862 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 21 de agosto 2022

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Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 3)

 “14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efe 3:14-21)

Nuestras reflexiones más recientes han sido dedicadas al análisis de la segunda oración paulina que encontramos en la Carta a los Efesios, Efesios 3:14-21. La reflexión más reciente fue dedicada al análisis de la primera petición que encontramos en esa oración: “para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efe 3:16).

Antes de continuar con nuestro análisis tenemos que destacar que el Apóstol Pablo hace tres peticiones en esta oración. Algunos exégetas han señalado que se trata de tres (3) peticiones mientras otros, como John R.Stott, opinan que son cuatro. Algunos de nosotros creemos que en realidad son cinco (5) peticiones. Casi todos concluimos que estas peticiones operan de manera progresiva. O sea, que cada una de estas parece depender de la que le antecede.

  • fortalecidos con poder
  • que habite Cristo en vuestros corazones
  • arraigados y fundamentados en amor, 
  • conocer el amor de Cristo 
  • llenos de toda la plenitud de Dios. 

Ahora bien estas peticiones apuntan a tres (3) objetivos muy claros: “para tener poder interior” (v16), “para tener comprensión” (vv.17b–19a), y “para tener la plenitud de Dios” (v. 19b).
Un dato extraordinario que algunos exégetas han podido destacar en estas peticiones es que en ellas encontramos un atisbo de la teología de la Trinidad en el pensamiento del Apóstol Pablo. Desde esa perspectiva se afirma que el Espíritu es el que empodera, el que da el poder para fortalecer al hombre interior (v. 16). Es Cristo, el Hijo de Dios, el que concede la capacidad de conocer, para comprender las cinco (5) dimensiones del amor de Dios (vv. 17-19a). Esto es, las cuatro (4) dimensiones que son medibles (la anchura, la longitud, la profundidad y la altura), y la quinta; conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. En cambio, el tercer objetivo, aquel que tiene que ver con la llenura de toda la plenitud de Dios, pertenece a la potestad del Padre (v. 19b).  

No olvidemos que la Biblia dice que el Padre es el que tiene que permitir que habite toda la plenitud del cielo en nosotros. La Biblia dice que el Padre le otorgó esto al Hijo.

“19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,” (Col 1:29)


Al mismo tiempo, hay que reconocer que esa plenitud es de Él, es de Dios (Efe 3:19). Vimos en una reflexión anterior que la primera petición que se levanta en esta oración trata de la fortaleza interior (“krataioō”, G2901) que necesita el creyente: trata acerca del poder espiritual. En esa reflexión demostramos que las riquezas de la gloria de Dios (versión RV 1960) son la fuente de ese empoderamiento.

Es importante destacar que el apóstol Pablo no pide en esta oración que la Iglesia reciba una unción complementaria a la unción recibida durante la conversión. Los creyentes recibimos esa unción cuando nos convertimos, tanto así que somos sellados como propiedad de Dios en ese momeento (Efe 1:13-14).

Pablo está pidiendo que los creyentes sean fortalecidos de forma continua por el mismo Espíritu que los identificó y calificó como propiedad del Señor. Esta es la única manera que la Iglesia tiene de poder permanecer de pie frente a los retos monumentales que ella enfrenta a diario. Cada generación provoca que la Iglesia del Señor tenga que enfrentar unos retos que a todas luces parecen invencibles. No obstante, el fortalecimiento que provee el Espíritu es la única manera de poder salir airosos de cara a estos.
 
Reiteramos que el poder recibido para esta tarea (“dunamis”, G1411) es poder potencial. Esto significa que la Iglesia posee la responsabilidad de procurar que éste se convierta en poder activo. Esto último se consigue permitiendo que el mismo Espíritu de Dios haga que el “dúnamis” se convierta en fuerza operacional: “según la operación de su poder” (Efe 3:7b). Esa operación se llama “energeia” (G1753). Este, sin duda alguna, es uno de los desafíos más grandes que tiene la Iglesia en todas las generaciones. O sea, pasar del poder potencial (“dunamis”) al poder puesto en operación (“energeia”).

