Reflexiones de Esperanza: Diré yo a Jehová (Parte 5)

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2 Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré.  (Sal 91:1-2, RV 1960)

El Salmo 91 es un despliegue del poder, del favor y de la gracia protectora que el Señor ha prometido para cada creyente. Es Dios mismo, el Altísimo, el Todopoderoso, invitándonos a residir en el lugar más reservado de su Santa presencia. Spurgeon decía que las aseveraciones iniciales de este salmo son las mejores descripciones de lo que es la vida que descubre la intimidad y lo secreto de la adoración y la comunión con Dios. La revelación del Señor, la revelación de Aquél que está sentado en un trono alto y sublime, rodeado de querubines, de arcángeles y de Su santidad, nos invita a encontrar algo más que un refugio en Él. Es el Creador de todas las cosas abriendo las puertas de los recintos más íntimos y santos para ofrecernos un estilo de vida en el que somos protegidos por su misericordia, por el poder del Omnipotente y por su Amor.

Es el Señor de la vida invitándonos a vivir en Su presencia. Solo allí podemos aprender el significado real de la comunión con el Eterno. Sólo allí podemos experimentar cómo somos protegidos por la verdad revelada, y ser expuestos a los niveles más encumbrados de la fidelidad de Sus promesas. Warren W. Wiersbe argumentaba que no existe otro lugar en el que podamos ser capaces de aprender el significado real de una vida pública de servicio y obediencia.

Hay un dato que matiza todo lo antes dicho con unos colores incuestionables. El salmista dice todo esto acerca de una persona y no de un grupo. O sea, que estas declaraciones requieren una relación personal con el Altísimo (“ʽĚlyôn”), con el Omnipotente (“Shadday”), con Jehová (“Yawhe”) con Dios (“ʼĚlôhı̂ym”).

El verso dos (2) de este salmo comienza con una declaración verbal consciente y saturada de convicción. Algunas versiones bíblicas nos dejan ver que las expresiones del segundo verso son las declaraciones de fe de la persona que ha vivido lo que dice el primer verso. Revisemos algunas de estas versiones para desarrollar un nivel de compresión más exacto y fidedigno de lo que acabamos de plantear:

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El que vive bajo la sombra protectora  del Altísimo y Todopoderoso, 2 dice al Señor…. (Dios Habla Hoy)
Tú que habitas al amparo del Altísimo, tú que vives al abrigo del Todopoderoso, 2 dí al  Señor:   (La Palabra (España), BLP)

Todas las versiones bíblicas nos invitan a conocer que estas expresiones son expresiones muy personales e íntimas. Veamos:

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Yo le digo al Señor: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío».  (Sal 91:2, NVI)
Yo le digo al SEÑOR: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza. Dios mío, confío en ti». (PDT)
Declaro lo siguiente acerca del Señor: Solo él es mi refugio, mi lugar seguro; él es mi Dios y en él confío. (NTV)
2 Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré. (RV 1960)

Creemos que las evidencias son contundentes. El verso dos (2) de este salmo es una invitación a una confesión de fe, personal y pública. ¡“Diré yo”!: nadie puede delegar esa declaración. Cada ser humano, cada creyente necesita hacerla por sí mismo. Es esto lo que enseña la Santa Palabra:

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8 Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.  (Rom 10:8-11, RV 1960)

Alguien puede preguntarse qué relación puede tener este salmo con las declaraciones paulinas hechas a la Iglesia en Roma que acabamos de citar. La respuesta a esta interrogante es muy sencilla y fácil de entender.

Para comenzar, el salmista nos dice en el verso dos (2) cuál es la identidad, la descripción de Dios, el atributo de Dios que lo mueve a hacer esa confesión. Se trata de “Jehová” (H3068). Ese el nombre que es sobre todo nombre, el impronunciable, el siempre existente, el Eterno Dios.
Este es uno de los nombres de Dios en Hebreo que se traducen como Señor. Este es también el nombre de Dios que se recibe por revelación. Cuando Moisés recibió las instrucciones de parte de Dios para ir a enfrentar al Faraón de Egipto, fue Jehová el que se le reveló; en el Monte Sinaí (Éxodo 3-4). De hecho, Dios le dijo a Moisés que el pueblo de Israel no conocía ese nombre.

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2 Habló todavía Dios a Moisés, y le dijo: Yo soy Jehová. 3 Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, más en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos.  (Éxo 6:2-3)

Este texto bíblico dice que el pueblo de Israel conocía Dios como “Shadday”, el Todopoderoso, el Omnipotente. La revelación de Dios como Jehová les llegó por medio de Moisés.

