November 30th, 2022
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efe 3:14-21)
En nuestra reflexión más reciente comenzamos a analizar el significado del concepto plenitud. La Biblia dice que la plenitud, el “plērōma” (G4138) de Dios, es el resultado que obtenemos cuando decidimos que el Espíritu Santo nos revele las cinco (5) dimensiones del amor de Dios. Pablo dice en la Carta a los Efesios que este es el resultado de estar arraigados y cimentados en el amor de Dios y de ser plenamente capaces de comprender sus dimensiones.
“17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:17-19)
El tema de la plenitud de Dios llenando la Iglesia ha sido considerado en reflexiones anteriores. Por ejemplo, la reflexión del día cinco (5) de mayo del corriente (05-05-2022) nos condujo a analizar algunas de las implicaciones de esa plenitud. Una de las expresiones que consideramos en esa reflexión fue la siguiente:
“23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efesios 1:23)
Ese verso bíblico dice que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y la plenitud de Cristo. Ya que somos el cuerpo de Cristo no podemos estar llenos de otra cosa que no sea Él. Somos Su cuerpo (“sōma autou”) y somos la plenitud de Aquél (“to plērōma tou”) que todo lo llena en todo.
Vimos en esa reflexión que la versión bíblica Dios Habla Hoy recoge estas expresiones destacando que Cristo es quien lleva todas las cosas a su plenitud (DHH), mientras que la versión bíblica Palabra de Dios para Todos señala que Cristo es el que llena la iglesia con su presencia (PDT). Dicho de otra forma, la Iglesia es la plenitud de Cristo porque ella está llena de Él.
En la reflexión antes citada puntualizamos que la aseveración de que la Iglesia está llena del Espíritu de Cristo puede ser relacionada con unas expresiones maravillosas que encontramos en el Antiguo Testamento; las expresiones que describen la gloria de Dios llenando el templo:
“11 Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.” (1 Reyes 8:11)
“13 cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. 14 Y no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios.” (2 Crónicas 5:13-14)
“13 cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová. 14 Y no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios.” (2 Crónicas 5:13-14)
Allí añadimos a estos versos bíblicos una expresión que encontramos en el Nuevo Testamento. Esa expresión identifica a Cristo como el resplandor de la gloria de Dios: “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb 1:3). O sea, que la Iglesia como templo del Espíritu de Dios (Efe 2:21), está llena de la plenitud de Cristo, del Espíritu de Cristo; está llena de la gloria de Dios. Cristo completa la Iglesia haciendo esto. O sea, que la Iglesia está completa en Cristo.
“9 Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, 10 y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.” (Colosenses 2:9-10)
Fue en esa reflexión que compartimos que la definición del concepto griego traducido como “completos” (“plēroō”, G4137) nos conduce a afirmar que es Él, Cristo, el que causa que las cosas ocurran, con la implicación de cumplir con un propósito.[1] Además, esta expresión también es utilizada en la Biblia para comunicar lo siguiente:
- significa estar llenos (Hch 13:52), ser capaces de llegar al final (Hch 7:30, “pasados”),
- capaces de completar las tareas encomendadas (Hch 13:25), tener el mayor grado (Hch 13:52);
- llenar, hacer que algo esté lleno (Mt 13:48; Hch 2:2); completar, llegar a la totalidad (Rom 8:4; Apo 6:11);
- acabar, completar una actividad (Hch 12:25); proveer plenamente, proveer de todo lo necesario (Fil 4:18);
- proclamar en forma completa, decir todo (Rom 15:19);
- dar el verdadero significado (Mat 5:17; Gál 5:14); hacer que ocurra, cuando implica cumplimiento de algo (Mt 1:22);
- hacer pensar (Hch 5:3)[2]
“Los resultados que encontramos cuando aplicamos estas traducciones a la frase que describe la
Iglesia como la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo son simplemente extraordinarios. Cuando decimos que la Iglesia es la plenitud de Cristo estamos declarando que esto significa que es Cristo el que causa que las cosas ocurran. Estamos diciendo que Cristo lo hace con la implicación de que cumplamos con los propósitos establecidos de antemano (Efe 2:10). Es importante señalar que no se trata de que nosotros podamos o intentemos cumplirlos. Nosotros hemos sido llamados a hacerlo porque la plenitud de Cristo garantiza el éxito.
