868 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 2 de octubre 2022

868 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 2 de octubre 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 9)

14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efe 3:14-21)

La habitación de los pensamientos del corazón ha vuelto a ocupar el centro de nuestros análisis. Esto, como parte de las reflexiones acerca de la segunda oración que el Apóstol Pablo nos regala en la Carta a los Efesios. La segunda petición de esta oración suplica  “que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efe 3:17a). A manera de repaso, el concepto griego traducido aquí como “habitar” es “katoikeō” (G2730). Este concepto nos ha conducido a visitar el corazón que describen las Sagradas Escrituras y a hacerlo como si este fuera un lugar compuesto por muchas habitaciones.

Repetimos que para este análisis hemos echado mano de un bosquejo del Pastor Wayne Barber[1] que describe lo que nosotros hemos llamado “los inquilinos del corazón” o la ingeniería del corazón que procura Dios. Algunos de esos inquilinos son: los pensamientos (Mat 12:35; 15:18),  las actitudes (Mat 19:7-9; Mcs 16:12-14),  las emociones (Jn 14:1; Fil 4:6-8), las cosas ocultas (1 Cor 4:5; 14:25) y las decisiones (Rom 6:17).

En esta reflexión continuamos analizando la habitación de los pensamientos del corazón.
El concepto griego que se usa con más frecuencia en el Nuevo Testamento y en la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) para hablar acerca del corazón es “dialogismós” (G1261). Los recursos académicos nos dejan saber que significa razonamiento, pensamiento cuidadoso sobre un tema (Rom 1:21; 1 Cor 3:20+). Se utiliza también para describir lo que se razona, el contenido o resultado del propio pensamiento (Mat 15:19; Mcs 7:21; Lcs 2:35; 5:22; 6:8; 9:47; Stg 2:4+). Además, es utilizado para describir alguna disputa, una discusión (Lcs 9:46; Rom 14:1; Fil 2:14; 1 Tim 2:8+), alguna duda y/o estar inseguro sobre algo (Lcs 24:38+).[2]
Este vocablo griego proviene del concepto “dialogízomai” (G1260). Esta raíz griega mismo significa razonar meticulosamente, cavilar (Mcs 2:6, 8; Lcs 1:29; 3:15; 5:21, 22; 12:17+); conversar, hablar, o discutir (Mcs 8:16).[3]

El concepto “dialogismós” era utilizado por Demóstenes para describir el ejercicio de hacer juicios valorativos, cálculos que conducen a la toma de decisiones. Este es uno sus usos más comunes en el campo secular. En el caso del Nuevo Testamento  tiene que ver con el proceso de reflexión y de deliberación, de cuestionar las situaciones y la aprehensión que estas pueden provocar. A esto se añaden los procesos para la planificación y la deliberación.
Los filólogos griegos han señalado que esta capacidad distingue al ser humano de todas las otras criaturas en el universo. Además, este es utilizado en el Nuevo Testamento para describir la reflexión ansiosa y la duda (Lcs 24:38; Rom 14:1).[4]
Es muy interesante el dato de que dentro de las 14 ocasiones que encontramos este concepto en el Nuevo Testamento, hay una que conecta el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario con la develación los “dialogismos.”

34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha 35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.” (Lcs 2:34-35)

Ese pasaje bíblico del Evangelio de Lucas dice que Simeón, un varón justo y piadoso, había recibido la revelación de que sus ojos no se cerrarían sin antes ver al Mesías; el Ungido del Señor (Lcs 2:25). Ese pasaje dice que el Espíritu de Dios lo movió a llegar al templo a la hora precisa y al lugar preciso para ver el cumplimiento de esa promesa (v. 27). Los padres de Jesús debieron haber sido movidos por esa misma presencia espiritual porque la Biblia dice que permitieron que Simeón cargara en sus brazos al Salvador del mundo (v. 28). Es luego de las bendiciones que Simeón declaró sobre Jesús y de las alabanzas que proclamó, este siervo del Señor decidió darle esta palabra profética a María la madre de nuestro Salvador.

