June 17th, 2020
Las lecturas de los pasajes bíblicos que narran el traslado del Arca del Pacto a la ciudad de David (2 Samuel 6:1-23; 1 Crónicas 13:1-14; 15:1-29) nos han permitido adentrarnos en las motivaciones de David como rey de Israel. Sabemos que había varias motivaciones pululando en el corazón de David. Sin embargo, el deseo más vehemente de este joven rey era conseguir que el símbolo de la presencia de Dios pudiera estar en dónde Dios quería que estuviese.
Dios quería que el Arca del Pacto estuviera en el Monte de Sion.
En la reflexión anterior concluimos que David no tenía ante sí todos los datos acerca del significado de esta transición, pero Dios sí lo sabía. Moverse a Sion era mucho más que una idea. Mover el Arca del Pacto a Sion estaba alineado con los planes proféticos para Israel como nación, así como para la Iglesia. Es Dios el que escoge a Sion como habitación para sí (Salmo 132:13). Es a Sion que llega el Mesías cabalgando sobre un asno (Zacarias 9:9-10; Mateo 21:5).
Es en Sion que se coloca la piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en Él no será avergonzado: Cristo (Romanos 9:33; 1 Pedro 2:6). Es de Sion que viene el Libertador que apartará a Jacob de la impiedad (Romanos 11:26). Es a Sion que se acercan los redimidos para adorar (Hebreos 12:22). Es sobre sobre Sion que el Cordero pone sus pies cuando se anuncia el triunfo de los 144,000 y la caída de la Babilonia del libro de Apocalípsis (Apoc 14:1-4).
Al salir de la cueva de Adulam, David había rechazado regresar a las agendas anteriores a la cueva y se estaba alineando con los propósitos eternos.
¿Por qué? La presencia del Arca del Pacto era para el pueblo de Israel la garantía de la presencia del poder de Dios. Dios no le dio el Arca del Pacto a Israel para ser tratada como un amuleto. El Arca representaba el poder de Dios porque en ella estaba el testimonio de que ese pueblo era distinto a los demás pueblos de la tierra. Veamos lo que dice la Biblia acerca de esto último:
"
El pueblo de Israel había convertido el Arca en un amuleto; una posesión utilitaria para sentirse protegido en tiempos de amenazas. Cualquier parecido con algunas perspectivas religiosas del mundo pos-moderno es tan solo una repetición de esa historia.
David había pasado un tiempo prudencial metido en una cueva reflexionando acerca de su vida cuando Dios le salió al encuentro. Ese encuentro le hizo saber que la Presencia del Eterno no podía ser manejada ni manipulada como se maneja un amuleto.
Los Israelitas habían tenido un avivamiento con la llegada de Samuel. La Biblia enseña que todo Israel conoció que él era fiel y que no dejaba caer a tierra sus palabras (1 Samuel 3:19-21). Pero Israel no aprendió sus lecciones. Para ellos el Arca del Pacto se había convertido en una posesión para ser utilizada en tiempos de conflicto (1 Samuel 4:2-3).
La Biblia también enseña en 1Samuel 4:1-11 que Dios permitió que los Israelitas perdieran ese amuleto y que fueran derrotados por los filisteos.
Hay una gran enseñanza detrás de todo esto. Tenemos la obligación de examinar nuestros corazones, particularmente después de esta temporada de cuevas y de aislamientos. El propósito de este examen es poder identificar cuál es la idea de Dios que tenemos al salir de la cueva. Es muy cierto que nuestra idea de Dios puede ser revelada sin ese examen. Aquellos que tengan una idea correcta marcharán a Sion. Aquellos que no la tengan regresarán a los lugares en los que la presencia de Dios es vista como un amuleto. Esto último conlleva pagar un precio muy elevado.
Realizar este examen nos ofrecerá la oportunidad de corregir nuestra perspectiva de Dios y caminar en la dirección correcta.
David sabía esto. La fragmentación interna que vivía el país, las luchas civiles y tribales que se experimentaban en todo el territorio, la incapacidad del pueblo para rendirse ante el Señor, todo esto no era otra cosa que los síntomas de que el pueblo estaba caminando lejos del poder y de la misericordia de Dios.
Israel había ignorado a Dios y estaba experimentando los resultados de esa decisión.
¿Puede usted imaginar lo que es tratar de mantener la integridad social de una nación cuando se ha ignorado la presencia de Dios? Ellos querían la manifestación del poder del Dios del Arca, pero no estaban interesados en el Dios del Arca. ¡No hay poder en la presencia física del Arca del Pacto cuando se ignora al Dios del Arca del Pacto!
