Reflexiones de Esperanza: Efesios: el poder de la oración (Parte XVI)

“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,”  (Efesios 1:15-18, RV 1960)

Nos hemos detenido a analizar la oración del Padre Nuestro. Hemos sentido la obligación de hacerlo con la finalidad de adquirir herramientas exegéticas, de análisis e interpretación, para poder interpretar las oraciones paulinas que aparecen en la Carta Los Efesios.

Las oraciones que Pablo incluye en esa carta (Efe 1:15-23; 3:14-21) son muy densas e intensas. Tomemos como ejemplo su plegaria para que seamos “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento,” (Efe 3:18-19a).  O sea, que el pide que seamos capaces de conocer algo que excede todas nuestras capacidades cognitivas. Y no solo esto, sino que él añade en esa oración que este conocimiento es el que nos puede hacer capaces de ser llenos de la voluntad de Dios (Efe 3:19b). Es obvio que el análisis responsable de estas oraciones requiere mucho más que sentido común.

Esta es una de las razones por las que estamos analizando la oración del Padre Nuestro. La oración modelo que nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos regaló nos ha permitido entender mucho mejor que las oraciones poseen estructuras. Conocer estas estructuras facilita el proceso de análisis y aumenta los niveles de comprensión de estas.

Hemos entrado en el análisis de las peticiones que se realizan en el Padre Nuestro. Ya hemos cubierto aquellas que tienen que ver con el nombre de Dios, con el Reino de Dios y con Su voluntad. Recientemente hemos iniciado nuestra travesía analítica de las cuatros peticiones que tienen que ver con nuestras necesidades:

-  el pan nuestro de cada día,             -   el perdón de nuestras deudas,
-  no caer en la tentación,                    -   ser librados del mal.

Ya hemos visto que la primera petición que aparece en el Padre Nuestro para consignar nuestras necesidades, es en sí misma una admisión de la necesidad que tenemos de reformular todo nuestro sistema de peticiones y de necesidades. A todo esto hay que añadir que la provisión del pan sólo nos permite  sobrevivir; mantener la vida. En otras palabras, no se vive del pan. Por un lado, Cristo afirmó que nosotros vivimos toda la Palabra que sale de la boca de Dios (Det 8:3; Mat 4:4).  

Los exégetas responsables y serios tienen que afirmar una verdad bíblica que es incuestionable. Es un peligro anteponer nuestras necesidades físicas a nuestras necesidades espirituales. De hecho, esto es considerado en la Biblia como un pecado. Esta es una de las razones por las que Cristo Jesús no sucumbió a la tentación de convertir las piedras en pan (Mat 4:3-4). La sugerencia de que Dios como Padre tenía que demostrar Su amor permitiendo que el Hijo pudiera comer, tenía como trasfondo otras cosas. Esa sugerencia estaba predicada sobre la base de que el Hijo de Dios utilizara Su poder para Su propio provecho. El Padre había permitido que el Hijo se enfrentara a 40 días de ayuno en el desierto para que Jesucristo se pareciera al profeta Elías y para desarrollar una metáfora viva acerca de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto: 40 años.

Debemos entender que ninguna necesidad, por cierta, por intensa y urgente que esta pueda ser, puede colocarnos en contra de la voluntad de Dios. Tenemos problemas muy serios cuando permitimos que las circunstancias que nos arropan sean las que dicten nuestras acciones. Esta actitud nos conduce al pecado. Jesucristo tenía el poder para convertir las piedras en pan, pero si lo hacía estaría poniendo en acción Su poder como actor independiente de la voluntad del Padre. No olvidemos que Adán y Eva se rebelaron contra Dios y pecaron cuando decidieron convertirse en actores independientes; actuar fuera de la voluntad de Dios.

¿Esto significa que no es correcto pedir por nuestras necesidaes? Si esto fuera así Cristo Jesús no habría incluido estas cuatro (4) peticiones en esta oración. Lo que esto significa es que tenemos que tener mucho cuidado con el lugar que le asignamos a nuestras necesidades.

Por ejemplo, algunos de nosotros hemos sufrido enfermedades que nos han colocado en la lista de aquellos que se van “a mudar al cielo” de forma inminente. Otros, hemos vivido esos mismos procesos con hijos que han sido desahusiados por los médicos y han sido sentenciados a muerte. Ninguno de esos escenarios puede ser utilizado como una excusa para convertirnos en actores independientes de la voluntad divina.