Sabemos que algunos lectores deben estar cuestionando esta aseveración. Es por esto que hemos decidido ampliar esta discusión con el siguiente ejemplo bíblico: el del Evangelio. La Biblia dice que no nos podemos avergonzar del Evangelio porque este es poder de Dios para todo aquel que cree.

“16 Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.” (Rom 1:16)

O sea que el Evangelio posee su propio poder. El Evangelio es fuente de poder. Nadie puede tener dudas acerca de esto. Ahora bien, el concepto griego que se traduce aquí como poder es “dúnamis.”  Una pregunta medular que hay que formularle a este verso bíblico es la siguiente: ¿por qué hay personas que se enfrentan a esta manifestación del poder de Dios y no son alcanzados ni transformados? La respuesta a esta pregunta no es muy complicada. Para que ese “dúnamis,” ese poder pueda ser efectivo, se requiere creer (“pisteuō”, G4100). Es esa acción de creer la que transforma el poder potencial del Evangelio (“dúnamis”) en la operación, la puesta en acción del poder ilimitado que Dios ha depositado en ese mensaje de las buenas nuevas de salvación.

 Regresando al análisis de la oración paulina, tenemos que indicar que la segunda petición que hace Pablo es la siguiente: “17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17a). Esta petición procura que Cristo el Señor haga “katoikeō” (G2730) en los corazones de los creyentes. Este concepto describe que aquel que habita en ese lugar lo hace de forma permanente. Esto es, que no es un huésped ni un visitante al que se le ha concedido un espacio para que viva con nosotros.

Un dato muy interesante es que Filón de Alejandría, un filósofo y pensador Judío del primer siglo de la Era Cristiana, utilizaba este concepto de manera magistral. Una de las tesis centrales de Filón era la “oudenia”: la nada ontológica de los seres humanos (“the human nothingness”). Esta tesis procuraba afirmar la centralidad de Dios en nuestra existencia. La única manera que tenemos para alcanzar una existencia real es admitiendo que somos nada sin la ayuda de Dios. Filón añadía a sus definiciones que el hombre verdaderamente sabio vive en su cuerpo como un extranjero vive en una tierra extraña y lejana. En cambio, decía él, en el caso de las virtudes espirituales, este hombre habita (“katoikeō”) como un nativo en su propia tierra. O sea, que según Filón, la acción de habitar, el “katoikeō”, trasciende la habitación física para insertarse en la definición de pertenencia y de identidad. Habitar según este concepto griego va más allá de residir de manera permanente en un lugar, hacer de este lugar la morada. El “katoikeō” describe el sentido de pertenencia y la identidad que adquiere ese lugar.
Esto es lo que Pablo pide que ocurra en los corazones de los creyentes. Él pide que Cristo resida permanentemente en esos corazones y que lo haga transformando la identidad y el sentido de pertenencia de cada uno de ellos.

Esta aseveración es fundamental porque Pablo bebe de esta cuando dice lo siguiente:

“20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
(Gál 2:20)


El cambio de identidad y el sentido de pertenencia se encuentran en la crucificción de nuestra carne. Para decidir que Cristo haga “katoikeō”  en nosotros se requiere que crucifiquemos al viejo hombre, la vieja naturaleza que se opone a Dios. Pablo añade a estos planteamientos teológicos que el “katoikeō” requiere que nuestro vivir sea Cristo: “21 Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil 1:21). Además, que todo lo que hagamos, de palabra y de hecho, lo hagamos en el nombre del Señor Jesús (Col 3:17, 23-24).
 Estas definiciones son las que provocan que un segmento significativo de los creyentes en Cristo se resista a permitir que Cristo haga “katoikeō” en ellos. Esta es una de las razones por las que Pablo ora por la Iglesia.

