846 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 1 de mayo 2022

846 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 1 de mayo 2022
La Carta a los Efesios: una carta para la Iglesia en el mundo post-Covid (pt. 8)
La Iglesia y el poder de la oración

 
“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones,”  (Efe 1:15-16, RV 1960)
           
Nuestra reflexión anterior nos permitió analizar algunas variantes de la estructura que posee la primera oración que Pablo comparte en la Carta a los Efesios (Efe 1:15-23). Otra cosa que pudimos conseguir en esa reflexión fue poder considerar esa oración, y la siguiente (Efe 3:14-20) como unas expresiones que describen quién era Pablo. Repetimos que este acercamiento a la oración procede de las aseveraciones que realiza Phillip Yancey en su libro acerca de la oración: la oración es una expresión de lo que somos.[1] Además, vimos la oración desde la perspectiva de esta como una herramienta, una fuente que Dios utiliza para manifestar su poder. Vimos también tres (3) de las características que posee la oración que la Biblia describe como eficaz (Stg 5:16). Estas son, la oración que se hace después de haber confesado nuestros pecados. En segundo lugar, la oración en la que el orante se olvida de sí mismo para abandonarse en la operación (“energeia”) del poder de Dios. La tercera, como decía Simon Tugwell, orar de forma eficiente y efectiva requiere dejar que Dios sea Dios. Ese texto  en latín (Sal 46:10) dice lo siguiente:
  “vacate et videte quoniam ego sum Deus exaltabor in gentibus exaltabor in terra”
 (Sal 45:11, Biblia Sacra Vulgata) [2]


  Concluimos esa reflexión indicando que nos detendríamos a analizar lo que sucede cuando el dolor, las angustias y las pruebas se convierten en las avenidas que nos conducen a la oración.
 Ahora bien, ¿qué sucede cuando el dolor es el que nos conduce a orar? Charles H. Spurgeon decía que es allí que descubrimos que las lágrimas son oraciones líquidas que llegan a la misma presencia de Dios. Para poder entender estas expresiones necesitamos revisar algunos de los planteamientos que hemos formulado acerca del dolor, de las tribulaciones, de las angustias y de las pruebas.

 El Heraldo del primero de junio del 2014 nos permitió a acercarnos a este tema. A continuación algunas citas del mismo:
  “La escuela de la consolación” (II)
 (2 Cor 1:3-7)
  3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, 4 el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 5 Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. 6 Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. 7 Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación.
 
  La reflexión inicial sobre este tema nos llevó a subrayar que en este pasaje nuestro Dios es descrito como Dios de misericordias (en plural), y como Dios de toda consolación. Decíamos allí que el mensaje es el mismo; no existe tribulación, angustia, proceso que nos produzca dolor, o situación que parezca demasiado pesada para ser cargada, en las que Dios nos deje solo, en las que Dios no esté presente para darnos su consuelo. Dios siempre está presente. Él lo ha prometido y Él es fiel para cumplir Sus promesas.

 Vimos allí que este último concepto, “consolación (“paraklesis,”G3874),” requiere de innumerables reflexiones para sus análisis. Este concepto proviene del griego “parakaleo” (G3870) que significa invitar a alguien para que esté cerca. El Diccionario Teológico Kittel [3] dice que “kalein” no significa llamar a alguien; significa llamar a alguien para que esté con uno, o llamar a alguien por su nombre. Es por esto que la Biblia nos invita a que llamemos a Dios.
  6 Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. (Isa 55:6)
  Por otro lado, el estudio exhaustivo de este concepto nos lleva a conocer que el uso legal del mismo posee una dimensión instructiva, similar a una citación para interrogar y recibir respuestas.[4]  Al mismo tiempo, este estudio nos deja saber que cuando este concepto es usado en el contexto de las tristezas, se utiliza como una admonición para permanecer firmes.[5]


 En otras palabras, cuando la Biblia dice que Dios es Dios de toda consolación, ella está diciendo que Dios es capaz de estar cerca todas las veces que le llamemos y que hay que llamarlo por el Nombre que es sobre todo nombre (Jesucristo). La Biblia está diciendo que Dios está disponible para responder a nuestras preguntas. En adición a esto, la Biblia está diciendo que cuando le llamamos, esto es similar a una admonición de que hay que permanecer firmes.
 Este pasaje sigue diciendo que Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones. ¿Por qué? ¿Es que acaso todas las tribulaciones son iguales en términos de intensidad? De la faz del concepto “tribulación” (“thlipsis,” G2347) se desprende que una tribulación es un proceso que nos produce apretura, aflicción, dolor, tristeza y desconcierto.

