Reflexiones de Esperanza: Efesios: Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Parte XXVIII)

“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”  (Efesios 3:14-21)
           
La segunda oración del Apóstol Pablo en la Carta los Efesios (Efe 3:14-21) nos ha colocado ante la necesidad de preguntarnos cómo podemos ser plenamente capaces de comprender un amor incomprensible.

“18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.”  (Efesios 3:18-19)

Nuestra reflexión anterior nos condujo a revisar los planteamientos realizados por este mismo Apóstol en su Primera Carta a los Corintios. En el segundo capítulo de esa Carta el Apóstol Pablo nos deja saber que esa capacidad emana de la revelación que hace el Espíritu Santo (1 Cor 2:6-16).

Un dato significativo es que esos versos describen que esta revelación está supeditada a dos (2) cosas. Una de estas es la aceptación de que decidamos no operar bajo la influencia del espíritu del mundo y sí bajo la influencia del Espíritu de Dios. La segunda es la transformación del creyente en Cristo. Pablo describe que aquellos que decidimos abrazar el regalo de la salvación tenemos que experimentar ser transformados de ser seres humanos “naturales” para ser creyentes espirituales.

“12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado. 13 Hablamos de estas cosas con palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría. Así explicamos las cosas espirituales con términos espirituales.  14 El que no es espiritual no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son tonterías. Y tampoco las puede entender, porque son cosas que tienen que juzgarse espiritualmente. 15 Pero aquel que tiene el Espíritu puede juzgar todas las cosas, y nadie lo puede juzgar a él. 16 Pues la Escritura dice: «¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién podrá instruirle?» Sin embargo, nosotros tenemos la mente de Cristo.”  (1 Corintios 2:12-16, DHH)

La toxicidad de la influencia del espíritu del mundo provoca el crecimiento del ego de los seres humanos y la incapacidad para aceptar la autoridad de Cristo, de la Palabra Sagrada y por ende, del plan de Dios para la humanidad. Esto es, esa influencia conduce al ser humano a rechazar el sacrificio de Cristo en la cruz. Esa influencia rechaza la autoridad de las Escrituras y su función como regla de autoridad, de fe y de conducta. Esa influencia, ciega al ser humano y le impide aceptar el plan eterno que Dios ha diseñado para la humanidad. Es con profunda tristeza que tenemos que aceptar que ese espíritu del mundo se ha insertado en la Iglesia.

En cambio, Pablo dice que el Espíritu de Dios, no solo nos permite revertir los efectos tóxicos causados por el espíritu del mundo, sino que nos somete a un proceso de transformación de nuestra naturaleza. El Apóstol Pablo utiliza un concepto muy interesante para describir esa naturaleza: “psuchikos” (G5591).

Este concepto griego describe a una persona que no se deja dirigir por el Espíritu Santo y que no vive de acuerdo a la vida que estimula vivir el Espíritu de Dios.[1] Este ser humano puede poseer mucho conocimiento, pero carece del discernimiento y de la sabiduría espiritual.

Este concepto describe otras características que necesitamos reseñar. Este describe a:
  • alguien que opera desde lo que le dice su corazón, sus emociones.
  • un ser humano que vive sin el don escatológico del Espíritu. Este es un don escatológico porque Dios decidió regalarnos esa presencia y esa dirección para que podamos ser capaces de vivir como conviene en el Señor en medio del tiempo del fin. Por lo tanto, está supeditado a lo que sucede en el mundo (1 Cor 2:14).
  • alguien que está más cerca del mundo que de Dios (Stg 3:15).
  • alguien que es sensual y que vive aparte del Espíritu de Dios (Judas 19). [2]  

Lo contrario a todo esto es ser espiritual. Ahora bien, tenemos que preguntarnos qué significa ser
un creyente espiritual. Sabemos que a través de los siglos se han levantado descripciones amplias de lo que significa ser un creyente espiritual. Algunos han decidido por enumerar las características que deben poseer aquellos que son espirituales. Por ejemplo:
  1. Amor genuino
  2. Mantenerse firme en aquello que es bueno
  3. Amarse los unos a los otros
  4. Superarse unos a otros mostrando honor
  5. Servir al Señor
  6. Regocijarse en la esperanza
  7. Ser paciente en la tribulación
  8. Ser constante en la oración
  9. Contribuir a las necesidades de los santos
  10. Procurar mostrar la hospitalidad
  11. Bendecir a aquellos que nos persiguen
  12. Vivir en harmonía
  13. Ocuparse de los menos aventajados
  14. Pensar en aquello que es digno de honor
  15. Vivir en paz con los demás
  16. Dar de comer y de beber al que nos ha hecho el mal.
  17. Vencer el mal con lo bueno.

