757 • “Homenaje: tres reflexiones del alma.”: In memoriam Dr. Abelardo Vargas Rivera 1926-2020 • El Heraldo Digital del 16 de agosto del 2020 • Volumen XV

“Homenaje: tres reflexiones del alma.” In memoriam: Dr. Abelardo Vargas Rivera (11 de enero, 1926 – 11 de agosto, 2020)
“Sus ojos se cerraron”


Escrito por el Pastor/Rector: Rdo. Mizraim Esquilín García


Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado.” María Teresa de Calcuta
Sus ojos se cerraron y todos los que le vieron partir observaban con asombro. Ese rostro sin vida radiaba paz y una pequeña sonrisa se había dibujado en sus labios. Este prócer partió a su cita en los cielos con su amado Señor, como se van aquellos que han encontrado la paz con Dios, con ellos mismos, y con los demás. Este hombre fue invitado a marchar a un lugar en el que le esperaba una fiesta; la fiesta de aquellos que han vencido por el amor de Cristo.

Se agolpan las palabras tratando de escribir estas cuartillas. ¿Cómo hablar de alguien que fue para mí como un padre, un amigo y un consejero? ¿Cómo hablar acerca de un prócer; una persona distinguida, valerosa y de alta dignidad que contribuyó al engrandecimiento de su comunidad? Faltan adjetivos, se desbordan las emociones, sobran los recuerdos; particularmente, su sonrisa.

Abelardo, cuyo nombre significa “príncipe fuerte”, se fue al cielo en la mañana del 11 de agosto. Se fue con gozo porque había estado haciendo lo que había hecho por casi 70 años; luchar contra lo imposible en pro de la salud de su pueblo. El médico de la Ciudad de los Gigantes, San Fernando de la Carolina, había decidido no quedarse con los brazos cruzados ante la adversidad que enfrentaba el pueblo; su pueblo. Su mente, sus manos y su corazón habían sido entrenados para esto y su ilustre experiencia como médico le había conducido a repasar todas las opciones con sus consecuencias. Había que ir a servir.

Su modelo de servicio era Jesucristo, su Señor y su Salvador. Ese, a quien él llamaba Amigo y con quien se sentaba diariamente a dialogar acerca de la vida, le había enseñado a amar. Ese amor le había cautivado por más de medio siglo y la respuesta a ese amor no podía esperar: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn 3:16).

De sus ensayos y sus escritos se destilan los resultados de esas pláticas. El repaso de uno sus salmos favoritos, el Salmo 51, parece salpicar casi todas sus reflexiones. Las palabras del verso seis (6) de ese salmo acompañaban frecuentemente sus sesiones de confesión, arrepentimiento, e intercesión por todos los suyos:

6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.”

Abelardo nació el día 11 de enero; el mismo día en que nació Eugenio María de Hostos. Él era un verdadero hostosiano, en el mejor sentido de ese concepto. Sus padres, Don Antonio Vargas y Doña Catalina Rivera, decidieron apodarle “Sonny”, creyendo que sería el último de sus hijos. Un poco más adelante la vida les sorprendería con la llegada de los gemelos.

Abelardo amó y rindió homenaje a esos padres durante toda su vida. Testimonio de esto son algunos de los muebles de la casa de Don Antonio y Doña Catalina que él envió a restaurar para conservarlos en la suya.

Aún recuerdo un mañana que caminaba con él por uno de los pasillos del Hospital Auxilio Mutuo cuando se detuvo y me dijo lo siguiente: “yo caminé por este mismo pasillo el día en que papá murió en el año 1956.” Sus memorias acerca de su amantísima progenitora le llevaban a decir con frecuencia que él había aprendido de ella el valor de servir y de ayudar a todos lo que necesitaban ser ayudados.

Su inteligencia y su candor eran extraordinarios. Su capacidad clínica era insuperable. Su disciplina lo llevaba a estudiar constantemente para poder honrar el juramento hipocrático que había hecho.

