April 23rd, 2023
897 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 23 de abril 2023
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el propósito de Dios para nuestras vidas
(Análisis de Isa 49:3)
“Él me dijo: «Israel, tú eres mi siervo y me traerás gloria».” (Isa 49:3, NTV)
“Él me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, en ti mostraré mi gloria».” (PDT)
“Me dijo: «Israel, tú eres mi siervo; en ti seré glorificado».” (NVI)
En nuestra reflexión anterior analizamos el propósito de Dios para nuestras vidas que se describe en el verso dos (2) del capítulo 49 del libro de Isaías. Decíamos en esa reflexión que en ese verso bíblico hallamos respuestas para preguntas tales como las siguientes:
- ¿quiénes somos?, - ¿para qué estamos aquí? y
- ¿qué estamos tratando de hacer con nuestras vidas?
Repetimos que el verso dos (2) de ese capítulo afirma que nuestra historia, que es la historia de la redención, puede ser traducida de la siguiente manera:
- Nosotros somos hijos de Dios comprados a precio de sangre en la cruz del Calvario.
- Somos moldeados hasta ser formados como saetas bruñidas y nuestras bocas convertidas en espadas agudas.
- En todo ese proceso nos asiste la seguridad de estar escondidos en la sombra de la mano del Eterno.
Hay que entender que la acción de convertir a los creyentes en instrumentos en las manos del
Señor, en flechas o saetas del Señor, también aparece en otros pasajes bíblicos del Antiguo Testamento. Veamos un ejemplo de esto:
“12 Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble. 13 Porque he entesado para mí a Judá como arco, e hice a Efraín su flecha, y despertaré a tus hijos, oh Sion, contra tus hijos, oh Grecia, y te pondré como espada de valiente. 14 Y Jehová será visto sobre ellos, y su dardo saldrá como relámpago; y Jehová el Señor tocará trompeta, e irá entre torbellinos del austro. 15 Jehová de los ejércitos los amparará, y ellos devorarán, y hollarán las piedras de la honda, y beberán, y harán estrépito como tomados de vino; y se llenarán como tazón, o como cuernos del altar. 16 Y los salvará en aquel día Jehová su Dios como rebaño de su pueblo; porque como piedras de diadema serán enaltecidos en su tierra. 17 Porque ¡cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura! El trigo alegrará a los jóvenes, y el vino a las doncellas.” (Zac 9:12-17, RV1960)
Sabemos que algunos de los puristas y exégetas bíblicos nos querrán recordar, y con mucha razón, que las confesiones de la fe Cristiana describen el propósito del ser humano, del creyente, utilizando otras expresiones. Las confesiones de fe Cristiana destacan que la finalidad del ser humano, nuestro propósito aquí es glorificar a Dios.
Entre las páginas de internet que manejan este tema con alta responsabilidad encontramos que hasta las más sencillas declaran lo siguiente:
“La [B]iblia deja muy claro que Dios creó al hombre y que lo creó para su gloria (Isaías 43:7). Por lo tanto, el propósito fundamental del hombre según la [B]iblia, es simplemente glorificar a Dios.
Quizás una pregunta más difícil de contestar es ¿cómo sería glorificar a Dios? En el Salmo 100:2-3 se nos dice que adoremos a Dios con alegría y "que reconozcamos que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado". Parte de lo que sería glorificar a Dios es reconocer quién es Dios (para empezar [Él] es nuestro [C]reador), y alabarlo y adorarlo por eso.
También cumplimos con nuestro propósito de glorificar a Dios al vivir nuestras vidas en relación y fiel servicio a él (1 Samuel 12:24; Juan 17:4). Ya que Dios creó al hombre a su imagen (Génesis 1:26-27), el propósito del hombre no se puede cumplir si está apartado de él. El rey Salomón intentó vivir para su propio placer, pero al final de su vida, él llegó a la conclusión de que la única vida valiosa es una vida de honor y de obediencia a Dios (Eclesiastés 12:13-14).
