December 14th, 2022
“25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, 28 le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: 29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; 30 Porque han visto mis ojos tu salvación, 31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel. 33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. 34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha 35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.” (Lucas 2:25-35)
Nuestras reflexiones acerca de la navidad han sido enfocadas en el tema de la adoración. Sabemos que hay otros temas y otros énfasis que la navidad suscribe y predica, pero el tema de la adoración es sin duda uno de los más impactantes que esos pasajes bíblicos revelan.
En las narrativas acerca de la navidad, o del nacimiento del Salvador del mundo, encontramos otros personajes bíblicos que son conminados a adorar por el mensaje que la natividad nos ofrece. Hemos enfatizado que uno de los propósitos medulares que persigue la adoración cristiana es la transformación de aquellos que adoran al Señor. En otras palabras, nadie que adora al Señor en espíritu y en verdad puede permanecer siendo la misma persona. Los escenarios de adoración que nos regalan las narrativas bíblicas acerca de la navidad validan esta aseveración.
En todos y cada uno de estos escenarios hay “escuelas” que sirven como herramientas para que afinemos nuestra adoración.
Uno de los personajes bíblicos que encontramos adorando en la navidad es un hombre llamado Simeón. Revisemos el texto bíblico que recoge sus expresiones de adoración:
Leemos lo siguiente en el capítulo dos (2) del Evangelio de Lucas:
“29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; 30 Porque han visto mis ojos tu salvación, 31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:29-32)
El himno que canta Simeón es un himno de adoración porque bendice al Señor por haber cumplido las promesas que había hecho, por haber enviado al Mesías y por haberle concedido el privilegio de verle. Es también un himno de salvación porque destaca que sus ojos han visto la salvación en el Salvador del mundo (v.30), antes de que Simeón fuera “liberado” de las ataduras humanas para volar al cielo. Además, el himno que canta Simeón es un himno misionero porque él declara que la salvación que Dios le ofrece al mundo a través de Su Hijo Cristo alcanzaría a los gentiles.[1] Esta es una revelación que los mismos apóstoles tendrían dificultades para asimilar.
Lucas señala que Simeón dejó de cantar y comenzó a profetizar. Este hombre fue transformado en profeta mientras adoraba al Señor.
“34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha 35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.” (Lucas 2:34-35)
Hacemos énfasis en que estas palabras fueron dichas a María, dando a entender con esto que Simeón había recibido la noticia de que José no estaría presente durante esos eventos. Es decir, los eventos aleatorios a la pasión y muerte de nuestro Señor. Además, las expresiones de este hombre acerca de que el Niño Jesús había sido puesto “para caída y para levantamiento de muchos en Israel” es una clara alusión a la profecía de Isaías:
“13 A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo. 14 Entonces él será por santuario; pero a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén. 15 Y muchos tropezarán entre ellos, y caerán, y serán quebrantados; y se enredarán y serán apresados.” (Isaias 8:13-15)
Tenemos que subrayar que Jesucristo es la piedra que desecharon los edificadores (Sal 118:22; Mat 21:42-44; Mcs 12:10; Lcs 20:17; 1 Cor 1:22-23: 1 Ped 2:6-8). Esta es una de las expresiones con las que Él es descrito en el Nuevo Testamento. ¿Por qué? Porque en Cristo Jesús no hay puntos medios. Si Cristo es aceptado como Salvador y Señor alcanzamos la salvación. Si Cristo es rechazado, abrazamos la condenación. Esto es lo que señala el escritor del libro de Los Hechos:
“11 Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:11-12)
La profecía de Simeón enfatizó esto y algo más. Simeón señaló que el mensaje que habría de traer el Salvador del mundo sería una señal (“sēmeion”, G4592), una indicación sobrenatural, un milagro, una maravilla. Simeón advirtió que esta señal sería rechazada. Entonces, todavía lleno del Espíritu Santo, Simeón le profetizó a María que ella vería la muerte de ese hijo.
El himno de adoración, de salvación y misionero es seguido por una profecía acerca de la función del Salvador del mundo, la característica de su ministerio y la finalidad del mismo: morir por nosotros en la cruz del Calvario.