Esta expresión bíblica, ser la plenitud de Cristo, ciertamente indica que estamos llenos de Él y que se nos ha dado la capacidad de llegar hasta el final. O sea, que aquellos que se rinden en el camino no tienen excusas. Esta expresión también significa que somos capaces de completar las tareas encomendadas y de alcanzar el mayor grado de gozo y de la llenura del Espíritu Santo. Esta expresión predica que hemos sido llamados a completar las tareas encomendadas. Esta expresión también dice que lo podemos hacer porque Aquel que lo llena todo nos provee plenamente de todo lo necesario para realizarlo. Esta expresión también describe nuestra predicación; una predicación completa, sin que le falte cosa alguna.
Esta expresión entonces afirma que es Cristo el que le da significado a la Iglesia y quien hace que ella piense correctamente.”
Concluimos esa reflexión formulando algunas preguntas ¿de qué está llena la Iglesia del siglo 21? ¿De qué está llena la Iglesia del Señor?
La reflexión compartida el doce (12) de mayo del corriente (05-12-2022) sirvió para responder a estas preguntas. Comenzamos esa reflexión planteando que saber que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y que Cristo es Dios, entonces no deja espacio para que pueda existir un mundo pos-cristiano ni pos-Iglesia. Esto sería un oxímoron porque Cristo es eterno, es Dios y en Dios no hay mudanza ni sombra de variación.
“17 Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. 18 Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Santiago 1:17-18)
Decíamos allí que la conceptualización de un mundo pos-cristiano y pos-iglesia contradice la eternidad de Dios y la esencia misma de la Palabra Santa. Dios en Cristo, eterno, santo, majestuoso y sublime no puede cambiar. La Biblia dice que Él es el mismo ayer, hoy y por todos los siglos:“8 Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” (Hebreos 13:8)
Añadimos allí que los versos bíblicos que hemos considerado hasta aquí dicen que la Iglesia está llena de uno que no cambia, que es el mismo, que es Señor y que es Dios. Esto garantiza la permanencia, y la misión de la Iglesia contra un mundo posCovid y posmoderno. La victoria de la Iglesia como cuerpo de Cristo está garantizada porque todo lo que pertenece a la vida y a la piedad (“eusebeia”, G2150), el esquema del Evangelio y/o la buena adoración, nos han sido entregadas “por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 Ped 1:3).
Por lo tanto, la seguridad de la Iglesia como cuerpo de Cristo, no procede de las estructuras ni de los andamiajes que ella pueda poseer, o en los que esté enclavada. Una Iglesia que está llena de las estrategias y de las filosofías del mundo no puede ser capaz de responder a su llamado ni a los reclamos que le ha hecho Aquél que pagó por nosotros con su sangre en la cruz del Calvario. Esa Iglesia, la que no está llena de Cristo y que no es cuerpo de Cristo, califica para ser porta estandarte de una época pos-cristiana. La Iglesia que es cuerpo de Cristo y que es la plenitud de Aquél que nos compró a precio de sangre vive ondeando la eternidad, la santidad, la majestad y la inmutabilidad del Señor que nos ha dado salvación.
En la reflexión del 12 de mayo compartimos que la seguridad de la Iglesia como cuerpo de Cristo emana de la sangre derramada en la Cruz del Calvario. Esa sangre es la que alimenta ese cuerpo. Es esa sangre, la sangre del pacto eterno, la que nos hace aptos. Esta es la aptitud necesaria y requerida por Dios.
“20 Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, 21 os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (Hebreos 13:20-21)
Este pasaje bíblico dice que nuestra aptitud, nuestras capacidades para operar competentemente en una determinada actividad, las cualidades que nos hacen adecuados para cierto fin, nuestras capacidades y nuestra disposición para el buen desempeño, nuestra suficiencia o idoneidad[3], proviene de la sangre que pagó por los miembros de ese cuerpo. La Biblia dice que esa sangre nos hace cercanos (Efe 2:13), que nos reconcilia y hace la paz (Col 1:20) y que nos salva de la ira de Dios (Rom 5:9). Esa sangre, la sangre de Cristo también nos hace aptos. O sea, que es Cristo el que nos hace competentes como Iglesia del Señor y su capacidad para hacer esto es eterna. Por lo tanto, no puede existir un mundo pos-Iglesia ni pos-Cristiano.
