Notas del Pastor MJ: El te escuchará

A todos nos ha pasado.  De repente nos duele algo en el cuerpo.  Como acto seguido, rápidamente comenzamos un proceso evaluativo.  Dependiendo de donde sea el dolor del cuerpo, entramos en un autodiagnóstico para poder formular en nuestras mentes posibles causas de ese dolor.  A lo mejor fue que hicimos una fuerza mal hecha, o posiblemente dormimos mal.  Quizás solo se trata de un golpe que nos dimos del cual no nos acordamos.  De entrada, puede ser que resolvamos con un medicamento para calmar ese dolor físico.  Pero a medida que el dolor persiste la cosas cambia.  Mientras más tiempo pasa los autodiagnósticos comienzan a variar.  A veces nos damos cuenta de otros dolores, en otras partes del cuerpo.  De repente todo nos duele.  En otras ocasiones comienza a imperar la preocupación y tendemos a pensar lo peor.  Es ahí donde nos damos cuenta de que tenemos que movernos de un proceso contemplativo y de autodiagnóstico, para buscar la ayuda de un médico.  La acción correcta es no quedarse aislado sino salir a buscar la ayuda necesaria.  ¿Sabías que a nivel espiritual ocurre lo mismo?

Hay muchas personas que por espacio de los últimos años se han aislado y esa separación les ha brindado la difícil ocasión de comenzar a contemplar sus dolores.  Por llevar tanto tiempo en ese estado, se han dado cuenta de muchos dolores que antes no podían ver.  En ocasiones pueden llegar a pensar que todo les duele.  Llegar a ese estado es peligroso, porque a menudo la respuesta primaria es echar la culpa a otros por esos dolores.  Eso a su vez produce mayor aislamiento, que tiene como consecuencia mayor dolor.  En medio de ese ciclo que parecería nunca acabar, la acción correcta es moverse de ese proceso contemplativo y trascender de ese estado de aislamiento a buscar la ayuda necesaria.  A veces el dolor provoca que nos aislemos de nuestras amistades, de nuestros familiares o de nuestro entorno social.  En ocasiones el dolor nos mueve a aislarnos de nuestras responsabilidades, de nuestro ministerio y de nuestra iglesia.  Todo lo hacemos (consciente o inconscientemente) bajo la premisa de que hay que manejar las ”razones” de ese dolor.  La realidad del caso es que la única manera de poder sanar no es recurriendo a un aislamiento mayor, sino recurriendo a los brazos de aquel que puede sanar nuestro dolor.  

“Me rodearon ligaduras de muerte, Me encontraron las angustias del Seol; Angustia y dolor había yo hallado. Entonces invoqué el nombre de Jehová, diciendo: Oh Jehová, libra ahora mi alma. Clemente es Jehová, y justo; Sí, misericordioso es nuestro Dios.” (Salmo 116:3-5)

No quiero pecar de ser simplista por que hablar del tema del dolor es hablar de un tema complicado y muy extenso.  La Biblia dice que hay tiempo para todo, incluyendo tiempo de llorar, tiempo de reír, tiempo de endechar y tiempo de bailar (Eclesiastés 3:4).  Pero cuando el dolor no se trabaja de forma adecuada comienza a hacer residencia en nuestro corazón.  Nunca será parte del plan de Dios que vivamos en esa angustia.  Nos toca entonces reconocer que debemos venir delante de la presencia de Dios para rendirle ese dolor y permitirle que trabaje con nuestras vidas. Esto es de vital importancia porque no queremos perdernos los tratos, los pactos y las bendiciones que Dios tiene para nosotros por motivos de quedarnos aislados en un ciclo contemplativo de nuestro dolor.  Hoy hay espacio para ti, para que corras a los brazos de aquel que es justo y puede tener misericordia de ti.  Aunque te rodee la angustia y el dolor, clama al nombre de Jehová.  El te escuchará y va a librar tu alma.

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