¿Puede usted imaginar lo que significa vivir lejos del poder de Dios por más de 75 años? Israel seguía participando de las liturgias, la gente seguía yendo a los santuarios, había celebración de la Pascua y se continuaban ofreciendo los sacrificios, haciendo las fiestas solemnes del calendario litúrgico y recogiendo las ofrendas. Israel no había dejado de ordenar sacerdotes y las trompetas seguían sonando. El Tabernáculo en Silo continuaba en pie, y los ropajes sacerdotales no habían cambiado. ¡Pero no había poder de Dios en todo esto!
Ese pueblo se había acostumbrado a vivir ignorando el poder de Dios antes de la derrota frente los filisteos. Ahora perdían hasta los símbolos de ese poder. Israel comenzó a vivir y a existir sin el poder de Dios y luego sin sus símbolos en el Santuario. Los sacerdotes no habían hecho nada al respecto. Casi dos (2) generaciones de Israelitas habían nacido y habían sido presentados en el Santuario; en un santuario sin poder de Dios. ¿Qué experiencias con el poder de Dios pudieron haber experimentado esas generaciones?
Ese pueblo no podía conocer acerca de ese poder porque la Ley que Dios le dio a Moisés se encontraba en el Arca del Pacto. O sea, las Sagradas Escrituras no estaban presentes en el Lugar Santísimo porque el Arca no se encontraba allí. A base de esto podemos concluir que se intentaba realizar la adoración e invitar al pueblo a unirse a ella, pero se hacía sin el conocimiento de lo que dice la Palabra de Dios. El problema es que la ignorancia de las Sagradas Escrituras no nos exime de su cumplimiento.
El resultado directo, la evidencia directa de la ausencia del poder de Dios es la presencia de las derrotas. La ausencia del poder de Dios es sinónimo de la ausencia de victorias permanentes y transformadoras.
¿Le suena familiar este contexto? Nuestra realidad es la misma: nuestro mundo, nuestra nación, nuestros vecindarios y muchas de nuestras familias se derrumban a pasos agigantados. El deterioro que observamos en las relaciones de calidad con los ancianos y con los niños, las luchas sociales, el racismo, la violencia institucional y la no-institucional, la fragmentación familiar, todo esto es la sintomatología de un pueblo enfermo.
Nuestro pueblo es uno que sabe quién es Dios, que conoce los mecanismos y las liturgias, los textos bíblicos y que sabe hablar el “Cristinismo”, el idioma de los Cristianos. Sin embargo, ese pueblo ha decidido sacar a Dios de sus ecuaciones. Todos y cada uno de ellos han estado metidos en cuevas semejantes a las nuestras, pero es obvio que han salido de ellas para regresar a las mismas agendas que practicaban y seguían antes de esta pandemia provocada por el COVID-19.
No existe manera alguna en la que una nación pueda siquiera pretender mantener la integridad social de sus ciudadanos cuando se ha ignorado la presencia de Dios. Son muchos los que procuran la manifestación del poder de Dios, de su Santo Espíritu, pero que no están interesados en mantener una relación personal y correcta con el Señor de la historia. A estos hay que recordarles que no hay poder en las letras, los servicios litúrgicos y los otros símbolos de la fe cuando se ignora la gloria de Dios
Nosotros estamos pagando hoy el precio de haber permitido el desarrollo de una sociedad que lleva cerca de 75 años lejos de la presencia de Dios. A partir de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, alcanzada en 1945, nuestra nación se engrandeció y comenzamos a alejarnos de Dios.
Ya no era tan necesario depender de Su poder. No hacían falta milagros, ni señales: ya habíamos experimentado el éxito y las victorias. No hacía falta arrepentirse del pecado ni que confesáramos nuestras faltas. Ahora Dios era tan solo una posesión conveniente a la que podíamos acudir cuando necesitamos que Él nos resuelva algún problema. Así que comenzamos a multiplicarnos y hasta desarrollamos la perspectiva de que la presencia de Dios solo hacía falta en el papel moneda que simboliza nuestras riquezas y nuestro “otro” poder: “In God we trust.”
Las Iglesias Norteamericanas continuaron participando de las liturgias, la gente seguía yendo a los templos, había celebración de la Semana Santa, de Acción de Gracias, de la Navidad, de Pentecostés. Continuamos cumpliendo con la filosofía religiosa, ofreciendo los sacrificios, haciendo las fiestas solemnes del calendario litúrgico y recogiendo las ofrendas. Así como le sucedió a Israel, no dejamos de ordenar sacerdotes y las trompetas siguieron sonando. Los templos continuaban en pie, y los ropajes sacerdotales no habían cambiado. ¡Pero no había poder de Dios en todo esto!