“Al mismo tiempo, la Iglesia como cuerpo de Cristo es santa porque la cabeza de la Iglesia es santa. No somos santos porque podemos serlo con nuestras propias fuerzas. Somos santos porque el sacrificio de Cristo nos santifica (Heb 10:10). Somos santos porque el Espíritu Santo nos conmina, nos dirige y nos empodera para que podamos vivir separados para Dios.
Por lo tanto, la iglesia como cuerpo de Cristo no puede operar sin santidad. No se trata de la santidad litúrgica ni legal que han sido definidas y puestas en práctica a través de muchos siglos. Se trata de la convicción que produce la fe; no queremos contaminar el cuerpo de Cristo.
Sabemos que estas aseveraciones generan otras preguntas. Una de estas es la siguiente: ¿por qué hay iglesias que desaparecen? La respuesta a esta pregunta no es muy complicada. Pueden desaparecer las congregaciones, pero la Iglesia no desaparece. No olvidemos que Dios es capaz de levantar de las piedras hijos de la promesa que le hizo a Abraham (Mat 3:9; Lcs 3:8).”
Concluimos esa reflexión afirmando que saber que la Iglesia es el cuerpo de Cristo nos coloca ante una aseveración bíblica indiscutible: estamos completos en Cristo (Col 2:10); no nos hace falta nada más. Claro está, tenemos que entender que se nos requiere orar constantemente por ello y esto, debido a la libertad que se nos ha concedido. Pablo lo señala a sí en una de sus cartas.
“12 Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere.” (Colosenses 4:12)
Reiteramos que si estamos completos en Cristo, entonces nuestra suficiencia proviene de Él y “nada nos faltará.” (Sal 23:1b).
Repetimos una de las conclusiones a las que llegamos luego de conocer todos estos datos: que la Iglesia está completa porque está llena de la gloria de Cristo.
Esta aseveración teológica cobra mayor sentido cuando examinamos algunas de las declaraciones que encontramos en la Biblia acerca de este tema. La Biblia dice que el corazón de la Iglesia resplandece con la luz del Señor. La Biblia dice que esto ocurre para que seamos capaces de conocer la gloria del Padre que resplandece en el rostro de Aquél que es la cabeza de la Iglesia.
“6 Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Corintios 4:6).
El brillo de esa luz no puede ser opacado por el cáncer, por los derrames cerebrales, por las guerras, por las tormentas, por la abundancia, la escasez, ni por cualquier otra cosa material o creada. Ese brillo no puede ser disminuido ni opacado por las tinieblas producidas por la incertidumbre; ni siquiera aquellas que genera un mundo pos-Covid o por un mundo en guerra.
El desempeño de una Iglesia llena de la plenitud de Dios gracias al amor de Cristo, no disminuye y su empuje no se reduce ante los vientos de tormenta que se dibujan en el horizonte. Las generaciones anteriores a las nuestras vivieron situaciones mucho más complicadas que las nuestras. Estas generaciones supieron mantenerse en pie de lucha y alcanzaron las victorias prometidas.
Escribimos acerca de esto en la reflexión del 14 de enero del año 2021.
“La seguridad que describe este escritor no depende de las circunstancias en las que podamos estar viviendo. Esa seguridad emana de la relación que tenemos con el Señor. Aquellos que han entrado a la habitación del Altísimo, que están bajo la sombra del Omnipotente, conocen a Dios y conocen su amor infinito. Es por ese amor que Dios nos cubre con Su presencia. Es por esto que podemos sentirnos seguros debajo de Sus alas.
