Reflexiones de Esperanza: Enseñanzas en la cueva – 5ta Parte

Nuestras reflexiones más recientes nos han llevado a analizar las experiencias de aislamiento o separación que vivieron algunos de los personajes bíblicos. Ese análisis nos ha permitido comenzar a aprender a utilizar herramientas para conseguir y mantener la paz en medio de este tiempo de espera.

Uno de ellos, David, el salmista – pastor nos ha regalado en sus salmos 3 narrativas, a manera de himnos, de canciones, en las que nos describe qué fue lo que le sucedió mientras se encontraba en la cueva de Adulam (1 Sam 22:1-3). Los salmos 142, 57 y 34 se han convertido en un bosquejo rector de estos análisis.

Ya sabemos que en el salmo 57 David nos dice que él no tuvo que esperar a salir de esa cueva para convencerse de que los quebrantos que él enfrentaba eran temporales. También sabemos que él podía refugiarse bajo la sombra de las alas del Señor para encontrar la paz que él necesitaba mientras se encontraba allí. Veamos:

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“1 Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; Porque en ti ha confiado mi alma, Y en la sombra de tus alas me ampararé Hasta que pasen los quebrantos. 2 Clamaré al Dios Altísimo, Al Dios que me favorece. 3 El enviará desde los cielos, y me salvará De la infamia del que me acosa; Selah Dios enviará su misericordia y su verdad.” (Sal 57:1-3, RV 1960)

Esas expresiones nos han motivado a estudiar las historias de otros personajes bíblicos que decidieron refugiarse en la presencia del Señor mientras se encontraban aislados y/o enfrentando crisis mayores. El primero de ellos fue Moisés, al que Dios decide esconder en la hendidura de una peña para revelarle su gloria.

En esta reflexión procuramos analizar una de las experiencias de aislamiento y separación del Apóstol Pablo. Veamos lo que él mismo nos narra acerca de una odisea de aislamiento y de separación que él vivió cuando se iniciaba en la vida Cristiana:

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“15 Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, 16 revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, 17 ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. 18 Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; 19 pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor. 20 En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento. 21 Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia, 22 y no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; 23 solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. 24 Y glorificaban a Dios en mí.  
Gálatas 2
1 Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. 2 Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles.” (Gál 1:15- 2:2, RV 1960)

A la inmensa mayoría de los creyentes en Cristo se les hace un poco difícil internalizar la historia que Pablo nos regala en esta carta, la carta a la Iglesia en Galacia. Casi todos ellos parten de la premisa de que Saulo de Tarso se convirtió y que enseguida comenzó a predicar el Evangelio. Al menos eso es lo que parece desprenderse de la narrativa que describe la conversión de este hombre en Hechos 9:1-30.

La realidad es que el autor de ese libro, el Libro de los Hechos de los Apóstoles, necesitó condensar muchas de las experiencias apostólicas para economizar espacio. Lucas no tenía espacio para relatar todos los detalles aleatorios a las historias de la formación de la Iglesia Cristiana.

Es en la carta a los Gálatas que conocemos algunos de los detalles de este proceso de conversión, de capacitación y de comisión que Saulo (luego conocido como San Pablo) experimenta luego de su llamado. El pasaje citado nos deja saber que Saulo de Tarso necesitó aislarse durante tres (3) años antes de regresar a Damasco a predicar. Con toda probabilidad esto debió haber ocurrido entre lo que dice Hechos 9:25-26. O sea, que es muy probable que Saulo haya tenido dos (2) experiencias en Damasco. La primera puso en riesgo su vida y le obligó ser sacado de la ciudad. En la segunda oportunidad, en la que vuelve a Damasco y de allí va a Jerusalén (Hchs 9:26) para ver a los apóstoles. Pablo aprovechó esa oportunidad en medio de ambas experiencias para ser “enseñado” por el Señor.

Entre una parte de esta historia y la otra hay tres (3) años de aislamiento de todos aquellos que podían haberle dicho algo significativo acerca del Señor Jesús, el que lo había “arrestado” cuando Saulo iba camino a Damasco. Es en esos tres años que la carta a Los Gálatas dice Saulo de Tarso se va a Arabia.