Nuestro pueblo se había acostumbrado a vivir ignorando el poder de Dios antes de la derrota frente a los Vietnamitas. Luego de esto comenzamos a perder hasta los símbolos de ese poder. Muchos templos comenzaron a convertirse en museos. Las fiestas litúrgicas fueron sustituidas por tiempos de vacaciones en las playas o salidas a gastar y a servir a nuestro “otro” dios en los centros comerciales.
Casi dos (2) generaciones de norteamericanos han nacido y han sido presentados en algún Santuario durante todo este proceso: en santuarios sin el poder de Dios.
¿Qué experiencias con ese poder han podido tener esas generaciones? ¿Cómo es que nos puede parecer que es irracional el comportamiento de estas generaciones criadas lejos del poder de Dios y hasta de sus símbolos?
Esas generaciones nacieron y se desarrollaron cantando los himnos, conociendo la liturgia, pero separados del poder de Dios. ¿Cómo podemos esperar que sepan el significado del pecado, lo que significa el respeto a la vida, el respeto a las autoridades y a la propiedad de otros?
Los sacerdotes no hicimos nada al respecto. Algunos partieron de la premisa que estas eran señales de los tiempos. Asumieron que Cristo viene pronto y que por lo tanto esas generaciones se tienen que perder. Otros se acomodaron y se allanaron al sincretismo con los filisteos, aceptando y apropiándose de los nuevos modelos políticos-religiosos y hasta rechazando lo que dicen las Sagradas Escrituras.
Nuestro pueblo no ha podido conocer acerca de ese poder porque en muchos lugares la Palabra de Dios no ha sido enseñada. Ella ha estado ausente de muchos de nuestros púlpitos. La Biblia enseña que esa Palabra es:
"
Es cierto que en muchas Iglesias se ha intentado realizar la adoración e invitar al pueblo a unirse a ella. El problema es que lo hacemos mientras mantenemos los altares ausentes de lo que dice la Palabra de Dios y de los testimonios que ella produce. Esa Palabra ha sido sustituida por discursos políticos, por teorías económicas, por ensayos sociales y de comportamiento, por cuentos y entretenimientos. Esa Palabra ha sido sustituida por foros para establecer multiniveles que procuran el enriquecimiento de algunos sacerdotes. Esa Palabra ha sido sustituida por los libros que han escrito algunos hombres y mujeres que no solo no conocen la Palabra de Dios; desconocen quién es el Dios que inspiró esa Palabra.
En muchos lugares esa Palabra ha sido desvestida de su autoridad con modelos pos-modernos que niegan su eficacia y hasta la presencia de los milagros.
La generación más reciente que ha nacido en medio de esta debacle está convencida de que los milagros más grandes que pueden ocurrir en una congregación están ligados a las posesiones y a las riquezas. Esa generación mira con sospecha las sanidades divinas, las liberaciones de las ataduras demoníacas y la transformación que la Biblia enseña. Esto es, lo que sucede cuando venimos a Cristo Jesús.
¿Podemos criticarlos? Desgraciadamente no tenemos manera de hacerlo. Esa generación se desarrolló lejos de los parques en los que había campañas evangelísticas. Esa generación se desarrolló lejos de todos los escenarios en los que nosotros nos acostumbramos a ver el poder de Dios en acción. No tuvo esa oportunidad.
¿Por qué no la tuvo? Esa generación comenzó a experimentar los resultados provocados por generaciones anteriores que se olvidaron de la Evangelización y convirtieron las campañas evangelísticas en actividades para celebrar nuestra fe.
Esa generación sufrió los resultados de algo que hemos de llamar el “Síndrome de los hijos de Elí.” La Biblia dice en 1 Samuel 2:12-17 que Ofni y Finees, los hijos de un Sumo Sacerdote llamado Elí, eran sacerdotes impíos que no respetaban al Señor (versión Nueva Traducción Viviente). Ellos se robaban las ofrendas que la gente ofrecía mientras estas todavía estaban en el altar del sacrificio. La Biblia añade que el pecado de estos jóvenes era muy serio a los ojos del Señor.
Estamos convencidos de que la inmensa mayoría de los pastores que sirven en nuestros altares son personas serias y de buen testimonio. El problema es que los ruidos provocados por aquellos que sufren del síndrome antes mencionado opacan el buen testimonio y las buenas costumbres de aquellos que honran a Dios con su servicio.
El resultado directo, la evidencia directa de la ausencia del poder de Dios es la presencia de las derrotas. La ausencia del poder de Dios es sinónimo de la ausencia de victorias permanentes y transformadoras.