Esta palabra profética declara que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario serviría entre otras cosas “para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lcs 2:35d). La expresión literal de Simeón fue la siguiente: “apokalyphthōsin ek pollōn kardiōn dialogismoi”.[5] En español, esta aseveración exclama que el sacrificio de Cristo en la cruz provocaría un apocalipsis de los pensamientos de muchos corazones.
Esta es sin duda alguna una de las características fundamentales del sacrificio de Cristo en la cruz: provocar apocalipsis. El sacrificio de Cristo en la cruz hace un apocalipsis, revela el amor, la gracia y la insondable misericordia de Dios por nosotros. Tal y como dice el Evangelio de Juan: “porque de tal manera amó Dios al mundo…” (Jn 3:16). Como dice la Biblia, esta es la “la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos,” (Rom 16:25).
O como lo dice Pablo en una de sus cartas a la iglesia que estaba localizada en la ciudad de Corinto:
 
Ahora bien, como está escrito, cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.”  (1 Cor 2:9)

No obstante, el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario también hace un apocalipsis de todo lo profundo y lo escondido. El profeta Daniel lo había anticipado así: “22 El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Dan 2:22).
Esto incluye el apocalipsis de los pensamientos del corazón. O sea, que la presencia de Cristo en el corazón del creyente nos hace chocar con la revelación del génesis de nuestro razonamiento, de la forma en que pensamos sobre un tema, de la descripción de lo que se razona, y del contenido o el resultado del propio pensamiento. La cruz del Calvario desata un apocalipsis del origen de nuestras disputas, de nuestras discusiones, de nuestras dudas y de aquello en lo que podemos estar inseguros.

Simeón le dijo a María que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario serviría para desatar un apocalipsis de nuestra forma de cavilar, de razonar meticulosamente, de conversar, de hablar, o discutir. Simeón le adelantó a la madre de nuestro Señor y Salvador que Cristo había venido para realizar un apocalipsis de nuestros juicios valorativos, de los cálculos que hacemos para la toma de decisiones.
Es cierto que Simeón le profetizó a ambos padres que Cristo había venido, entre otras cosas, para la salvación de los pueblos, para ser luz a los gentiles y gloria del pueblo de Israel (Lcs 2:29-32). Pero no es menos cierto que Simeón le dijo a ambos padres del Niño Jesús que este había venido para hacer un “apokalyphthōsin ek pollōn kardiōn dialogismoi”, un apocalipsis del “dialogismós” del corazón. Esto es, un apocalipsis de los procesos de reflexión y de deliberación, Un apocalipsis de los procesos que desarrollamos para cuestionar las situaciones y la aprehensión que estos pueden provocar. Simeón les dijo a los padres de Jesús que el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario provocaría un apocalipsis de los procesos que se dan en el corazón para la planificación y la deliberación. Todo esto ha sido extraído de la definición del concepto “dialogismós” que hemos presentado en los párrafos anteriores.

Esto es lo que el Apóstol Pablo le pide al Señor que ocurra por la fe en los corazones de los creyentes. Cuando Cristo hace “katoikeō” en el corazón, cuando le damos permiso a Cristo para que habite en nuestros corazones, lo próximo que ocurrirá es un apocalipsis de lo que hay en la habitación    de nuestros “dialogismós”, de nuestros pensamientos; los pensamientos del corazón.  
Tan solo traté de hilvanar qué es lo que puede suceder en el corazón del creyente cuando le da permiso a Cristo para que nos haga chocar con la revelación del génesis de nuestro razonamiento, de la forma en que pensamos sobre un tema, de la descripción de lo razonamos, y del contenido o el resultado de nuestra forma de pensar. Extrapole lo que sucede en su corazón cuando los efectos del sacrificio en la  cruz del Calvario desatan un apocalipsis del origen de nuestras disputas, de nuestras discusiones, de nuestras dudas y de aquello en lo que podemos estar inseguros. Amplíe este ejercicio y analice lo que sucederá en el corazón del creyente cuando Cristo desata un apocalipsis de nuestra forma de cavilar, de nuestra forma de razonar, de conversar, de hablar, o discutir. Analice los resultados que se obtienen cuando le damos permiso a Cristo para realizar un apocalipsis de nuestros juicios valorativos y de los cálculos que hacemos para la toma de decisiones.

Deténgase unos minutos para analizar los resultados que se obtienen cuando permitimos que Cristo haga un apocalipsis de los pensamientos de nuestros corazones y esto incluya nuestros procesos de reflexión, de deliberación, los procesos que desarrollamos para cuestionar las situaciones y la aprehensión que estos pueden provocar. Abra su corazón y considere lo que puede suceder cuando  permitimos que Cristo haga un apocalipsis de los procesos que se dan en el corazón para la planificación y la deliberación.  Esto es lo que Pablo está pidiendo aquí.

