Reflexiones de Esperanza: El Arca del Pacto – Parte 20: La agenda después de la cueva (Fundamentos de la Adoración: adoración vocal)

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7 Entonces, en aquel día, David comenzó a aclamar a Jehová por mano de Asaf y de sus hermanos: 8 Alabad a Jehová, invocad su nombre, Dad a conocer en los pueblos sus obras. 9 Cantad a él, cantadle salmos; Hablad de todas sus maravillas.    (1 Cró 16:7-9)
15 Así David y toda la casa de Israel conducían el arca de Jehová con júbilo y sonido de  trompeta.    (2 Sam 6:15)


Los relatos acerca del traslado del Arca del Pacto a Jerusalén, entre otras cosas, nos han permitido examinar los niveles de responsabilidad de David como el líder de todos estos procesos. Hemos examinado el nivel de su responsabilidad individual, el de su responsabilidad colectiva y el de su responsabilidad moral. En todos y cada uno de ellos hemos visto el arrepentimiento y la implementación de medidas correctivas.

Existe un nivel de responsabilidad que no hemos examinado. Se trata de la responsabilidad que David tenía con su fe, con su doctrina y con su historia. Este nivel de responsabilidad es el que le provocó a presentarse ante el Señor y ante el pueblo de Israel vestido de lino fino y usando un efod para danzar durante esta celebración (1 Cró 15:27). Ya conocemos que David danzaba así como una representación profética de la Iglesia, así como una representación profética de Cristo, Rey del linaje de David y Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.

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4 Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec. (Sal 110:4)
6 Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec. 7 Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. 8 Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9 y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; 10 y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.           (Heb 5:6-10)

Ese nivel de responsabilidad también llevó a David a asignarle un lugar preponderante a la adoración al Señor; en todas sus manifestaciones. Esto es, la adoración visual, la adoración vital, la adoración vocal y la adoración volitiva. Las primeras dos manifestaciones han sido analizadas en reflexiones anteriores. En esta reflexión iniciaremos el análisis de la adoración vocal; particularmente el poder de la oración y de la alabanza.

Es un hecho comprobado que los seres humanos hemos sido desarrollados para adorar. Nuestros cerebros están “alambrados” neuro-fisiológicamente para adorar. O sea, siempre adoramos. Lo más relevante aquí es saber qué o a quién adoramos.

¿Qué es la adoración? ¿Cómo podemos definirla? Harold Best definió la adoración como la efusión, el derramamiento continuo de todo lo que somos, todo lo que hacemos y todo aquello que podamos alcanzar ser en la luz del dios que hayamos escogido o que estemos escogiendo. No olvidemos que siempre hay un dios al que adoramos.

La adoración Cristiana es la respuesta que nosotros le damos a Dios. Los Cristianos creemos que respondemos en Cristo Jesús al amor de Dios. La Biblia dice que Él nos amó primero (1 Jn 4:19).

Dwight Bradley decía que la adoración es como una tierra seca clamando por lluvia, es una vela en el instante en que ésta es encendida, es una gota en la búsqueda del océano y es una voz en la noche clamando por ayuda. Bradley añadía que adorar es el alma de pie asombrada ante el misterio del Universo, es el tiempo fluyendo hacia la eternidad; es el ser humano subiendo las escalinatas del altar para llegar hasta la presencia de Dios.

Oswald Chambers decía que la adoración es darle a Dios lo mejor que Él nos ha dado a nosotros. La mayoría de los teólogos cristianos han dicho que no se trata de ver la adoración como algo que forma parte de nuestra vida Cristiana. La vida Cristiana es adoración.

Abraham J. Heschel (Enero 1907- Diciembre 1972) decía que adorar es un estilo de vida, una forma de ver el mundo en la luz del Señor, desde la perspectiva de Dios. Heschel decía que adorar es elevarse a un nivel de existencia más alto para ver el mundo, la vida, desde el punto de vista de Dios.

La oración y la alabanza forman parte de esa respuesta a la presencia de Dios que llamamos adoración. La oración hay que levantarla sin cesar (1 Tes 5:17); hay que orar en todo tiempo (Ef 6:18a).

