Reflexiones de Esperanza: El Arca del Pacto – Parte 9: La agenda después de la cueva (Un preludio a la adoración)

Hemos estado analizando las narrativas bíblicas acerca del traslado del Arca del Pacto a la Ciudad de David. Los ejercicios y los procesos desarrollados para este traslado nos han colocado ante la necesidad de analizar los modelos de adoración que se describen en esas narrativas.

Sabemos que luego del fracaso inicial, David decide implementar unos modelos de adoración   que procuraban desatar la misericordia de Dios y recibir los beneficios de Su gracia. Todo esto acontece luego del desarrollo de unos procesos en los que tanto él, como el pueblo, pudieron aceptar los grados de responsabilidad que tuvieron en todos estos eventos. Esto último ocupó el centro de nuestra reflexión anterior.

Charles Haddon Spurgeon dijo en una ocasión que uno debía lavarse el rostro cada mañana con un baño de alabanza. David conocía el poder que desata esta verdad. Algo que los salmos nos dejan saber que él también conocía es que la alabanza que es eficaz es aquella que se ha convertido en adoración.

Bastó como muestra el anti-testimonio que desataron las alabanzas y las liturgias ofrecidas en el primer intento para trasladar el Arca del Pacto a la Cuidad de este rey. Esas alabanzas y esas liturgias no fueron aceptadas por Dios porque se desarrollaron en medio de la desobediencia. La alabanza que adora al Señor está basada en la obediencia a Dios, a Su Santa Palabra. Es muy cierto que adoramos para contemplar la hermosura de la santidad de Dios (Sal 27:4b). Es también cierto que adoramos en la hermosura de esa santidad (Sal 29:2b). El que adora a Dios “para”, tiene que comprender que terminará adorando a Dios “en”; insertado en esa santidad. Esto requiere obediencia y sumisión.

Es aquí que David realizó un alto, un paréntesis litúrgico, del alma y del espíritu para reconocer  sus errores. A renglón seguido, este hombre tuvo que aceptar un plan de trabajo para su transformación. Esta realidad continua siendo veraz y válida para nosotros, los creyentes en Cristo Jesús.

Recordemos que la adoración Cristiana real y eficaz es trasformativa; los seres humanos que adoramos al Señor experimentamos cómo la adoración nos transforma. De hecho, hay un axioma sociológico y psicológico que describe que uno termina pareciéndose a aquello que uno adora. Sabemos que el dios o los dioses que adoremos terminarán moldeando y configurando nuestro carácter y nuestra personalidad.

David tuvo que evaluar si estaba adorando a su autosuficiencia, su posición como rey, sus conquistas del pasado, su comodidad, u otras tantas alternativas que pueden apoderarse del corazón del hombre.

Hay que señalar que, a diferencia de la inmensa mayoría de las corrientes religiosas y filosóficas del mundo, el Judaísmo y el Cristianismo parten de la premisa de que el caos, el desorden, el origen del mal, están dentro del corazón del ser humano. Veamos lo que dicen las Sagradas Escrituras acerca de esto:

"
5 Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.  (Gen 6:5)
9 Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer 17:9)
21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. 23 Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.    (Mcs 7:21-23)

Sabiendo esto, hay que concluir que el ser humano que quiere adorar tiene que desarrollar conciencia de estas realidades. No se puede pretender que se puede adorar sin haber realizado ese examen de conciencia y del espíritu.

Este es un tema que hemos discutido ampliamente en nuestra Iglesia por los pasados 30 años.  Las siguientes expresiones fueron compartidas con la Iglesia en el mes de septiembre del año pasado:

"Hace algunos años (1997), Neil T. Anderson y Elmer L. Towns se unieron para publicar un libro acerca de este tema; “Rivers of Revival” [1]. En el capítulo 10 (“Worship: The Touch of God That Revives”) ellos señalan que la respuesta de aquellos que adoran debe ser una respuesta emocional, intelectual, volitiva y moral. La adoración, señalan ellos, es involucrarse cara a cara con el Dios vivo, basados en la experiencia de regeneración que hemos vivido, apuntalados por el Espíritu Santo y con el resultado de exaltar la gloria de Dios.

Esto provoca que tengamos que acercarnos a la adoración como una experiencia que está en constante crecimiento y que es en sí misma una entidad dinámica. Esto último destaca entonces que se trata de una experiencia personal, aun cuando estemos rodeados de miles de personas. Además, que esta no se puede divorciar de la persona que adora. Hay que añadir a esto que estas aseveraciones proponen que la adoración sea considerada como un esfuerzo sincero y honesto para recrear las condiciones y las experiencias que nos han llevado a tener una relación con Dios  que es cada vez más profunda.