David decidió que él no sería parte de esa historia. Este hombre decidió que había que hacer algo que cambiara el rumbo de su país. Es cierto que este joven de 30 años lo consultó con los ancianos, pero él ya sabía lo que había que hacer. Al salir de la cueva había que devolver la presencia visible de Dios a los ojos de ese pueblo. Había que trasladar el símbolo del poder de Dios un lugar distinto a Silo. Había que llevarla al lugar escogido por el Señor: al Monte de Sion.
Dios está llamando a los David de este tiempo. Son muchos los que han experimentado un crecimiento extraordinario en su relación con Dios en medio de esta cuarentena. Son muchas las familias que han tenido experiencias con el poder de Dios que no habían vivido antes. Son muchos los creyentes que han sido desnudados de su auto suficiencia para ser vestidos de la santidad, de la majestad y de la total dependencia de Dios. Son muchos los que han destrozado sus viejos altares para reanudar una relación de entrega, personal, e íntima con el Señor.
Ahora nos toca salir de las cuevas y Dios nos está extendiendo el mismo llamado que le extendió a David. ¿Saldremos de esta cuarentena a continuar ofreciéndole una teología de mantenimiento a nuestras agendas anteriores? ¿Nos conformaremos con los que hemos visto, y vivido en nuestras cuevas? Dios nos invita a salir de las cuevas para provocar experiencias con el Señor en esas generaciones que nacieron y se desarrollaron lejos de Su Poder. ¿Queremos que haya cambios y transformaciones permanentes en nuestra sociedad? Tenemos que llevar al pueblo a la presencia de Cristo. Hay que dirigirlos a Sion.
David pudo haber decidido enfrentar las crisis de su tiempo utilizando los poderes militares, económicos, socioculturales y hasta el de los formalismos religiosos. Consideremos cuál pudo haber sido la reacción de las generaciones veteranas de Israel si David hubiera decidido regresar el Arca del Pacto a Silo. Con mucha probabilidad lo habrían aplaudido y hasta celebrado.
Este rey sabía que el pueblo necesitaba algo que tenía que trascender. No podía conformarse con que tan solo fuera distinto y diferente. El pueblo necesitaba ser llevado, conducido a tener experiencias con el Señor. Sólo el poder de Dios podía provocar la transformación. Solo el poder de Dios puede hacerlo.
Nuestra realidad es similar a la de David. No existen remedios militares, políticos, económicos, socioculturales ni religiosos para nuestra crisis actual. Nuestra sociedad, nuestra nación necesita encontrarse con Dios. Ese lugar de encuentro se llama Sion. Esto es sinónimo del lugar en el que se encuentra Cristo.
Reconocemos que el Sion Bíblico va mucho más allá de los Montes que forman la cadena de montañas que llevan su nombre. El Sion bíblico es el lugar en donde encontramos al Rey de reyes (Salmo 2:6). El Sion bíblico es el lugar en el que Él se encuentra y al que uno entra por sus puertas con cánticos y alabanzas (Salmo 9:11-14). Es Sion en donde encontramos el poder de salvación (Salmo 14:7) y el poder para ser sostenidos cuando llegan los días difíciles (Salmo 20:2).
Es en Sion donde Dios resplandece (Salmo 50:2). Es a allí que Él pide que el pueblo fiel sea traído (Salmo 50:5). Es el lugar en el que Él recibe la alabanza (Salmo 65:1). Es el lugar en el que encuentran al Señor aquellos que quieren renunciar a su iniquidad (Isaias 59:20).
Sion es el lugar al que entramos cuando decidimos adorar al Señor rodeados de multitudes de ángeles (Hebreos 12:22) y en la misma presencia del Altísimo.
Sion es mucho más que un lugar. Sion es sinónimo de la revelación del poder, de la gloria y del favor de Dios. Sion es el lugar en el que escuchamos a Dios decir “no temas” (Sofonias 3:19).
El pueblo no va a llegar por sí solo a Sion. Tiene que haber una generación de valientes que decida dirigir al pueblo a ese lugar. Esas generaciones tienen que llegar cantando, danzando, adorando, despojados de sus títulos y de su religiosidad. El pueblo tiene que llegar allí dirigido por valientes que conozcan el poder de Dios y que anhelen que el pueblo adore junto a ellos en Sion.
El llamado de Dios es para aquellos que aman a Sion; que aman a Cristo; que aman entrar en esa dimensión espiritual a la que nos lleva la adoración que es pura. ¿Quiénes están dispuestos a aceptar este llamado?
Dios quería que el Arca del Pacto estuviera en el Monte de Sion.
