852 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de junio 2022

852 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 5 de junio 2022
La Carta a los Efesios: una carta para la Iglesia en el mundo post-Covid  (pt. 10)
La Iglesia y el poder de la oración


“15 Por esto, como sé que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y amor para con todo el pueblo santo, 16 no dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándolos en mis oraciones. 17 Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente. 18 Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo, 19 y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia 20 cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, 21 poniéndolo por encima de todo poder, autoridad, dominio y señorío, y por encima de todo lo que existe, tanto en este tiempo como en el venidero. 22 Sometió todas las cosas bajo los pies de Cristo, y a Cristo mismo lo dio a la iglesia como cabeza de todo. 23 Pues la iglesia es el cuerpo de Cristo, de quien ella recibe su plenitud, ya que Cristo es quien lleva todas las cosas a su plenitud. ”  (Efe 1:15-23, Dios Habla Hoy)

En nuestra reflexión anterior comenzamos a analizar el contenido de la primera oración paulina que aparece en la Carta a Los Efesios. Saber que Pablo podía celebrar la fe de esa Iglesia nos condujo a analizar el significado de la fe Cristiana que nos ofrecen las Sagradas Escrituras.
La fe Cristiana es vista como un elemento operacional en la Iglesia y de la Iglesia. El no comprender esto correctamente puede dar paso a grandes conflictos teológicos y de la adoración. Vimos en esa reflexión que este elemento constitutivo puede ser desmontado en cinco (5) naturalezas o definiciones distintas a saber;

La fe como fruto del Espíritu (Gál 5:22)
-Esto no es un carisma o un don del Espíritu. Esto es uno de los productos que se cultivan como fruto del Espíritu.

La fe como obra de Dios (Juan 6:29; Rom 10:9-10)
-Esto es el producto del obrar de Dios en el corazón de cada ser humano, a través de la proclamación de las obras del Eterno. La Biblia señala que se cree con el corazón y se confiesa con la boca para ser salvo. Esta es la fe que provoca el arrepentimiento.

La fe como un don de Dios (Efe 2:8)
-Esto no debe ser confundido con los carismas, pues ese no es el término que usa allí la carta a los Efesios. El término usado allí es “dōron” (G1435). O sea un regalo que Dios le da a todo el mundo para que puedan creer en el mensaje de salvación.

La fe como un don, un carisma del Espíritu (1 Cor 12:9)
-Este es un carisma (“charisma”, G5486) que el Espíritu le da a quien Él quiere, como un favor gratuito (“charizomai”, G5483) y que debe ser usado para la edificación del Cuerpo de Cristo.
 
La fe como certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1)
-La definición más usada por la Iglesia cristiana. “…la plena seguridad de recibir lo que
      se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos.” (DHH)

 Compartimos en el libro El Despertar de la Adoración  que la iglesia no puede siquiera imaginar su existencia con la ausencia de una sola de estas naturalezas o definiciones de fe. El pretender que se puedan llevar a feliz término todas las demandas y todos los reclamos bíblicos mediante el ejercicio de solo una o algunas de estas naturalezas de la fe, es intentar coartar el derecho del Espíritu de Dios a revelarse al corazón del hombre como Él quiera hacerlo. Esta es una de las razones por las que la fe es polivalente y multifactorial.

Decíamos allí que es evidente que la fe no existe sólo desde la perspectiva de los carismas. Esa fe carismática parece ser una herramienta especial del Espíritu para que la Iglesia del Señor sea capaz de “mover las montañas.”
Es evidente que la fe salvadora, la que no es de nosotros para que nadie se gloríe (Efesios 2:8), no es similar a la fe carismática. Recordemos que los carismas los da el Espíritu a quien Él quiere. Desde este punto de vista, si fuesen similares, sería igual a decir que Dios le permite creer a quien Él quiere. Esto, sin duda alguna, iría en contra de la naturaleza de Dios, porque Él ha dicho en su Palabra que no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).  

“9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”
(2 Ped 3:9, RV 1960)

Esa una de las diferencias entre la fe que es “dōron”  y la fe que es un “charisma”. La primera es un regalo de Dios para todos, mientras que la segunda es una herramienta que Dios le regala a quien Él quiere (1 Cor 12:11).

A base de estos datos tenemos que concluir que la Iglesia en Éfeso era una Iglesia carismática. Esto, no solo por la presencia en ella de los dones del Espíritu, sino por la presencia del Espíritu Santo en esa Iglesia (Efe 1:13, 17; 2:18, 22; 3:5, 16; 4:3,4, 30; 5:9, 18; 6:17,18). Es más, Pablo dice aquí que esta Iglesia sabía orar en el Espíritu (Efe 6:18).

