Reflexiones de Esperanza: Efesios: el poder de la oración (Parte VII)

“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,”  (Efesios 1:15-18, RV 1960)
           
El análisis de las estructuras de las oraciones levantadas por el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios nos ha conducido a estudiar la estructura de la oración del Padre Nuestro.

“9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. 11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.”   (Mateo 6:9-13)

Esta oración comienza con la frase “Padre nuestro.” Los estudiosos de esta oración han identificado que esta frase apunta a la santidad Paternal de Dios; a Su amor y a su santidad. Lo hace declarando que ha intimidad entre el que ora y Aquél al que se ora. O sea, que esta oración predica esa relación y esa clase de intimidad con Dios como nuestro Padre.

La Biblia recoge muchos pasajes en los que podemos identificar estos. Veamos algunos ejemplos que utilizan Larry Lea[1] y Thomas F. Torrance[2] para apuntalar esta aseveración:

“5 Padre de huérfanos y defensor de viudas Es Dios en su santa morada.” (Salmos 68:5)

“26 El me clamará: Mi padre eres tú, Mi Dios, y la roca de mi salvación.” (Salmos 89:26)

“13 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. 14 Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. ”  (Salmos 103:13-14)

“2 Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. 3 El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.”  (Isaias 1:2-3)

“8 Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros. 9 No te enojes sobremanera, Jehová, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad; he aquí, mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros.” (Isaias 64:8-9)

“1 Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. 2 Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios”.  (Oseas 11:1-2)

“10 ¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?” (Mal 2:10)
             
Cristo estaba entonces instruyendo a sus discípulos (y a nosotros) a orar reconociendo esa relación y esa intimidad con el Padre Celestial.
 
Esa relación con Dios como el “Avinu” (Padre) solo es posible a través del Cristo el hijo de Dios. Esto es así porque para poder llamar a Dios Padre uno tiene que ser su hijo. La Biblia establece lo siguiente acerca de esa relación y cómo es que esta puede ser establecida:
     
“12 Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. 13 Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.”  (Juan 1:12-13, DHH)
           
“17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.”  (Romanos 8:17, RV 1960)
 
Estos textos son claros y específicos: no somos hijos de Dios por virtud de nuestro nacimiento. Esa clase de relación filial con el cielo solo puede ser establecida mediante el sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario. Es imposible hablar de Dios como Padre sin haber incluido y establecido una relación con Él. Esta es la relación más grande a la que os seres humanos podemos aspirarxima que a la que podemos aspirar.
             
Sabemos que hombres como Johann Gottlieb Fitche han dicho que no se puede pensar acerca de Dios como persona sin entrar en una contradicción. Ellos han partido del presuesto filosófico de que la idea de persona es un argumento finito y Dios es infinito. O sea, que seres finitos como nosotros no podríamos apirar siquiera a pensar en Dios como persona porque Él trasciende nuestras dimensiones proposicionales y ontológicas.
 
No obstante, han obviado que la idea de la personalidad divina no está basada en el “Yo Humano.” La idea de la personalidad divina está basada en el poder divino. Es poder, tradcido por la gracia para que lo pudiéramos recibir, se encarnó en el Hijo de Dios, a quien la Biblia llama “la imagen misma de su sustancia” (Heb 1:3b) o como dice el texto griego, “el carácter de la hupóstasis de Dios.” El significado de esta frase es el siguiente: Cristo, el hijo de Dios, reeal y pone en acción todo lo que el Padre quiere revelarnos. Esto es, si el Padre quiere sanar, Cristo es el Sanador. Si el Padre quiere salvar, Cristo es el Salvador. Si el Padre quiere redimir, Cristo es el Redentor. Si el Padre quiere Reconcilia,  Cristo es el Reconciliador. Si el Padre quiere propiciar, Cristo es nuestra Propiciación. Si el Padre quiere proveer, Cristo es el Proveedor.
 
Nosotros seguimos siendo un “Yo finito” y Dios sigues siendo El Eterno, el “Yo sigo siendo” (YAVEH), pero Cristo nos facilita el acercarnos a Dios como persona, como Padre, porque nos permite conocer la revelación del Todopoderoso como nadie más puede hacerlo.
  