En la reflexión anterior concluimos que David no tenía ante sí todos los datos acerca del significado de esta transición, pero Dios sí lo sabía. Moverse a Sion era mucho más que una idea. Mover el Arca del Pacto a Sion estaba alineado con los planes proféticos para Israel como nación, así como para la Iglesia. Es Dios el que escoge a Sion como habitación para sí (Salmo 132:13). Es a Sion que llega el Mesías cabalgando sobre un asno (Zacarias 9:9-10; Mateo 21:5).
Es en Sion que se coloca la piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en Él no será avergonzado: Cristo (Romanos 9:33; 1 Pedro 2:6). Es de Sion que viene el Libertador que apartará a Jacob de la impiedad (Romanos 11:26). Es a Sion que se acercan los redimidos para adorar (Hebreos 12:22). Es sobre sobre Sion que el Cordero pone sus pies cuando se anuncia el triunfo de los 144,000 y la caída de la Babilonia del libro de Apocalípsis (Apoc 14:1-4).
Al salir de la cueva de Adulam, David había rechazado regresar a las agendas anteriores a la cueva y se estaba alineando con los propósitos eternos.
¿Por qué? La presencia del Arca del Pacto era para el pueblo de Israel la garantía de la presencia del poder de Dios. Dios no le dio el Arca del Pacto a Israel para ser tratada como un amuleto. El Arca representaba el poder de Dios porque en ella estaba el testimonio de que ese pueblo era distinto a los demás pueblos de la tierra. Veamos lo que dice la Biblia acerca de esto último:
"
5 Yo les he enseñado las leyes y los decretos que el Señor mi Dios me ordenó, para que los pongan en práctica en el país que van a ocupar. 6 Cúmplanlos y practíquenlos, porque de esta manera los pueblos reconocerán que en ustedes hay sabiduría y entendimiento, ya que cuando conozcan estas leyes no podrán menos que decir: “¡Qué sabia y entendida es esta gran nación!” 7 Porque, ¿qué nación hay tan grande que tenga los dioses tan cerca de ella, como tenemos nosotros al Señor nuestro Dios cada vez que lo invocamos? 8 ¿Y qué nación hay tan grande que tenga leyes y decretos tan justos como toda esta enseñanza que yo les presento hoy? 9 Así pues, tengan mucho cuidado de no olvidar las cosas que han visto, ni de apartarlas jamás de su pensamiento; por el contrario, explíquenlas a sus hijos y a sus nietos. (Det 4:5-9, Dios Habla Hoy)
El pueblo de Israel había convertido el Arca en un amuleto; una posesión utilitaria para sentirse protegido en tiempos de amenazas. Cualquier parecido con algunas perspectivas religiosas del mundo pos-moderno es tan solo una repetición de esa historia.
David había pasado un tiempo prudencial metido en una cueva reflexionando acerca de su vida cuando Dios le salió al encuentro. Ese encuentro le hizo saber que la Presencia del Eterno no podía ser manejada ni manipulada como se maneja un amuleto.
Los Israelitas habían tenido un avivamiento con la llegada de Samuel. La Biblia enseña que todo Israel conoció que él era fiel y que no dejaba caer a tierra sus palabras (1 Samuel 3:19-21). Pero Israel no aprendió sus lecciones. Para ellos el Arca del Pacto se había convertido en una posesión para ser utilizada en tiempos de conflicto (1 Samuel 4:2-3).
La Biblia también enseña en 1Samuel 4:1-11 que Dios permitió que los Israelitas perdieran ese amuleto y que fueran derrotados por los filisteos.
Hay una gran enseñanza detrás de todo esto. Tenemos la obligación de examinar nuestros corazones, particularmente después de esta temporada de cuevas y de aislamientos. El propósito de este examen es poder identificar cuál es la idea de Dios que tenemos al salir de la cueva. Es muy cierto que nuestra idea de Dios puede ser revelada sin ese examen. Aquellos que tengan una idea correcta marcharán a Sion. Aquellos que no la tengan regresarán a los lugares en los que la presencia de Dios es vista como un amuleto. Esto último conlleva pagar un precio muy elevado.
Realizar este examen nos ofrecerá la oportunidad de corregir nuestra perspectiva de Dios y caminar en la dirección correcta.
David sabía esto. La fragmentación interna que vivía el país, las luchas civiles y tribales que se experimentaban en todo el territorio, la incapacidad del pueblo para rendirse ante el Señor, todo esto no era otra cosa que los síntomas de que el pueblo estaba caminando lejos del poder y de la misericordia de Dios.
Israel había ignorado a Dios y estaba experimentando los resultados de esa decisión.
¿Puede usted imaginar lo que es tratar de mantener la integridad social de una nación cuando se ha ignorado la presencia de Dios? Ellos querían la manifestación del poder del Dios del Arca, pero no estaban interesados en el Dios del Arca. ¡No hay poder en la presencia física del Arca del Pacto cuando se ignora al Dios del Arca del Pacto!