Al mismo tiempo, nadie puede negar que todos los seres humanos tenemos necesidad de pan, de milagros, de ser aprovisionados para la vida. Ermes Ronchi afirma en su libro “El canto del pan” que los seres humanos nos escucharán si les llevamos eso. Sin embargo, afirma él, asegurarles el pan, los milagros y/o la provisión  puede convertirse en un ejercicio para adueñarnos de los seres humanos. Hay que destacar que Jesucristo utiliza esta tentación a la que es sometido por el Diablo para hacernos saber que debemos resistir a aquellos que procuran adueñarse del hombre con el pan y con la autoridad. El pan, la satisfacción de nuestras necesidades, no puede convertirse en instrumento, es más no puede convertir a Dios en instrumento para coartar las libertades del ser humano. Esto nos colocaría de frente a un ser humano mutilado. Es desde esta perspectiva que el mensaje del Padre Nuestro es entonces uno de liberación. [1]
 
Esto engrandece las peticiones anteriores; aquellas que están dirigidas a conocer al Padre y a santificar Su nombre: a pedir que establezca Su reino entre nosotros: a pedir que nos coloque en el centro de Su voluntad. Es desde allí y solo desde allí que podemos aprender a manejar nuestras necesidades correctamente. Estas convicciones nos hacen entender por qué pedimos lo necesario, lo necesario para vivir y no todo lo que podemos y queremos tener para acumularlo.
 
Los especialistas en la espiritualidad Cristiana de todas las épocas han señalado que es correcto interpretar que el pan al que esta oración hace referencia produce la felicidad necesaria y humilde de la vida. No obstante, muchos de ellos han indicado que no existe verdadera felicidad si esta no es de todos. Como dice Ronchi, “Cualquier felicidad que no es de todos constituye un robo. Toda felicidad debe ser comunicada y participada, de lo contrario se marchita. Así sucede con el pan.”[2]
 
Esta petición, la del pan, es seguida por la necesidad de sentirse y de saberse perdonado:
 
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” (Mateo 6:12)
 
¿De qué pedimos ser perdonados? La Biblia dice que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado (1 Jn 1:7). Hemos sido perdonados del pecado, en todas sus dimensiones y acepciones. La Biblia dice que hemos sido perdonados de la “hamartia” (G266): esto es de las ofensas, de errar en el blanco. Esto incluye aquello que deberíamos ser o hacer y no fuimos ni hicimos. La sangre de Cristo nos ha perdonado de “paraptōma”(G3900): esto es, los resbalones, las caídas y las desviaciones intencionales y no intencionales (Gál 6:1). La sangre de Cristo nos ha perdonado de “parabasis” (G3847): esto es, las violaciones a las reglas de fe, a los mandamientos que Dios nos ha entregado. La sangre de Cristo nos ha perdonado de “asebeia” (G763): esto es, de la impiedad, de las conductas que no agradan a Dios. La Biblia dice que la sangre de Cristo nos perdona de “anomia” (G458): esto es, violaciones, transgresiones a la ley de Dios, iniquidades, injusticias. La Biblia dice que la sangre de Cristo nos perdona de “opheilēma” (G3783): esto es, las deudas, los deberes que tenemos, las obligaciones que contraemos y que no podemos pagar.
 
Es muy interesante el dato de que este es el concepto que se usa en la oración del Padre Nuestro: “opheilēma”. Se trata de las ocasiones en que dejemos de cumplir con un deber. O sea, deberes con Dios, deberes con el prójimo, con la naturaleza, con uno mismo.
 
El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) insiste en que Jesús usa este concepto en muchas ocasiones en su ministerio con un propósito particular. Jesús lo utiliza para subrayar que todos tenemos deudas que son impagables y que por lo tanto no pueden ser satisfechas haciendo cosas buenas. O sea, Jesús usa este concepto para explicar la situación en la que las deudas colocan a los seres humanos ante Dios.
 
Los religiosos de la época de Jesús enseñaban que se podía compensar lo malo que se había hecho con las buenas cosas que se podían hacer después. Esto incluía los sacrificios constantes en los altares que había en Israel.
 
Veamos un ejemplo del uso que Jesús le da este concepto. La parábola del hombre que debía 10 mil talentos es un buen ejemplo de esto que Jesús enseñaba (Mat 18:24-35). Esa deuda era impagable. Veamos esto en el contexto del Nuevo Testamento. En ese contexto un (1) talento era igual a 60 minas y una (1) mina era igual a 100 denarios. Tenemos que tomar en consideración que un (1) denario era equivalente al salario de un (1) día. O sea, que si este hombre debía 10 mil talentos, entonces debía 600 mil minas: o sea, 60 millones de denarios.
 
