899 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 7 de mayo 2023

899 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 7 de mayo 2023
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro y el propósito de Dios para nuestras vidas (Segunda parte del análisis de Isa 49:4 y el análisis de Isa 49:5)
 
“Y ahora habla el Señor, el que me formó en el seno de mi madre para que fuera su siervo, el que me encomendó que le trajera a Israel de regreso. El Señor me ha honrado y mi Dios me ha dado fuerzas.” (Isa 49:5, NTV)

“El SEÑOR ha hablado. Él me hizo desde el vientre para que fuera su siervo, para convencer a Jacob que vuelva a él y para que Israel se una a él. El SEÑOR me da honor, y mi Dios será quien me dé fuerzas.” (PDT)

Nuestra reflexión anterior fue dedicada al análisis del verso cuatro (4) de la profecía de Isaías que aparece en el capítulo 49 de su libro. Ese verso es una radiografía de las crisis existenciales y espirituales por las que atraviesan los creyentes. Pudimos ver allí que estas crisis afloran con mucha frecuencia cuando vemos chocar los llamados que Dios nos ha hecho con los fracasos que experimentamos y la fragilidad de nuestra existencia. Es allí que la ansiedad y los vacíos, la aparente ausencia de Dios, procuran consumirnos. Veamos ese verso una vez más:

“Yo respondí: «¡Pero mi labor parece tan inútil! He gastado mis fuerzas en vano, y sin ningún propósito.  No obstante, lo dejo todo en manos del Señor; confiaré en que Dios me recompense».” (Isa 49:4, NTV)

La buena noticia es que el final de ese verso nos regala la medicina que necesitamos para manejar esta clase de crisis: colocar todo en las manos del Señor confiando que Su recompensa es segura.  Este principio bíblico nos conmina a detenernos a examinar cómo es que podemos aprender a tomar una decisión como esta.

Existen unos principios que muy bien nos pueden proveer los datos y la metodología necesaria para conseguirlo. Estos principios emanan de las disciplinas espirituales que la Biblia nos invita a practicar constantemente.

En primer lugar, la confianza en el Señor en medio de una crisis surge y se desarrolla a partir de la memoria bíblica que nosotros hayamos cultivado. Esa clase de memoria tiene que dirigir nuestras vidas. O sea, esta memoria bíblica tiene que dirigir nuestras conductas. El Señor se lo indicó así al pueblo de Israel:

“1 Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres. 2 Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos.” (Det. 8:1-2).

El segundo principio es que tenemos que procurar que nuestras emociones apoyen nuestra relación con Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Salvador. Hay algo de esto en las expresiones que hacen los caminantes de Emaús, en el capítulo 24 del Evangelio de Lucas. Estos hombres experimentaban una crisis provocada por lo que algunos han llamado el síndrome del abandono, junto al temor producido ante un futuro sombrío y la tristeza generada por la pérdida de un amigo extraordinario. El pasaje bíblico de Lucas dice que Cristo se les apareció mientras ellos se alejaban de Jerusalén y que comenzó a hablarles y a explicarles las Sagradas Escrituras: ¡Qué clase de estudio bíblico fue ese! Veamos la reacción emocional de estos dos discípulos:
 
“30 Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. 31 Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. 32 Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Lcs 24:31-32).

Hasta aquí tenemos una combinación exitosa de Palabra de Dios y de emociones que se alinean con la relación que tenemos con nuestro Salvador.
Esto nos conduce al tercer principio: escuchar el deseo, el anhelo de la presencia de Dios que tiene nuestro corazón. Dicho de otra forma, tenemos que permitir que Dios conquiste nuestro corazón. Hay un ejemplo de esto subrayado en el siguiente pasaje de las Sagradas Escrituras:

“13 Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu
Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. 14 Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó.” 
(1 Sam.13:13-14).

Esta descripción de lo que había en el corazón de David es afirmada en el Nuevo Testamento.

“22 Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.” (Hch 13:22)

Este principio procura proteger, guardar el corazón para que este no se dañe.

“23 Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.” (Pro 4:23)

El cuarto principio emana de la convicción que tenemos de que Dios examina nuestras emociones. Él lo hace cuando mira nuestros corazones. O sea, que aun cuando estemos desechos y destruidos por fuera, tenemos la convicción de que nuestras bendiciones no se detendrán porque Dios no mira nuestro exterior. Él mira nuestro corazón.

“6 Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. 7 Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. 8 Entonces llamó Isaí a Abinadab, y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: Tampoco a éste ha escogido Jehová. 9 Hizo luego pasar Isaí a Sama. Y él dijo: Tampoco a éste ha elegido Jehová. 10 E hizo pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a éstos. 11 Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son éstos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. 12 Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es.” (1 Sam.16:6-12).

Estos principios están diseminados en los primeros versos del capítulo 49 del libro de Isaías. ¿Qué usted cree que está procurando el profeta cuando se detiene a aseverar que Dios lo llamó desde que él se encontraba en el vientre materno? (Isa 49:1b). El profeta realiza esta aseveración luego de haber escrito 48 capítulos de palabra profética. Me parece que es obvio que él tiene que conseguir, como parte de su agenda, que sus sentimientos se alineen y refuercen la voluntad de Dios para su vida.