¿Puede usted imaginar lo que significa vivir lejos del poder de Dios por más de 75 años? Israel seguía participando de las liturgias, la gente seguía yendo a los santuarios, había celebración de la Pascua y se continuaban ofreciendo los sacrificios, haciendo las fiestas solemnes del calendario litúrgico y recogiendo las ofrendas. Israel no había dejado de ordenar sacerdotes y las trompetas seguían sonando. El Tabernáculo en Silo continuaba en pie, y los ropajes sacerdotales no habían cambiado. ¡Pero no había poder de Dios en todo esto!
Ese pueblo se había acostumbrado a vivir ignorando el poder de Dios antes de la derrota frente los filisteos. Ahora perdían hasta los símbolos de ese poder. Israel comenzó a vivir y a existir sin el poder de Dios y luego sin sus símbolos en el Santuario. Los sacerdotes no habían hecho nada al respecto. Casi dos (2) generaciones de Israelitas habían nacido y habían sido presentados en el Santuario; en un santuario sin poder de Dios. ¿Qué experiencias con el poder de Dios pudieron haber experimentado esas generaciones?
Ese pueblo no podía conocer acerca de ese poder porque la Ley que Dios le dio a Moisés se encontraba en el Arca del Pacto. O sea, las Sagradas Escrituras no estaban presentes en el Lugar Santísimo porque el Arca no se encontraba allí. A base de esto podemos concluir que se intentaba realizar la adoración e invitar al pueblo a unirse a ella, pero se hacía sin el conocimiento de lo que dice la Palabra de Dios. El problema es que la ignorancia de las Sagradas Escrituras no nos exime de su cumplimiento.
El resultado directo, la evidencia directa de la ausencia del poder de Dios es la presencia de las derrotas. La ausencia del poder de Dios es sinónimo de la ausencia de victorias permanentes y transformadoras.
¿Le suena familiar este contexto? Nuestra realidad es la misma: nuestro mundo, nuestra nación, nuestros vecindarios y muchas de nuestras familias se derrumban a pasos agigantados. El deterioro que observamos en las relaciones de calidad con los ancianos y con los niños, las luchas sociales, el racismo, la violencia institucional y la no-institucional, la fragmentación familiar, todo esto es la sintomatología de un pueblo enfermo.
Nuestro pueblo es uno que sabe quién es Dios, que conoce los mecanismos y las liturgias, los textos bíblicos y que sabe hablar el “Cristinismo”, el idioma de los Cristianos. Sin embargo, ese pueblo ha decidido sacar a Dios de sus ecuaciones. Todos y cada uno de ellos han estado metidos en cuevas semejantes a las nuestras, pero es obvio que han salido de ellas para regresar a las mismas agendas que practicaban y seguían antes de esta pandemia provocada por el COVID-19.
No existe manera alguna en la que una nación pueda siquiera pretender mantener la integridad social de sus ciudadanos cuando se ha ignorado la presencia de Dios. Son muchos los que procuran la manifestación del poder de Dios, de su Santo Espíritu, pero que no están interesados en mantener una relación personal y correcta con el Señor de la historia. A estos hay que recordarles que no hay poder en las letras, los servicios litúrgicos y los otros símbolos de la fe cuando se ignora la gloria de Dios
Nosotros estamos pagando hoy el precio de haber permitido el desarrollo de una sociedad que lleva cerca de 75 años lejos de la presencia de Dios. A partir de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, alcanzada en 1945, nuestra nación se engrandeció y comenzamos a alejarnos de Dios.
Ya no era tan necesario depender de Su poder. No hacían falta milagros, ni señales: ya habíamos experimentado el éxito y las victorias. No hacía falta arrepentirse del pecado ni que confesáramos nuestras faltas. Ahora Dios era tan solo una posesión conveniente a la que podíamos acudir cuando necesitamos que Él nos resuelva algún problema. Así que comenzamos a multiplicarnos y hasta desarrollamos la perspectiva de que la presencia de Dios solo hacía falta en el papel moneda que simboliza nuestras riquezas y nuestro “otro” poder: “In God we trust.”
Las Iglesias Norteamericanas continuaron participando de las liturgias, la gente seguía yendo a los templos, había celebración de la Semana Santa, de Acción de Gracias, de la Navidad, de Pentecostés. Continuamos cumpliendo con la filosofía religiosa, ofreciendo los sacrificios, haciendo las fiestas solemnes del calendario litúrgico y recogiendo las ofrendas. Así como le sucedió a Israel, no dejamos de ordenar sacerdotes y las trompetas siguieron sonando. Los templos continuaban en pie, y los ropajes sacerdotales no habían cambiado. ¡Pero no había poder de Dios en todo esto!
