a descomponerse, se pudren. Al hacerlo, pierden todas las capacidades que pudieron haber tenido para ser útiles en algún momento o en alguna función. Este pasaje predica que el cinto que esconde Jeremías representa la arrogancia y la soberbia del pueblo. Esto es, arrogancia y soberbia escondidas, ocultadas por el pueblo. La arrogancia que no se confiesa y la soberbia que no es traída a los pies del Señor producen podredumbre.”
Fue desde estas aseveraciones que comenzamos a analizar la historia de Acán (Jos 7:1-26).
Este pasaje bíblico narra la historia de un hombre llamado Acán y la vinculación que poseen sus acciones con las derrotas y las crisis que experimentó su familia inmediata así como todo el pueblo de Israel. Sabemos que Acán conocía las instrucciones que Dios había impartido para la conquista de la ciudad amurallada de Jericó.
“18 En cuanto a ustedes, cuídense de no tomar ni tocar nada de lo que hay en la ciudad y que el Señor ha consagrado a la destrucción, pues de lo contrario pondrán bajo maldición el campamento de Israel y le acarrearán la desgracia. 19 Pero el oro y la plata, y todas las cosas de bronce y de hierro, serán dedicadas al Señor, y se pondrán en su tesoro.” (Jos 6:18-19, DHH)
Acán sabía que no se podía adueñar de estas cosas. Aun así, este hombre decidió retener y esconder un manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo (Jos 7:21, DHH). En otras palabras, Acán desobedeció a Dios.
Hay mucho más que desobediencia en esas acciones. Las acciones de Acán revelan el lugar que Dios poseía en el corazón de este hombre. Para comenzar, Acán no respetaba la autoridad de Dios. Las instrucciones recibidas fueron vistas por él como las palabras que proclama cualquier persona común y corriente. O sea, que estas carecían de autoridad y que él podía determinar si las obedecía o no. Esto implica creer que Dios está equivocado y que no quería compartir los tesoros con Su pueblo.
Al mismo tiempo, Acán no creía en la omnisciencia de Dios. Este hombre no creía que Dios sabía y que veía todas las cosas. La descripción de Dios como uno cuyos ojos están en todas partes (Prov 15:3) no formaba parte de la base de datos de su corazón. La afirmación de que Dios conoce los corazones (Hch 15:8) no formaba parte del ensamblaje teológico de su alma. Es por esto que decide esconder lo que robó, porque no creía que Dios sabía lo que él había hecho y en dónde lo había puesto. Acán creía que podía hacer lo que quisiera y Dios no se enteraría. Su peor momento fue que no se murió inmediatamente después de haber cometido el acto de desobediencia y rebeldía. Esto reforzó los venenos que tenía en su corazón. Acán le robó a Dios. Las instrucciones eran precisas: “19 Pero el oro y la plata, y todas las cosas de bronce y de hierro, serán dedicadas al Señor, y se pondrán en su tesoro.” (Jos 6:19). Si este hombre se atreve robarle a Dios es porque no creía en la justicia de Dios. Es por esto que podía robarle a Dios. Esto implica la afirmación de que para Acán Dios no podía ser bueno, tampoco todopoderoso. No era bueno porque no compartía los tesoros con Su pueblo y no podía ser todopoderoso porque Acán creía que podía hacer lo que quisiera porque Dios no haría nada al respecto.
Todas estas reacciones son comunes, son las mismas que encontraremos en todas las historias bíblicas acerca de aquellas personas que le fallaron a Dios. Veamos algunos ejemplos de esto. El ángel de luz que se convierte en Satanás no creía en la autoridad de Dios porque pretendía ser como el Todopoderoso (Isa 14:12-15). Lucifer no respetaba la autoridad de Dios. Ese ángel tampoco creía en la omnisciencia de Dios, porque no creía que Dios sabía lo que él estaba maquinando y poniendo en acción. Esto implica creer que Dios está equivocado y que no quería compartir su lugar de preeminencia. Lucifer no creía en la justicia de Dios y creía que Dios no haría nada al respecto de lo que este ángel estaba haciendo.
