Reflexiones de Esperanza: Efesios: Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Parte XX)

“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efesios 3:14-21)
           
Hemos iniciado el análisis de la tercera petición Paulina que encontramos en la oración que este Apóstol nos regala en el capítulo tres (3) de la Carta a los Efesios.

También ruego que arraigados y cimentados en amor…” (Efe 3:17b, Nueva Biblia de las Américas)
           
Nuestra reflexión anterior nos permitió examinar un poco más de cerca el significado de la expresión “arraigados”: “rhizoō” (G4492). Los profesores Carro, Poe, y Zorzoli [1] han puntualizado el hecho de que las raíces no se ven; están escondidas en el suelo. No obstante, son estas las que le proveen estabilidad, firmeza y las vías de alimentación a una planta. Son las raíces, el “rhizoō” que desarrolla el creyente las que permiten que este pueda mantenerse firme y estable, bien alimentado en medio de los vendavales, de las sequías, del calor extremo y de otras clases de amenazas que pueda enfrentar.

Al mismo tiempo, esta expresión paulina predica que esa estabilidad la provee el amor del Señor. Ese amor fue el que condujo a la raíz de Isaí (Isa 11:1-10), a Cristo, a dejarse masacrar por nosotros en la cruz del Calvario.  Fue ese amor el que le condujo a ser sacrificado y sepultado como raíz de tierra seca (Isa 53:1-2) para que nosotros fuésemos transformados en hijos de Dios. Su exposición al desprecio, a ser desechado, a convertirse en varón de dolores y experimentado en quebrantos surgió de ese amor. Es ese amor el que Pablo identifica y pide que sea la base en la que echemos nuestras raíces como creyentes en Cristo.

Esas raíces no se ven, pero se dejan sentir.

Es ese amor inmensurable de Dios por nosotros el que transforma la raíz de Isaí en el renuevo justo que reinará como Rey:

“5 He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. 6 En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra. 7 Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, 8 sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra.” (Jeremias 23:5-8)

Una parte de la palabra de esta profecía fue cumplida en el mes de mayo de 1948: los hijos de Israel regresaron a su tierra traídos por el Señor desde todos los rincones del planeta.
Es ese amor el que provoca que la raíz de Isaí resucite de entre los muertos y sea exhibido como el Renuevo de justicia (“tsemach”, H6780, “tsedâqâh”, H6666). Este es el Renuevo que brota de la tierra y con esto garantiza que no falte varón que se siente en el trono de David y un Sumo sacerdote que mantenga la ofrenda eterna en el altar.

“15 En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará juicio y justicia en la tierra. 16 En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra. 17 Porque así ha dicho Jehová: No faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel. 18 Ni a los sacerdotes y levitas faltará varón que delante de mí ofrezca holocausto y encienda ofrenda, y que haga sacrificio todos los días. ” (Jeremias 33:15-18)
 
Jesucristo es el Rey eterno que reinará en el trono de David, su padre. El arcángel Gabriel le dijo esto a María cuando fue enviado a anunciarle que Dios la había seleccionado para ser la madre del Salvador del mundo:

“31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. 32 Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;
33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lucas 1:31-33)
           
La Biblia explica sin rodeos y sin ambages que ese Renuevo, ese retoño, brotaría de la tierra desde sus propias raíces.

“12 Y dile: “El Señor todopoderoso afirma que el varón llamado Retoño brotará de sus propias raíces y reconstruirá el templo del Señor.” (Zacarias 6:12, DHH)

“12 Y le hablarás, diciendo: Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová.” (RV 1960)
             
En otras palabras, fue el poder del amor de Dios el que resucitó a Jesús de entre los muertos para que pudiésemos tener el testimonio de que ni siquiera la muerte nos puede apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Rom 8:38-39). ¡Es sobre este amor que necesitamos echar raíces!
Jesucristo es también el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Heb 7:17). Este sacerdote es para siempre (Heb 7:21) y su sacrificio es inmutable (v. 24). Es por esto que puede salvar perpetuamente a aquellos que por medio de Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos (v. 25). Cristo es Sumo Sacerdote aunque no vino de la tribu de Levi (v. 13) y las muchas dimensiones de su amor se convierten en el fundamento en el que tenemos que estar arraigados. Esta es la petición paulina que encontramos en Efesios 3:17b.

Es impresionante el dato de que el profeta Isaías señale que la raíz de Isaí sería procurada por los pueblos (Isa 11:10). O sea, por los gentiles. Ese dato subraya que el “presupuesto” del amor de Dios siempre incluyó alcanzar a aquellos que no somos judíos. Esta es una de las razones por las que el Apóstol Pablo echa mano de esta profecía y la cita en su Carta a los Romanos (Rom 15:12).
           