Nuestro pueblo se había acostumbrado a vivir ignorando el poder de Dios antes de la derrota frente a los Vietnamitas. Luego de esto comenzamos a perder hasta los símbolos de ese poder. Muchos templos comenzaron a convertirse en museos. Las fiestas litúrgicas fueron sustituidas por tiempos de vacaciones en las playas o salidas a gastar y a servir a nuestro “otro” dios en los centros comerciales.
Casi dos (2) generaciones de norteamericanos han nacido y han sido presentados en algún Santuario durante todo este proceso: en santuarios sin el poder de Dios.
¿Qué experiencias con ese poder han podido tener esas generaciones? ¿Cómo es que nos puede parecer que es irracional el comportamiento de estas generaciones criadas lejos del poder de Dios y hasta de sus símbolos?
Esas generaciones nacieron y se desarrollaron cantando los himnos, conociendo la liturgia, pero separados del poder de Dios. ¿Cómo podemos esperar que sepan el significado del pecado, lo que significa el respeto a la vida, el respeto a las autoridades y a la propiedad de otros?
Los sacerdotes no hicimos nada al respecto. Algunos partieron de la premisa que estas eran señales de los tiempos. Asumieron que Cristo viene pronto y que por lo tanto esas generaciones se tienen que perder. Otros se acomodaron y se allanaron al sincretismo con los filisteos, aceptando y apropiándose de los nuevos modelos políticos-religiosos y hasta rechazando lo que dicen las Sagradas Escrituras.
Nuestro pueblo no ha podido conocer acerca de ese poder porque en muchos lugares la Palabra de Dios no ha sido enseñada. Ella ha estado ausente de muchos de nuestros púlpitos. La Biblia enseña que esa Palabra es:
"
“útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim 3:16b-17).
Es cierto que en muchas Iglesias se ha intentado realizar la adoración e invitar al pueblo a unirse a ella. El problema es que lo hacemos mientras mantenemos los altares ausentes de lo que dice la Palabra de Dios y de los testimonios que ella produce. Esa Palabra ha sido sustituida por discursos políticos, por teorías económicas, por ensayos sociales y de comportamiento, por cuentos y entretenimientos. Esa Palabra ha sido sustituida por foros para establecer multiniveles que procuran el enriquecimiento de algunos sacerdotes. Esa Palabra ha sido sustituida por los libros que han escrito algunos hombres y mujeres que no solo no conocen la Palabra de Dios; desconocen quién es el Dios que inspiró esa Palabra.
En muchos lugares esa Palabra ha sido desvestida de su autoridad con modelos pos-modernos que niegan su eficacia y hasta la presencia de los milagros.
La generación más reciente que ha nacido en medio de esta debacle está convencida de que los milagros más grandes que pueden ocurrir en una congregación están ligados a las posesiones y a las riquezas. Esa generación mira con sospecha las sanidades divinas, las liberaciones de las ataduras demoníacas y la transformación que la Biblia enseña. Esto es, lo que sucede cuando venimos a Cristo Jesús.
¿Podemos criticarlos? Desgraciadamente no tenemos manera de hacerlo. Esa generación se desarrolló lejos de los parques en los que había campañas evangelísticas. Esa generación se desarrolló lejos de todos los escenarios en los que nosotros nos acostumbramos a ver el poder de Dios en acción. No tuvo esa oportunidad.
¿Por qué no la tuvo? Esa generación comenzó a experimentar los resultados provocados por generaciones anteriores que se olvidaron de la Evangelización y convirtieron las campañas evangelísticas en actividades para celebrar nuestra fe.
Esa generación sufrió los resultados de algo que hemos de llamar el “Síndrome de los hijos de Elí.” La Biblia dice en 1 Samuel 2:12-17 que Ofni y Finees, los hijos de un Sumo Sacerdote llamado Elí, eran sacerdotes impíos que no respetaban al Señor (versión Nueva Traducción Viviente). Ellos se robaban las ofrendas que la gente ofrecía mientras estas todavía estaban en el altar del sacrificio. La Biblia añade que el pecado de estos jóvenes era muy serio a los ojos del Señor.
Estamos convencidos de que la inmensa mayoría de los pastores que sirven en nuestros altares son personas serias y de buen testimonio. El problema es que los ruidos provocados por aquellos que sufren del síndrome antes mencionado opacan el buen testimonio y las buenas costumbres de aquellos que honran a Dios con su servicio.
