July 12th, 2022
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efesios 3:14-21)
La maravillosa gracia de Dios ocupó el centro de nuestra reflexión anterior. Una de las conclusiones a las que llegamos en esta fue que Pablo conocía la gracia y por esto no vacilaba en orar al Dador de la misma.
Decíamos en esa reflexión que la gracia que encontramos definida en el Nuevo Testamento posee unas conexiones con conceptos veterotestamentarios (del Antiguo Testamento) que la anteceden. Si bien es cierto, ninguno de estos puede explicar por completo lo que es la gracia, tampoco podemos obviar el hecho de que Pablo conocía la influencia de estos. Es por eso que al Espíritu Santo se le hizo mucho más fácil hacer que este hombre de Dios pudiera entender el significado de la gracia.
Hemos trabajado con esta relación en varias publicaciones de El Heraldo, nuestro boletín institucional; particularmente las ediciones del 30 de Julio del 2006 y la del 11 de julio del 2021. A continuación una cita de una de estas:
“Uno de los [conceptos] más relevantes es (“chen” H2580), usado en Gén 6:8 para hablar acerca del favor o la gracia que Noé halló ante los ojos del Señor. También es usado en Gén 18:3 y 19:19 para hablar acerca de la gracia o el favor que Abraham halló ante el Señor. Dentro de las 68 ocasiones que este concepto es utilizado en el Antiguo Testamento también encontraremos Gén 39:4, 21, en los que es usado para describir la gracia que el Señor ponía en José para ascender en todos los lugares a los que llegaba en Egipto. Lo encontraremos cuatro (4) veces en Éxo 33:12-17 describiendo lo que Moisés invoca como herramienta para interceder por Israel ante el Señor. Por otro lado, aparece en el Salmo 84:11 para describir una de las grandes bendiciones prometidas de parte de Dios para que aquellos que atraviesan el valle de lágrimas lo puedan cambiar en fuente (Sal 84:6), puedan ver la lluvia llenar los estanques y sigan de poder en poder sabiendo que verán a Dios en Sion.
Es desde esta perspectiva, con estos datos a mano, que podemos afirmar que la gracia, como atributo divino, es eterna y que ella siempre ha estado en el corazón del Todopoderoso. Ahora bien, esa gracia es mucho más que un antídoto contra el pecado. Karl Barth en su Comentario sobre la Carta a los Romanos señalaba que decir que la gracia es lo contrario al pecado era rebajar un atributo santo, eterno, victorioso y divino a los niveles de algo vil, temporal, derrotado y maligno. Es cierto, la gracia conquista y derrota el pecado. Pero la gracia no lo hace por encontrarse en el mismo plano dimensional del pecado. Lo hace porque ella proviene y se encuentra en un plano dimensional muy superior a éste. Me parece que muy pocos de los escritores que he tenido el privilegio de estudiar pueden compararse a Karl Barth en cuanto al análisis de la gracia se refiere.
Para empezar, Barth, en un análisis único en su clase del capítulo 6 de la Carta a los Romanos,[1] señala que existe una relación estrictamente dialéctica[2] entre el primer Adán (el que aparece en el libro de Génesis) y el segundo Adán (Cristo; 1 Cor 15:22, 45). Barth señala que el primer Adán es disuelto por el segundo y que ese proceso, además de ser victorioso, no es reversible. O sea, que la gracia exhibida en el segundo Adán derrota el pecado en el primer Adán y que esta ecuación no puede ser echada hacia atrás. Barth dice además que la superabundancia de la gracia donde existe el pecado es la evidencia más importante para la eternidad del “Momento;” instante en el que la gracia derrota al pecado (Rom 5:20). Por otro lado, él se asegura de destacar que la conexión causal que existe entre ambos conceptos (gracia y pecado), no es una invitación para continuar en el pecado (Rom 6:1).