Esta es la adoración que transforma que se desata en la navidad. Una adoración que transforma en profetas a los seres humanos y les permite ver el final del propósito de Dios desde su inicio. Una transformación que les permite ver y explicar la revelación del plan de Dios. Una transformación que les permite utilizar otros espejuelos para acercarse al dolor. Los dolores que son puestos en las manos de Dios se convierten en testimonios de la gracia y de la misericordia del Eterno.
Otro personaje bíblico que encontramos adorando en medio de la primera navidad es una mujer llamada Ana. Leemos lo siguiente en el capítulo dos (2) del Evangelio de Lucas:
36 Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, 37 y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. 38 Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén. (Lucas 2:36-38)
Esta historia que nos regala Lucas, en tan solo tres (3) versos, se convierte sin duda alguna en una de las experiencias de adoración más sublimes, intensas y poderosas que encontramos en la Palabra de Dios. Para llegar a estas conclusiones solo basta tomar en consideración que en ella nos regalan la historia de una mujer que debió estar rondando los 100 años y está viva y en acción constante. En otras palabras, que no hay limitación de edad para celebrar, para adorar y para predicar acerca de Cristo.
En adición a esto, Lucas nos regala el dato de que Ana es reconocida como profetisa en un mundo dominado por los hombres. Además, ella es la hija de un Israelita llamado Fanuel, nombre que proviene del hebreo Phanuel o Peniel, que significa “rostro de Dios.” Es muy interesante que el concepto “profetisa” no solo se usaba para identificar a aquellos y a aquellas que comunicaban mensajes de Dios, sino que también se usaba para identificar a los poetas.
Sabemos que Ana era profetisa por su testimonio con el Niño Jesús. Pero no debe haber mucha discusión acerca de que en el Evangelio de Lucas, el Evangelio de las mujeres, también la identifican como una mujer que hablaba con inspiración y alma de poeta.
La experiencia de adoración de Ana es singular porque sin incluir cánticos ni expresiones de alabanza, ella se convierte en una de las respuestas más sublimes que podemos encontrar a la presencia de Dios en Cristo Jesús, el Salvador del mundo. Nunca olvidemos que adorar es responder a la presencia de Dios en Cristo. Una de las enseñanzas detrás de esta aseveración es que la adoración se puede desarrollar hasta con canción y hasta con palabras.
En primer lugar, la adoración de Ana nos describe que no existe limitación alguna, ni siquiera de edad para adorar a Dios. Nadie puede tomar la edad como excusa para no adorar, o para no dirigir la adoración. No se puede decir que ya uno está muy viejo y que les debe tocar a otros más jóvenes desarrollar esa tarea.
En segundo lugar, la adoración de Ana se desarrolla como el resultado que se obtiene cuando uno anda buscando constantemente la presencia de Dios. El verso 37 de ese capítulo dos (2) de Lucas nos dice que esta anciana de casi 100 años no se apartaba del templo. Hay virtud en buscar a Dios en espíritu y verdad (Jn 4:23). Hay recompensa en buscarle mientras pueda ser hallado (Isa 55:6). Hay vida en buscar las cosas de arriba (Col 3:1), en buscar el poder y el rostro de Dios (1 Cró 16:11; Sal 105:4), y buscarle en todo tiempo (Sal 34:1). La Biblia dice que aquellos que buscan a Dios le hallarán (Lcs 11:9). ¿Qué hizo Dios? Él recompensó a Ana.
En tercer lugar, la experiencia que Ana tiene con la adoración gira alrededor de la intensidad con la que ella decide adorar. Si tomamos en consideración que el ayuno y la oración forman parte del catálogo de respuestas con las que respondemos a la presencia de Dios, entonces Ana adoraba con intensidad. El verso 37 dice que ella estaba noche y día en ayunos y oraciones. Ana sirve con oraciones, “deésis” (G1162), que proviene del griego suplicar o humillarse para pedir. La Biblia dice que los que se humillan serán enaltecidos (Mt 23:12). Dios enaltece a Ana porque ella se sabe humillar. Ana sirve además con ayunos; ella se abstiene de comer. ¿Estará esta costumbre ligada a su longevidad?