Adán y Eva cayeron en el mismo juego. Las tentaciones en el Huerto de Edén (Gen 3:1-24) fueron las mismas. Dios no es bueno, porque no quiere que ustedes coman de todos los árboles. Dios no es Dios porque no les ha dicho toda la verdad; no se van a morir. Ustedes pueden ser como Dios; solo les hace falta desobedecerlo. La invitación a comer del árbol es la invitación a desafiar la autoridad de Dios. La invitación a comer del árbol es la invitación a afirmar que Dios no es omnisciente. La invitación a comer del árbol es la invitación a intentar cancelar la justicia de Dios. El Todopoderoso no haría nada al respecto de la desobediencia de la primera pareja de seres humanos. Caín vive unas experiencias similares (Gen 4:1-26). La reflexión de El Heraldo del 31 de octubre de 2010 recogía las siguientes aseveraciones acerca de este personaje bíblico:
“En nuestra reflexión anterior postulamos que la adoración que genera conflictos es aquella que no es buena. Esto es, la que no genera o produce transformación en nosotros; la que no nos acerca más a la meta divina. En esa reflexión nos preguntamos lo siguiente: ¿qué cosas pueden impedir que la adoración pueda ser buena? La respuesta a esta pregunta es una que está compuesta de cuatro elementos a saber:
Esta reflexión es dedicada al análisis del primero de estos elementos:
Cuando mi concepto de Dios no es correcto (dignidad de Dios)
¿Qué sucede cuando mi concepto de Dios no es el correcto? La respuesta bíblica más exquisita para esta pregunta la encontramos en el análisis de los modelos de Caín (Gen 4:1-15) y el modelo de Judas Iscariote. No creo que haya duda alguna de que estos “señores” nos proveen infinidad de pistas abiertas sobre conflictos en la adoración.
El primero, un modelo muy complicado, se simplifica cuando es analizado desde la perspectiva y el concepto que Caín parece tener de Dios. De la lectura inicial de Génesis 4 se desprende que Caín parece hablar con Dios con regularidad, al mismo tiempo que no parece prestarle mucha atención a lo que Dios dice. Esto lo sabemos al leer que Dios le aconseja cuando aún el pecado estaba a la puerta de su corazón (Gen 4:6-7) y él decide hacer caso omiso al consejo de Dios. En adición a esto, Caín nos muestra un concepto de Dios que es aberrante. Lo sabemos al leer la pregunta que Dios le formula una vez se ha consumado el asesinato de Abel su hermano y la respuesta que Caín ofrece (Gen 4:9). Esa respuesta implica que Caín cree que Dios no sabe (omnisciencia de Dios), que a Dios se le puede mentir (santidad de Dios), que a Dios no le importa lo que él ha hecho (justicia de Dios) y que Dios no hará nada al respecto (Señorío-Juicio de Dios). ¿Puede Dios recibir la adoración de alguien que posee este concepto de Dios? ¿Puede Dios aceptar las ofrendas de alguien que no reconoce la omnisciencia, la santidad, la justicia y el señorío de nuestro Dios? La respuesta es obvia. Sabiendo que Dios sí sabe, que a Dios no se le puede mentir, que a Dios sí le importa y que Dios sí hará algo al respecto, Dios no aceptará esa ofrenda. Pero hay más: este concepto de Dios desata un conflicto mayor; el fratricidio.”
Podemos continuar ofreciendo ejemplos bíblicos, pero creemos que esta muestra es más que elocuente. Hay que añadir a esto que todas estas reacciones poseen un denominador común:
“19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mateo 15:19, RV 1960)
El precio que Lucifer pagó es evidente. Fue destituido de su lugar ante la presencia del Eterno y le espera la condenación eterna porque se enalteció su corazón y puso su corazón como corazón de Dios (Eze 28:2-3). El precio que pagaron Adán y Eva nosotros lo hemos seguido pagando: “23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Rom 3:23). El precio que Acán pagó por su rebeldía fue muy duro: su familia pereció con él.
Es obvio que las historias bíblicas destacan que aquellas cosas que escondemos en el corazón acarrean resultados nocivos y destructivos. Estas cosas se pudren y provocan resultados nefastos tanto para aquellos que las guardan, así como para sus semejantes y para el pueblo. Es obvio que las cosas que escondemos en el corazón se convierten en tipos de dioses o vienen a ocupar lugares que le corresponden a Dios. Esta es la fuente primordial que produce estas tragedias. No se trata de que Dios nos castiga. Se trata de que nosotros decidimos escoger servir a otros dioses y el Todopoderoso tiene que respetar nuestras decisiones.