Con unas declaraciones que han trascendido las generaciones, Barth hace énfasis en que jamás permita Dios que algún ser humano pueda siquiera pensar que se puede honrar y dar la bienvenida al pecado como causal de la gracia. En otras palabras, que nadie piense que uno es causa y el otro es efecto. Es que para Karl Barth, teólogo alemán del que toda la cristiandad ha sido alimentada (especialmente los Evangélicos), la gracia es mucho más que aquello que usa Dios para oponerse y vencer el pecado. La gracia y el pecado “no pueden ser correlacionados como dos estaciones de un tren, o dos eslabones en una cadena de causalidades, o dos focos de una elipse, o dos pasos de un proceso argumentativo. Desde esta perspectiva no hay una “relación” entre ellos. De la única manera que el pecado está relacionado a la gracia es como una posibilidad de imposibilidad (el primero no puede derrotar al segundo). En otras palabras, gracia para la que el pecado pueda ser una posibilidad no es gracia.”[3]
Es desde esta perspectiva, con estos datos a mano, que podemos afirmar que la gracia, como atributo divino, es eterna y que ella siempre ha estado en el corazón del Todopoderoso. Ahora bien, esa gracia es mucho más que un antídoto contra el pecado. Karl Barth en su Comentario sobre la Carta a los Romanos señalaba que decir que la gracia es lo contrario al pecado era rebajar un atributo santo, eterno, victorioso y divino a los niveles de algo vil, temporal, derrotado y maligno. Es cierto, la gracia conquista y derrota el pecado. Pero la gracia no lo hace por encontrarse en el mismo plano dimensional del pecado. Lo hace porque ella proviene y se encuentra en un plano dimensional muy superior a éste. Me parece que muy pocos de los escritores que he tenido el privilegio de estudiar pueden compararse a Karl Barth en cuanto al análisis de la gracia se refiere.
Para empezar, Barth, en un análisis único en su clase del capítulo 6 de la Carta a los Romanos,[1] señala que existe una relación estrictamente dialéctica[2] entre el primer Adán (el que aparece en el libro de Génesis) y el segundo Adán (Cristo; 1 Cor 15:22, 45). Barth señala que el primer Adán es disuelto por el segundo y que ese proceso, además de ser victorioso, no es reversible. O sea, que la gracia exhibida en el segundo Adán derrota el pecado en el primer Adán y que esta ecuación no puede ser echada hacia atrás. Barth dice además que la superabundancia de la gracia donde existe el pecado es la evidencia más importante para la eternidad del “Momento;” instante en el que la gracia derrota al pecado (Rom 5:20). Por otro lado, él se asegura de destacar que la conexión causal que existe entre ambos conceptos (gracia y pecado), no es una invitación para continuar en el pecado (Rom 6:1).
Con unas declaraciones que han trascendido las generaciones, Barth hace énfasis en que jamás permita Dios que algún ser humano pueda siquiera pensar que se puede honrar y dar la bienvenida al pecado como causal de la gracia. En otras palabras, que nadie piense que uno es causa y el otro es efecto. Es que para Karl Barth, teólogo alemán del que toda la cristiandad ha sido alimentada (especialmente los Evangélicos), la gracia es mucho más que aquello que usa Dios para oponerse y vencer el pecado. La gracia y el pecado “no pueden ser correlacionados como dos estaciones de un tren, o dos eslabones en una cadena de causalidades, o dos focos de una elipse, o dos pasos de un proceso argumentativo. Desde esta perspectiva no hay una “relación” entre ellos. De la única manera que el pecado está relacionado a la gracia es como una posibilidad de imposibilidad (el primero no puede derrotar al segundo). En otras palabras, gracia para la que el pecado pueda ser una posibilidad no es gracia.”[3]
Esa gracia destruye y aniquila el pecado porque le da al pecador una herramienta para que éste pueda vencer el deseo de pecar; el Espíritu Santo de Dios. En otras palabras pecar y vivir en el pecado significa que por una necesidad invisible el pecador no puede hacer otra cosa que exaltarse a sí mismo a la divinidad de forma voluntaria e involuntaria, rebajando a Dios a su nivel. La gracia escarba en las raíces del pecado, cuestionando la validez de nuestra existencia y de nuestro estatus. Ella ignora nuestro aliento de vida y lo que somos, no nos trata como somos ni como merecemos y decide rescatarnos, perdonarnos, salvarnos, justificarnos, darnos paz y crearnos como nuevas criaturas. Es que esa gracia nos marca con la presión del poder de la resurrección de Cristo y nos capacita para vivir vidas nuevas en el Señor.
El Apóstol Pablo señala que el pecado y el delito matan; la gracia de Dios garantiza vida nueva y victoria sobre la muerte por la resurrección. El pecado posee y nos provee un solo resultado final; la muerte. La gracia nos garantiza otras posibilidades; las posibilidades divinas, las del bien y la misericordia que nos seguirán todos los días de nuestras vidas, y las moradas celestiales en las que estaremos por la eternidad.
