December 21st, 2022
“14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. 15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. 16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. 17 Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Juan 1:14-18)
Son muchos los estudiantes bíblicos que se han preguntado por qué no hay historias acerca del nacimiento de Cristo Jesús en el Evangelio de Juan. De hecho, esto no es lo único que ese Evangelio omite. En el Evangelio de Juan tampoco encontramos narrativas acerca del bautismo de Jesús, ni de las tentaciones que sufrió en el desierto. Como bien han apuntado muchos exégetas bíblicos, ese Evangelio tampoco nos dice una sola palabra acerca de la última cena (está implícita en este), no nos dice mucho acerca del Getsemaní, no dice cosa alguna acerca de la Ascensión, de la curación de personas poseídas por demonios o espíritus malignos y no posee una sola parábola; esas bellas historias contadas por nuestro Salvador. Sin embargo, este Evangelio sigue siendo el favorito de la mayoría de los Cristianos por dedicar casi todas sus páginas a hablar del amor de Dios y dedicar muchos de sus capítulos al ministerio de Jesús en la ciudad de Jerusalén.
No obstante, somos muchos los que encontramos excelentes referencias acerca de lo que este Evangelio no discute abiertamente en sus páginas. Uno de los ejemplos más significativos es el mensaje de la navidad. Es muy cierto que el Apóstol Juan no nos dice en su Evangelio nada acerca del embarazo de María, acerca de los ángeles, de los pastores, de la estrella o de los sabios de oriente. Pero es también muy cierto que Juan nos describe, nos da su propia versión teológica de lo que pasó en la navidad. Por ejemplo, en Juan 1:14-18 leemos lo siguiente:
14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. 15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. 16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. 17 Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. 18 A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.
Estas son declaraciones teológicas muy profundas. Cada una de las frases que esgrime aquí este escritor describe la profundidad de la navidad. Los testigos y los precursores del propósito de la navidad, las dimensiones de la manifestación divina que se originan en la navidad y el nivel de revelación que garantiza la navidad están dentro de estas expresiones.
En primer lugar, Juan nos dice que la navidad se puede resumir en una sola frase: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Esa es la profundidad teológica de la navidad.
En segundo lugar, Juan nos dice que dentro de los testigos y los precursores del propósito de la navidad se encontraba un profeta que había sido señalado por Dios para esta tarea cerca de 800 años antes de que Jesús naciera (Juan el Bautista, Isaías 40:1-3).
En tercer lugar, Juan nos dice que las dimensiones de la manifestación divina que se originan en la navidad son nada más y nada menos que la plenitud de Dios y el derramamiento de gracia sobre gracia.
Por último, Juan nos dice que el nivel de revelación que garantiza la navidad es única en su clase, porque la navidad garantiza que el Hijo pueda dar a conocer al Padre Celestial.
En esta reflexión nos detendremos a analizar la primera declaración teológica que hace el escritor del cuarto Evangelio: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Juan no se “entretiene” describiendo las historias acerca de José, de María, las luchas con Herodes, ni la revelación a los pastores de Belén. Juan decide ir al centro teológico de lo que es la navidad. Esta no es otra cosa sino el momento en el que el Verbo de Dios, el Logos eterno, la Palabra viva de la boca de Dios se encarna y nace.
Brian Bill, Pastor Rector de Edgewood Baptist Church en Rock Island, Illinois, dice que Juan decide describir la navidad como un ambiente de colisiones y de choques. En primer lugar, la divinidad de Dios choca y se funde con la humanidad nuestra. La divinidad “se hizo” carne. O sea, algo sobrenatural causó, ensambló, trajo, satisfizo todo lo necesario para que ocurriera, ordenó, produjo, se hizo cargo y consiguió que la palabra que sale de la boca de Dios fuera formado como un bebé en el vientre de la virgen María.
Jesús es la palabra visible de Dios. Él no dejó de ser Dios al nacer. El niño que nace en Belén es total y absolutamente Dios y total y absolutamente hombre. No solo esto, sino que decide habitar entre nosotros. Esto es, residir con nosotros como lo hacía la gloria de Dios en medio del Tabernáculo en el desierto. El Tabernáculo era el lugar en que Dios residía en Israel. Este era el lugar de encuentro entre Él y su pueblo. Allí Dios les hablaba y allí se ofrecían sacrificios de expiación por todo el pueblo. Así mismo, el Hijo decidió habitar entre nosotros, en navidad.