Desde el punto de vista de la oración, Heschel, quien fue un teólogo judío, decía que el propósito principal de esta, la oración, no es formular peticiones. El propósito de la oración es alabar, cantar, porque la esencia de la oración es la canción, y el ser humano no puede vivir sin canción.[1]

Este rabino judío, que pasó mucho tiempo compartiendo y enseñando con los Cristianos, decía que la oración comienza al borde del vacío, de la desolación; cuando nuestros poderes humanos se acaban. Él añadió que la oración sirve a varios propósitos. Sirve para salvar del olvido a la vida interior del ser humano. Ella sirve para aliviar las angustias y para permitir que participemos de los misterios de la gracia y de la dirección de Dios. En última instancia, no podemos experimentar con la oración como una acción o un acto por el bien de otra necesidad u otra cosa. Oramos para poder orar.

Este teólogo, que marchó en Selma con Martin Luther King Jr., decía que la oración es una perspectiva desde la que podemos ver, desde la que podemos responder a los retos que enfrentamos en la vida. Los seres humanos en la oración, decía él, no procuran imponer su voluntad a la de Dios. Los seres humanos procuran en la oración imponer la voluntad de Dios y Su misericordia sobre ellos mismos. La oración es necesaria para hacernos conscientes de nuestros fracasos, de nuestras recaídas, de nuestras transgresiones y de nuestros pecados. Heschel, quien perdió a casi toda su familia durante la Segunda Guerra Mundial, murió con la Biblia abierta sobre su pecho (en Isaías 53).

Él decía que la oración es más que prestar atención a lo santo. La oración ocurre como un evento. Esta consiste de dos (2) acciones internas. La primera es la acción de cambiar de rumbo. La segunda es la de encontrar dirección. En la primera acción dejamos el mundo atrás: así como todos los intereses del “yo”. Despojados de todas esas preocupaciones, somos sobrecogidos por un solo deseo: colocar nuestros corazones en el altar el Señor.

Por último, Heschel decía que la oración no podía ser una estratagema para uso ocasional, un refugio al que recurrimos de vez en cuando. La oración es más bien un residencia establecida para el yo más íntimo. Todas las cosas poseen algún lugar que llaman hogar. Las aves tienen sus nidos, las zorras poseen sus cuevas y las abejas poseen un panal. Para él, un alma sin oración es un alma sin hogar. Cansada, sollozando, el alma, luego de transitar por un mundo podrido con desaciertos, falsedad y lo absurdo, procura un momento en el que pueda reunir su vida dispersa. Es un momento en el que puede desviarse de las pretensiones y de los camuflajes, en el que se puede simplificar las complejidades, en el que se puede pedir ayuda sin ser un cobarde. Ese hogar es la oración. Sus atributos son la continuidad,  la permanencia, la intimidad, la autenticidad y la formalidad, porque para el alma, la oración es su hogar.[2]
Es interesante saber que Jesucristo le dedicó una porción de tiempo muy significativa a la oración. ¿Por qué necesitaba orar tanto el Hijo de Dios? Sabemos que Él estaba modelándonos una vida de oración. Además, a base de lo antes expuesto, orar es mucho más que hablar con el Padre que está en los cielos. Si orar es el hogar del alma, Jesucristo oraba porque allí su alma se encontraba en el hogar del Padre. Si orar es una forma de alabanza, entones Jesucristo estaba cantando constantemente. ¿Estamos acudiendo con frecuencia a ese hogar? ¿Estamos siguiendo el modelo de Cristo?

Sabemos que la Biblia dice muchas cosas acerca de la oración. Entre estas que la oración de fe salvará al enfermo (Stg 5:13) y que la oración eficaz del justo puede mucho (v. 16c). Sabemos que la Biblia dice que la oración santifica todas las cosas (1 Tim 4:4) y que todas nuestras peticiones pueden ser dadas a conocer en toda oración y ruego (Fil 4:6).

Sin embargo, los acercamientos a la oración que se han formulado en los párrafos anteriores trascienden el área de las necesidades y de las peticiones. Esas dimensiones de la oración lucen cada vez más como los acercamientos paulinos a varias de las Iglesias y a algunos personajes del mundo del Nuevo Testamento. Veamos algunos ejemplos:

  • Timoteo: oraciones por aquellos que Dios ha puesto en eminencia para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. (1 Tim 2:1-2).
  • Colosas: oraciones para estar firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere (Col 4:12).
  • Colosas: orando para ser llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, en toda sabiduría e  inteligencia espiritual (Col 1:9).
  • Filipo:  por la comunión en el evangelio de los hermanos en Cristo (Fil 1:4).
  • Efeso: oración por denuedo para la predicación (Efe 6:18-19); recibir espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Cristo (Efe 1:15-17); ser fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu de Dios (Efe 3:14-17).
  • Corinto: oración para que muchas personas den gracias por la bendiciones recibidas (2 Cor 1:11).