Abelardo estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de Méjico. Él llegó a esa escuela siguiendo los consejos de un amigo que se encontraba estudiando allí. Siempre decía que fue Dios el que lo había llevado a esa Universidad porque lo aceptaron el mismo día que presentó su solicitud de admisión. Su amor por la patria del Padre Hidalgo era inmenso.

El Dr. Vargas Rivera (siempre lo llamé así) se recibió como Médico Cirujano en el verano de 1951, tres años antes de que Puerto Rico pudiera graduar su primera clase de medicina en la Universidad de Puerto Rico. Sus investigaciones durante ese período de estudios acerca de la tiroides me ayudaron a entender algunas cosas cuando me tocó trabajar con esa glándula.

Tan pronto llegó a nuestra Isla, El Dr. Vargas fue recibido por el Dr. Federico Trilla; una de las figuras legendarias de la medicina de nuestro país. El Dr. Trilla, quien se había graduado de la Universidad de Loyola, había estado sirviendo como médico en Carolina desde principios del siglo 20. El Dr. Trilla le indicó a Abelardo que estaba esperando la llegada de un médico que tuviera el corazón y la sabiduría para poder entregarle su práctica. El Dr. Vargas narraba que el Dr. Trilla no solo le regaló su práctica, sino que se quedó con él durante algunos meses para presentarle a sus pacientes. Es desde ese instante que él comenzó a servir como el médico del pueblo. Uno de los hijos del Dr. Vargas le ha acompañado en esa práctica por cerca de 40 años.

Fui descubriendo por más de 50 años los testimonios de una práctica médica que le llevó a hacer hasta cirugías y partos.

En una de las muchas experiencias en su casa, tuve el honor de recibir al dueño de un garaje de ventas de autos de lujo. Este distinguido puertorriqueño había venido a entregarle al Dr. Vargas las llaves de un auto muy lujoso que le quería regalar. El motivo de ese regalo, dijo él, era que el Dr. Vargas le había salvado la vida a su señora madre. Sucedió algo impactante luego de que este hombre le informara  a todos los presentes lo que había venido a hacer. El Dr. Vargas tomó la palabra y le dijo lo siguiente, mientras lo miraba con una mirada paternal: “Toma ese automóvil y véndelo. Dale ese beneficio a alguna causa justa. Cuando yo era joven me gustaba tener esa clase autos. Hace tiempo decidí que no lo iba a hacer más, para evitar que alguno de mis pacientes pudiera creer que los manejo a costa de sus dolores.”

Tuve el honor de conocer al Dr. Vargas cuando yo era un niño. Este gigante estaba visitando, como de costumbre, a uno de sus hermanos: “Nandí,”  el esposo de Mercedes. Pude observar allí que su amor y su devoción por sus hermanos y sus respectivas familias eran para él como un apostolado. De hecho, muchos de sus hermanos fallecieron en el hogar de Abelardo y de su amada Teresa. Era allí que iban a ser atendidos hasta la hora de “mudarse” a los cielos. Poco sabía yo en esa época que Edith (mi esposa) y sus padres se habían convertido en sus pacientes desde que regresaron a Puerto Rico. Esto es, luego de haber vivido muchos años en la ciudad de Nueva York. Edith tenía 12 años cuando el Dr. Vargas se convirtió en su médico.

Sin embargo, fue en la Primera Iglesia Bautista de Carolina que el Señor me concedió el honor de que el Dr. Vargas, me concediera un huequito en su corazón. Años más tarde descubrí que ese corazón tenía que ser inmensamente grande, porque éramos muchos a los que él amaba como un padre. Aún recuerdo esa mañana, hace más de 40 años, en esa amada Iglesia, cuando se me acercó para decirme que Dios le había mostrado que yo iba a ser su pastor. ¿Yo, un jovencito inmaduro ser pastor de ese prócer? Dios parece tener un sentido del humor que no entendemos. Casi 20 años más tarde Dios estaba utilizando una vez más al Dr. Vargas para que yo pudiera convertirme en el Pastor Rector de la Iglesia AMEC: “Casa de Alabanza.”