Esa gracia maravillosa posee unas señales y existen unos símbolos que hablan de ella como no lo pueden hacer otros.”[4]
Es ante el Dador de esa gracia que Pablo ora y lo hace con pleno conocimiento de lo que esto significa. Cuando Pablo ora, él sabe que no existe cosa alguna que podamos hacer para ganar la salvación que nos han regalado. Esa gracia divina regala la salvación a todos aquellos que aceptan a Jesús como Señor y como Salvador. Esa gracia es manifestada a todos los seres humanos a través del regalo que el Padre nos ha hecho en Cristo.
El apóstol también sabe que esa gracia no cancela la exigencia de que los creyentes presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rom 12:1). Esa gracia tampoco cancela la necesidad, el requisito de experimentar una transformación por medio de la renovación de la forma en que pensamos, para que seamos capaces de comprobar la voluntad de Dios (Rom 12:2). Conseguir esto requiere estar llenos de la plenitud de Dios constantemente. Es precisamente acerca de esto que Pablo ora en la segunda oración que encontramos en la Carta a Los Efesios (Efe 3:14-21).
“16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:16-19)
La Biblia dice que los creyentes en Cristo hemos sido capacitados para tomar de Su plenitud y gracia sobre gracia (Jn 1:16). No obstante, el Apóstol Pablo nos dice que hay un ejercicio que tenemos que realizar (voluntariamente) para poder ser llenos de esa plenitud. El apóstol explica que él estaba orando para que esa Iglesia pudiera conseguir esto.
Recientemente, una persona anónima era entrevistada en una de las ciudades latinoamericanas. El vídeo tomado no identifica la ciudad ni el país. El “transeunte” entrevistado tampoco fue identificado. Este no se veía acicalado y sus cabellos no parecían haber visto un cepillo desde hace algún tiempo. No obstante, su interlocutor se quedó pasmado ante las declaraciones que este hombre le hizo. Ese caballero compartía que la Iglesia de este tiempo posee gracia, y presentaba argumentos mucho más sólidos que los que usted ha leído aquí. Esa Iglesia posee el fruto del Espíritu y procedió a enumerarlos. La Iglesia posmoderna posee la autoridad de Dios. Sin embargo, decía él, esa Iglesia no puede ser capaz de responder cabalmente a los retos de este tiempo porque le falta oración. Ésta, añadía él, es la que puede hacer posible que seamos capaces de hacer buen uso de la gracia, del fruto del Espíritu y de la autoridad que nos ha sido concedida.
La ausencia de una vida de oración constante y frecuente es la precursora de infinidad de complicaciones y de problemas en la vida del creyente. Uno de los más complejos es sin duda alguna el pobre manejo de las emociones y la propensión a la amargura. El escritor de la Carta a los Hebreos dice que esta última es capaz de impedir que alcancemos la gracia de Dios. Veamos esos versos bíblicos:
“15 Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; 16 no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.” (Hebreos 12:15-16)
El Heraldo del 18 de julio del 2021 fue dedicado al análisis de estos versos. A continuación una cita de ese boletín:
“Se hace necesario compartir este pasaje bíblico utilizando otras versiones de la Palabra del Señor. Esto ayudará al lector a desarrollar una idea más coherente del mensaje que este pasaje comunica.
“15 Procuren que a nadie le falte la gracia de Dios, a fin de que ninguno sea como una planta de raíz amarga que hace daño y envenena a la gente. 16 Que ninguno de ustedes se entregue a la prostitución ni desprecie lo sagrado; pues esto hizo Esaú, que por una sola comida vendió sus derechos de hijo mayor.” (Dios Habla Hoy)
Los énfasis de estos versos son singulares. En primer lugar, estos describen la permanencia en la gracia como algo que depende de nosotros:
“15 Procuren que a nadie le falte la gracia de Dios, a fin de que ninguno sea como una planta de raíz amarga que hace daño y envenena a la gente. 16 Que ninguno de ustedes se entregue a la prostitución ni desprecie lo sagrado; pues esto hizo Esaú, que por una sola comida vendió sus derechos de hijo mayor.” (Dios Habla Hoy)
“15 Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos; 16 y de que nadie sea inmoral ni profano como Esaú, quien por un solo plato de comida vendió sus derechos de hijo mayor.” (Nueva Versión Internacional)
Los énfasis de estos versos son singulares. En primer lugar, estos describen la permanencia en la gracia como algo que depende de nosotros:
- “no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios;”
- “Procuren que a nadie le falte la gracia de Dios,”
- “Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios;”
El escritor de esta carta está diciendo a los lectores que la responsabilidad de alcanzar la gracia reside en nosotros y no en el Espíritu Santo que la ofrece. Somos nosotros los que tenemos que asegurarnos de no dejar espacios abiertos; espacios por donde esa gracia se puede echar a perder.
