Reflexiones de Esperanza: Enseñanzas en la cueva

El Dr. Charles Swindoll publicó en 1997 un libro acerca de David, el Rey de Israel[1]. Este libro forma parte de la serie “Great Lives for God’s Word.” En este libro Swindoll destaca las experiencias de David aleatorias a su estadía en la cueva de Adulam. Swindoll destaca que estas experiencias pueden ser analizadas a base de los tres (3) salmos que David escribe mientras se encontraba en esa cueva[2].

Veamos lo que dice la historia bíblica que recoge esa experiencia:

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1 Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. 2 Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres. 3 Y se fue David de allí a Mizpa de Moab, y dijo al rey de Moab: Yo te ruego que mi padre y mi madre estén con vosotros, hasta que sepa lo que Dios hará de mí.      (1 Sam 22:1-3)

Es durante esta experiencia que se escriben los Salmos 142, 57 y 34: los salmos de la cueva.

Estar en una cueva es sinónimo de muchas cosas en la Santa Palabra. Es cierto que puede representar el encierro y hasta cierto tipo de derrota. Es en una cueva que Lot es embriagado con vino para que luego se desarrollaran relaciones incestuosas con sus hijas (Gn 19:30-38). Es una cueva, la de Macpela, la que compra Abraham para sepultar a Sara (Gn 23:9-20). Abraham, Isaac, Rebecca, Lea y Jacob son sepultados en esa misma cueva posteriormente (Gn 25:8-11; Gn 49:29-32). Es en una cueva que Sansón decide habitar luego de que los filisteos quemaran vivos a su esposa y a su suegro (Jue 15:4-8) y él decidiera vengarse.

Al mismo tiempo, las cuevas son vistas como lugares de preparación, de adiestramiento y de capacitación para las tareas que enfrentaremos en el futuro. Ese es el caso de David en la cueva de Adulam. Esa es la misma experiencia de Elías en la cueva en la que se fue a esconder cuando huía de Jezabel (1 Rey 19:9-15).

Muchos de nosotros hemos tenido experiencias similares a estar en una cueva. Usualmente, no queremos a nadie a nuestro lado cuando esto ocurre: deseamos estar solos. Sin embargo, en muchas ocasiones, el Señor en su infinita sabiduría y en su inmenso amor nos obliga a estar acompañados.

Esto último convierte las cuevas en lugares pedagógicos y de adiestramiento. El Rabino Ibn Yachya comentó que la situación de David en esta cueva era un precursor de lo que vivirían los Judíos en sus exilios en las naciones (Tehillim, Vol. 2 Pg 1663). Por otro lado, el Midrash Shocher Tov dice que esos salmos tienen que ser llamados “Hymns of understanding” en honor a la sabiduría que aumentó en las experiencias vividas en esa cueva (Ibid, 1664).

Dios escogió que David tenía que estar acompañado en esa cueva, por su familia y por mucha gente desconocida.

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“…cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. 2 Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres.” (1 Sam 1b-2)

¡Qué clase de compañía! Cualquier parecido con las situaciones que hoy viven muchas familia es mucho más que una coincidencia. David se sentía oprimido, angustiado y oprimido y el Señor le llenó la cueva de familiares, de angustiados, endeudados y amargados. Al principio eran 400 y luego ese número subió a 600 (1Sam 23)

Estamos convencidos de que Swindoll tiene razón en el análisis que realiza y que esos salmos debieron ser escritos en el siguiente orden: Salmo 142, Salmo 57 y Salmo 34.

Veamos lo que dice el primero de estos:

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“1 Con mi voz clamaré a Jehová; Con mi voz pediré a Jehová misericordia. 2 Delante de él expondré mi queja; Delante de él manifestaré mi angustia. 3 Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba, me escondieron lazo. 4 Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida. 5 Clamé a ti, oh Jehová; Dije: Tú eres mi esperanza, Y mi porción en la tierra de los vivientes. 6 Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. 7 Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; Me rodearán los justos, Porque tú me serás propicio.”  (Salmo 142, RV 1960)

El encabezado de ese salmo señala que este ha sido clasificado como un “maschil” (H4905). Un “maschil” es un poema didáctico, que procura circunspección e inteligencia (“śâkal” H7919). O sea, que este salmo es como un plan de trabajo educativo. En esta ocasión, la pedagogía procura que David tenga una catarsis, que se desahogue exponiendo su situación. Al mismo tiempo, procurando que él pueda mantener la prudencia ante la circunstancias, comportarse adecuadamente, tener seriedad, decoro y que sepa tener respuestas concretas ante su situación. Esta es la definición del concepto circunspección.[3] Todo esto, buscando además que el hombre que salga de esa cueva pueda hacerlo siendo más inteligente que aquél que entró en ella.

¿No le parece que están describiendo aquí la situación de muchos de nosotros?