El Señor utilizó al Dr. Abelardo Vargas Rivera durante más de medio siglo para hablar a mi vida. Pocas personas conocen que durante la década de los años 80, él venía con frecuencia a nuestro hogar a realizar vigilias de oración. Esto se hacía en días de semana y en ocasiones más de una ocasión cada semana. O sea, que salíamos de las vigilias para ir a trabajar.

Fue durante esos encuentros que comencé a comprender la profundidad de la experiencia espiritual de este hombre. Yo sabía que su proceso de conversión a Cristo había sido un emplazamiento del cielo. La conversión del Dr. Vargas es el resultado de un impacto del Espíritu Santo que lo mantuvo temblando durante algunos días. Él decía que era como una corriente eléctrica inexplicable. Siempre decía que esa había sido la mejor decisión de su vida; entregarse por completo Jesús, aceptándolo como su Señor y su Salvador.

Esos tiempos de vigilia en oración me permitieron contemplar la relación de intimidad que este hombre tenía con el Señor. Fue durante esa época que comprendí que su capacidad para creerle a Dios trascendía a sus grandes habilidades como médico, a su inmensa sabiduría y ese discernimiento extraordinario que él tenía como ser humano. El Dr. Vargas y el  hermano José Luis de León se convirtieron en los custodios de las promesas y las palabras proféticas que Dios le dio a nuestra Iglesia a través de nuestro Pastor Fundador, el Rdo. Jacinto Esquilín Robles. Su empuje, su tesón y sus compromisos con el Señor y con la Iglesia son incomparables.

El Dr. Vargas se convirtió en un padre para mí y para Edith. Era un abuelo y un consejero muy especial para nuestros hijos y para nuestros nietos. Sus consejos siempre atinados, eran matizados por esa perenne sonrisa y ese “okay” cuando se iba a despedir.

¿Cómo vamos a recordarlo?  El Dr. Vargas será recordado como un hombre que amaba al Señor, que le fue fiel a Dios, a los suyos, a su profesión y a Puerto Rico. El Dr. Vargas será recordado como un ejemplo a imitar de lo que significa convertir la profesión médica en un ministerio. El Dr. Vargas va ser recordado como un ser humano muy humilde. Nunca podré olvidar las ocasiones en que no nos permitió que cadenas internacionales de Televisión vinieran a realizar programas especiales para celebrar su ministerio médico.

Vayan nuestras palabras de consuelo y fortaleza a su esposa Teresa, a sus hijos Roxana, Abelardo (Tito), Hedrian, Dania, María Silvia, Francisco, Antonio, Alex y Edward. Así mismo a sus nietos, biznietos, tataranietos y demás miembros de la familia. Recuerden que no hemos perdido un gigante porque uno sabe en dónde se encuentra lo que uno ha perdido. Hemos ganado que un prócer puertorriqueño celebre su victoria en los cielos.

El Dr. Abelardo Vargas Rivera se adelantó a la eternidad. Vivió para servir y murió con las botas puestas, haciendo lo que el Señor le pidió que hiciera. Es un secreto a voces que todos aquellos que aprendimos a amarlo lloramos su partida. Es otro secreto a voces que el cielo celebra su llegada.

¡Enhorabuena Doc!

“Un hombre que bendijo a muchos”
Escrito por Rda. Shirley M. Esquilín Carrero. Pastora Asociada

Esta semana como familia, como iglesia, como comunidad y pueblo, estamos llorando la partida a las moradas celestiales de nuestro amado Dr. Abelardo Vargas.
¿Cómo describir a un hombre tan especial?

Doctor de doctores, padre de muchos, ministro del pueblo. Con paso lento, cuidadoso y pausado pero firme; siempre lindo, siempre elegante, siempre perfumado. Con una sonrisa hermosa, un hablar tierno, dulce y seguro. Un hombre sabio y humilde.

“Doc, ¡bendición!” -“Dios te bendiga, mi’ja”.