Hay muchos ejemplos adicionales en el Nuevo Testamento. ¿Esto significa que no podemos pedir o presentar peticiones en nuestras oraciones? La Biblia nos exhorta a hacerlo. Hay que pedir y hay que presentar nuestras necesidades delante del Señor; de eso no hay duda. Sin embargo, es importante destacar que Dios conoce todo lo que nosotros le vamos a pedir (Sal 139:4). Por lo tanto, la oración tiene que poseer un propósito más elevado que el de simplemente querer “informarle a Dios” lo que nos sucede. Tal vez, las necesidades que experimentamos son tan solo una excusa divina para que vayamos al Señor en oración y así Él pueda tener la oportunidad de dialogar con nosotros, en el hogar del alma.

La oración como adoración vocal es reflejada en muchos de los salmos. Estos son realmente oraciones que fueron compuestas para ser cantadas como himnos.

Hay algunas preguntas que son válidas en ambos casos, el de la oración y el de la alabanza. Estas preguntas fueron formuladas por el profesor William H. Willimon: ¿qué dice nuestra adoración acerca de Dios? ¿Qué diría Dios acerca de nuestra adoración?[3]

Jonathan Sacks ha dicho que uno de los conceptos hebreos que se traduce como “orar” es el verbo “lehitpalel” (H6419). Este verbo significa juzgar o clarificar.[4] Al mismo tiempo, hay que desatacar que es un verbo reflexivo y por lo tanto significa una acción que uno se hace a uno mismo. O sea, que cuando oramos nos estamos juzgando a nosotros mismos. En otras palabras, orar significa escapar de la prisión del yo para comenzar a ver el mundo, incluyendo el yo, desde afuera.[5] En ese ejercicio el “yo” singular guarda silencio mientras se percata de que nosotros no somos el centro del universo. Es aquí que comienzan las transformaciones del creyente.

¿Es esta la realidad de nuestra vida de oración y de alabanzas? ¿Es esto lo que escucha y recibe Dios en nuestras oraciones o a través de nuestras alabanzas? ¿Cuándo fue la última vez que nos detuvimos a examinar nuestras oraciones y nuestra alabanza? Estas son preguntas que los pastores y los líderes de ministerios deben formularse con frecuencia; tanto a título personal como el colectivo. ¿Qué procura el pueblo a través de la oración y de la alabanza? ¿Es nuestra adoración la adoración a Cristo, al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, o adoramos a Baal, a Afrodita y a Cupido? Recordemos que nuestra idea acerca de Dios será responsable en gran medida de las respuestas que ofrezcamos a estas preguntas.

Willimon postula en su libro acerca del cuidado pastoral a través de la adoración, que estas son por lo regular las últimas preguntas que generalmente nos formulamos. Nuestros ejercicios de evaluación casi siempre pululan alrededor de qué cosas queremos conseguir a través de la adoración, de la alabanza y/o de la oración. O sea, beneficios personales o colectivos.
Willimon preguntó en ese libro si nuestra oración y nuestra alabanza poseen la integridad necesaria para pasar el crisol de los estándares bíblicos. La respuesta a esta pregunta, dice él, incide en la capacidad que tendremos para que nuestra adoración pueda ser una herramienta útil para el cuidado pastoral.

Los llamados de los profetas a regresar al Señor están enteramente relacionados a esto último. ¿Por qué? Porque cuando las naciones, las familias y/o los seres humanos, pierden la capacidad de entender esto, terminan adorando otra idea de Dios. Por lo tanto, sus capacidades para discernir las rutas a seguir se entenebrecen. Es aquí que comienzan a desarrollarse los desaciertos, se toman malas decisiones y los pueblos comienzan a sufrir. El pueblo, la familia, el ser humano que deja de orar y de alabar a Dios pierde su capacidad para escuchar Su voz. Esto sucede cuando el alma del pueblo deja de “regresar a la casa”; cuando deja de venir a la oración y a la alabanza a Dios.