Hay que hacer un paréntesis para explicar que el nombre real es “Yavé” (YHWH). El nombre de las cuatro letras; el tetragramatón. Jehová nos llega en la Palabra por virtud de una costumbre de los escribas bíblicos. Es conocido que los Judíos no pueden pronunciar ese nombre. Solo el Sumo Sacerdote tenía el permiso de hacerlo en dos (2) de las fiestas religiosas que celebraban.
Es por esto que los copistas bíblicos acostumbraban escribir el nombre de “Yavé” (YHWH) colocando debajo de este las puntuaciones (vocales) del nombre “Adonai”: (Señor)[1]. La combinación de “Yavé” (YHWH)  con esas vocales produce el nombre de Jehová  (Ya – Ho – Wa - H). Es por esto que cada creyente puede celebrar que “Jehová es mi Pastor” (Sal 23), que “Jehová es mi luz y mi salvación” (Sal 27) y que “De Jehová es la tierra y su plenitud” (Sal 24).

Hemos dicho que el nombre de Jehová es el nombre que es sobre todo nombre porque ese el nombre que los Judíos consideran impronunciable. El Apóstol Pablo dice que en una de sus cartas que ese nombre es el nombre de Jesucristo (Fil 2:5-11). Veamos una explicación acerca de esto último que compartimos en la edición de El Heraldo del 20 de julio de 2008:

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La hermosura de la santidad
En reflexiones anteriores hemos hecho referencia al nombre, al título y la naturaleza de Dios. Hemos dicho que su nombre revelado es “Yavé” (Jehová)[
2], que su título es “Adonai” (Señor) y que la naturaleza de Dios es su santidad.
Ese nombre, el nombre de Dios, es considerado en la Biblia no solamente como un nombre santo, sino como el nombre más grande, el nombre impronunciable, insuperable; un nombre de cuatro letras (tetragramatón) que solo Dios puede tener.  Su título es igualmente significativo.  Utilizando el plural de la palabra señor (“adón”), Dios declara que es “Señor de señores”. Su naturaleza es indiscutible e incuestionable.  Cuando los israelitas tradujeron el texto de las Escrituras al griego (para que todos los que no sabían hebreo pudieran leerlo), el concepto Dios se tradujo como “theos” y el concepto Señor se tradujo como “kurios.”
El creyente debe estar preguntándose porque somos tan reiterativos en conceptos que hemos visto en innumerables ocasiones. La razón de esto es una Cristocéntrica.  Para entenderlo mejor basta analizar el capítulo 2 de la carta del Apóstol Pablo a la Iglesia de Filipo:
5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en  forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Fil 2:5-11)
El lector avezado debe haberse percatado de las implicaciones que trae este pasaje; particularmente los versos 9-11. Esos versos dicen muchas cosas acerca de Jesús. Una de ellas es que Jesús recibió de parte del Padre un nombre que es sobre todo nombre. Esto significa que Jesús recibió el nombre que solo Dios puede usar. En otras palabras que Jesús recibió el nombre que Dios reveló de sí mismo. O sea, que Jesús y “Yavé” son la misma persona.
Ese pasaje dice que toda lengua tendrá que confesar que Jesús es el Señor. El texto griego dice “kurios.” O sea, que el texto dice que toda lengua tendrá que confesar que Jesús posee el mismo título de Dios. Es por esto que decir que “Jesús es el Señor” posee una fuerza tan extraordinaria. Decir esto es decir que nuestro Jesús, el que murió por nosotros en la Cruz del Calvario, posee el mismo nombre y el mismo título del Creador de los cielos y la tierra. Sabiendo que no se trata de muchos dioses sino de uno solo, entonces no hay otra cosa que hacer sino alabar a Dios, porque Dios y Cristo son una misma persona.
Conociendo esto; ¿no cree el lector que la mejor ofrenda de gratitud que podemos darle a Dios por encarnarse en Cristo es vivir para él sin reservas? Vivir sin reservas para Dios trae consigo unas exigencias, exigencias que la Biblia llama la hermosura de la santidad. O sea que todas y cada una de estas exigencias conducen a la hermosura. Esto es, la hermosura de una vida santa, la hermosura de un vocabulario santo, la hermosura de una disposición santa y el propósito más elevado de la hermosura de la santidad; la santa adoración a Dios.

El escritor del Salmo 91 nos dice en el verso dos (2) que hay que hacer la confesión a Jehová, al Dios que se revela, a Aquél que tiene un nombre sobre todo nombre, al Señor, a Cristo. El salmista está diciendo que la persona que habita al abrigo del Dios más alto, la persona que mora bajo la sombra del Todopoderoso, declara su fe al Señor, a Cristo. Es por esto que estamos convencidos de que esta confesión, la que encontramos en el Salmo 91, hay que hacerla ante Cristo el Señor.