Ahora bien, cuando Cristo hace esto comenzamos a experimentar una transformación de nuestra adoración. Los textos que encontramos en el Evangelio acerca de esto son intensos y riquísimos en sus estructuras. Veamos uno de estos:

30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.” (Mcs 12:30)

¿Alguna vez usted se ha preguntado qué significa amar a Dios con toda la mente? Subrayamos aquí que el verso bíblico no dice amar a Dios en la mente. No aparece definido así en los Evangelios de Marcos, de Mateo (Mat 36-38) ni en el de Lucas (Lcs 10:27). La respuesta para esta pregunta no es del todo complicada. Amar a Dios con la mente está intrínsecamente ligado al apocalipsis que hemos descrito en los párrafos anteriores. Cuando venimos a Cristo, cuando lo aceptamos como Señor y Salvador, Él  entra a la habitación de nuestros pensamientos y el amor de Cristo conquista esa habitación. No olvidemos que ese amor “es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;  no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13:4-7).
 
Pablo sabe esto porque lo experimentó y también lo recibió como revelación de Dios. Sin embargo, Pablo pide que una Iglesia llena de creyentes experimente el “katoikeō” de Cristo, que Cristo habite en sus corazones. O sea, que una comunidad de creyentes que ha recibido el don de la salvación y el sello del Espíritu Santo, separando a los creyentes como propiedad del Eterno (Efe 1:13-14), experimente a Cristo habitando en sus corazones de una forma muy particular. Ese proceso de “katoikeō” en el corazón del creyente provoca un apocalipsis de lo que hay en la habitación de los pensamientos. Esa revelación de los pensamientos provocará que todos ellos caigan rendidos a los pies del Señor de la vida; rendidos los pies del Amor encarnado de Dios.

Hay una sola respuesta posible cuando nuestros pensamientos sufren ese apocalipsis, al mismo tiempo que son confrontados con el amor de Dios. Terminamos amando y a adorando a Dios con la mente. Esto es lo que el Apóstol Pablo  le está pidiendo a Dios que haga en los corazones de los creyentes. La Biblia dice que antes de todo esto ocurriera nosotros éramos extraños en todos estos procesos y que nos habíamos convertido en enemigos de Dios hasta en nuestra forma de pensar.

21 Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado 22 en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; 23 si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.”  (Col 1:21-23)

El concepto griego que se traduce aquí como “enemigo” (“echthrós”, G2190), significa ser enemigo porque se está en conflicto con otra persona.[6] O sea, que se utiliza para describir hostilidad y en ocasiones odio de forma visible.[7]
Desde esta perspectiva Pablo nos está diciendo que la habitación de los pensamientos de nuestro corazón es por naturaleza hostil a los planes de Dios. Sabiendo esto, entonces es imposible que un ser humano trate de razonar la salvación de manera efectiva sin haber conocido antes a Cristo. La hostilidad inherente a nuestra naturaleza como pecadores no lo va a permitir. Es por esto que la salvación tiene que ser recibida como una revelación de la gracia que hace el Espíritu Santo a todo aquel que la quiere recibir.

Los seres humanos que abren el corazón a esta revelación reciben la presencia de Cristo, del amor de Dios en sus corazones. Esto provoca que los pensamientos hostiles hacia Dios queden rendidos a los pies del Salvador. Luego de esto comienza el proceso apocalíptico que revelará el génesis de todos estos pensamientos o “dialogismós.”  Es allí que no nos queda otra opción que la de reconocer que Cristo no solo es nuestro Señor y nuestro Salvador. Cristo es quien trae en su diestra la autoridad para provocar un apocalipsis de lo que Dios tiene y quiere para nosotros, al mismo tiempo que provoca un apocalipsis de todo los que existe en nuestros corazones.
   
[1] https://www.preceptaustin.org/ephesians_314-17#prayer3
[2] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bíblicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software
[3] Swanson, J. (1997). Op. cit.
[4] Schrenk, G. (1964–). διαλέγομαι, διαλογίζομαι, διαλογισμός. (dialégomai, dialogízomai, dialoglismós). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, pp. 96–98). Eerdmans.
[5] https://biblehub.com/text/luke/2-35.htm.
[6] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bíblicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[7] Foerster, W. (1964–). ἐχθρός, ἔχθρα (echthrós, echthra). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 2, p. 814). Eerdmans.
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