¿Por qué va Saulo a Arabia? ¿A qué lugar de Arabia va él? ¿Qué lugares visita? ¿Se habrá quedado Saulo peregrinando en el desierto? Hay que admitir que no tenemos unas respuestas categóricas para estas preguntas.

Algunos exégetas señalan que tal vez Saulo decidió refugiarse en Petra. Aunque la probabilidad de esto es muy alta, hay un dato que pondría esta alternativa en entredicho. La Biblia dice (1 Cor 11:32) que el gobernador de la provincia del rey Aretas, rey de los Nabateos (reino al que pertenecía Petra), estaba tratando de conseguir a Saulo para arrestarlo. Si Saulo se fue a Petra, debió entonces tratar de convencer a este reys de que no lo arrestaran.

Lo que sí sabemos con absoluta certeza es que esos tres (3) años sirvieron para que Saulo pudiera integrar la revelación de Jesucristo con todo su conocimiento previo como rabino y fariseo. Gran parte de este conocimiento lo obtuvo mientras él era discípulo de uno de los rabinos más grandes de la historia de Israel: Gamaliel  (Hch 22:3). O sea, que el Señor aprovechó ese período de aislamiento para enseñar y educar a Saulo y convertirlo en Apóstol Pablo. Su conocimiento del Antiguo Testamento recibió una ampliación inimaginable cuando el Espíritu Santo le reveló a Cristo a través de todos esos textos.

Luego de esto, Saulo vive 14 años de experiencia Cristiana antes de ver a los otros discípulos del Señor que estaban en Jerusalén. ¿No le parece que esto es mucho tiempo? A Dios no.
Dios es el Señor del tiempo y de la historia. Todo lo que Él hace posee un propósito único y singular. Casi siempre los momentos iniciales de estas odiseas no nos hacen sentido. Eso que Él ha decidido hacer con nosotros y en nosotros casi siempre puede tan solo ser comprendido a la distancia.

Todas estas experiencias fueron escuelas para Pablo. Es por esto que él puede expresar verdades como éstas:

“11 No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. 12 Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”  (Fil 4:10-13, RV 1960)

Invitamos a los lectores a que destaquen las frases verbales “he aprendido” y “por todo estoy enseñado.” Se trata de una escuela; la escuela que el Señor ensambla en los momentos de soledad y de aislamiento.

Dios gusta de usar estas escuelas. Las mismas forman parte de lo que algunos hermanos han llamado la UDD o la UDS; la “Universidad del Desierto”, o la “Universidad de la Soledad”. Es en esas temporadas en las que recibimos las mejores enseñanzas, los mejores procesos de aprendizaje. Es en esas escuelas que somos entrenados para manejar con responsabilidad los ministerios y las bendiciones, los testimonios y los retos, las batallas y los triunfos que veremos en el futuro.

No rechacemos la escuela en la que estamos matriculados por el Señor a partir de esta pandemia. Aceptemos ser enseñados por el Señor y aprendamos.

Hay unas frases que preceden la cita de la carta a la Iglesia de Filipo. Veamos:

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“6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Fil 4:6-7, RV 1960)

Pablo dice en estos versos que si uno aprende a orar dando gracias, el Señor responderá enviando una clase de paz que no es normal ni humana. La expresión que él utiliza es la siguiente:

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“7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:7)

Hemos decidido destacar el verbo “guardará” en esa aseveración. La razón por la que hacemos esto es porque este verbo encierra una verdad que necesita ser aprendida.

