November 12th, 2023
926 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 12 de noviembre de 2023
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Análisis de Isa 49:11: Pt. 6)
“11 Y convertiré en camino todos mis montes, y mis calzadas serán levantadas.” (Isa 49:11, RV 1960)
La reflexión anterior concluyó con la siguiente frase: “….el capítulo 22 del Libro de Génesis presenta mucho más que una invitación para realizar sacrificios de adoración en uno de los montes del Señor.”
El análisis textual de ese capítulo nos ha servido como escenario para el análisis de lo
que el profeta Isaías dice que ocurre en los montes del Señor. Hemos visto que los montes del Señor sirven como escenarios para cambiar nuestros caminos (“derek”, H1870), nuestras costumbres, nuestros modales, nuestro carácter, y muchas otras cosas a las que nos conduce el concepto hebreo que se utiliza en el verso 11 del capítulo 49 del Libro del Profeta Isaías.
Son muchas y muy variadas las aplicaciones que se desprenden del análisis del pasaje que
encontramos en los primeros 18 versos del capítulo 22 del Libro de Génesis. Cada una de estas aplicaciones presenta una pléyade de experiencias que conducen a la adoración de aquellos que peregrinan hacia el monte del Señor. Veamos como un ejemplo lo que sucede cuando enfocamos este pasaje del primer libro de la Biblia con el tema de la adoración.
En primer lugar, este pasaje afirma que Dios prueba (“nâsâh”, H5254) a los adoradores:
“1 Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham….” (v1)
Decíamos en nuestra reflexión anterior que el Dr. Charles Swindoll ha postulado que Dios no nos coloca en la prueba para ver cómo es que nosotros respondemos en medio del fuego. Dios lo hace para que conozcamos las transformaciones que Él ha desarrollado en nosotros.
“God is of course omniscient. He doesn’t put people to a test to see how well their faith responds under fire; He prepares tests of faith to show us what He has made of us lately.”[1]
Desde este punto de vista podemos concluir que ir al monte del Señor puede representar ir
allí a ser retados en nuestras nuevas dimensiones de fe. El concepto “nâsâh”, H5254 significa probar, examinar, pero también puede ser traducido como oler. Desde esta perspectiva ir a ser probados por Dios puede también representar ir a experimentar unas nuevas dimensiones del perfume del Espíritu de Dios. [2]
En segundo lugar, desde la perspectiva de la adoración este pasaje dice que hay que adorar donde Dios nos requiere que adoremos:
“y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.” (v. 2)
Es Dios el que escoge el lugar en el que Él quiere que respondamos a Su presencia en Cristo Jesús. Esto representa incluye ambientes, temporadas, situaciones y toda clase de escenarios de vida. El salmista lo entendió así cuando dijo lo siguiente:
“1 Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
En tierra seca y árida donde no hay aguas, 2 Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. 3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. 4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. 5 Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca,” (Sal 63:1-5, RV 1960)
Ir al monte del Señor entonces representa permitir que Dios nos dirija: que le hemos entregado a Dios nuestra voluntad y es Él quien nos dirige.
En tercer lugar, hay que levantarse (“qûm”, H6965) para ir a adorar y hay que hacerlo con prontitud (“shâkam”, H7925), como una prioridad insuperable:
“3 Y Abraham se levantó muy de mañana (“shâkam”, H7925), y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó (“qûm”, H6965), y fue al lugar que Dios le dijo” (v.3)
Entre otras cosas, el concepto hebreo “qûm” indica el inicio de una acción (Job 1:20; 2 Sam
13:31) ,[3] mientras que el concepto hebreo “shâkam” representa algo que se hace temprano, y/o que se hace de forma persistente. [4] Todo esto representa la disposición para echar a un lado todas las actividades y las responsabilidades que podamos tener para ir a adorar al Señor.
Al mismo tiempo, este verso enfatiza el dato que Abraham no vaciló en obedecer a Dios. El padre de la fe fue al lugar que Dios le dijo.
Ir al monte del Señor representa priorizar los encuentros con Dios, dejar a un lado cualquier otra cosa que estemos haciendo y seguir al pie de la letra la dirección del Señor.
En cuarto lugar, este pasaje dice que hay un peregrinaje envuelto en la experiencia de la adoración:
“4 Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos” (v.4)
Nuestra reflexión anterior nos brindó la oportunidad para identificar varios escenarios bíblicos en los que el Señor decidió aplicarle un tiempo de espera a la manifestación de su gracia. Afirmamos que esto no siempre es así. Dios en su soberanía es quien decide estos períodos de tiempo. Los discípulos de Jesús tuvieron que esperar ocho días (Lcs 9:28) para ver a Jesús transfigurado (Lcs 9:30-36) como el cumplimiento de la promesa que Él les había hecho (Lcs 9:27). Los caminantes de Emaús tuvieron que esperar tres días para encontrarse con el Resucitado (Lcs 24:13-33). Los Apóstoles esperaron diez días para recibir la promesa del Espíritu Santo (Hch 2:1-13).
En quinto lugar, hay que alzar los ojos para adorar, para poder ver el lugar del encuentro con Dios. (v.4). El salmista parece haber comprendido esto a cabalidad cuando dijo lo siguiente:
“1 Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? 2 Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra.” (Sal 121:1-2)
Subir al monte del Señor requiere alzar la vista para poder ver el escenario al que Dios nos ha dirigido con los ojos de la fe.