 El Pastor Maurice McCarthy, Pastor Rector de Plymouth Christian Fellowship en Plymouth Michigan, ha dicho con mucha precisión que las tribulaciones, grandes o pequeñas, tiene en común que la producción de seis (6) grandes D’s:
Dolor que drena (“Spiritual Dysentery”)               - Decepción (“Disappointments”)
Dilema’s (“Dilemma & distresses, Afliction”)       - Depresión (“Depression”)
Desaliento (“Discouragement”)                               - Desesperación (“Despair “)

       
No hay espacio para analizarlas todas, pero sabemos que la primera “D” debe haber provocado la curiosidad de muchos. Partiendo de la premisa de que no soy médico, el lector debe haber intuido que para responder a esta curiosidad se hizo necesario consultar a los galenos. La Disentería es un desorden inflamatorio del intestino, especialmente del colon, que da lugar a la diarrea severa. Es causada generalmente por una infección bacteriana o por bacilos tales como Shigella, o una ameba (Entamoeba histolytica). Los materiales médicos consultados indican que casi siempre hay que hospitalizar al paciente para hidratarlo y darle antibióticos una vez se identifique el tipo de infección que este posee. La presencia de fiebre, dolores y otros síntomas hacen que las fuerzas de este paciente se drenen con mucha facilidad. En adición a esto, el tipo de diarrea que se experimenta hace susceptible el intestino porque lo desviste de su mucosidad interna.

             McCarthy argumenta que las tribulaciones le pueden revolcar las entrañas a cualquiera, provocarles dolores físicos y del alma, fiebres físicas (somatización) y espirituales y drenarlo de tal manera que este necesite atención personal inmediata. Sin duda alguna, nuestro Dios es Dios de toda consolación y nos consuela en todas aquellas situaciones que nos produzcan estos síntomas. Dios nos hospitaliza, nos hidrata con el agua que salta para vida eterna y nos aplica los “antibióticos” celestiales.

Invito a los lectores a realizar este mismo ejercicio con las cinco (5) D’s restantes.
Ahora bien, ¿qué dice la Biblia acerca de las tribulaciones? La Biblia dice en Hebreos 10 que estas forman parte del quehacer diario de todo creyente (Heb 10:32-33) y que son necesarias para el desarrollo de la paciencia (vs 35-36).
  “32 Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; 33 por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. 34 Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. 35 No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; 36 porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.”  (Heb 10:32-35)

  Esta tesis es validada en el capítulo cinco (5) de la Carta a los Romanos.
  “3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”  (Rom 5:3-5)”

Nota editorial:

Realizamos un paréntesis en el proceso de citar la reflexión antes mencionada para compartir algunos datos acerca de este pasaje bíblico de la Carta a los Romanos. Decíamos en nuestra reflexión del 10 de abril del año 2011 que este pasaje es uno que no parece presentar complicaciones mayores cuando es analizado a simple vista. Sin embargo, un análisis profundo de este nos arrojará una pléyade de posibilidades y perspectivas que parecen inagotables. Una de ellas, el vocabulario usado es intenso.

 Veamos seis (6) de ellos:
 “sabiendo,” “tribulación,” “paciencia,” “prueba,” “esperanza” y “avergüenza.”
             
El primero, “sabiendo” (“eidō”, G1492), implica experiencia adquirida por inspección y discernimiento adquirido por experiencias previas. El segundo, “tribulación” (“thlipsis”, G2347), implica algo que produce una ruta apretada, estrecha y desgastada, además de angustia, persecución y sufrimiento. El tercero, “paciencia” (“hupomonē”, G5281), definido por el Diccionario Teológico Kittel del Nuevo Testamento como la capacidad para enfrentar el mal con valentía. El cuarto, “prueba” (“dokimē”, G1382) implica experiencia y carácter. El quinto, “esperanza” (“elpis”, G1680) define la capacidad expectante. Esto es, el cumplimiento de promesas que se esperan.  El sexto y último, “vergüenza’ (“kataischunō”, G2617), que implica desgracia y confusión. O sea, que los efectos de los procesos por los que Dios nos hace atravesar nunca nos dejarán a en desgracia o en confusión.
             
Continuamos con las citas de El Heraldo del primero de junio del 2014:
  “Pablo nos dice en el primer capítulo uno (1) de su Segunda Carta a los Tesalonicenses que ellas son demostración del justo juicio de Dios y que Él considera dignos de Su reino a aquellos que las sufren
  “3 Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás; 4 tanto, que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis. 5 Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis.” (2 Tes 1:3-5).