“18 A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”  (Juan 1:18)
               
Es aquí en dónde Hegel pudo encontar una fuente para explicar por qué la personalidad de ser humano sólo puede ser validada por su relación con el otro. Nosotros no somos ni podemos ser sólo en nosotros mismos. Dependemos de las causas a las que servimos, las amistades que valoramos, aquellos a los que amamos y a aquello a lo que nos rendimos. La explicación Hegeliana es que esa naturaleza trasciende y por esto no sería finita ni limitada. Según él esto es lo más cercano a la definición de personalidad.
 
Dios mantiene esa relación: Dios tiene personalidad. Esta característica no lo hace finito ni le limita. Al mismo tiempo, la relación última que nos da valor es esa relación con Dios. Es Dios al que amamos, con quien nos relacionamos, al que valoramos y al que nos entregamos. Ese Dios al que llamamos Padre Nuestro.
 
Es por esto que la relación más grande que tenemos como seres humanos es la de ser hijos de Dios.
 
Lo que hace esto mucho más interesante es que Cristo enseña a orar reconcociendo todo esto en una sola palabra: Padre.
 
Cuando Cristo le llama Padre acerca el cielo a los seres humanos y lo hace familiar. Este es el acercamiento más grande que existe a las bondades maravillosas de Dios.
             
Al mismo tiempo, esta oración predica intimidad entre aquellos que oran. La oración dice
 “…..nuestro”. El Padre Celestial es nuestro y no mío. Esta aseveración cobra otro significado cuando recordamos que uno de los propósitos centrales de la oración es glorificar el nombre de Dios mientras le pedimos que haga Su voluntad. La voluntad de Dios incluye que nosostros seamos uno así como el Padre y el Hijo son uno; que seamos perfectos en esa unidad (Juan 17:11, 21-22)
             
La frase “que estás en los cielos” puede ser vista como una expresión de reverencia. La Biblia señlana en muchas ocasiones que los cielos son el lugar de la morada de Dios (1 Reyes 8:30; Isa 66:1) y que es allí que Él escucha nuestras oraciones (1 Rey 8:34, 36, 39,43, 45; 2 Cró 6:21, 23, 25, 27). El libro del Deuteronomio subraya que del Señor son “los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Det 10:14).  El libro de Josué apunta que Dios es Dios arriba en los cielos y bajo en la tierra (Jos 2:11).

Al mismo tiempo, la Biblia dice que Dios ha puesto Su gloria sobre los cielos (Sal 8:1) y que los cielos de los cielos no pueden contener a Dios (2 Cro 6:18). Sin embargo, creemo que hay mucho más detrás de la frase “que estás en los cielos.”
 
Un escritor cibernético llamado Francisco Xavier Sánchez ha dicho con mucha corrección esa frase no procura tan solo indicar una ubicación espacial (un lugar preciso) donde Dios se encuentra. Esa frase procura señalar una dimensión nueva en la que Jesús nos invita buscarlo. Sabemos que el Salmo 19 dice que los cielos cuentan la gloria de Dios (Sal 19:1), pero esta frase, que forma parte del Padre Nuestro, trasciende el concepto de espacio y de lugar. Francisco dice que esta frase apunta a un cambio de mentalidad que implica un comportamiento específico de vida.
 
Él añade que “Estamos tan acostumbrados a la tierra que hemos olvidado que sólo estamos de paso. La tierra no es nuestra última morada. Si en el seno de nuestra madre pasamos aproximadamente nueve meses, y en la tierra vivimos de 70 a 90 años (por decir un promedio), en el cielo se acaban las cuentas y desaparecen los relojes, ya que llegamos a vivir para siempre. Por lo tanto hago aquí una primera remarca con esta frase del “Padre nuestro”. El cielo abre una nueva dimensión de la temporalidad a la que no estamos acostumbrados, me refiero a la eternidad. Tener a un Padre celestial es tenerlo para siempre.”[3]
             
Con mucha precisión él destaca que no se trata de que despreciemos nuestro mundo en beneficio del cielo; que es nuestro destino:
 
“Mirar al cielo no significa despreocuparse de la tierra, sino saber vivir con sabiduría nuestra corta estancia en el mundo. Es decir tomar una sana distancia con respecto al mundo (la tierra) para poder valorarlo mejor”.
 