En nuestra condición caída, el pecado nos separa de Dios y hace que sea imposible glorificarlo por nuestra propia cuenta. Pero a través del sacrificio de Jesús, somos reconciliados en nuestra relación con Dios, nuestro pecado es perdonado y ya no hay barreras entre Dios y nosotros (Romanos 3:23-24).
Curiosamente, somos capaces de glorificar a Dios porque primero él nos dio gloria. David escribe en el Salmo 8:4-6, "Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies". (Esto también se repite en Hebreos 2:6-8). Est[os] versículo[s] revela[n] otro propósito que Dios le ha dado al hombre: dominio sobre la tierra (Génesis 1:28-29). Una vez más, aunque esto sólo puede ser debidamente cumplido a través de una correcta relación con Dios.
Cuanto más conocemos a nuestro [C]reador y cuanto más lo amamos (Mateo 22:37-38), vamos a entender mucho mejor quiénes somos y cuál es nuestro propósito. Fuimos creados para darle gloria. Dios tiene planes y propósitos exclusivos para cada persona (Salmo 139:13-16), pero podemos saber que, independientemente de esos planes, al fin y al cabo ellos resultarán en su gloria (Proverbios 3:6; 1 Corintios 10:31).”[1]
Repetimos que es muy importante destacar que casi todas las confesiones de fe Cristianas enfatizan esto que hemos acabado de citar. El propósito del ser humano es glorificar a Dios. Un ejemplo de ello es el Catecismo de Westminster:
“P.1. ¿Cuál es el fin principal y más alto de la existencia del hombre?
R. El fin principal y más alto propósito de la existencia del hombre es glorificar a Dios y gozar plenamente de él para siempre.”[2]
La buena noticia es que el verso tres (3) del capítulo 49 del libro del profeta Isaías es uno de versos bíblicos que afirma esta verdad teológica y confesional:
3 Él me dijo: «Israel, tú eres mi siervo y me traerás gloria». (NTV)
“3 y me dijo: Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré.” (RV 1960)
Una manera de ver este verso bíblico es concluir que ser convertidos en saetas bruñidas y poseer boca como espada afilada persigue un propósito aún más grande, más esplendoroso, más centrado en Dios y no en lo que nosotros podemos hacer por Él. Ese propósito es el de darle gloria a Dios. Ese propósito es el que Dios se gloríe en nosotros (RV 1960). Ese propósito es el de traerle gloria a Dios (NTV). Ese propósito es ser instrumentos para que Dios muestre su gloria a través de nosotros (PDT). Ese propósito es que Dios se glorifique en nosotros (NVI).
Las expresiones que hemos citado en párrafos anteriores identifican una porción de la Palabra de Dios, escrita por el mismo profeta Isaías, que afirma esto una vez más:
“6 Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, 7 todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.”
(Isa 43:6-7)
Ahora bien, ¿qué significa glorificar a Dios? ¿Qué otros significados puede tener? Ya hemos compartido que “Parte de lo que sería glorificar a Dios es reconocer quién es Dios (para empezar es nuestro [C]reador), y alabarlo y adorarlo por eso. También cumplimos con nuestro propósito de glorificar a Dios al vivir nuestras vidas en relación y fiel servicio a él (1 Samuel 12:24; Juan 17:4).”
Sabemos que la Biblia dice que debemos darle honor y gloria al Rey de los siglos, al Inmortal, al Invisible, al único y sabio Dios (1 Timoteo 1: 17). Sabemos que la Biblia también dice que la gloria es de Dios por todos los siglos porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas (Rom 11: 36).
Esto nos conduce a la conclusión bíblica de que todo lo que hacemos lo debemos hacer para el Señor, porque es a Él a quien servimos. Así lo repite el Apóstol Pablo en una de sus cartas cuando dice lo siguiente:
“17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en él.” (Col 3:17)
“23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (vv. 23-24)
Desde esta perspectiva, todo lo que hacemos tiene que ser hecho para glorificar a Dios.
Al mismo tiempo, lo que somos, todo lo que somos también tiene que glorificar a Dios. Esto es así porque la Biblia dice que es en Dios que nosotros somos y nos movemos.