Pablo utiliza aquí el verbo “phroureō,” (G5432). Ese es el concepto que se traduce como “guardará”. Este verbo describe a un centinela, a un soldado que monta guardia para proteger una guarnición. Se trata de un soldado que tiene órdenes de proteger un lugar de una posible invasión hostil o de evitar que los habitantes de una ciudad que está sitiada abandonen la misma.[1]

¡Alabado sea el Señor! La paz que el Señor ha prometido no es cualquier clase de paz. Se trata de una paz que guarda nuestros corazones y nuestros pensamientos porque se posiciona como un soldado que hace un campamento alrededor nuestro. Esa paz vigila que nada altere nuestro corazón ni nuestro pensamiento. Se trata de un centinela que impide que el corazón o el pensamiento del creyente, sus emociones y sus ideas, le provoquen abandonar el lugar que le corresponde en ese momento.[2]

Esa paz evita que el creyente abandone el lugar que Dios le ha asignado. Creemos que Pablo recibió esta enseñanza en medios de los períodos de aislamiento y de soledad que experimentó después de haber conocido a Cristo Jesús como su Señor y como su Salvador.

No creo que esto necesite de muchas explicaciones. Millones de seres humanos en todo el planeta se debaten entre las ansiedades que ha provocado esta pandemia y la incertidumbre sobre qué traerá el futuro y cómo podrá ser este. ¿Cuál es la medicina que necesitan para vencer estas cosas?

Pablo nos hace saber que aquellos que aceptan ser instruidos por el Señor reciben instrucciones y adiestramientos especiales, en el lugar secreto, en el período de soledad y de aislamiento. Son adiestramientos, procesos de aprendizaje que nos permiten aprender a orar dando gracias y controlar los afanes.

Esos afanes (“merimnaō”, G3309) no otra cosa que el producto de la mente fragmentada (“merizō”, G3307) en muchos pedazos. Esta sensación produce ansiedad y aflicción. Es por esto que los consejos posteriores que el Apóstol hace en este mismo capítulo giran alrededor de las cosas en las que debemos pensar:

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“8 Y ahora, amados hermanos, una cosa más para terminar. Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza”   (Fil 4:8, Nueva Traducción Viviente)

Ese adiestramiento nos permite recibir esa paz que monta guardia para que no nos venzan los ataques a nuestras emociones (el corazón) ni los ataques a nuestra razón (el pensamiento). Ese adiestramiento nos permite recibir a “ese soldado”, recibir ese campamento que no nos dejará escapar ni abandonar nuestra posición, ni nuestro lugar en el “kairós” de Dios. Ese adiestramiento nos permite experimentar esa paz que nos protege de las ansiedades, de los afanes.

Es muy interesante que el salmista dijo en uno de los salmos escritos en la cueva de Adulam que el ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende (Sal 34:7). Se nos antoja pensar que ese ángel que el salmista describe nos guarda de las mismas amenazas descritas a la luz de los versos seis (6) y siete (7) del capítulo cuatro (4) de la Carta a los Filipenses. Él nos protege de las amenazas externas a lo que Dios quiere hacer con nosotros y en nosotros. Él nos protege de las amenazas internas a ese mismo propósito.

Por último, este concepto que se traduce como “guardará” (phroureō) es uno compuesto. O sea, que es el producto de dos (2) conceptos unidos. El primero, “pro” (G4253) que significa estar al frente, por encima, adelantarse. El segundo es “horaō” (G3708) significa capacidad para mirar fijamente, discernir con claridad (física y mentalmente), actuar, percibir y/o prestar atención. O sea, que la paz que ha prometido el Señor a los que dan gracias se adelanta, está al frente discerniendo, actúa por encima de todo, se coloca al frente de aquello a lo que tiene que prestarle atención. En este caso, a cualquier cosa que nos puede llenar de ansiedad, que amenace el corazón o el pensamiento del creyente.

¿Quién desea o anhela algo así en esta temporada? La recomendación a todos aquellos que lo necesiten: asegúrense de aprovechar esta cuarentena para aprender a dar gracias y cancelar el afán.

Le invito a leer esta enseñanza paulina una vez más:

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“6 No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. 7 Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús. 8 Por último, hermanos, piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza. 9 Sigan practicando lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes.”            (Fil 4:6-9, Dios Habla Hoy)
Referencias

[1] Greenlee, J. H. (2008). An Exegetical Summary of Philippians (2nd ed., p. 218). Dallas, TX: SIL International.
[2] Strong, J. (1995). Enhanced Strong’s Lexicon. Woodside Bible Fellowship.

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