Reflexiones de Esperanza: Es Navidad

Es un secreto a voces que la época de la Navidad es una de las más bellas, sino la más bella de todas las épocas del año. Es bella por su música, por los colores festivos que la enmarcan y las decoraciones que utilizamos para distinguirla de todas las demás fiestas [1].  Es mucho más bella por el ambiente que se respira en ella. La franca camaradería, los regalos que se obsequian por doquier, las invitaciones a compartir en la mesa de otras familias, son solo algunas de las cosas que la distinguen.

Pero el detalle que hace de la Navidad una fiesta sin par es sin duda alguna el hecho de que en ella celebramos el nacimiento del Niño Dios. Si Jesús nació o no en esa fecha (estamos seguros de que no nació en ella) no es tan importante como saber que nos hemos puesto de acuerdo para celebrar su nacimiento. En otras palabras, la Navidad es el cumpleaños del Niño de Belén. Es muy cierto que Jesucristo nunca celebró su onomástico, pero eso no impide que pecadores salvados por su sangre derramada en el Calvario decidamos hacerlo como una muestra de gratitud y felicidad.

El nacimiento del Niño Dios tenía que estar precedido y matizado por anuncios y proezas inigualables. Si los nacimientos de hombres como Sansón (Jueces 13:5) y Jeremías (Jer 1:5) lo estuvieron; ¿por qué no el del Salvador del mundo? El Verbo de Dios, Aquél que se encarnó, que hizo ver a los ciegos, caminó sobre las aguas, multiplicó panes y peces, convirtió el agua en vino, resucitó a Lázaro, resucitó a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naín, venció la muerte y la tumba, merecía un nacimiento sin precedentes. Sobre todo, cuando recordamos que el niño que nació en el pesebre es el mismo Dios desde la eternidad y hasta la eternidad.

Un dato sobresaliente es que el Dios Eterno decidió nacer en una cuna humilde en Belén.

Los padres de la Iglesia trataron con esto de muchas maneras. Por ejemplo: San Atanasio postulaba en el 4to siglo de la era Cristiana que la redención podía ser definida como la capacidad para participar de la naturaleza divina (1 Ped 1:4). Atanasio señalaba que el origen de esto sería inicialmente posible a base de la capacidad que se le había conferido al ser humano para que pudiera razonar (esta es la definición griega del ser humano que está envuelto e involucrado en la razón por su relación con Dios). Según Atanasio el ser humano fue creado para participar de la naturaleza divina en el “logos” divino. Luego argumentaba que el ser humano había perdido esa capacidad por el pecado y que solo a través de la cruz de Cristo se podía resolver ese dilema. Esa solución tendría la necesidad de un comienzo, de un inicio; el pesebre de Belén.

Se ha señalado que otro “querendón” de la cristiandad, Francisco de Asís procuraba celebrar la pasión y la resurrección de Jesús pero sin dejar de destacar “las Tres C;” Cristo en la Cuna y en la Cruz (“Christ in the Crib and Christ in the Cross”). Para él no había manera de separar la encarnación de la crucifixión, ni la crucifixión de la encarnación. Estas dos, unidas a la resurrección son las tres piezas vitales del plan de redención. Esto es para que no olvidemos que todo esto comenzó con la Navidad del Salvador del mundo; con su nacimiento.

Un poco más adelante, Karl Barth decía que en la Navidad la dimensión divina irrumpió en la “crisis” de la dimensión humana. Él decía que Dios interrumpe con su misma presencia (consigo mismo) el fluir de la historia, sin importarle nuestra capacidad para entender cómo lo hace. Esto es así porque lo más relevante para Dios no es que sepamos cómo lo hizo, sino que lo hizo para darnos vida y salvación. Después de todo, decía Barth, sólo Dios puede ser responsable de su revelación.

Un dato interesantísimo es que aquí él destaca lo dicho por Dios en el huerto del Edén (Gn 3:15); la simiente que habría de derrotar a la serpiente antigua no es la que sale del hombre sino la que sale de la mujer. Con esto da a entender que el misterio de la Encarnación divina no necesitaría de la participación de un hombre. Esto es, Dios se encarnó en el vientre de la virgen sin que ella necesitara conocer a su marido. El propósito de ese análisis no es el de considerar a una como superior al otro (en otras palabras, no es una justificación de la “mariología” ni de la “mariolatría”). El propósito de esto, para Barth, es que la figura de María es un símbolo dentro de la revelación. Ella es una señal y un testimonio de la aceptación de la revelación de la Gracia de Dios. Ella forma parte del cumplimiento de la profecía que aparece en ese capítulo del libro de Génesis.

El Dios que se revela naciendo en la Navidad es considerado entonces el Dios que se revela en la historia (de la teología de Wolfhart Pannenberg). Esta declaración pone sobre los hombros de la Navidad un peso extraordinario; Dios está interesado en la historia del ser humano. Siendo esto así, entonces la historia de la humanidad cobra otro sentido desde la Navidad. Esta dejó de ser una simple concatenación de eventos arreglados en una línea de espacio y tiempo. Desde la Navidad, la historia de la humanidad se ha convertido en el campo de acción de Dios. Esto es, Dios dirigiendo la historia de la humanidad hasta llevarnos a donde él quiere.

¿No le parece que esto es maravilloso? No viviremos para hacer de nuestra historia lo que nos parezca. Dios se ha insertado en la historia del hombre y con esto ha decidido tener la última palabra en ella. Y todo esto comenzó en Navidad.

En este mes celebraremos la Nochebuena: la víspera de la Navidad. Luego de eso, Navidad y Año Nuevo. Es nuestro deseo que cada familia de la Iglesia y de nuestra bendita Isla pueda tomar un instante para reflexionar sobre lo que significa la Navidad. Sí, que lo hagamos y que tomemos unos minutos para dar gracias a Dios por haberse insertado en la historia; en tu historia, en la mía, en las historias de nuestras familias. Sí, que la participación de Dios en la historia toma un giro imposible de alterar desde la Navidad, y ese es el regalo más grande que aspiramos tener.

Sé que al hacerlo tendremos la oportunidad de recibir la visitación del Santo Espíritu de Dios en nuestras fiestas y él, como Tercera Persona de la Trinidad, le dará a estas fiestas un sabor muy distinto y especial. El sabor del cielo. Si se le antoja, puede llamar a esto una Navidad con sabor celestial. ¿Le parece bien la invitación? Le exhorto hacerlo. ¡Feliz Navidad!
Referencias

[1] Hasta los Chinos celebran esta fiesta; claro está, “disfrazada” de la celebración de la llegada de la primavera.

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