“26 Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; 27 para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. 28 Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.” (Hch 17:26-28)
Permítanos arribar a algunas conclusiones. Estos datos nos enseñan que ser y hacer aquello que Dios ha definido para nosotros forma parte del propósito de Dios. Esto es así porque lo que somos y todo lo que hacemos tiene que glorificarle. Es más, muchos teólogos bíblicos han concluido que pecamos cuando no somos o no hacemos aquello para lo que Dios nos creó. Este silogismo[3] tiene su base en que Dios ha invertido en nosotros tiempo y ha colocado en nosotros dones y talentos para realizar aquello que nos ha comisionado. Decidir hacer, o ser algo, o alguien distinto a lo que Dios ha prefijado es similar a decirle al Creador que no nos interesan su propósito, su tiempo, sus dones ni sus talentos. Esta respuesta es pecaminosa porque se trata de rebeldía, ser rebeles contra su plan.
Podemos concluir que el verso tres (3) del capítulo 49 de Isaías especifica la definición del propósito de Dios para nuestras vidas. Dios nos ha llamado, nos ha seleccionado para que le glorifiquemos. Y la mejor manera de hacerlo es siendo y haciendo aquello para lo que Él nos ha escogido: poseer Su Palabra en nuestra boca como una espada afilada, ser saetas bruñidas en su aljaba y permitir que Él nos cubra bajo Su sombra.
Es muy importante destacar que todas estas expresiones giran alrededor de la convicción y la autoimagen que podemos poseer aquellos que nos acercamos a Dios. Este pasaje bíblico señala que la autoimagen y la convicción tiene que ser la de un siervo: la de un “ʽebed” (H5650). El concepto que Isaías utiliza aquí y que es traducido como siervo, es definido como un esclavo, un siervo o un súbdito.[4] Se trata de alguien que está al servicio de un dueño, que lo posee. Este siervo puede ocupar cargos públicos, ser un oficial, o sea alguien a quien se le ha concedido autoridad en el gobierno o en la mayordomía de la casa. En ambos casos, esta es una autoridad delegada por el dueño, pero este funcionario no deja de ser un siervo.[5] En otras aplicaciones encontramos que este concepto puede ser utilizado para describir a los adoradores.[6] El profeta Isaías comparte en uno de sus próximos capítulos la herencia que poseen los “ʽebed”, aquellos que se reconocen y viven como siervos del Señor:
“17 Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.”
(Isa 54:17)
Estas declaraciones bíblicas no dejan espacio para autoimágenes de príncipes o de señores con autoridad propia. Esta realidad no cambia en el Nuevo Testamento. Basta revisar la autoimagen que Pablo nos regala en sus cartas. Pablo se presenta a sí mismo como alguien que es prisionero de Cristo (Efe 3:1), preso suyo (2 Tim 1:8), y preso en el Señor (Efe 4:1). Pablo se ve a sí mismo como siervo de Jesucristo (“doulos”, G1401, Rom 1:1; Tit 1:1) y siervo de todos (1 Cor 9:19), que busca agradar a Dios y no a los hombres (Gál 1:10). Es muy importante señalar que Santiago se describe a sí mismo con el título de siervo (Stg 1:1). Pedro (2 Ped 1:1) y Judas (Judas 1:1) también lo hacen.
En otras palabras, que el mejor título al que podemos y debemos aspirar es a ser siervos para la gloria de Dios.
[1] https://www.gotquestions.org/Espanol/proposito-hombre.html
[2] https://es.ligonier.org/recursos/credos-confesiones/el-catecismo-mayor-de-westminster/
[3] Argumento que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce necesariamente de las otras dos: https://dle.rae.es/silogismo?m=form.
[4] Chávez, M. (1992). En Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., p. 482). Editorial Mundo Hispano.
[5] Swanson, J. (1997). En Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains : Hebrew (Old Testament) (electronic ed.). Logos Research Systems, Inc.
[6] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). En Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon (p. 714). Clarendon Press.