En segundo lugar, ese que nace y habita entre nosotros revela una gloria única, la gloria del unigénito hijo del Padre, lleno de gracia y verdad. Esta última frase nos abre espacio para otra definición juanina.
La gloria de Dios es la expresión de su bondad y todas las demás cualidades intrínsecas y eternas de su persona. Debemos apuntalar que la Biblia dice que toda la creación revela su gloria
“1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” (Salmos 19:1)
Ella, la Biblia, dice que Dios la reveló en Edén, en el Sinaí, en el Tabernáculo y en el Templo. Compartimos lo siguiente acerca de este tema en nuestra reflexión de El Heraldo del 22 de enero de 2012:
“El tema de la gloria de Dios es también interesante porque en el Antiguo Testamento la gloria de Dios parece anteceder a la solución de todos los problemas y necesidades mayores que pueden tener sus siervos y su pueblo.
- En Éxodo 16:7,10 nos dicen que Dios anunció que manifestaría su gloria antes de traer las codornices.
- En Éxodo 24:12-16 nos dicen que Dios manifestó su gloria antes de que Moisés recibiera las tablas de la Ley.
- En Éxodo 29:36-37, 42-43 nos dicen que esa gloria fue manifestada antes de la Expiación.
- En Éxodo 40:34-35 esa gloria se manifiesta antes que se pueda tener acceso al Tabernáculo.
- En Levítico 9:5-6 se declara que aquellos que obedecen la habrían de ver.
- En Números 14:10 nos dicen que Dios decide manifestar esa gloria antes de llevar a juicio al pueblo por rebelarse contra Dios, Moisés y Aarón.
- En Números 16:19,42 Dios manifiesta esa gloria antes de resolver la rebelión de los sacerdotes indignos de Coré.
- En Números 20:6 esa gloria se manifiesta antes de que se obtenga el agua de la roca.
La lista de eventos es enorme. Los datos compartidos hasta aquí nos parecen suficientes como para poder declarar que en el “programa de trabajo de Dios” no se hace nada importante para la vida de su pueblo sin que antes Dios revele y demuestre su gloria.”
La Biblia dice que Dios manifestó su gloria en Cristo (Jn 1:14) y en su Iglesia. De hecho, la Biblia dice que Dios llamó Su Iglesia por su gloria.
“3 Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,” (2 Pedro 1:3)
La Biblia dice que la Iglesia ha sido llamada para alcanzar esa gloria.
“13 Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, 14 a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. 15 Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.”
La Biblia dice que Dios nos ha creado para su gloria
“7 todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.” (Isaias 43:7)
La Biblia también dice que la corona incorruptible que se nos ha prometido es una de gloria.
“4 Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.” (1 Pedro 5:4)
Es delante de su gloria que seremos presentados en el día final.
“24 Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, 25 al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.” (Judas 1:24)
Hay un pasaje bíblico que es central a toda esta discusión.
“6 Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 7 Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:6-7)
Los creyentes poseemos su gloria inherente porque Cristo es Dios. Nosotros somos llamados a reconocer esta gloria, darle honor por su gloria, declarar su gloria, alabarle por su gloria, reflejar su gloria y vivir para su gloria. Esto es así porque Él se lo merece (Apoc 4:11).
Ahora bien, tenemos que señalar que el pecado nos aleja de esa gloria.
“23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23)
La falta de respeto a aquello que le pertenece a Dios aleja esa gloria. Aprovecharse del pueblo para robarle lo que es suyo, incluyendo su dignidad, aleja la gloria de Dios. El caso de los hijos de Elí es un ejemplo claro de esto (1 Sam 4:17-22). Icabod, nombre que surge en ese pasaje y que significa “la gloria es quitada”, surgió de esta historia. Se aleja la gloria de Dios cuando el templo del Espíritu Santo es profanado. No olvidemos que fuimos comprados por un precio muy alto en la cruz del Calvario.[1]
La Biblia presenta otros instantes en los que Dios quitó su gloria del pueblo a causa del pecado. El libro del profeta Ezequiel presenta algunos de estos (Eze 10:18).
Es muy importante señalar el significado que tiene la expresión bíblica de que Dios haya levantado su gloria. Lo que esto significa es que Dios ha quitado Su bendición y Su protección del pueblo.