Es inquietante conocer que Pablo le diga a una Iglesia carismática que él está orando para que ella pueda conocer el poder de Dios.

“18 Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo, 19 y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia 20 cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo…” (Efe 1:18-20, Dios Habla Hoy)

O sea, ¿se puede ser carismático sin haber tenido acceso a la plenitud del poder de Dios? ¿O es que el poder de Dios al que Pablo hace referencia aquí está por encima del “carismatismo” y del uso de los dones del Espíritu? Las respuestas para estas preguntas requieren una batería de reflexiones acerca de los dones y del “carismatismo.” Por el momento, nos basta saber que Pablo celebra a una Iglesia carismática que posee mucha fe, pero que desconoce el poder de Dios, desconoce el poder de la esperanza y desconoce la herencia de los santos. Repetimos que sabemos que desconocen estas coas porque Pablo está pidiendo en ración que las puedan conocer.

Estos escenarios son muy importantes para las sociedades que enfrentan el COVID-19 y para la Iglesia que se prepara para hacerle frente a un mundo pos-pandemia. Tenemos la necesidad de reformularnos si nuestras respuestas carismáticas ante esta crisis han sido adecuadas. ¿Cómo podemos saber si lo han sido o no? El principio paulino esbozado aquí define que esas respuestas son adecuadas si están cimentadas en el conocimiento de la esperanza que predica el Evangelio, en la verdadera herencia que está separada para los santos y en el conocimiento de la plenitud del poder de Dios.

Tenemos que destacar que hay varias conexiones directas entre la fe (“pistis,” G4102) y el amor (“agapē”, G26) que Pablo celebra en esta Iglesia. Por ejemplo, sabemos que los carismas del Espíritu deben procurar la perfección de los adoradores. Así lo dice el capítulo cuatro (4) de la Carta a Los Efesios:

“12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,”   (Efe 4:12)

 Sabemos que esta finalidad es vital para el funcionamiento de la Iglesia como un ente corporativo (como cuerpo de Cristo) y como familia de la fe (Efe 2:19). Por ejemplo, la Biblia dice que las personas que temen, lo hacen porque no han sido perfeccionados en el amor (1 Juan 4:17-18). En otras palabras, alcanzar la perfección bíblica requiere de dosis masivas de amor. Entonces, uno de los grandes propósitos de los carismas del Espíritu es el de lograr que los santos brinden y reciban mucho amor hasta alcanzar que sus temores se hayan disipado.
Este principio predica que una Iglesia que hace buen uso de sus carismas no se fragmenta, porque los adoradores que allí se congregan se están perfeccionando constantemente con el amor de Dios a manos llenas. Esa Iglesia no podrá ser doblegada por el enemigo, porque los adoradores que allí se congregan han descubierto el valor de esa Iglesia a base del amor de Dios que se respira allí. Ese amor provocará el deseo de confesión, de reconciliación y de oración profunda.  En otras palabras, esa Iglesia conoce cómo debe poner en práctica las dimensiones de su fe.

Ahora bien, hablar del amor en el contexto del griego del Nuevo Testamento es tan intenso como hablar de la fe. Para comenzar, el mundo del griego pre-bíblico, el griego antiguo, utilizaba tres (3) conceptos distintos para hablar acerca del amor. Estos son: “ἐrãn”, “phileĩn” y “agapãn”. Es de aquí que surgen los conceptos bíblicos que encontramos acerca del amor: “ἐros”, “phileō” y “agapē”.
Los griegos procuraban definir con el primero, “ἐrãn”,  la intoxicación sensual, religiosa, sublimada, y mística. Este concepto se utilizaba para describir un amor apasionado y egoísta. Los libros de texto señalan que ellos celebraban con entusiasmo religioso hasta la intoxicación sensual demoniaca. Claro está, esto es así porque esta clase de amor trascendía la sensualidad y se proyectaba dentro de su espiritualidad.

Este amor evoluciona hacia el “ἐros”, que no es otra cosa que un amor general por aquello que nos puede dar satisfacción donde quiera que podamos. Es un amor determinado por un impulso indefinido hacia el objeto que produce esa satisfacción. O sea, que ve a los demás como objeto. “Èros” busca en otros la satisfacción de los apetitos y las hambres de su vida. Lo que esto significa es que trasciende aquello que nosotros llamamos erotismo para hacerse dueño de todo aquello que cree que le pertenece.