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el propósito de Dios para nuestras vidas
(Análisis de Isa 49:3)
“Él me dijo: «Israel, tú eres mi siervo y me traerás gloria».” (Isa 49:3, NTV)
“Él me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, en ti mostraré mi gloria».” (PDT)
“Me dijo: «Israel, tú eres mi siervo; en ti seré glorificado».” (NVI)
En nuestra reflexión anterior analizamos el propósito de Dios para nuestras vidas que se describe en el verso dos (2) del capítulo 49 del libro de Isaías. Decíamos en esa reflexión que en ese verso bíblico hallamos respuestas para preguntas tales como las siguientes:
- ¿quiénes somos?, - ¿para qué estamos aquí? y
- ¿qué estamos tratando de hacer con nuestras vidas?
Repetimos que el verso dos (2) de ese capítulo afirma que nuestra historia, que es la historia de la redención, puede ser traducida de la siguiente manera:
- Nosotros somos hijos de Dios comprados a precio de sangre en la cruz del Calvario.
- Somos moldeados hasta ser formados como saetas bruñidas y nuestras bocas convertidas en espadas agudas.
- En todo ese proceso nos asiste la seguridad de estar escondidos en la sombra de la mano del Eterno.
Hay que entender que la acción de convertir a los creyentes en instrumentos en las manos del
Señor, en flechas o saetas del Señor, también aparece en otros pasajes bíblicos del Antiguo Testamento. Veamos un ejemplo de esto:
“12 Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble. 13 Porque he entesado para mí a Judá como arco, e hice a Efraín su flecha, y despertaré a tus hijos, oh Sion, contra tus hijos, oh Grecia, y te pondré como espada de valiente. 14 Y Jehová será visto sobre ellos, y su dardo saldrá como relámpago; y Jehová el Señor tocará trompeta, e irá entre torbellinos del austro. 15 Jehová de los ejércitos los amparará, y ellos devorarán, y hollarán las piedras de la honda, y beberán, y harán estrépito como tomados de vino; y se llenarán como tazón, o como cuernos del altar. 16 Y los salvará en aquel día Jehová su Dios como rebaño de su pueblo; porque como piedras de diadema serán enaltecidos en su tierra. 17 Porque ¡cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura! El trigo alegrará a los jóvenes, y el vino a las doncellas.” (Zac 9:12-17, RV1960)
Sabemos que algunos de los puristas y exégetas bíblicos nos querrán recordar, y con mucha razón, que las confesiones de la fe Cristiana describen el propósito del ser humano, del creyente, utilizando otras expresiones. Las confesiones de fe Cristiana destacan que la finalidad del ser humano, nuestro propósito aquí es glorificar a Dios.
Entre las páginas de internet que manejan este tema con alta responsabilidad encontramos que hasta las más sencillas declaran lo siguiente:
“La [B]iblia deja muy claro que Dios creó al hombre y que lo creó para su gloria (Isaías 43:7). Por lo tanto, el propósito fundamental del hombre según la [B]iblia, es simplemente glorificar a Dios.
Quizás una pregunta más difícil de contestar es ¿cómo sería glorificar a Dios? En el Salmo 100:2-3 se nos dice que adoremos a Dios con alegría y "que reconozcamos que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado". Parte de lo que sería glorificar a Dios es reconocer quién es Dios (para empezar [Él] es nuestro [C]reador), y alabarlo y adorarlo por eso.
También cumplimos con nuestro propósito de glorificar a Dios al vivir nuestras vidas en relación y fiel servicio a él (1 Samuel 12:24; Juan 17:4). Ya que Dios creó al hombre a su imagen (Génesis 1:26-27), el propósito del hombre no se puede cumplir si está apartado de él. El rey Salomón intentó vivir para su propio placer, pero al final de su vida, él llegó a la conclusión de que la única vida valiosa es una vida de honor y de obediencia a Dios (Eclesiastés 12:13-14).