En segundo lugar, estos versos describen este ejercicio volitivo como uno que puede convertir a esa persona en una que puede envenenar y corromper a otros:
En segundo lugar, estos versos describen este ejercicio volitivo como uno que puede convertir a esa persona en una que puede envenenar y corromper a otros:
- “que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;”
- “a fin de que ninguno sea como una planta de raíz amarga que hace daño y envenena a la gente”
- “de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos;”
El escritor de esta carta está diciendo que la ausencia de esa gracia puede producir cierta clase de amargura que puede corromper a los que poseen la gracia.
En tercer lugar, estos versos comparan todo esto con acciones y conductas tan volitivas como lo son las inmoralidades.
Las aseveraciones que hacen estos versos bíblicos parecerían ilógicas si la gracia fuera irresistible. En cambio, son completamente coherentes en un ambiente en el que la gracia puede ser rechazada.”[5]
Repetimos que Pablo añade en esta carta que él estaba orando para que esa Iglesia pudiera ser capaz de conseguir todo lo que acabamos de explicar.
El mensaje bíblico es muy claro: recibir la gracia que salva es similar a beber de la plenitud de Dios. Esto es lo que Juan nos dice en el Evangelio que lleva su nombre (Jn 1:16). Pablo le dice a la Iglesia en Éfeso que él estaba orando para que esos hermanos pudieran ser llenos de esa plenitud.
Debemos enfatizar el dato de que a los hermanos a los que Pablo le comunica esto les asiste que habían sido sellados con el Espíritu de la promesa y que poseían la herencia de las riquezas de la gloria de Dios (Efe 1:18; 3:16-19), de la misericordia de Dios (Efe 2:4-5) y de la gracia de Dios (Efe 1:7-8; 2:6-7). Les asistía saber que habían sido edificados por la gracia (Efe 2:4-9) que los creyentes somos una nueva creación en Cristo (Efe 2:10) y que somos, pertenecemos a la familia de Dios (Efe 2:19), el cuerpo de Cristo (Efe 4:11-12) y el templo del Espíritu Santo (Efe 2:20-22).
Aun así ellos tenían que ser llenos de la plenitud de Dios; tenían que beber de la fuente de gracia. Esto es, para poder vestirse con la armadura de Dios y ser capaces de resistir los ataques del enemigo. Nos preguntamos: ¿por qué tiene que experimentar todo esto alguien que ha sido elegido y que no va a perder su salvación? La respuesta es una sola: la ausencia de esa plenitud y de esa capacidad para resistir pone en peligro a la familia de Dios, al cuerpo de Cristo y al templo del Espíritu Santo.
Esta es otra de las razones por las que Pablo ora por esa Iglesia y por todos aquellos que hemos creído en el mensaje del Evangelio.
Referencias
[1] Karl Barth, “The Epistle to The Romans,” Oxford University Press, 1968, pp 188-228.
[2] Un concepto griego que luego es desarrollado a fondo por Georg Wilhelm Friedrich Hegel, quien propuso que en la evolución de las ideas, si un concepto era levantado en contra de otro concepto opuesto, el resultado de este conflicto produciría otra alternativa (tercer concepto) llamada síntesis (tesis vs antítesis es igual a síntesis).
[3] Karl Bath, Ibid., pp. 199-191.
[4] El Heraldo, 30 de julio de 2006. 2006. Vol V. No. 30
[5] Hay evidencias acerca de la gracia rechazada en Mateo 23:37; Lucas 13:34 y en Hechos 13:46.
[1] Karl Barth, “The Epistle to The Romans,” Oxford University Press, 1968, pp 188-228.
[2] Un concepto griego que luego es desarrollado a fondo por Georg Wilhelm Friedrich Hegel, quien propuso que en la evolución de las ideas, si un concepto era levantado en contra de otro concepto opuesto, el resultado de este conflicto produciría otra alternativa (tercer concepto) llamada síntesis (tesis vs antítesis es igual a síntesis).
[3] Karl Bath, Ibid., pp. 199-191.
[4] El Heraldo, 30 de julio de 2006. 2006. Vol V. No. 30
[5] Hay evidencias acerca de la gracia rechazada en Mateo 23:37; Lucas 13:34 y en Hechos 13:46.
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AUTOR: MIZRAIM ESQUILIN GARCIA
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