Otros han acudido a enumerar las virtudes que nos demanda la fe Cristiana. Esto es, ser como Cristo:
  1. Ser amorosos (Jn 15:13; 1 Jn 4:7-8)
  2. Ser capaces de perdonar como Cristo lo hizo (Lcs 23:34)
  3. Ser humildes (Mcs 10:45; Jn 13:5).
  4. Ser compasivos (Mat 9:36).
  5. Ser pacificadores (Mat 5:9).
  6. Poseer dominio propio (Jn 16:33; Stg 4:7).
  7. Ser pacientes (1 Tim 1:16).
  8. Ser obedientes (Fil 2:8).
  9. Ser honestos
  10. Amar la oración (Lcs 5:16). [3]
           
Todos estos esfuerzos para describir la espiritualidad son loables y válidos. No obstante, la definición de la espiritualidad puede ser obtenida del mismo pasaje que hemos citado de la Primera Carta a los Corintios. Técnicamente podemos circunscribirnos a decir que se trata de todo lo opuesto a ser un ser humano natural. Este pasaje bíblico dice que un creyente espiritual es controlado por el Espíritu Santo, posee discernimiento para evaluar las experiencias de la vida con la revelación de Dios. Este pasaje de la Primera Carta a los Corintios dice que posee sabiduría espiritual para entender las cosas del Espíritu porque posee la mente de Cristo.
             
Ser espiritual entonces también posee el componente del manejo correcto de la sabiduría y del conocimiento. Esto es así porque Cristo y la palabra de la cruz son sinónimo del poder y de la sabiduría de Dios (1 Cor 1:18-24). Sabiendo que una de las tareas del Espíritu Santo es revelar y glorificar a Cristo, entonces esa revelación tiene que transformarnos y proveernos las herramientas para asimilar y manejar correctamente esa dimensión del poder y de la sabiduría. Para que Cristo sea formado en nosotros (Gál 4:19) necesitamos ser transformados en ese ser humano espiritual que puede discernir cómo echar a un lado la sabiduría del mundo para abrazar la sabiduría y el poder de Dios.
 
Reiteramos lo que Pablo ha dicho, un creyente maduro (“teleios”, G5046), completo, que ha desarrollado el carácter mental y moral (1 Cor 2:6) debe ser capaz de contrastar la sabiduría de este mundo con la que emana de Cristo y del poder redentor manifestado en la cruz del Calvario. Esto se trata de contrastar dos (2) tipos de poderes distintos. El poder y la sabiduría que posee el mundo y los príncipes de este siglo contrastado con el poder y la sabiduría de Cristo y de su sacrificio en la cruz (1 Cor 2:7-8).
 
El Apóstol Pablo describe que todo esto se alcanza mediante la revelación de aquello que “….que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2:9). Es aquí que se inserta el amor de Dios en esta ecuación. El amor que desarrollamos por el Señor, por nuestro Salvador, es el eje central para poder recibir estos regalos de gracia.
 
Siendo esto así, entonces las expresiones que encontramos en la oración paulina que estamos estudiando cobran otro sentido. Ser arraigados y cimentados en amor es vital para recibir esa revelación (Efe 3:17). Además, ser plenamente capaces de comprender las dimensiones de ese amor garantiza una manifestación constante, una revelación constante de esa sabiduría y de ese poder de Cristo. Por ende, esto tiene que propiciar el desarrollo de nuestra madurez y de nuestra espiritualidad como creyentes.
 
Es aquí que comenzamos a experimentar transformaciones medulares constantes. La transformación constante de nuestra conducta, de nuestro vocabulario, va de la mano con la ampliación y el desarrollo del discernimiento y de la sabiduría necesaria para la vida en Cristo. Es aquí que comenzamos a experimentar un desarrollo constante del hambre y del apego a las cosas eternas, de las capacidades para explicar espiritualmente todo aquello que compete a nuestra salvación y a la vida en Cristo (1 Cor 2:13).
 
Es aquí que comenzamos a anhelar incesantemente que el Espíritu Santo continúe revelando aquello que proviene de lo profundo del corazón de Dios (1 Cor 2:10-11). Ese anhelo, es bendecido con el obsequio, con el regalo de poder comprender aquello que es incomprensible.
 
“17 que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas. 18 Y que así puedan comprender con todo el pueblo santo cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo. 19 Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podemos conocer, para que lleguen a colmarse de la plenitud total de Dios.” (Efesios 3:17-19, DHH)
Referencias

[1] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 508). United Bible Societies.

[2] Schweizer, E., Bertram, G., Dihle, A., Tröger, K.-W., Lohse, E., & Jacob, E. (1964–). ψυχή, ψυχικός, ἀνάψυξις, ἀναψύχω, δίψυχος, ὀλιγόψυχος (psiqué, psíquicos, anápsisis, anapsízo, dípsizos, oligópsizos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 663). Eerdmans.

[3] https://www.crosswalk.com/faith/men/10-qualities-of-jesus-men-should-strive-to-have.html

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