En nuestra condición caída, el pecado nos separa de Dios y hace que sea imposible glorificarlo por nuestra propia cuenta. Pero a través del sacrificio de Jesús, somos reconciliados en nuestra relación con Dios, nuestro pecado es perdonado y ya no hay barreras entre Dios y nosotros (Romanos 3:23-24).
Curiosamente, somos capaces de glorificar a Dios porque primero él nos dio gloria. David escribe en el Salmo 8:4-6, "Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies". (Esto también se repite en Hebreos 2:6-8). Est[os] versículo[s] revela[n] otro propósito que Dios le ha dado al hombre: dominio sobre la tierra (Génesis 1:28-29). Una vez más, aunque esto sólo puede ser debidamente cumplido a través de una correcta relación con Dios.
Cuanto más conocemos a nuestro [C]reador y cuanto más lo amamos (Mateo 22:37-38), vamos a entender mucho mejor quiénes somos y cuál es nuestro propósito. Fuimos creados para darle gloria. Dios tiene planes y propósitos exclusivos para cada persona (Salmo 139:13-16), pero podemos saber que, independientemente de esos planes, al fin y al cabo ellos resultarán en su gloria (Proverbios 3:6; 1 Corintios 10:31).”[1]
Repetimos que es muy importante destacar que casi todas las confesiones de fe Cristianas enfatizan esto que hemos acabado de citar. El propósito del ser humano es glorificar a Dios. Un ejemplo de ello es el Catecismo de Westminster:
“P.1. ¿Cuál es el fin principal y más alto de la existencia del hombre?
R. El fin principal y más alto propósito de la existencia del hombre es glorificar a Dios y gozar plenamente de él para siempre.”[2]
La buena noticia es que el verso tres (3) del capítulo 49 del libro del profeta Isaías es uno de versos bíblicos que afirma esta verdad teológica y confesional:
3 Él me dijo: «Israel, tú eres mi siervo y me traerás gloria». (NTV)
“3 y me dijo: Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré.” (RV 1960)
Una manera de ver este verso bíblico es concluir que ser convertidos en saetas bruñidas y poseer boca como espada afilada persigue un propósito aún más grande, más esplendoroso, más centrado en Dios y no en lo que nosotros podemos hacer por Él. Ese propósito es el de darle gloria a Dios. Ese propósito es el que Dios se gloríe en nosotros (RV 1960). Ese propósito es el de traerle gloria a Dios (NTV). Ese propósito es ser instrumentos para que Dios muestre su gloria a través de nosotros (PDT). Ese propósito es que Dios se glorifique en nosotros (NVI).
Las expresiones que hemos citado en párrafos anteriores identifican una porción de la Palabra de Dios, escrita por el mismo profeta Isaías, que afirma esto una vez más:
“6 Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, 7 todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.”
(Isa 43:6-7)
Ahora bien, ¿qué significa glorificar a Dios? ¿Qué otros significados puede tener? Ya hemos compartido que “Parte de lo que sería glorificar a Dios es reconocer quién es Dios (para empezar es nuestro [C]reador), y alabarlo y adorarlo por eso. También cumplimos con nuestro propósito de glorificar a Dios al vivir nuestras vidas en relación y fiel servicio a él (1 Samuel 12:24; Juan 17:4).”
Sabemos que la Biblia dice que debemos darle honor y gloria al Rey de los siglos, al Inmortal, al Invisible, al único y sabio Dios (1 Timoteo 1: 17). Sabemos que la Biblia también dice que la gloria es de Dios por todos los siglos porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas (Rom 11: 36).
Esto nos conduce a la conclusión bíblica de que todo lo que hacemos lo debemos hacer para el Señor, porque es a Él a quien servimos. Así lo repite el Apóstol Pablo en una de sus cartas cuando dice lo siguiente:
“17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en él.” (Col 3:17)
“23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24 sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” (vv. 23-24)
Desde esta perspectiva, todo lo que hacemos tiene que ser hecho para glorificar a Dios.
Al mismo tiempo, lo que somos, todo lo que somos también tiene que glorificar a Dios. Esto es así porque la Biblia dice que es en Dios que nosotros somos y nos movemos.