Este salmo es además una oración. Las frases iniciales de David lo identifican así mismo. El encabezado de este salmo (muchas versiones bíblicas lo incluyen) señala que es un “tephillâh” (H8605), una oración de intercesión, una súplica, un himno que se ora.

¿Por qué escoge David hacer esto? La respuesta es una muy sencilla. Las cuevas en las que nosotros nos metemos tienen que ser convertidas en escuelas: eso es muy cierto. Pero no hay manera en que podamos experimentar que ellas se transforman en escuelas, a menos que seamos capaces de saturarlas con oración, con súplica, con plegarias, con himnos que se oran y con oraciones que se cantan.

David continúa diciendo lo siguiente en este salmo:

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“1 Con mi voz clamaré a Jehová; Con mi voz pediré a Jehová misericordia.”

Clamar en este contexto es sinónimo de una oración que se hace a voz en cuello, a solas o en compañía de aquellos que confían en el Señor. Hay momentos en que las cuevas nos conducen a esta clase de oración (“zâʽaq”, H2199). Se trata del clamor de los israelitas cuando servían como esclavos en Egipto (Éxo 2:23). Se trata del clamor de este mismo pueblo cuando eran oprimidos en el tiempo de los jueces (Juec 3:9, 15; 6:6,7; 10:10, etc.). Se trata del clamor de los levitas en los tiempos de Nehemías, mientras reconstruían los muros de la ciudad (Neh 9:4). ¡Hay que clamar! ¡Hay que aprender a calmar en este tiempo!

David usa este concepto dos (2) veces en este salmo; verso 1 y verso 5. Esta es con toda probabilidad la respuesta a la pregunta acerca de la frecuencia con la que debemos clamar a Dios: “hasta que tenga misericordia de nosotros” (Sal 123:2d).

David no se limita al clamor es esa cueva. La Biblia señala que este hombre también decidió pedir misericordia. Este es uno de los conceptos más intensos en la Biblia. Lo que David hace aquí es pedir a Dios “chânan” (H2603). Lo que esto significa es que él estaba pidiendo que Dios se inclinara a él con su favor. Se trata de un ruego, una plegaria en la que se implora la bondad y la misericordia de Dios; que el Señor se incline a nosotros con su favor. Dentro de las 70 ocasiones que este concepto se utiliza en la Biblia encontramos los siguientes pasajes: Éxo 33:19; Nm 6:25; Job 33:24;  Sal 27:7; 30:10; 51:1.

La cueva de Adulam nos muestra sus primeras victorias. De entrada podemos afirmar que el salmista acepta que esa cueva ha sido transformada por el Señor en una escuela. Esa cueva posee una estructura pedagógica diseñada desde el cielo. Las primeras destrezas que aprendemos en ellas tienen que ver con la oración y con la misericordia de Dios.

Son muchos los que se sienten atrapados en sus cuevas durante esta pandemia. Sabemos que este aislamiento no es necesariamente una cueva, pero hay muchas personas que se sienten así. Hay innumerables respuestas humanas que podemos esgrimir para alentarlos a no salir de ellas. Los vídeos aterradores de España, Ecuador, Nueva York e Italia son más que suficientes. Sin embargo, las respuestas bíblicas son muy superiores.

La Biblia nos dice que Dios es especialista en transformar esas cuevas en “aulas escolares” para enseñarnos, adiestrarnos, entrenarnos y capacitarnos para el futuro que nos espera. Las primeras lecciones en nuestras cuevas tienen que ver con la capacidad para orar. Las próximas lecciones, con el desarrollo de una visión más profunda de lo que es la misericordia de Dios.

Las próximas reflexiones nos van a ayudar a identificar otros aprestos, otras destrezas que el Señor enseña en estos períodos de cuevas y de aislamiento. Mientras tanto, termino con una enseñanza del otro salmo escrito en la cueva de Adulam, el Salmo 57:1

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“1 Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; Porque en ti ha confiado mi alma, Y en la sombra de tus alas me ampararé Hasta que pasen los quebrantos.”

Los quebrantos van a pasar; todos ellos tienen fecha de expiración. Las cuevas van a terminar; todas ellas pueden ser convertidas en escenarios en los que podemos experimentar el cuidado y la protección bajo la sombra de las alas del Señor. Esta pandemia se va a acabar. Cuando esto suceda, debemos estar preparados para una nueva normalidad, las nuevas realidades que viviremos como seres humanos y como Cristianos en este planeta.

¿Qué queremos hacer hoy en nuestras cuevas? ¿Qué queremos que el Señor nos enseñe?
Referencias

[1] Charles R. Swindoll. 1997. David, a Man of Passion & Destiny: profiles in Character from Charles R. Swindoll.
Dallas, TX: WORD Publishing.
[2] Ibid. pp. 71-81
[3] https://dle.rae.es/circunspección?m=form

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