La adoración va mucho más allá de un proceso intelectual. La adoración, dicen Anderson y Towns, envuelve mucho más que datos y conocimientos. La adoración genuina sacude las emociones y nos dirige a la acción Cristiana: Cristocéntrica. Ella comienza con el reconocimiento de la Presencia de Dios y de Su Santa Palabra. Es aquí en donde el corazón del que adora se mueve a una experiencia fundamentada en la Palabra de Dios y es provocado a conocer al Señor un poco más y a glorificarle por lo que Él es.

Esto no implica que las personas que adquieren este conocimiento puedan ser transformadas en adoradores de inmediato. Ese conocimiento tiene que llevarnos a anhelar y decidir vivir sujetados a Cristo y a los propósitos descritos en las Sagradas Escrituras. Es aquí que se insertan las dimensiones de transformación del creyente.

Hay que señalar que la adoración no es una experiencia mística. La adoración es una experiencia intensamente espiritual. La adoración es una oportunidad divina para invitar el poder y la presencia de Dios para que se muevan entre aquellos que adoran al Todopoderoso.[2] Es aquí que comienzan los avivamientos.

Repetimos, A.W. Tozer[3], insiste en que no se trata de misticismo. Los que adoramos podemos experimentar a Dios en la tormenta, en la muerte de alguien que amamos y en el mar tempestuoso sin que nada de esto nos lleve a la adoración. Al mismo tiempo, dice Tozer, el asombro (“awe”) y  la sublimidad son ingredientes de la adoración solo si la adoración está allí. Hay que entender que todos estos se pueden experimentar aún sin creer en Dios.

La Iglesia posmoderna se ha hecho experta confundiendo a las personas con música que produce todo esto, pero sin conducirlos a la adoración. Los Cristianos podemos decir el nombre de Jesús 1000 veces, pero esto no significa nada si no hemos hecho de la búsqueda de la naturaleza de Jesús nuestra meta. En otras palabras, no podemos adorar a Dios y pretender seguir viviendo nuestra naturaleza. Tozer añadía que esto es similar a quemar incienso mezclado con pedazos de gomas (neumáticos)de automóvil.

¿Cómo contextualizamos esto? No se puede adorar con pensamientos rencorosos, maliciosos, contaminados, lujuriosos, codiciosos, y/u orgullosos. No se puede tener un domingo de adoración sin un lunes, martes, miércoles, etc. de adoración.

La Iglesia posmoderna ha olvidado que la adoración genuina es una pieza clave para la evangelización.

El escrito de Tozer destaca que el objeto de la adoración Cristiana es Dios. Esta aseveración es muy importante porque nos permite concluir que la adoración no se trata de los efectos relajantes que esta pueda proveer.

Hay que enfatizar que nuestra teología es parte de la base para la construcción de la definición que desarrollamos de este concepto. Hay que conseguir que nuestros pensamientos se conviertan en un santuario.

La Biblia dice que los Cristianos poseemos una sola forma que Dios reconoce como adoración: en espíritu y en verdad (Jn 4:23). Esto significa que esa es la única forma en que se puede adorar. O sea, el Espíritu Santo convenciéndonos en nuestro espíritu de lo que es correcto, de acuerdo con la naturaleza de Dios, porque Dios es Espíritu. Es en esa dimensión que la verdad de Dios (la verdad absoluta) nos confronta y nos juzga. Es de aquí que surge el elemento de la honestidad de la adoración.

El testimonio de la intercesión del Espíritu en nuestro espíritu nos dirige y esto exige sinceridad.
Además, esto debe ser capaz de generar un cada vez más alto grado de espiritualidad. Tozer insiste en ese libro (compilado utilizando otra batería de conferencias y sermones que él ofreció acerca de la adoración) que la Iglesia existe para esto como un Organismo vivo.

  • ella existe como Cuerpo para el desarrollo de la misión.
  • ella existe como Asamblea para la devoción.

No perdamos de vista que Israel fue prometido en un encuentro que provoca adoración: Abraham adorando a Dios en el capítulo 15 del libro de Génesis. Israel fue formado en otro encuentro similar: Jacob adorando a Dios y siendo transformado en Israel en Gn 32:24-32. El pueblo de Israel fue ordenado a ser libre de la misma manera (Ex 3:1- 4:17). Israel comienza su transformación de ser un grupo de tribus para convertirse en nación en una experiencia similar (Ex 19:1-25).