El resultado directo, la evidencia directa de la ausencia del poder de Dios es la presencia de las derrotas. La ausencia del poder de Dios es sinónimo de la ausencia de victorias permanentes y transformadoras.
David decidió que él no sería parte de esa historia. Este hombre decidió que había que hacer algo que cambiara el rumbo de su país. Es cierto que este joven de 30 años lo consultó con los ancianos, pero él ya sabía lo que había que hacer. Al salir de la cueva había que devolver la presencia visible de Dios a los ojos de ese pueblo. Había que trasladar el símbolo del poder de Dios un lugar distinto a Silo. Había que llevarla al lugar escogido por el Señor: al Monte de Sion.
Dios está llamando a los David de este tiempo. Son muchos los que han experimentado un crecimiento extraordinario en su relación con Dios en medio de esta cuarentena. Son muchas las familias que han tenido experiencias con el poder de Dios que no habían vivido antes. Son muchos los creyentes que han sido desnudados de su auto suficiencia para ser vestidos de la santidad, de la majestad y de la total dependencia de Dios. Son muchos los que han destrozado sus viejos altares para reanudar una relación de entrega, personal, e íntima con el Señor.
Ahora nos toca salir de las cuevas y Dios nos está extendiendo el mismo llamado que le extendió a David. ¿Saldremos de esta cuarentena a continuar ofreciéndole una teología de mantenimiento a nuestras agendas anteriores? ¿Nos conformaremos con los que hemos visto, y vivido en nuestras cuevas? Dios nos invita a salir de las cuevas para provocar experiencias con el Señor en esas generaciones que nacieron y se desarrollaron lejos de Su Poder. ¿Queremos que haya cambios y transformaciones permanentes en nuestra sociedad? Tenemos que llevar al pueblo a la presencia de Cristo. Hay que dirigirlos a Sion.
David pudo haber decidido enfrentar las crisis de su tiempo utilizando los poderes militares, económicos, socioculturales y hasta el de los formalismos religiosos. Consideremos cuál pudo haber sido la reacción de las generaciones veteranas de Israel si David hubiera decidido regresar el Arca del Pacto a Silo. Con mucha probabilidad lo habrían aplaudido y hasta celebrado.
Este rey sabía que el pueblo necesitaba algo que tenía que trascender. No podía conformarse con que tan solo fuera distinto y diferente. El pueblo necesitaba ser llevado, conducido a tener experiencias con el Señor. Sólo el poder de Dios podía provocar la transformación. Solo el poder de Dios puede hacerlo.
Nuestra realidad es similar a la de David. No existen remedios militares, políticos, económicos, socioculturales ni religiosos para nuestra crisis actual. Nuestra sociedad, nuestra nación necesita encontrarse con Dios. Ese lugar de encuentro se llama Sion. Esto es sinónimo del lugar en el que se encuentra Cristo.
Reconocemos que el Sion Bíblico va mucho más allá de los Montes que forman la cadena de montañas que llevan su nombre. El Sion bíblico es el lugar en donde encontramos al Rey de reyes (Salmo 2:6). El Sion bíblico es el lugar en el que Él se encuentra y al que uno entra por sus puertas con cánticos y alabanzas (Salmo 9:11-14). Es Sion en donde encontramos el poder de salvación (Salmo 14:7) y el poder para ser sostenidos cuando llegan los días difíciles (Salmo 20:2).
Es en Sion donde Dios resplandece (Salmo 50:2). Es a allí que Él pide que el pueblo fiel sea traído (Salmo 50:5). Es el lugar en el que Él recibe la alabanza (Salmo 65:1). Es el lugar en el que encuentran al Señor aquellos que quieren renunciar a su iniquidad (Isaias 59:20).
Sion es el lugar al que entramos cuando decidimos adorar al Señor rodeados de multitudes de ángeles (Hebreos 12:22) y en la misma presencia del Altísimo.
Sion es mucho más que un lugar. Sion es sinónimo de la revelación del poder, de la gloria y del favor de Dios. Sion es el lugar en el que escuchamos a Dios decir “no temas” (Sofonias 3:19).
El pueblo no va a llegar por sí solo a Sion. Tiene que haber una generación de valientes que decida dirigir al pueblo a ese lugar. Esas generaciones tienen que llegar cantando, danzando, adorando, despojados de sus títulos y de su religiosidad. El pueblo tiene que llegar allí dirigido por valientes que conozcan el poder de Dios y que anhelen que el pueblo adore junto a ellos en Sion.
El llamado de Dios es para aquellos que aman a Sion; que aman a Cristo; que aman entrar en esa dimensión espiritual a la que nos lleva la adoración que es pura. ¿Quiénes están dispuestos a aceptar este llamado?
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