Esta clase de emoción puede generar mucha confusión porque opera en el área tangencial entre lo que es la carne, la sensualidad y lo que es el espíritu. Los creyentes en Cristo no hemos sido llamados por Dios a amar así. No podemos hacerlo porque “ἐrãn” describe el más alto sentido de los impulsos humanos para amar aquello que se considera divino. Y esto, motivado por el egoísmo. Uno no puede adorar a Dios desde el egoísmo.
Con el segundo, “phileĩn,” los griegos procuraban describir el amor de los dioses para los seres humanos y el amor entre los amigos. Este es un amor que comparte. Esta clase de amor posee su lugar en la Iglesia, pero no es el más adecuado ni la finalidad a la que hemos sido llamados. La Biblia dice que estas fueron las instrucciones que Cristo nos dejó acerca de esto:

“30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. 31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.”  (Mcs 12:30-31)

Creemos que no hace falta puntualizar que el amor que Cristo ordena aquí es el amor “agapaō” .
Con el tercero, “agapãn”, los griegos procuraban describir un amor que ve a los otros como superiores a uno mismo. Se trata de un amor que puede hacer distinciones porque es libre y decidido para actuar; no ve a los demás como objetos y sí como sujetos: sujetos de ese amor. Este amor se transforma en “agapē” y procura demostrar amor en vez de buscar cómo recibirlo. “Agapãn” se relaciona generalmente al amor de Dios, ese amor que levanta al que está debajo para elevarlo por encima de los demás. Casi todos los filósofos de la época griega pre-bíblica lo utilizaban para describir la acción de dar amor.

Pablo utiliza el tercer concepto griego para describir el amor que se practicaba en la Iglesia de la ciudad de Éfeso. O sea, que esa Iglesia no fue elogiada por este Apóstol por amar con un amor egoísta. Tampoco fue celebrada por el Apóstol Pablo por estancarse en un amor filial. Esta Iglesia es elogiada por el Apóstol porque amaba con amor “agapē.” Ese es un amor que describe respeto y simpatía entre iguales; no hay diferencias sociales ni económicas entre ellos. Esa clase de amor se deriva de la conciencia de que todos somos indignos ante Dios y ante Su misericordia.  
Los académicos que estudian este concepto describen que su traducción al latín, “caritas”, describe un espíritu que modela la actitud y las relaciones entre los hermanos en la fe. Es por esto que Pablo hace hincapié en que el amor de esa Iglesia se manifestaba en el servicio a todos los santos.

Esta pandemia ha convertido a muchos seres humanos en instrumentos de esta dimensión de la manifestación del amor y a todos nosotros en testigos de esto. Tal y como decíamos en noviembre 20 del 2020, el tiempo del COVID-19  tiene que ser recordado como el tiempo en el que el Señor provocó que galenos, enfermeras y el personal de apoyo de los hospitales estuvieran dispuestos a morir por nosotros para que nosotros pudiéramos reposar: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Jn 3:16) ¡Hay que dar gracias por esto!

Lo hemos visto plasmado en aquellos que trabajan en los supermercados, en las farmacias, y en los bancos; en aquellos lugares de los que recibimos servicios para cubrir las necesidades más importantes. Lo hemos visto en lo conductores de los camiones y en los empleados de los puertos que no permitieron que el COVID-19 les impidiera suplir nuestras necesidades. Lo hemos visto en las agencias de seguridad y orden, en las gasolineras, y en aquellos que mantienen activas las redes de comunicación.

Se trata de un amor desprendido. A todos ellos: ¡Muchas gracias: desde lo más profundo de nuestros corazones!

No obstante, tal y como dice el Apóstol Pablo, esa capacidad para servir de manera desprendida no es una garantía de que ellos han recibido la revelación de la esperanza que no avergüenza. Ese amor que los ha llevado a colocarnos a nosotros por encima de ellos, no es una garantía de que conocen cuál es la herencia que Dios ha preparado para los suyos. Esa demostración de amor sacrificial no garantiza que todos ellos conozcan la plenitud del poder de Dios que está disponible para todos aquellos que creen en Jesucristo como su Señor y como su Salvador.
Pablo decidió orar por la Iglesia en la ciudad de Éfeso para que recibieran esa revelación. Así mismo debemos orar nosotros para que todos estos buenos y esforzados servidores reciban el mismo regalo del cielo.

“17 Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente.”  (Efe 1:17, DHH)


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