No debe sorprendernos que surjan cuestionamientos sobre estas aseveraciones. Estos han sido levantados en cada generación de la historia. Harry Emerson Fosdick predicaba acerca de esto durante la Segunda Guerra Mundial. Esto es, luego de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), de la pandemia provocada por el Flu español (1918-1920), y de la Gran Depresión (1929-1938). Una de las baterías de sermones que él predicó acerca de este tema aparecen publicados desde 1944 bajo el título “A Great Time to be Alive.” Mi copia de ese libro destaca que el precio del mismo para esa época era de 25 centavos ($0.25)[4].
Uno de los 25 sermones que aparecen en ese libro da a luz el título de esa obra: “Un gran tiempo para estar vivo”. En ese sermón, Fosdick confronta la audiencia cuando comienza diciendo que la época de la Segunda Guerra Mundial era un gran tiempo para estar vivos. No debemos llamarnos a engaño; Fosdick no intentaba tapar el cielo con la mano. Este pastor Norteamericano reconocía que la guerra anterior no había conseguido solucionar los problemas, ni alcanzar las metas que la humanidad se había propuesto. Es que hay que admitir que las guerras nunca consiguen esto.
Una de las metas de la Primera Guerra Mundial era la detener a los Alemanes. El resultado de esa guerra fue la afirmación del Fascismo, del Comunismo, de la Democracia y de la entronización de las dictaduras de Stalin en la Unión Soviética, Franco en España, Kemal Atartuk en Turquía, Mussolini en Italia, Salazar en Portugal, Pilsudski en Polonia y Adolfo Hitler en Alemania. Además, destacaba él, que los resultados de la guerra anterior habían producido 35 millones de muertes a causa del hambre y de las pandemias.
El mundo entero continuaba, al inicio de esa Segunda Guerra Mundial, sumido en los desastres causados por nuestra incapacidad para resolver problemas mundiales y los próximos conflictos que estos provocaron. Nunca hemos logrado comprender que los problemas mundiales que enfrentamos son gritos estridentes demandando cambios.
Es aquí que Fosdick señala a la expresión de una joven madre que se preguntaba si había sido correcto traer hijos a un mundo como ese. Una pregunta que constantemente madres y padres se hacen en este tiempo. Es entonces que este Pastor esgrime su tesis: todas las generaciones se han formulado preguntas acerca de la viabilidad y de las inseguridades que enfrentaron en su tiempo. Por ejemplo, Thomas Jefferson se preguntaba esto entrando al siglo 19. Jefferson es citado por Fosdick diciendo con mucho temor que una barbarie primitiva amenazaba los principios morales y a las bases que le dan unidad y cohesión a la nación Norteamericana. Decía Jefferson que la alborada del siglo 19 había sorprendido la nación con amenazas serias a su estabilidad. Sin embargo, hoy miramos a esa generación, la de Jefferson, la de Alexander Hamilton y John Adams como una generación ejemplar. Una generación que supo estar a la altura de los retos de su tiempo.
Fosdick apuntaba en ese sermón que los seres humanos se vanagloriaban entonces de haber logrado crecer, en términos sociológicos, de su infancia a su madurez. Esos seres humanos “maduros” habían provocado todos estos desastres. Esos desastres podían anquilosarnos en los caminos del dolor, paralizados mientras nos preguntamos lo mismo que se preguntó el salmista:
Fosdick decía en ese sermón que ese era un gran tiempo para estar vivos porque los obligaba a regresar con urgencia a los fundamentos. Todas las generaciones de la historia han tenido esa misma oportunidad de cara a los retos que enfrentaron en el tiempo que les tocó vivir. Nosotros sabemos en dónde se encuentra esa revelación. Dios es el que nos muestra el bien.”
No debe sorprendernos que surjan cuestionamientos sobre estas aseveraciones. Estos han sido levantados en cada generación de la historia. Harry Emerson Fosdick predicaba acerca de esto durante la Segunda Guerra Mundial. Esto es, luego de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), de la pandemia provocada por el Flu español (1918-1920), y de la Gran Depresión (1929-1938). Una de las baterías de sermones que él predicó acerca de este tema aparecen publicados desde 1944 bajo el título “A Great Time to be Alive.” Mi copia de ese libro destaca que el precio del mismo para esa época era de 25 centavos ($0.25)[4].