Carro y sus compañeros destacan que ese amor es multidimensional y que agarrarse de este, estar arraigados en él, nos concede la oportunidad de ser capaces de conocer y de comprender el carácter multidimensional del amor divino: la anchura, la longitud, la profundidad, y la altura de un amor que excede a todo conocimiento: el amor de Dios. Un creyente que ha sido sembrado así, jamás será movido de sus fundamentos.

Al mismo tiempo, observemos el uso bíblico del concepto “raíz” (“rhiza”, G4491). Su uso nos  permite observar que el énfasis más importante de este no es la naturaleza o la procedencia del ser humano que se acerca a Dios. El énfasis es el lugar, el tipo de suelo en el que el ser humano echa sus raíces. Veamos algunos ejemplos bíblicos de esto:

“5 Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; 6 pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó…..20 Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; 21 pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza.” (Mateo 13:5-6, 20-21)

“5 Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. 6 Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.” (Marcos 4:5-6)

“11 Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios. 12 Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. 13 Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan. 14 La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto. 15 Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.” (Lucas 8:10-15)

Pablo no vacila en pedir que seamos arraigados en el amor de Dios en Cristo. Es este amor el que provee todas estas anclas de fe. No obstante, hay un aspecto que no hemos visitado aún. Este Apóstol Pablo sabe que existe un proceso de transformación adscrito a estar arraigados en ese amor; el amor de Dios.

Los colegas que escriben el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento que conocemos como el Kittel, han dicho que el uso del concepto “raíz” predica la necesidad de la santidad. [2] Es más, ellos destacan que es el Apóstol Pablo el escritor del Nuevo Testamento que describe esta relación.
 
“16 Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas.” (Romanos 11:16)
               
Examinemos este verso utilizando otras versiones bíblicas:
 
“16 Si el primer trozo de pan fue dedicado a Dios, entonces todo el pan está dedicado a él. Si las raíces del árbol fueron consagradas, entonces las ramas también están consagradas.” (PDT)
 
“16 Pues si el primer pan que se hace de la masa está consagrado a Dios, también lo está la masa entera. Y si la raíz del árbol está consagrada a Dios, también lo están las ramas.” (DHH)
             
La raíz de Isaí, el Renuevo de Justicia es santo. Esa raíz es Cristo y Él es santo. Ese Renuevo es Cristo y Él es Santo. El contexto de ese pasaje dice que cuando el pueblo judío rechazó a Cristo, Dios usó esto como la puerta, como el canal para que nosotros los gentiles pudiéramos alcanzar la reconciliación con Dios (Rom 11:15).
 
Ese contexto añade lo siguiente:
 
“17 Algunas ramas naturales del olivo, fueron cortadas. En su lugar, tú fuiste injertado como una rama silvestre. Entonces ahora eres parte de la misma raíz y compartes la misma vida del olivo.” (Romanos 11:17, PDT)
   
No olvidemos que Cristo es el pan vivo que descendió del cielo y que aquellos que comemos de Él viviremos para siempre (Jn 6:51). Ese verso bíblico que el Cuerpo de Cristo es ese pan; cuerpo que el dio por la vida del mundo.
 
Ese Cuerpo, ese pan, es santo. Esa raíz, ese renuevo es santo. El reclamo paulino es que así como ese pan es santo y como esa raíz es santa, así mismo a nosotros se nos exige ser santos. En otras palabras, que estar arraigados en el amor de Dios es la oportunidad más extraordinaria que poseemos para mantenernos en santidad. Esto es, la santidad que emana del pan vivo que descendió del cielo, por amor y de la raíz de Isaí que resucitó de entre los muertos.
 
Estos principios bíblicos amplían la perspectiva de la santidad del creyente. En la mayoría de los trabajos y los análisis acerca de esta se nos dirige a enfocarnos en la labor del Espíritu Santo. Este enfoque es extraordinario, certero y correcto. Sin embargo, Pablo amplía esta perspectiva cuando implica en la segunda oración que encontramos en la Carta a Los Efesios (Efe 3:14-21) que estar arraigados en el amor de Dios es otra herramienta para mantener esa santidad.
 
Esto elimina todas las oportunidades para la visión o la perspectiva legalista de la santidad. Este mensaje paulino refuerza el axioma de que la búsqueda de la santidad no puede ser vista como una imposición, una obligación o una carga. La santidad que Pablo infiere aquí es producto del amor de Dios y por lo tanto es un privilegio, produce gozo y cercanía con Dios.
Referencias
 
[1] Carro, D., Poe, J. T., Zorzoli, R. O., & Editorial Mundo Hispano (El Paso, T. . (1993–). Comentario bı́blico mundo hispano Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, y Filemón (1. ed., pp. 159–161). Editorial Mundo Hispano.

[2]  Maurer, C. (1964–). ῥίζα, ῥιζόω, ἐκριζόω (rhiza, rhizoo, ekrizoo). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological  dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 985–991). Eerdmans.

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