Hay personas que viven la vida y toman decisiones sin percatarse de que las cosas escondidas que llevan en sus corazones les impiden ver la realidad. Sus acciones predican que viven cuestionando o retando la autoridad de Dios, eliminando la posibilidad de que la omnisciencia de Dios tenga algo que decir en esos procesos, y peor aún: que Dios no tiene nada que decir o hacer al respecto. Esto sucede porque las cosas escondidas en nuestros corazones se han convertido o han ocupado el lugar que sólo le pertenece a Dios. Estas conductas son mucho más severas cuando las voces de esos dioses se confunden con la voz de Dios. Es allí que encontramos a creyentes afirmando que Dios les ha dicho esto y aquello, cuando la realidad es que sus conductas y sus decisiones no son cónsonas con lo que enseña la Palabra Sagrada.
Cerramos esta reflexión considerando un modelo bíblico que debemos emular; el del rey David.
“4 Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. 5 He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. 6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. 7 Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. 8 Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. 9 Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. 11 No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. 12 Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente. 13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti. 14 Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia. 15 Señor, abre mis labios, Y publicará mi boca tu alabanza. 16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. 17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal 51:4-17)
Esta es la oración que Dios espera de nosotros y estas son las actitudes y las emociones que Él quiere que cultivemos. Es por esto que el Apóstol Pablo pide que “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17a, RV 1960).
[1] κρύπτω, ἀποκρύπτω, κρυπτός, κρυφαῖος, κρυφῇ, κρύπτη, ἀπόκρυφος (krupto, apokrupto, kruptós, kruphaios, kruphē, krúpte, apókuphos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, pp. 957–1000), Eerdmans.
[2] Oepke, A., & Meyer, R. (1964–). Op. cit.
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 14)
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
La reflexión anterior nos permitió iniciar el análisis de la habitación del corazón en la que residen las cosas ocultas y escondidas. Nuestro análisis inicial nos permitió observar que en ocasiones la Biblia trata la acción de ocultar o esconder algo como una medida cautelar y/o de protección, como en el caso de los padres de Moisés (Heb 11:23). Hay un dato que no analizamos en esa reflexión. Se trata de que cómo es definido el concepto griego que más se utiliza para describir lo que está oculto o escondido, “kruptō” (G2928); particularmente en el mundo previo a la composición del Nuevo Testamento. Las fuentes académicas consultadas señalan que entre otras cosas, este concepto era utilizado para describir las cosas que se esconden para que nadie las utilice y para describir aquellas que nos avergüenzan.[1]
Esta debió ser unas de las razones por las que Pablo decidió utilizar este concepto para ofrecer el siguiente consejo a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso:
“11 No participen de los actos sin fruto que se hacen en la oscuridad, más bien desenmascárenlos, 12 pues hasta da vergüenza hablar de lo que esa gente hace a escondidas.” (Efe 5:11-12, PDT)
En otras palabras, el consejo paulino es no participar con aquellos que le tienen miedo a la luz a causa de las cosas que llevan escondidas en sus corazones. Estas personas se inclinan a esconderse de su Juez, Aquél ante el cual tenemos que rendir cuentas (2 Cor 5:10). Estos datos también debieron ser la motivación que el Espíritu Santo utilizó con el Apóstol Pablo para llevarle a describir quién es en realidad un judío:
“28 Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; 29 sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios.” (Rom 2:28-29).
En otras palabras, que la verdadera circuncisión es aquella que se realiza en el corazón. Dicho de otra manera, en el lugar en el que se encuentran las habitaciones que hemos estado analizando en estas reflexiones. Esta enseñanza es cónsona con lo antes dicho por el profeta Jeremías, siglos antes de que Cristo muriera en la cruz del Calvario.