Karl Barth decía que la necesidad más imperiosa de la adoración de la Iglesia no era poder mantenerse actualizada. Barth decía que la necesidad más imperiosa de esa adoración era de ser reformada. Ser “semper ecclesia reformanda” no significa ir con el tiempo o permitir que el Espíritu de la época determine qué es falso y qué es verdadero.[6] Lo que esto significa es que podemos y sabemos acudir constantemente al diálogo con el Señor para que Él nos de dirección para los tiempos. Solo así se puede conseguir el cumplimiento de la oración de Habacuc:

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2 Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, En medio de los tiempos hazla conocer; En la ira acuérdate de la misericordia. (Hab 3:2)

David decidió que había llegado el momento en el que el pueblo necesitaba ser expuesto a la transformación de su vida como pueblo que adoraba a Dios. Las muchas fiestas para celebrar victorias militares y políticas no podían sustituir la necesidad de regresar a la presencia de Dios; de regresar con el corazón correcto. Alabar a Dios y proclamar Su nombre en el contexto del traslado del Arca de Pacto iba  mucho más allá que presentar algunos elementos de esa celebración. El análisis del capítulo 16 de Primera de Crónicas nos arrojará más luz al respecto.
La oración de David en ese capítulo es un manifiesto teológico muy poderoso. David quería destacar el valor de la adoración que se escucha, la alabanza y la oración, en todo este proceso.

Hemos sido impactados en el espíritu que Dios va a utilizar el COVID-19 para provocar un avivamiento sin precedente en todo el planeta. Estamos intensificando nuestra oración para que el Señor tenga misericordia y nos conceda ese favor. Esta súplica ha formado parte de nuestras oraciones por los pasados 20 años. A continuación parte de una reflexión acerca de esto que fue publicada en febrero del 2008:

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Es un secreto a voces que casi todo el mundo reconoce que las situaciones en las que vivimos como Puertorriqueños solo pueden ser transformadas por una intervención milagrosa de Dios. Sí, un avivamiento de los cielos es lo único que puede hacer cambiar la vida y el rumbo que llevamos como pueblo. E.M. Bounds dijo en una ocasión que la oración es el arma más efectiva para producir y mantener un avivamiento. Bounds argumentaba que la oración, en su esencia misma, nos obliga a mirarnos por dentro, a reconocer con humildad nuestros pecados y nuestras faltas y a humillarnos delante de nuestro Dios. A renglón seguido, Bounds describía cómo es que nada puede superar esto para mover el corazón de Dios y conseguir que Él se derrame sobre su pueblo.
Hace algunas semanas atrás, mientras reflexionábamos junto a la Iglesia acerca de las claves para desarrollar una vida profunda, decíamos que necesitamos una intervención del Espíritu que nos libere de los triunfos que “la letra tiene sobre el Espíritu” (2 Cor 4:6); que nos ayude a vencer en esa lucha que tienen muchos cuando tienen que escoger entre adorar a Dios o al becerro de oro. Estas luchas y otras similares no solo nos han llevado a echar a perder el carácter revolucionario del Evangelio. El otro resultado es que la oración se ha hecho inútil y errónea.
Sin duda alguna hay que orar para que se desate un avivamiento con señales de lo alto. Mas no es menos cierto que hay que orar para que ese avivamiento desate una reforma de la Iglesia. Sí, hace falta un avivamiento y suplicamos por la inundación de bendiciones sobre todo el pueblo. Más no es menos cierto que un derramamiento de esa categoría sobre gente desobediente y que resbala, es perder el tiempo. Se requiere un avivamiento de cambios de conductas, de cambios en pensamientos. Se requiere un avivamiento que provoque separación del pecado, que provoque obediencia, humildad, simpleza, auto-control, modestia. Sí, un avivamiento que devuelva la Cruz sobre nuestros hombros, y que nos devuelva a una vida de adoración comprometida. Un avivamiento que limpie la Iglesia.
El Dr. Roberto Amparo Rivera nos decía el pasado mes de septiembre que acercarse a la presencia del Padre debe ser motivado por la convicción de que mientras más nos alejemos de ella, más nos acercamos al corral de los cerdos (Lucas 15). En cambio, como ha señalado E.M. Bounds, la oración que provoca el avivamiento es una que nos hace rendir ante la Majestad del Padre Celestial.
Richard Foster ha argumentado que esto es posible porque este tipo de oración nos permite ver el corazón del Padre. Ese corazón está lleno de Majestad, de poder y de gloria, pero al mismo tiempo, como decía San Agustín, está lleno de sed de nosotros. No olvidemos que nuestro Dios no posee un corazón de piedra. El corazón del Padre es mucho más sensible y tierno para amar que cualquier corazón que conozcamos. El corazón del Padre le provoca a callar de amor (Sof 3:17) y hasta llorar por nosotros (Jn 11:35).[7]

Nuestra próxima reflexión analizará el tema de otro elemento de la adoración vocal: la alabanza. Oremos para que el Señor provoque en nosotros el deseo de orar. Que seamos visitados por ese anhelo de hablar con Dios y que sus efectos en nosotros sean transformadores.

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