Uno de los 25 sermones que aparecen en ese libro da a luz el título de esa obra: “Un gran tiempo para estar vivo”. En ese sermón, Fosdick confronta la audiencia cuando comienza diciendo que la época de la Segunda Guerra Mundial era un gran tiempo para estar vivos. No debemos llamarnos a engaño; Fosdick no intentaba tapar el cielo con la mano. Este pastor Norteamericano reconocía que la guerra anterior no había conseguido solucionar los problemas, ni alcanzar las metas que la humanidad se había propuesto. Es que hay que admitir que las guerras nunca consiguen esto.
Una de las metas de la Primera Guerra Mundial era la detener a los Alemanes. El resultado de esa guerra fue la afirmación del Fascismo, del Comunismo, de la Democracia y de la entronización de las dictaduras de Stalin en la Unión Soviética, Franco en España, Kemal Atartuk en Turquía, Mussolini en Italia, Salazar en Portugal, Pilsudski en Polonia y Adolfo Hitler en Alemania. Además, destacaba él, que los resultados de la guerra anterior habían producido 35 millones de muertes a causa del hambre y de las pandemias.
El mundo entero continuaba, al inicio de esa Segunda Guerra Mundial, sumido en los desastres causados por nuestra incapacidad para resolver problemas mundiales y los próximos conflictos que estos provocaron. Nunca hemos logrado comprender que los problemas mundiales que enfrentamos son gritos estridentes demandando cambios.
Es aquí que Fosdick señala a la expresión de una joven madre que se preguntaba si había sido correcto traer hijos a un mundo como ese. Una pregunta que constantemente madres y padres se hacen en este tiempo. Es entonces que este Pastor esgrime su tesis: todas las generaciones se han formulado preguntas acerca de la viabilidad y de las inseguridades que enfrentaron en su tiempo. Por ejemplo, Thomas Jefferson se preguntaba esto entrando al siglo 19. Jefferson es citado por Fosdick diciendo con mucho temor que una barbarie primitiva amenazaba los principios morales y a las bases que le dan unidad y cohesión a la nación Norteamericana. Decía Jefferson que la alborada del siglo 19 había sorprendido la nación con amenazas serias a su estabilidad. Sin embargo, hoy miramos a esa generación, la de Jefferson, la de Alexander Hamilton y John Adams como una generación ejemplar. Una generación que supo estar a la altura de los retos de su tiempo.
Fosdick apuntaba en ese sermón que los seres humanos se vanagloriaban entonces de haber logrado crecer, en términos sociológicos, de su infancia a su madurez. Esos seres humanos “maduros” habían provocado todos estos desastres. Esos desastres podían anquilosarnos en los caminos del dolor, paralizados mientras nos preguntamos lo mismo que se preguntó el salmista:
“6 Muchos son los que dicen: ¿Quién nos mostrará el bien?.....” (Salmos 4:6a)
Fosdick decía en ese sermón que ese era un gran tiempo para estar vivos porque los obligaba a regresar con urgencia a los fundamentos. Todas las generaciones de la historia han tenido esa misma oportunidad de cara a los retos que enfrentaron en el tiempo que les tocó vivir. Nosotros sabemos en dónde se encuentra esa revelación. Dios es el que nos muestra el bien.”
El amor de Dios tiene como uno de sus resultados llenarnos de la plenitud del Todopoderoso. Una Iglesia llena de esa plenitud no palidece ni se amilana antes los retos que tienen que enfrentar.
¿Qué significa ser completos con la toda la plenitud y el poder que proviene de Dios? Esto significa que poseeremos todos los componentes necesarios para vivir la vida abundante que el Señor nos ha ofrecido.
Referencias
[1] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 160). United Bible Societies.
[2] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software
[3] https://dle.rae.es/aptitud?m=form
[4] Fosdick, Harry Emerson. A Great Time to be alive: Sermons on Christianity in wartime, 1944. Harper & Brothers, New York-London.
[1] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 160). United Bible Societies.
[2] Swanson, J. (1997). En Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo Testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software
[3] https://dle.rae.es/aptitud?m=form
[4] Fosdick, Harry Emerson. A Great Time to be alive: Sermons on Christianity in wartime, 1944. Harper & Brothers, New York-London.
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