“33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” (Jer 31:33)
Un reclamo similar es el que formula el Apóstol Pedro cuando describe cómo debe ser evaluada la belleza de la esposa de un creyente:
“3 Que su belleza no venga de los adornos externos, como peinados exagerados, joyas de oro o ropa fina. 4 Su belleza debe venir del corazón, del interior de su ser, porque la belleza que no se echa a perder es la de un espíritu suave y tranquilo, valioso ante los ojos de Dios.” (1 Ped 3:3-4, PDT)
Estos versos bíblicos poseen varias aplicaciones. Una de esta es que el corazón de esa mujer es transparente. Es esta cualidad la que permite disfrutar de un espíritu suave y tranquilo. Ahora bien, este requisito no se circunscribe a las féminas. Los varones también necesitamos exhibir un corazón transparente.
La fuente académica que acabamos de citar, el Diccionario del Nuevo Testamento conocido como Kittle, añade en sus análisis unos datos muy interesantes acerca del concepto griego “kruptō” (G2928): escondido. Se trata de sus usos en las leyendas relacionadas al sepulcro de los hijos de Medea cerca de la calle Scyon en la ciudad de Corinto. La leyenda dice que Medea llevó a sus hijos al templo de Hera para esconderlos allí, con la esperanza de que estos se convirtieran en inmortales. Esta leyenda revela que Medea termina sacrificando a sus hijos en ese santuario y los coloca en un lugar en donde ningún enemigo jamás podría perturbar sus descansos. Algo similar sucede con Rhesos en Pangaión, un héroe que murió antes de las batallas en Troya. Su madre, que la leyenda identifica como una Musa, lo esconde allí al sepultarlo. ¿Su propósito? El mismo que el de Medea: que su hijo pudiera convertirse en un inmortal.
¿Cuál es una de las enseñanzas detrás de estas leyendas? Una de las enseñanzas es que aquello con lo que hacemos “kruptō”, que escondemos, en muchos sentidos es colocado en un lugar entre los dioses.[2] En otras palabras, que le concedemos un estatus de divinidad en el lugar en el que lo escondemos y que lo escondemos para que esté entre los dioses que habitan en ese lugar. El centro de nuestra reflexión anterior fue dedicado al análisis de esto último. Lo hicimos partiendo de las aseveraciones que hace el profeta Jeremías acerca de lo que sucede cuando escondemos la soberbia y la arrogancia (Jer 13:4-9).
“Este pasaje bíblico dice que las cosas que se esconden tienden a descomponerse, se pudren. Al hacerlo, pierden todas las capacidades que pudieron haber tenido para ser útiles en algún momento o en alguna función. Este pasaje predica que el cinto que esconde Jeremías representa la arrogancia y la soberbia del pueblo. Esto es, arrogancia y soberbia escondidas, ocultadas por el pueblo. La arrogancia que no se confiesa y la soberbia que no es traída a los pies del Señor producen podredumbre.”
Fue desde estas aseveraciones que comenzamos a analizar la historia de Acán (Jos 7:1-26).
Este pasaje bíblico narra la historia de un hombre llamado Acán y la vinculación que poseen sus acciones con las derrotas y las crisis que experimentó su familia inmediata así como todo el pueblo de Israel. Sabemos que Acán conocía las instrucciones que Dios había impartido para la conquista de la ciudad amurallada de Jericó.
“18 En cuanto a ustedes, cuídense de no tomar ni tocar nada de lo que hay en la ciudad y que el Señor ha consagrado a la destrucción, pues de lo contrario pondrán bajo maldición el campamento de Israel y le acarrearán la desgracia. 19 Pero el oro y la plata, y todas las cosas de bronce y de hierro, serán dedicadas al Señor, y se pondrán en su tesoro.” (Jos 6:18-19, DHH)
Acán sabía que no se podía adueñar de estas cosas. Aun así, este hombre decidió retener y esconder un manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo (Jos 7:21, DHH). En otras palabras, Acán desobedeció a Dios.
Hay mucho más que desobediencia en esas acciones. Las acciones de Acán revelan el lugar que Dios poseía en el corazón de este hombre. Para comenzar, Acán no respetaba la autoridad de Dios. Las instrucciones recibidas fueron vistas por él como las palabras que proclama cualquier persona común y corriente. O sea, que estas carecían de autoridad y que él podía determinar si las obedecía o no. Esto implica creer que Dios está equivocado y que no quería compartir los tesoros con Su pueblo.