La Biblia dice también que hay tribulaciones externas, de afuera, que producen conflictos, e internas, de adentro, que producen temores.
  “5 Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores.”  (2 Cor 7:5)

La Biblia también dice que Dios puede permitir esto para que se produzca una tristeza que genere arrepentimiento para salvación
  “9 Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. 10 Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.” (2 Cor 7:9-10).

  La Biblia añade que algunas de estas son necesarias para entrar al reino de Dios
  “21 Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, 22 confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” (Hch 14:22).”

  Nota Editorial:
 Realizamos otro paréntesis para señalar que estos pasajes dicen que a Biblia establece diferencias entre las tristezas y que hay dolores que son necesarios. Sabemos que es Dios el que permite todas las cosas que nos acontecen. Esto forma parte de Su soberanía. Es más, los creyentes en Cristo afirmamos que Dios no tiene que ofrecer explicaciones sobre las cosas que Él permite. No obstante, el pasaje bíblico que hemos citado de Segunda de Corintios (2 Cor 7:9-10) dice que hay tristezas que no solo son permitidas por Dios sino que vienen de Él. Al mismo tiempo, hay tristezas que Dios permite pero que no provienen de Él, sino del mundo. Veamos este pasaje bíblico una vez más, utilizando otra versión de las sagradas Escrituras:
  “9 Ahora me siento muy feliz, no por haberles causado tristeza, sino porque esa tristeza los hizo cambiar y volverse a Dios. Ustedes recibieron esa tristeza tal como Dios quería, sin sufrir ningún daño por causa nuestra. 10 La tristeza que Dios busca es la que produce un cambio de corazón y de vida. Ese cambio lleva a la salvación y por ello no hay que lamentarse. En cambio, la tristeza del mundo lleva a la muerte.”  (2 Cor 7:9-10, PDT)
 
Al mismo tiempo, estos pasajes bíblicos nos dicen que algunas de estas tristezas o tribulaciones tienen como propósito que estemos más firmes en el Señor.
  “22 En estos lugares animaron a los creyentes, y recomendándoles que siguieran firmes en la fe, les dijeron que para entrar en el reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones.” (Hch 14:22, DHH)
             
Continuamos con las citas de El Heraldo del primero de junio del 2014:
  “La Biblia dice que Dios es nuestro amparo y fortaleza y nuestro pronto auxilio en la tribulación (Sal 46:1). Ahora bien, la Biblia también dice que las tribulaciones sirven para que podamos ser capaces de consolar a otros. Esto es parte de la tesis paulina en 1 Tes 3:7, cuando San Pablo le dice a esa Iglesia que la fe de ellos le ha consolado. Esto es parte de la tesis paulina en 2 Cor 7:5 cuando San Pablo argumenta que Dios lo consoló con la llegada de un amigo llamado Tito.
 No debe sorprendernos que este sea el proceso de capacitación y empoderamiento a través de las tribulaciones que aparece como el tema central que encontramos en el pasaje de 2 Corintios 1:3-7.
  “3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, 4 el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 5 Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. 6 Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. 7 Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación.”

  Pablo, el autor de este pasaje, añade en el capítulo seis (6) de esta carta los resultados que esto había desarrollado en su vida:
  “3 No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado;
 4 antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; 5 en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; 6 en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, 7 en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; 8 por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; 9 como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; 10 como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. ”  (2 Cor 6:3-10)” (Cierra la cita)


  La oración es sin duda alguna una herramienta celestial para ayudarnos a peregrinar en medio de todos estos procesos. Hemos visto que esta desata la operación del poder de Dios y esto es clave para poder resistir las aflicciones que encontramos en la vida. Esto es, aquellas que provienen de Dios y aquellas que no vienen de Su mano,
   “6 Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. 7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. 8 Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, 9 quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, 10 pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, 11 del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles.” (2 Tim 1:6-10)

              El conocimiento de estos datos no lleva a concluir que el dolor, las tribulaciones, las angustias y las pruebas cargan consigo una agenda adicional: conseguir que oremos como nunca antes lo habíamos hecho.
 
   [1] Yancey, Philip. 2006. “Prayer: Does it make any difference?” Grand Rapids: Zondervan, p. 15.
   [2]  La Vulgata presenta este salmo (Salmo 46) como el número 45 y en esa versión es en el verso 11 que encontramos la siguiente frase: “vacate et videte quoniam ego sum Deus exaltabor in gentibus exaltabor in terra” (Sal 45:11,Biblia Sacra Vulgata).
   [3] Kittel, G., Bromiley, G. W., & Friedrich, G. (Eds.). (1964–). Theological dictionary of the New Testament. Grand Rapids, MI: Eerdmans.
   [4] Ibid.
   [5] Ibid.

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