La buena noticia es que el Señor ama restaurar su gloria en su pueblo. Ese es el mensaje de la navidad que encontramos en el Evangelio de Juan.
“14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14)
El escritor del cuarto Evangelio nos dice que la navidad es el choque, la colisión entre la Gracia y la Verdad. Esta fusión solo puede ser exhibida en Jesús y por Jesús. Juan, que conocía muy bien a Jesús podía decir como ningún otro que Jesús estaba lleno de gloria, que él lo vio y que Jesús habitó entre nosotros lleno de gracia y verdad.
Regresando a la conferencia del Pastor Brian Bill, él dice con mucha razón que estos dos conceptos casi nunca son colocados uno al lado del otro. Esto es así porque en algunas ocasiones podemos recibir la impresión de que la verdad no siempre pueda ser revelada con amor. En Jesús esto siempre es posible. La versión Dios Habla Hoy traduce que Jesús estaba lleno de amor y de verdad.
Jesús, la Gracia encarnada, traduce esa llenura en las formas y maneras con las que se acercaba a los necesitados, a los enfermos y a los pecadores.
Jesús, la Verdad encarnada traduce esta aseveración con su perfección, su conocimiento, su visión hiper-macroscópica y su excelencia, al punto de poder decir, “Yo soy el camino, la verdad y la vida….” (Jn 14:6).
La navidad a los ojos de Juan es entonces la manifestación suprema de la revelación de una fusión entre la Gracia y la Verdad. Por esa Gracia, Cristo decide morir en la cruz del Calvario ocupando nuestro lugar. Por ser la Verdad, revela el camino al Padre. Como dice Max Lucado: “Dios nos ama tal como somos (eso es Gracia), pero nos ama demasiado para dejarnos tal como somos” (eso es Verdad).
En la navidad se nos invita a recordar que el Verbo se hizo carne y que habitó entre nosotros, que podemos ver su gloria y que vino aquí lleno de gracia y verdad. El pesebre está lleno de aseveraciones teológicas incomparables: la encarnación, la Gloria de Dios, la Gracia de Dios y la Verdad divina.
En adición a lo que hemos señalado, Juan nos dice que la navidad es la colisión, el choque y la fusión entre nosotros y el Salvador. El análisis del verso 14 de ese capítulo uno (1) nos permite destacar que Juan subraya una frase: vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre. Esta frase destaca que los discípulos de Jesús chocaron con la gloria de Dios exhibida en Cristo cuando caminaron con Él. Cristo, que es el resplandor de la gloria de Dios (Heb 1:3), garantiza desde su nacimiento que es esto lo que contemplamos cuando le miramos.
Esta aseveración es trascendental porque nadie puede ver la gloria de Dios y seguir siendo la misma persona. La navidad es entonces garantía de la salvación divina, porque el ser humano que choca con el Niño de Belén, contempla la Gloria del Padre y no tiene otra alternativa que aceptar a Jesús como su Salvador.
Son profundas las declaraciones teológicas que Juan hace acerca de la navidad. De hecho, son tan profundas que Juan no comienza a describir la historia de Jesús desde Belén, sino que lo hace desde antes de la creación de todo lo que existe (Jn 1:1).
La invitación que hacemos en esta navidad es que decidamos aprovechar estas fiestas para buscar la revelación de lo profundo del corazón de Dios. El Apóstol Pablo nos dice en 1 Cor 2:9-10 que el Espíritu Santo nos garantiza que tenemos acceso a ello mediante su revelación. El escritor del Evangelio de Juan nos dice lo mismo al declarar que la inserción de Jesús en la historia, o como decía el Dr. Cecilio Arrastía, “la inserción de la vertical divina en la horizontal humana,” no es otra cosa que la fusión entre lo divino y lo humano (en Cristo, Jesús), la fusión entre la gracia y la Verdad y el choque entre la revelación de Su Gloria y nuestra humanidad.
Referencias
[1] https://www.ligonier.org/learn/devotionals/glory-departs-from-israel#:~:text=As we see in 1,is the glory?”).
[1] https://www.ligonier.org/learn/devotionals/glory-departs-from-israel#:~:text=As we see in 1,is the glory?”).
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AUTOR: MIZRAIM ESQUILIN GARCIA
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