Francisco señala de la acción de “relativizar lo mundano en vistas de un bien superior.” Hay que entender que Dios es superior a todo lo mundano y nos quiere impactar y capcaitar con Su sabiduría. Así que decir “que estás en los cielos”, procura que podamos comenzar a vivir en esa dimensión de la sabiduría yde la reelación de Dios desde aquí, desde antes de ser trasladados a nuestro destino.
 
Por último, la frase “que estás en los cielos” es en sí misma una declaración polivalente del poder y de la persona de Dios.El hermano Félix González Moreno ha dicho lo siguiente al respecto: [4]

“Finalmente, ¿qué significa la expresión que estás en los cielos? Estas palabras tienen la misión deresaltar varias cosas:
 
En primer lugar, indican la diferencia radical entre nuestro Padre celestial y nuestro padre terrenal. Dios es del cielo, de arriba; nuestro padre terrenal es de la tierra, de abajo. En la Biblia los términos arriba y abajo referidos a Dios no indican lugares geográficos, sino calidad. Así, lo bueno, lo santo, lo justo, es de arriba, del cielo, mientras que lo malo y lo indigno es de abajo, de la tierra.
 
En segundo lugar, nos recuerda el poder de nuestro Padre celestial, que hizo los cielos y la tierra. Así que el que invoca a Dios por Padre no está invocando a un dios débil, sino todopoderoso. Un Dios cuyo poder y sabiduría anuncia el firmamento. Este Dios ¡nada menos! es el que te sostiene y ayuda.
 
En tercer lugar, nos recuerda que nuestro destino final está en el cielo. El cielo es nuestra meta. Y en este sentido, como dice el apóstol Pablo, nosotros debemos buscar las cosas de arriba, donde está Cristo a la diestra de Dios, y debemos poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Colosenses 3:1-2). Así que tenemos que integrar el cielo en nuestra vida terrenal. Y de esta visión integradora recibiremos fuerzas para vivir en la tierra con los valores del cielo, o sea, como agrada a Dios.
 
¿Dónde está el cielo donde mora nuestro Padre Dios? El Padrenuestro no pretende responder a esta pregunta desde una perspectiva local. Fue Jesús mismo quien dinamitó la idea del encuentro con Dios dentro del marco restringido de unos límites locales (Juan 4:20-24). En lugar de esto, el término “cielo” se emplea como la única idea adecuada para resaltar la inconmensurabilidad de Dios, para resaltar la idea de cercanía y distancia más allá de todos nuestros conceptos de espacio y tiempo; no es una imagen que apunta a la distancia insalvable entre Dios y nosotros, sino que pretende enfatizar su naturaleza distinta.
 
Dios no es parte de la tierra, como la humanidad. Él es distinto. Nuestro Padre “celestial” es el completamente otro, el Dios al que los cielos de los cielos no pueden contener (1 Reyes 8:27), ¡tal es su grandeza y poder! …y, a la vez, es el Padre que se ocupa de las pequeñas cosas de sus débiles hijos.
 
Nosotros oramos a nuestro Padre que está en los cielos. Este cielo, este mundo de Dios, se nos ha acercado, ha venido hasta nosotros en la persona de Jesucristo. Él mismo predicó: El reino de los cielos se ha acercado (Mateo 3:2).
 
Jesús nos enseña a orar, diciendo: Padre nuestro que estás en los cielos. Estas palabras constituyen la brújula de nuestras oraciones, el norte para que éstas no yerren su meta. Podemos hablar con este Dios celestial, todopoderoso. A Él y su poder podemos confiarle todas nuestras cuitas y afanes porque él tiene cuidado de nosotros. Él es nuestro Padre celestial.”
Referencias

[1]  Larry Lea. 1992. “Ni siquiera una hora”: Grupo Nelson.
   
[2]  Torrance, Thomas F.. The Trinitarian Faith (T&T Clark Cornerstones) Bloomsbury Publishing. Kindle Edition.
   
[3] https://franciscoxaviersanchez.wordpress.com/2012/10/22/que-estas-en-el-cielo/
   
[4] https://protestantedigital.com/la-claraboya/35084/padre-nuestro-que-estas-en-los-cielos

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