“26 Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; 27 para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. 28 Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.” (Hch 17:26-28)
Permítanos arribar a algunas conclusiones. Estos datos nos enseñan que ser y hacer aquello que Dios ha definido para nosotros forma parte del propósito de Dios. Esto es así porque lo que somos y todo lo que hacemos tiene que glorificarle. Es más, muchos teólogos bíblicos han concluido que pecamos cuando no somos o no hacemos aquello para lo que Dios nos creó. Este silogismo[3] tiene su base en que Dios ha invertido en nosotros tiempo y ha colocado en nosotros dones y talentos para realizar aquello que nos ha comisionado. Decidir hacer, o ser algo, o alguien distinto a lo que Dios ha prefijado es similar a decirle al Creador que no nos interesan su propósito, su tiempo, sus dones ni sus talentos. Esta respuesta es pecaminosa porque se trata de rebeldía, ser rebeles contra su plan.
Podemos concluir que el verso tres (3) del capítulo 49 de Isaías especifica la definición del propósito de Dios para nuestras vidas. Dios nos ha llamado, nos ha seleccionado para que le glorifiquemos. Y la mejor manera de hacerlo es siendo y haciendo aquello para lo que Él nos ha escogido: poseer Su Palabra en nuestra boca como una espada afilada, ser saetas bruñidas en su aljaba y permitir que Él nos cubra bajo Su sombra.
Es muy importante destacar que todas estas expresiones giran alrededor de la convicción y la autoimagen que podemos poseer aquellos que nos acercamos a Dios. Este pasaje bíblico señala que la autoimagen y la convicción tiene que ser la de un siervo: la de un “ʽebed” (H5650). El concepto que Isaías utiliza aquí y que es traducido como siervo, es definido como un esclavo, un siervo o un súbdito.[4] Se trata de alguien que está al servicio de un dueño, que lo posee. Este siervo puede ocupar cargos públicos, ser un oficial, o sea alguien a quien se le ha concedido autoridad en el gobierno o en la mayordomía de la casa. En ambos casos, esta es una autoridad delegada por el dueño, pero este funcionario no deja de ser un siervo.[5] En otras aplicaciones encontramos que este concepto puede ser utilizado para describir a los adoradores.[6] El profeta Isaías comparte en uno de sus próximos capítulos la herencia que poseen los “ʽebed”, aquellos que se reconocen y viven como siervos del Señor:
“17 Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.”
(Isa 54:17)
Estas declaraciones bíblicas no dejan espacio para autoimágenes de príncipes o de señores con autoridad propia. Esta realidad no cambia en el Nuevo Testamento. Basta revisar la autoimagen que Pablo nos regala en sus cartas. Pablo se presenta a sí mismo como alguien que es prisionero de Cristo (Efe 3:1), preso suyo (2 Tim 1:8), y preso en el Señor (Efe 4:1). Pablo se ve a sí mismo como siervo de Jesucristo (“doulos”, G1401, Rom 1:1; Tit 1:1) y siervo de todos (1 Cor 9:19), que busca agradar a Dios y no a los hombres (Gál 1:10). Es muy importante señalar que Santiago se describe a sí mismo con el título de siervo (Stg 1:1). Pedro (2 Ped 1:1) y Judas (Judas 1:1) también lo hacen.
En otras palabras, que el mejor título al que podemos y debemos aspirar es a ser siervos para la gloria de Dios.
[1] https://www.gotquestions.org/Espanol/proposito-hombre.html
[2] https://es.ligonier.org/recursos/credos-confesiones/el-catecismo-mayor-de-westminster/
[3] Argumento que consta de tres proposiciones, la última de las cuales se deduce necesariamente de las otras dos: https://dle.rae.es/silogismo?m=form.
[4] Chávez, M. (1992). En Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., p. 482). Editorial Mundo Hispano.
[5] Swanson, J. (1997). En Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains : Hebrew (Old Testament) (electronic ed.). Logos Research Systems, Inc.
[6] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). En Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon (p. 714). Clarendon Press.
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