Hay que comprender que la Iglesia de Cristo no puede operar con un Cristo que sea un huésped más dentro de nuestros corazones. La Iglesia sólo puede desarrollar todo su potencial cuando permite que Cristo haga “katoikeō” en nosotros. Cristo tiene que habitar y tiene que transformar la identidad de aquellos en los que Él habita. El sentido de pertenencia que esto desarrolla transforma la manera en la que enfrentamos la vida. El sentido de pertenencia que esto provoca transforma nuestro carácter y desarrolla en nosotros la convicción de que somos peregrinos en esta tierra. El sentido de pertenencia que esto provoca transforma nuestro carácter y desarrolla en nosotros la convicción de que tenemos que morir a los deseos de la carne y a la vida antropocéntrica. El sentido de pertenencia que esto provoca transforma nuestro carácter y desarrolla en nosotros la convicción de que tenemos que ceder el gobierno de nuestro corazón a Aquél que es el nuevo Dueño de todo lo que somos.

“y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”  (Gál 2:20b)

Alguien ha dicho que Pablo no dice aquí “vivo de una manera semejante a Cristo”, o “glorifico a Cristo por medio de mi comportamiento”. El axioma paulino es absoluto: “vive Cristo en mí.” O sea, que no se trata de realizar modificaciones en nuestra conducta y mucho menos tratar de vivir como Cristo. Se trata de permitir que Cristo viva en nosotros y a través de nosotros.
Un dato sobresaliente es que otros escritores del Nuevo Testamento señalan que el Espíritu anhela celosamente que esto ocurra.

“5 O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Stg 4:5)

La manera en la que Pablo presenta esta petición sugiere que la iglesia que estaba en la ciudad de Éfeso no había alcanzado esto. Esta no es la única ocasión en la que Pablo parte de esa premisa. Veamos otros ejemplos bíblicos:

“9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.”
(Rom 8:9-10)


Los elementos condicionales utilizados aquí son claros. En primer lugar Pablo le escribe a la comunidad de creyentes en Roma. O sea, a la comunidad de aquellos que han sido sellados por el Espíritu Santo como propiedad de Dios. Sin embargo, él les hace saber a estos que lo que les va a proponer va a funcionar de manera efectiva “si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros” y si “si Cristo está en vosotros.”

Reconocemos que estas son declaraciones muy fuertes. No obstante, sabemos que cuando el Espíritu Santo inspiró a Pablo para hacerlas no lo motivó una agenda punitiva, de castigo. El Espíritu Santo siempre procura acercarnos más y más a Dios y a las agendas de bendición que Él ha preparado para nosotros.  
Veamos otro ejemplo bíblico:

“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”.
(Gál 4:19)


Este verso bíblico enfatiza que los creyentes atravesamos por un proceso de formación y de transformación. La meta de este proceso es que Cristo sea formado en nosotros. Nadie se equivoque con esto: cuando venimos a Cristo Jesús, cuando le aceptamos como Salvador y como Señor, recibimos la salvación del alma y el perdón de nuestros pecados. Esto es instantáneo. No obstante, a menos que nos vayamos con el Señor en ese mismo instante, entonces da inicio un proceso de formación: Cristo tiene que ser formado en nosotros.
Hay que destacar que todos estos procesos son voluntarios: Dios nunca nos forzará a aceptar ni a llegar a algún lugar fuera de nuestra voluntad. Esta es una de las razones por las que hemos sido invitados a orar incesantemente. Lo hacemos para recibir la ayuda celestial constante que nos facilita ceder nuestras voluntades y nuestros deseos al deseo de Dios.
Pablo ora a favor de la Iglesia y pide que Cristo pueda hacer “katoikeō” en el corazón de cada creyente. El apóstol añade a esta petición que él anhela que esto suceda por la fe de estos creyentes: la fe puesta en acción.

Ahora bien, algunas traducciones bíblicas nos permiten ver con mayor claridad la interdependencia que existe entre esta petición y la anterior.

“16 Pido en oración que, de sus gloriosos e inagotables recursos, los fortalezca con poder en el ser interior por medio de su Espíritu. 17 Entonces Cristo habitará en el corazón de ustedes a medida que confíen en él. Echarán raíces profundas en el amor de Dios, y ellas los mantendrán fuertes.”
(Efe 3:16-17, NTV)


O sea, que la intervención del Espíritu que nos empodera facilita el que nosotros accedamos a permitir que Cristo haga “katoikeō”, que Cristo habite en nuestros corazones.


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