Al mismo tiempo, Acán no creía en la omnisciencia de Dios. Este hombre no creía que Dios sabía y que veía todas las cosas. La descripción de Dios como uno cuyos ojos están en todas partes (Prov 15:3) no formaba parte de la base de datos de su corazón. La afirmación de que Dios conoce los corazones (Hch 15:8) no formaba parte del ensamblaje teológico de su alma. Es por esto que decide esconder lo que robó, porque no creía que Dios sabía lo que él había hecho y en dónde lo había puesto. Acán creía que podía hacer lo que quisiera y Dios no se enteraría. Su peor momento fue que no se murió inmediatamente después de haber cometido el acto de desobediencia y rebeldía. Esto reforzó los venenos que tenía en su corazón. Acán le robó a Dios. Las instrucciones eran precisas: “19 Pero el oro y la plata, y todas las cosas de bronce y de hierro, serán dedicadas al Señor, y se pondrán en su tesoro.” (Jos 6:19). Si este hombre se atreve robarle a Dios es porque no creía en la justicia de Dios. Es por esto que podía robarle a Dios. Esto implica la afirmación de que para Acán Dios no podía ser bueno, tampoco todopoderoso. No era bueno porque no compartía los tesoros con Su pueblo y no podía ser todopoderoso porque Acán creía que podía hacer lo que quisiera porque Dios no haría nada al respecto.
Todas estas reacciones son comunes, son las mismas que encontraremos en todas las historias bíblicas acerca de aquellas personas que le fallaron a Dios. Veamos algunos ejemplos de esto. El ángel de luz que se convierte en Satanás no creía en la autoridad de Dios porque pretendía ser como el Todopoderoso (Isa 14:12-15). Lucifer no respetaba la autoridad de Dios. Ese ángel tampoco creía en la omnisciencia de Dios, porque no creía que Dios sabía lo que él estaba maquinando y poniendo en acción. Esto implica creer que Dios está equivocado y que no quería compartir su lugar de preeminencia. Lucifer no creía en la justicia de Dios y creía que Dios no haría nada al respecto de lo que este ángel estaba haciendo.
Adán y Eva cayeron en el mismo juego. Las tentaciones en el Huerto de Edén (Gen 3:1-24) fueron las mismas. Dios no es bueno, porque no quiere que ustedes coman de todos los árboles. Dios no es Dios porque no les ha dicho toda la verdad; no se van a morir. Ustedes pueden ser como Dios; solo les hace falta desobedecerlo. La invitación a comer del árbol es la invitación a desafiar la autoridad de Dios. La invitación a comer del árbol es la invitación a afirmar que Dios no es omnisciente. La invitación a comer del árbol es la invitación a intentar cancelar la justicia de Dios. El Todopoderoso no haría nada al respecto de la desobediencia de la primera pareja de seres humanos. Caín vive unas experiencias similares (Gen 4:1-26). La reflexión de El Heraldo del 31 de octubre de 2010 recogía las siguientes aseveraciones acerca de este personaje bíblico:
“En nuestra reflexión anterior postulamos que la adoración que genera conflictos es aquella que no es buena. Esto es, la que no genera o produce transformación en nosotros; la que no nos acerca más a la meta divina. En esa reflexión nos preguntamos lo siguiente: ¿qué cosas pueden impedir que la adoración pueda ser buena? La respuesta a esta pregunta es una que está compuesta de cuatro elementos a saber:
- Cuando mi concepto de Dios no es correcto (dignidad de Dios)
- Cuando Dios ha dejado de asombrarme (fascinación)
- Cuando no tengo hambre y/o sed de Dios (entrega)
- Cuando mi razón parece ser superior a Dios (confianza)
Esta reflexión es dedicada al análisis del primero de estos elementos:
Cuando mi concepto de Dios no es correcto (dignidad de Dios)
¿Qué sucede cuando mi concepto de Dios no es el correcto? La respuesta bíblica más exquisita para esta pregunta la encontramos en el análisis de los modelos de Caín (Gen 4:1-15) y el modelo de Judas Iscariote. No creo que haya duda alguna de que estos “señores” nos proveen infinidad de pistas abiertas sobre conflictos en la adoración.