Para que este hombre pudiera pagar su deuda, a base del salario de un (1) denario al día, tendría entonces que ser capaz de trabajar 164, 271 días.[3] No existe un ser humano que pueda hacer esto. La deuda era impagable. Jesús usó esa parábola para hablar de una deuda que no se podía pagar.  
 
Es por esto que el uso de este concepto en la oración del Padre Nuestro afirma nuestra incapacidad para resolver esto con nuestros propios métodos.
 
¿Esto significa que no debemos hacer cosas buenas y meritorias? La respuesta para esta pregunta es sencilla: la fe sin obras es una fe muerta (Stg 2:17, 20, 26). El mensaje de Cristo en la oración del Padre Nuestro es que el “aphiēmi” (G863), el perdón, la remisión de nuestras deudas es un asunto de la Gracia en acción.[4]

Los textos bíblicos son claros y precisos:

“23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, 24 siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,  25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,” (Romanos 3:23-25)

“6 Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, 7 diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. 8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.”  (Romanos 4:6-8)

“13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Colosenses 1:13-14)

“9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”  (1 Juan 1:9)
           
Estos son testimonios escriturales inequívocos de la gracia de Dios obrando y quitando del medio aquello que nosotros nos podemos quitar: el pecado: nuestro pecado: nuestras deudas.

De hecho, la comunidad de fe Cristiana, la Iglesia, entendió desde muy temprano que el perdón que se ofrece en el Evangelio, la acción de salvación que Cristo nos concede, es también una bendición escatológica: una bendición que se inserta en los tiempos del fin (Lcs 1:77). O sea, que el perdón establece a la Iglesia como la comunidad santa del último tiempo.[5]
           
Tenemos que ser capaces de internalizar esta petición a la luz de lo que hemos visto en las Sagradas Escrituras: referente al perdón. Sólo así seremos capaces de entender “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,” (Efe 3:18b) de esa petición que se hace en la oración del Padre Nuestro. La necesidad de saberse perdonado es también la necesidad de no seguir arrastrando nuestros fracasos, nuestros pecados, nuestros resbalones, nuestras infidelidades, nuestras transgresiones, nuestros errores, nuestras caídas y nuestras desviaciones intencionales y no intencionales de los mandamientos de Dios. Esta petición nos inserta en los carriles del nuevo nacimiento, de la nueva humanidad, que nace del agua y del Espíritu (Jn 3:5): carriles necesarios para poder entrar a ese reino sobre el que habíamos pedido en los primeros estadios de esta oración.

Esa petición también abre espacio para el futuro: el futuro en las manos de la gracia redentora. Esa petición revela que Cristo nos ofrece mirarnos más allá de nuestras deudas, de nuestras rebeliones, de nuestros pecados. El Cristo Salvador nos dice a través de esta oración que el perdón que el Padre ofrece no permite que el Todopoderoso nos mire como somos, identificándonos con nuestros pasados y con nuestras deudas. La Biblia dice que el perdón que obtenemos a través del sacrificio de Cristo en la Cruz nos permite declarar lo siguiente:

“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”  (2 Corintios 5:17)
 
No se trata de que seamos inocentes, sino que hemos sido perdonados. Esto es, cuando nos acercamos al Padre a pedirle que perdone nuestras deudas. O sea, que esta petición valida la idea escatológica, del último “eschatón”, del último tiempo, porque nos ancla en el futuro.

Entonces, esta frase necesita ser internalizada y repetida desde lo más profundo de nuestros corazones:

“…perdona nuestras deudas, perdona nuestras ofensas, nuestros fracasos,  nuestros resbalones, nuestras infidelidades, nuestras transgresiones, nuestros errores, nuestras caídas y nuestras desviaciones, perdona  nuestros pecados……”  
Referencias

[1] Ermes Ronchi. El canto del pan. Cinisello Bálsamo(Milano): Edizioni San Paolo 2002, Salamanca España: Ediciones Sígueme 2005, (p. 82).
 
[2] Ibid. p.75
   
[3] 1 talento= 60 minas; 1 mina = 100 denarios.  10,000 Talentos = 600,000 minas y esto = 60,000,000 denarios. 60 millones de denarios /365.25 (días en el año) = 164, 271.04 años de trabajo.
   
[4] Vol. 5: Theological dictionary of the New Testament. 1964- (G. Kittel, G. W. Bromiley & G. Friedrich, Ed.) (electronic ed.) (562–563). Grand Rapids, MI: Eerdmans.

[5] Vol. 1: Theological dictionary of the New Testament. 1964- (G. Kittel, G. W. Bromiley & G. Friedrich, Ed.) (electronic ed.) (511–512). Grand Rapids, MI: Eerdmans. 

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