La Iglesia nace del costado de Jesús en el Calvario mientras el Centurión adora (Mt 27:54; Mc 15:39) y es inyectada del Espíritu en adoración en Pentecostés (Hch 2). Por lo tanto, la adoración es un imperativo moral y absolutamente espiritual. Solo en la adoración recibimos la liberación de todos los maravillosos poderes que posee nuestro intelecto[4].

Esto es lo que destacan los himnos de nuestros himnarios. Esta es una de las razones por las que no podemos olvidarlos.

La Iglesia posmoderna ha permitido que mucha de nuestra feligresía quiera trabajar para Dios sin haber aprendido a deleitarse y crecer en la adoración a Dios y la relación con Dios que ésta desarrolla en el creyente. Es por esto que se nos hace tan difícil insertar y mantener los procesos de santificación en los creyentes de hoy.

No hay una verdadera adoración si esta no proviene de la actitud interna correcta. Nosotros somos de Dios en Cristo, nos rendimos ante su presencia en Cristo y respondemos a su presencia en Cristo. A esto le llamamos “eusebia” (godliness; G2150; G2152; G2095; G4576). Las generaciones anteriores a la nuestra traducían esto como vida piadosa. “Eusebia” no es otra cosa sino “buena adoración.”

Por último, la verdadera adoración genera humildad porque cancela el orgullo y la altivez. El Dr. Nathan G. Jennings [5] ha dicho que la adoración nos concientiza de que cuando adoramos entramos en la geografía de ninguna parte (“uncharted territory”). [6]

La Iglesia posmoderna necesita restaurar su adoración".

A continuación otra cita acerca de ese tema que fue compartida con la Iglesia como parte de otra reflexión semanal:

"
En primer lugar, que la efectividad de la adoración no puede ser medida por la música, las palabras o el lugar en el que se adora. En segundo lugar, que la verdadera y buena adoración (‘eusebia’en griego) siempre es medida por las respuestas que Dios recibe desde el corazón del que le adora. O sea, que la verdadera adoración no se mide por la intensidad de las palabras que se puedan usar, y sí por la transformación que experimentan aquellos que adoran. En tercer lugar, que la verdadera adoración no permite que el adorador permanezca siendo la misma persona que comenzó en la peregrinación de la adoración. Los modos y modelos de adoración no son necesariamente lo más importante. Aquél al que adoramos es el que tiene toda la importancia. Al final del camino descubrimos que la verdadera adoración no cambia; somos nosotros, los que adoramos, los que experimentamos los cambios. [7]

David debió haberse percatado de algo muy interesante. Hubo un grupo de hombres que llevaron el Arca del Pacto a la casa de Obed Edom desde el lugar en el que ocurrió la tragedia de Uza (2 Sam 6:10-11). La Biblia no nos ofrece detalles acerca de esto proceso. Sabemos que no se murieron en el mismo porque lo habrían informado de haber sucedido esto. Podemos intuir que aquellos que lo hicieron estaban muy asustados. Ese temor debe haber provocado que se hicieran las preguntas acerca de cómo debía trasladarse el Arca del Pacto. En un pasaje anterior encontramos que las personas que llevaron el Arca del Pacto a la casa de Abinadab decidieron santificar a su hijo Eleazar para este que se pudiera hacer cargo de ésta (1 Sam 7:1).
O sea, que había personas en el pueblo que conocían acerca de esto.

David debió haber recogido todos estos datos. Sus ejercicios debieron haberle convencido de un axioma teológico acerca de la adoración que es muy importante: mientras más alto se encuentra un hombre en las dimensiones de la gracia, más pequeño se encontrará en la idea de sí mismo. Esta es la fuente de la verdadera humildad; la que se produce cuando estamos centrados en Cristo.

Nadie puede hacer otra cosa cuando está de frente a la majestad y a la santidad de Dios.
Entender esto como preparación para entrar a esa Presencia es un preludio a la adoración.
Referencias

[1] Anderson, Neil T y Towns, Elmer L. 1997. Rivers of Revival. Regal Books, MA (Electronic publication by Destiny Image: June 24, 2014.
[2] Esta aseveración es de Jack Hayford.
[3]  Tozer, A. W. “Whatever happened to worship: a call to true worship”; 1985, 2012 Revised Edition by Zur Ltd. Previously published by Christian Publications, Inc.  First Christian Publications Edition 1985. First WingSpread Publishers Edition 2006. Revised WingSpread Publishers Edition 2012. (p 124-125).
[4] Tozer, A.W. Ibid, pp.21-31
[5]   Jennings, Nathan G. 2017. Eugene, Oregon: Cascade Books.
[6]   El Heraldo, Septiembre 22, 2019.
[7]   El Heraldo, Diciembre 16, 2012.

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