En cuarto lugar, el mismo verso 37 nos dice que la adoración de Ana no se detenía; era constante, día y noche. Una forma aleatoria para entender esto es considerar el concepto “liturgia” (G3011), concepto griego neo-testamentario que se usa para describir la adoración. Este concepto proviene de la combinación de dos vocablos griegos. A saber, “laos” (G2922), que significa pueblo y “ergon” (G2041), que significa trabajo, servicio o labor. O sea, que la adoración tiene que poseer una dimensión de servicio.
Lucas nos dice que Ana hace “latreuo” (G300), ella ministra, rinde homenaje religioso. Una de las definiciones del concepto “religión” es la forma y manera con la que articulamos nuestra fe. Siendo esto así, Ana nos deja saber que ella utiliza su articulación de la fe para adorar y para servir intensamente. Es muy interesante que esta mujer sirve rompiendo todas las curvas de longevidad, no solo para su época (el largo de vida de la gente en esa época no era mucho), sino para cualquier época. Y Ana sigue sirviendo-adorando-sirviendo y lo hace sin parar. En otras palabras, Ana nos dice que ¡no hay excusas para no servir!
En quinto lugar, Ana adora de manera circunstancial. El verso 38 nos dice que ella llegó
al templo an la misma hora que llegaron José y María con Jesús en sus brazos. El texto en inglés dice así: “and she coming in that instant.” Ella llevaba cerca de 100 años esperando ese momento; poder ver con sus ojos lo que Simeón ha llamado “la salvación de Dios,” la “Luz que sirve como revelación a los gentiles” (ya Simeón sabía que los gentiles se van a salvar), “la gloria del pueblo de Dios.” Ella ha debido escuchar a Simeón decir estas cosas. Ella ha “chocado” con la “Esperanza de Israel” (Jer 14:8). La experiencia puede ser circunstancial, pero no deja de ser una cita divina. Ana sabía que su “instante” había llegado y que ella se tendría que insertar en él. Esta partícula describe con precisión que Dios puede manifestarse en “un instante” y los que le buscan deben estar preparados para reconocerlo y responder.
En sexto lugar, Ana adora dando gracias. En el verso 38 nos dicen que ella daba gracias a Dios. La adoración no es genuina sino posee un gran componente de acción de gracias y de gratitud. Y es que cuando un ser humano se encuentra con Dios no puede dejar de dar gracias por haber sido tenido por digno de experimentar la cercanía de la santidad, la majestad, el resplandor, el poder y la gracia del Todopoderoso.
En séptimo lugar, Ana adora comunicando su experiencia con el niño Dios a todos los que esperaban la manifestación de la redención prometida por Dios. No existe manera alguna en que un ser humano que haya tenido un encuentro con Dios pueda mantenerse en silencio. Aquellos que chocan con Jesús reciben en su corazón la imposición de la necesidad de hablar de Cristo (1 Cor 9:16).
En tres versos muy cortos. Lucas el Evangelista nos deja conocer otra dimensión de la adoración que provoca el personaje central de la historia de la navidad: Cristo el Señor.
Te invitamos en esta navidad a que animes a identificarte con algunas de ellas y decidas permitir al Espíritu Santo transformar tu adoración hasta que esta alcance los niveles que alcanzó la adoración de los personajes que conforman la historia de la navidad. Los resultados que obtendrás serán maravillosos y asombrosos.
Es nuestro deseo que el Señor les permita disfrutar de una navidad llena de Su gloria y muchas experiencias de transformación provocadas por el impacto de la presencia del Señor mientras usted adora.
¡Feliz navidad!
Referencias
[1] Wiersbe, Warren W. Be Compassionate (Luke 1-13): Let the World Know That Jesus Cares (The BE Series Commentary) (p. 37). David C Cook. Kindle Edition.
[1] Wiersbe, Warren W. Be Compassionate (Luke 1-13): Let the World Know That Jesus Cares (The BE Series Commentary) (p. 37). David C Cook. Kindle Edition.
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