Estas recetas bíblicas nos ayudan a mantener la confianza y no perder de vista el blanco de la soberana vocación en medio de cualquier crisis.  Es muy interesante el dato de que las expresiones que encontramos en el verso cuatro (4) del capítulo 49 del libro de Isaías son seguidas por las respuestas que el profeta escuchó a Dios decir. Esas aseveraciones son muy interesantes e importantes porque revelan que Dios no guarda silencio en medio de nuestras crisis. Además, estas revelan que las crisis no han provocado que el profeta pierda su capacidad para escuchar la voz de Dios.

“5 Y ahora habla el Señor,” (Isa 49: 5a, NTV)
 
“5 Ahora pues, dice Jehová,” (RV1960)

El nombre de Dios que Isaías utiliza aquí es el nombre de Jehová, de Yavé (H3068). Este nombre, el nombre que los judíos consideran impronunciable, es el nombre que destaca al Eterno, al siempre presente, al “Yo Soy”, pero también al Dios que se revela a los seres humanos.  El profeta no se limita a decir que ha podido escuchar al Dios que se revela. Él conoce al Eterno y añade que le reconoce como su Creador.
 
“el que me formó en el seno de mi madre para que fuera su siervo,” (Isa 49:5b, NTV)

“el que me formó desde el vientre para ser su siervo,” (RV1960)

El vocabulario utilizado aquí está revestido de gracia y de la misericordia de Dios. Cuando el profeta dice que Dios lo formó, realmente dice que el Señor lo trató como el Alfarero trata el barro. El concepto que describe ese proceso es “yâtsar” (H3335) y el mismo es utilizado para describir, tanto el proceso como a Aquél que lo ejecuta. O sea, que luego de las expresiones que revelan la crisis del creyente, Isaías se lanza a aseverar que Dios no ha dejado de hablar y que el profeta no ha dejado de escuchar a Dios Luego de la descripción de la crisis, el profeta dice que él sabe que Aquél que le habla es el Alfarero divino, el que le ha dado forma. El que le habla es Aquél que lo ha apretado, moldeado, y que le ha creado con un propósito específico. La resolución y el marco referencial que define al profeta no es un accidente. El Alfarero celestial lo formó para esto y por lo tanto, no existe crisis, ni estratagema del infierno que puedan detener a aquellos que Dios ha llamado.

Es un secreto a voces que nosotros somos el barro en las manos del Alfarero. El profeta Jeremías lo afirma así en el capítulo 18 de su libro:

“1 Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: 2 Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. 3 Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. 4 Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. 5 Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 6 ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.” (Jer 18:1-6)

Job lo declara así en medio de sus crisis:

“9 Acuérdate que como a barro me diste forma; ¿Y en polvo me has de volver?” (Job 10:9)

Jeremías dice que es un honor ser vasija de barro en las manos del alfarero

“2 Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro, ¡Cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!” (Lam 4:2)

No podemos desaprovechar la oportunidad que nos da esta coyuntura para explicar que es el profeta Isaías el que señala en varias ocasiones que la vasija de barro posee un hacedor y ella no discute con el alfarero (Isa 29:16; 45:9; 64:8). Veamos uno de estos pasajes bíblicos:

“9 Una vasija de barro, igual a otra cualquiera, no se pone a discutir con quien la hizo. El barro no dice al que lo trabaja: «¿Qué estás haciendo?», ni el objeto hecho por él le dice: «Tú no sabes trabajar.»” (Isa 45:9, DHH)

El profeta continúa su reconocimiento de Dios señalando que el reconoce que la encomienda, la responsabilidad que él lleva sobre sus hombros proviene del Señor.

“el que me encomendó que le trajera a Israel de regreso.” (Isa 49:5c, NTV)

“para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel” (RV1960)

La encomienda que describe el profeta puede ser resumida de la siguiente manera: traer al pueblo de Dios de regreso a la casa del Señor. Nosotros sabemos que esta es una meta operacional para este año.  Muchos miembros del cuerpo de Cristo, integrantes del pueblo del Señor se han quedado en sus hogares a causa de la pandemia. Este es un fenómeno que se ha desatado como una pandemia dentro de la pandemia. Dios está reclutando hombres y mujeres que decidan vencer sus crisis para que Él les enseñe cómo conseguir que estos regresen. Esa es parte de la encomienda.

Sabemos también que este verso presenta de manera implícita que Dios les dará forma a todos y cada uno de ellos. Nosotros solo somos instrumentos al servicio de la gracia; instrumentos con la agenda, con la palabra de la reconciliación.

“18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Cor 5:18-20)

El profeta termina su alocución en el verso cinco (5) de esta profecía diciendo dos (2) cosas. La primera es que él reconoce que esta tarea le honra:

“El Señor me ha honrado” (Isa 49:5d, NTV)

 “porque estimado seré en los ojos de Jehová,” (RV1960)

La segunda es que Dios le dará las fuerzas necesarias para completar esta tarea tan noble.

“y mi Dios me ha dado fuerzas.” (Isa 49:5e, NTV)

“y el Dios mío será mi fuerza;” (RV1960)



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