Siempre fue nuestro saludo al vernos. Con un beso y un abrazo paternal. Durante toda mi vida solo lo vi usando lo que tenía para BENDECIR…

Bendijo al pueblo de Carolina con una larga carrera médica. Sobre 60 años de servicio como instrumento para impartir aliento y remedio, sanidad y esperanza a todo el que ha entrado por las puertas de su consultorio en la calle Domingo Cáceres.

Pero también nos bendijo como familia…

Nos bendijo con una casa, residencia en la que mis hermanos y yo nos criamos. Donde mis padres aún viven.

Nos bendijo con veranos de fiesta y alegría. A su casa llegábamos (casi siempre sin avisar, entrando por el portón de la piscina, sin medir las horas transcurridas hasta el atardecer). En su casa celebramos nuestros quinceañeros, nuestras despedidas de solteros, los “baby showers” de mis hermanos.

Bendijo a mis padres como figura paternal, siendo un padre para mi mamá desde muy jovencita, y un padre, mentor y consejero para papi.

Bendijo a papi con otra oportunidad de vida. Llegó como un ángel enviado por Dios justo en el momento en que papi se cortó el pie en un accidente tras el Huracán George en el 1998. Fue su mentor, su consejero, su brazo fuerte, su luz en medio de la oscuridad.

Nos bendijo con su presencia en tantos momentos importantes de nuestra vida. En nuestras ceremonias de boda, en nuestra ordenación al santo ministerio. Curando nuestras dolencias, celebrando nuestros éxitos, sanando nuestras heridas, haciendo espacio en la mesa.

Nos bendijo con bendiciones indecibles – consejos y palabras de sabiduría, amonestaciones y cuidados que en su tiempo conocimos (y los que nos restan por conocer). Fue nuestro ejemplo a seguir para amar la lectura y estudiar, para convertirnos en profesionales y para hacerlo bien, honrando al Señor en todo y sirviendo al pueblo.

Pero también bendijo la iglesia…

La bendijo sembrando en la obra, sembrando en el ministerio y en la comunidad de fe. Con sabiduría y gracia del cielo tomaba decisiones, ungía ministros, se dirigía al pueblo, oraba con autoridad.

La última vez que nos vimos fue hace dos meses, en su casa, donde una vez más me dio el remedio para curar mis dolencias. Hablamos como siempre de cosas de la vida. Me dijo que iba bien en lo que estaba haciendo y me dio la bendición.

Ayer, 11 de agosto, cerca del mediodía, se vistió una vez más con las mejores ropas para caminar a paso firme junto al Médico de Médicos.

El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría; Y a la honra precede la humildad.” (Proverbios 15:33)

¡Así fue nuestro Doctor Vargas.!

Doc… we’ll forever love you more than word can express… and we’re going to miss you

El honor de vivir entre gigantes

Escrito por Rdo. Mizraim E. Esquilín Carrero. Pastor Ejecutivo

Aquella tarde de Septiembre del 1998 era una potencial ocasión de muerte.  Mi papá se había accidentado con un hacha, mientras limpiaba las vías de rodaje cercanas a nuestra casa, que habían sido interrumpidas luego del paso del Huracán Georges.  De repente, como transportado por el mismo Espíritu, el Doctor Vargas apareció, se llevó a mi papá a su consultorio médico y le salvó la vida.  Esta es una de muchas anécdotas que han venido a mi memoria en las pasadas horas, acerca de la vida de un héroe llamado Abelardo Vargas Rivera.

Desde que tengo uso de razón el Doctor Vargas ha sido parte de mi vida.  No recuerdo un tiempo en el cual él no hubiese estado.  Mis padres le compraron una casa que tenía muy cerquita de su residencia, apenas cuando yo tenía 5 o 6 años.  Fue ahí que me crié y que viví hasta el día en que me casé.  Esa continúa siendo actualmente la residencia de mis padres.  La relación mía y de mis hermanos con el Doctor Vargas era mucho más que una relación de médico paciente o inclusive de vecinos.  Nosotros éramos sus nietos.  Fue en su casa que aprendimos a nadar, que celebramos múltiples cumpleaños, quinceañeros, despedidas de año, servicios de oración, actividades de jóvenes, estudios bíblicos, agasajos de bodas y “baby showers”.  Durante el transcurso de nuestra niñez, juventud y adultez él sirvió junto a su familia como ángeles que trajeron bendición a nuestra casa, en muchas formas y maneras distintas.
 Sé que ese es el testimonio de cientos de personas a lo largo y a lo ancho de la isla y aún fuera de ella.