El primero, un modelo muy complicado, se simplifica cuando es analizado desde la perspectiva y el concepto que Caín parece tener de Dios. De la lectura inicial de Génesis 4 se desprende que Caín parece hablar con Dios con regularidad, al mismo tiempo que no parece prestarle mucha atención a lo que Dios dice. Esto lo sabemos al leer que Dios le aconseja cuando aún el pecado estaba a la puerta de su corazón (Gen 4:6-7) y él decide hacer caso omiso al consejo de Dios. En adición a esto, Caín nos muestra un concepto de Dios que es aberrante. Lo sabemos al leer la pregunta que Dios le formula una vez se ha consumado el asesinato de Abel su hermano y la respuesta que Caín ofrece (Gen 4:9). Esa respuesta implica que Caín cree que Dios no sabe (omnisciencia de Dios), que a Dios se le puede mentir (santidad de Dios), que a Dios no le importa lo que él ha hecho (justicia de Dios) y que Dios no hará nada al respecto (Señorío-Juicio de Dios). ¿Puede Dios recibir la adoración de alguien que posee este concepto de Dios? ¿Puede Dios aceptar las ofrendas de alguien que no reconoce la omnisciencia, la santidad, la justicia y el señorío de nuestro Dios? La respuesta es obvia. Sabiendo que Dios sí sabe, que a Dios no se le puede mentir, que a Dios sí le importa y que Dios sí hará algo al respecto, Dios no aceptará esa ofrenda. Pero hay más: este concepto de Dios desata un conflicto mayor; el fratricidio.”
Podemos continuar ofreciendo ejemplos bíblicos, pero creemos que esta muestra es más que elocuente. Hay que añadir a esto que todas estas reacciones poseen un denominador común:
“19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mateo 15:19, RV 1960)
El precio que Lucifer pagó es evidente. Fue destituido de su lugar ante la presencia del Eterno y le espera la condenación eterna porque se enalteció su corazón y puso su corazón como corazón de Dios (Eze 28:2-3). El precio que pagaron Adán y Eva nosotros lo hemos seguido pagando: “23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” (Rom 3:23). El precio que Acán pagó por su rebeldía fue muy duro: su familia pereció con él.
Es obvio que las historias bíblicas destacan que aquellas cosas que escondemos en el corazón acarrean resultados nocivos y destructivos. Estas cosas se pudren y provocan resultados nefastos tanto para aquellos que las guardan, así como para sus semejantes y para el pueblo. Es obvio que las cosas que escondemos en el corazón se convierten en tipos de dioses o vienen a ocupar lugares que le corresponden a Dios. Esta es la fuente primordial que produce estas tragedias. No se trata de que Dios nos castiga. Se trata de que nosotros decidimos escoger servir a otros dioses y el Todopoderoso tiene que respetar nuestras decisiones.
Hay personas que viven la vida y toman decisiones sin percatarse de que las cosas escondidas que llevan en sus corazones les impiden ver la realidad. Sus acciones predican que viven cuestionando o retando la autoridad de Dios, eliminando la posibilidad de que la omnisciencia de Dios tenga algo que decir en esos procesos, y peor aún: que Dios no tiene nada que decir o hacer al respecto. Esto sucede porque las cosas escondidas en nuestros corazones se han convertido o han ocupado el lugar que sólo le pertenece a Dios. Estas conductas son mucho más severas cuando las voces de esos dioses se confunden con la voz de Dios. Es allí que encontramos a creyentes afirmando que Dios les ha dicho esto y aquello, cuando la realidad es que sus conductas y sus decisiones no son cónsonas con lo que enseña la Palabra Sagrada.
Cerramos esta reflexión considerando un modelo bíblico que debemos emular; el del rey David.
“4 Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. 5 He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. 6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. 7 Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. 8 Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. 9 Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. 11 No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. 12 Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente. 13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti. 14 Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia. 15 Señor, abre mis labios, Y publicará mi boca tu alabanza. 16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. 17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal 51:4-17)
Esta es la oración que Dios espera de nosotros y estas son las actitudes y las emociones que Él quiere que cultivemos. Es por esto que el Apóstol Pablo pide que “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17a, RV 1960).
[1] κρύπτω, ἀποκρύπτω, κρυπτός, κρυφαῖος, κρυφῇ, κρύπτη, ἀπόκρυφος (krupto, apokrupto, kruptós, kruphaios, kruphē, krúpte, apókuphos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, pp. 957–1000), Eerdmans.
[2] Oepke, A., & Meyer, R. (1964–). Op. cit.
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