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Diré yo a Cristo, Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré.

Ahora bien, ¿qué le confiesa el salmista a Jehová? El escritor del salmo 91 nos dice que él confiesa que el Señor es su Esperanza y su castillo. Hay que repetir esa aseveración porque el salmista no dice que el Señor es esperanza y castillo. El salmista dice que el Señor es su esperanza y su castillo. La expresión en hebreo es la siguiente: “Omar la Adonái machsi oometsudati.

De esta lectura se desprende que el concepto “esperanza” (“machăseh”, H4268) y el concepto “castillo” (“mâtsûd”, H4686) están definidos de manera posesiva; se los han dado, son suyos, le pertenecen al que está haciendo la confesión.

Sabemos que el concepto esperanza describe la actitud expectante que poseemos aquellos que confiamos en las promesas del Señor. No obstante, ese concepto, el que se traduce como “esperanza”, describe algo más que una condición. Este concepto describe un lugar, un lugar de refugio, un lugar al que uno acude para refugiarse o ampararse. Este concepto es utilizado en muchas ocasiones en los salmos para describir ese lugar que el salmista llama refugio y esperanza. Veamos algunos ejemplos:

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Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. (Sal 46:1)
2 Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, 3 Porque tú has sido mi refugio, Y torre fuerte delante del enemigo.  (Sal 61:2-3)
6 Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré. 7 En Dios está mi salvación y mi gloria; En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. 8 Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio. Selah (Sal 62:7, 8)

El que la esperanza sea algo más que un concepto teológico posee una explicación muy lógica. Se trata de Dios, de Su morada, de Su abrigo, de Su presencia.

El segundo concepto, “mâtsûd”, el que se traduce como castillo, describe una fortaleza, una edificación muy fuerte que protege a sus ocupantes de cualquier amenaza o ataque directo. Se trata de un lugar de defensa, un lugar fuerte, que protege, que cuida y que procura mantener el bienestar y la seguridad. Los escritores de los salmos lo utilizan con alguna frecuencia. Veamos algunos ejemplos:

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1 Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. 2 Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. (Sal 18:1-2)
1 En ti, oh Jehová, he confiado; no sea yo confundido jamás; Líbrame en tu justicia. 2 Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; Sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. (Sal 31:1-2)

El salmista está diciendo que las personas que deciden habitar al abrigo del Altísimo, moran seguros bajo la sombra del Todopoderoso. Además, que es por esto que pueden decirle al Señor, confesarle al Señor que ellos saben que Él es su refugio y su fortaleza.

Estas expresiones del salmista, las que describen al Señor como castillo fuerte, como amparo y fortaleza, han sido la inspiración de muchas obras de arte, de poesías y de prosas. Estas expresiones sirven para alabar a Dios por la seguridad que nos ofrecen esas declaraciones bíblicas y para darle gracias por ser esperanza y castillo para todos aquellos que creemos en Él.
Una de las expresiones musicales Cristianas más relevantes de todos los tiempos es un himno escrito por Martín Lutero, Castillo fuerte es nuestro Dios, himno compuesto en un viaje a Ausburgo en el año 1530. Este himno no fue escrito basado en las expresiones del Salmo 91. Este himno fue escrito inspirado en las expresiones de un salmo que hemos citado en esta reflexión: el Salmo 46.

Este himno ha sido clasificado por algunos como el Himno nacional, la Marsellesa de la Reforma Protestante. La letra de ese himno invita al que adora a confiar que no existe ambiente alguno, por belicoso y peligroso que pueda ser este, que pueda impedir que un creyente reciba la protección el Señor y que pueda dejar de adorarle.

Veamos las primeras dos (2) estrofas de este himno.

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1. Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo; con su poder nos librará en este trance agudo. Con furia y con afán acósanos Satán; por armas deja ver, astucia y gran poder; Cual él no hay en la tierra.
2. Luchar aquí sin el Señor, cuán vano hubiera sido. Mas por nosotros pugnará de Dios el Escogido. ¿Sabéis quién es? Jesús, el que venció en la cruz; Señor de Sabaoth, Omnipotente Dios, Él triunfa en la batalla.
Referencias

[1] El idioma hebreo no posee vocales. Se utilizan puntuaciones para ayudar a los lectores a entender su   pronunciación. Estas puntuaciones funcionan como si fueran vocales.
[2] El texto hebreo es el siguiente:  

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