Como ser humano, el Doctor Vargas era una persona extraordinaria.  El Doctor era un hombre sabio, amigo fiel y excelente consejero.  Él era muy distinguido en su porte y en su vestir.  Tenía un andar elegante y recto, en todo el sentido de la palabra.  Era una persona jovial, sosegada, pero a la vez firme en sus convicciones.  Él era respetuoso, pero a la vez alguien que comandaba el mayor de los respetos.  Pero era también muy amoroso.  Siempre que nos despedíamos me daba un beso y un abrazo y me decía “Te quiero mucho Mizraimcito”.  Voy a extrañar eso.

En su carácter espiritual era un hombre de fe.  Creyó cuando no había y esa fe le llevó a convertirse en pilar importante del nacimiento y desarrollo de muchas obras cristianas (incluyendo la Iglesia AMEC) y de múltiples organizaciones sin fines de lucro.  Pero lo más extraordinario es que sin ser pastor, era un Pastor de Pastores pues su ministerio influenció de forma indudable la vida de muchas docenas de líderes espirituales.  Sin ese apoyo, serían muchos los ministerios pastorales que hoy no existirían.

Pero su compromiso máximo era servir.  Más de 69 años de práctica médica le llevaron a tocar la vida de cientos de miles de personas.  Siempre se mantenía al día en su profesión, estudiando.  Siempre servía de forma desinteresada y sin afanes de exhibir opulencia (aun teniendo los medios para hacerlo).  Nunca buscó reconocimientos.  Nunca tuvo afanes de lucrarse de forma desmedida y no discriminó por la condición económica o social de sus pacientes.  Son muchas las anécdotas que quedarán escritas para la historia sobre este particular.  Fue su amor por ese servicio lo que le movió a decidir reabrir su oficina en estos tiempos de pandemia.  Y fue en la línea de batalla que continuó sirviendo hasta el último día.

Un final digno de un héroe.

Personas como el Doctor Vargas llenan tantos espacios que su ausencia crea un vacío inmenso. Sé que somos muchos los que lloramos hoy su partida.  Pero entre lágrimas, venía a mi memoria una historia de un héroe similar al Doctor.  Cuentan el relato de que el día en que murió Nelson Mandela, el gran Madiba, la gente de África del Sur, en distintas comunidades alrededor del mundo, se lanzaron a las calles a celebrar con bailes y algarabía.  Esto resultó difícil de comprender para aquellos ajenos a esa comunidad pues estaban esperando un momento de luto ante la partida de una figura de semejante estirpe e importancia.  Pero la respuesta no se hizo esperar.  Los Surafricanos aseveraron que no era tiempo de lamentar el hecho de que Mandela hubiera muerto.  Más bien, era tiempo de celebrar que él vivió.  Pienso que esa fue la clase de vida que el Doctor Vargas vivió.  Él fue alguien por el cual, más que lamentar su partida, se hace meritorio el celebrar su vida.  El 11 de Agosto de 2020, el Señor llamó a su presencia a un héroe.  Dios nos lo regaló durante 94 años.  Hoy somos muchos los que podemos decir que vivimos entre gigantes pues tuvimos la oportunidad de conocerle.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación”, (2 Corintios 2:3)
Colaboraciones:
Tres Reflexiones por:
Pastor/Rector: Rev.  Mizraim Esquilín-García, PhD.  /  Pastora Asociada: Rda. Shirley M. Esquilín Carrero /  Pastor Ejecutivo: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr.

Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García  /  Social-Media : Hna. Frances González /  Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital Institucional-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa Interactiva en InDesign CC: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Fotografías gratuitas: Recuperadas y editadas en Photoshop CC: Dra. Eunice Esquilín López – voluntaria 16 de agosto del 2020.

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