En sexto lugar, hay que identificar el contexto al que Dios nos lleva como uno de adoración:
“Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a
vosotros.” (v.5)
En séptimo lugar, hay una madera que cargar para adorar:
“ Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos.” (v6)
Esta aseveración nos lleva de la mano a una de las expresiones más intensas del Evangelio:
“23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame.” (Lcs 9:23)
Sabemos que sólo la salvación del alma sólo puede ser obtenida mediante el sacrificio que Cristo hizo por nosotros en la cruz del Calvario. No hay otra cruz ni otro sacrificio que podamos realizar para poder obtener el regalo de la salvación y de la vida eterna. No obstante, hay otras cruces que cargar.
El mundo romano se distinguía por haber hecho de las cruces un símbolo de vergüenza, de culpa, de sufrimiento y de rechazo. No había una forma más vergonzosa de morir que morir crucificado.
El Dr. Warren W. Wiersbe ha descrito que en la época de Jesús nadie pensaría en esa expresión del Evangelio de Lucas como lo hacemos nosotros hoy: la cruz como un adorno que cargamos en nuestros cuellos o en nuestras muñecas. Aun así el Señor Jesús estableció el requisito de cargar una cruz como parte de las marcas del discipulado. El significado de esto no es muy complicado. Cargar la cruz cada día significa decir no a nuestro ego. Wiersbe añade que no se trata de simplemente negarnos a nuestros placeres o posesiones. Se trata de negarnos a nosotros mismos, convertir en la prioridad identificarnos con Cristo en sus sufrimientos, en su entrega y en su sacrificio. Nosotros no podemos ni se nos ha requerido crucificar nuestros cuerpos, pero sí se nos ha pedido presentarlos, rendirlos en sacrificio vivo y hacerlo de forma racional (Rom 12:1-2).[5]
En octavo lugar, hay que adorar en unidad:
“y fueron ambos juntos” (v.6); “E iban juntos” (v.8)
En noveno lugar, hay espacio para el diálogo con mi hermano en la adoración:
“Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi
hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (v.7)
En otras palabras, la adoración al Señor no puede ser interpretada como una experiencia que nos aísla de nuestro prójimo.
En décimo lugar, hay que confiar en las promesas del Señor:
“Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” (v.8)
En undécimo lugar, hay que edificar un altar para adorar:
“Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la
leña” (v.9)
Esta acción nos recuerda las múltiples ocasiones en las que la Biblia nos describe la edificación de nuevos altares, de altares que no han sido previamente utilizados, para poder rendir adoración al Señor (Gén 8:20; 12:7,8; 26:25; 35:7; Éxo 17:15; 24:4; Jos 8:30; 1 Sam 7:17; 2 Sam 24:24; 1 Cró 21:26). En otras ocasiones, de la necesidad de arreglar el altar del Señor porque estaba arruinado (1 Rey 18:30).
En duodécimo lugar, hay que escuchar la voz de Dios durante la experiencia de adoración:
“Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo.” (v.11)
En decimotercer lugar, hay que responder a la presencia de Dios en la adoración:
“Y él respondió: Heme aquí.” (v.11)
En decimocuarto lugar, hay que estar preparados para recibir la respuesta de Dios:
“porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.” (v.12)
En decimoquinto lugar, hay que creer que Dios convierte los zarzales en lugares de provisión cuando adoramos.
“Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en
un zarzal por sus cuernos;” (v.13)
Este fue uno de los escenarios que Abraham encontró en el Monte Moriah; el de la adoración. Sabemos que el Padre de la fe también encontró los escenarios de los retos a su fe y a su concepto de Dios. Podemos detenernos a identificar varios escenarios adicionales con los que Abraham “tropezó” en ese monte del Señor. La buena noticia es que tal y como dice el profeta Isaías, el Señor decidió utilizar ese lugar de encuentro para transformar el “derek” de Abraham.
Nuestra próxima reflexión será dedicada a presentar algunos principios básicos acerca de la adoración que se deprenden del análisis que hemos hecho hasta aquí.
[1] Swindoll, Charles R.. Faith for the Journey: Daily Meditations on Courageous Trust in God (p. 74). Tyndale House Publishers, Inc.. Kindle Edition
[2] Gesenius, W., & Tregelles, S. P. (2003). En Gesenius’ Hebrew and Chaldee lexicon to the Old Testament Scriptures (p. 552). Logos Bible Software.
[3] Chávez, M. (1992). En Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., p. 596). Editorial Mundo Hispano.
[4] Chávez, M. (1992). En Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., p. 710). Editorial Mundo Hispano.
[5] Wiersbe, Warren W.. Be Compassionate (Luke 1-13): Let the World Know That Jesus Cares (The BE Series Commentary) (p. 123). David C Cook. Kindle Edition.
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Análisis de Isa 49:11: Pt. 6)
“11 Y convertiré en camino todos mis montes, y mis calzadas serán levantadas.” (Isa 49:11, RV 1960)
La reflexión anterior concluyó con la siguiente frase: “….el capítulo 22 del Libro de Génesis presenta mucho más que una invitación para realizar sacrificios de adoración en uno de los montes del Señor.”
El análisis textual de ese capítulo nos ha servido como escenario para el análisis de lo
que el profeta Isaías dice que ocurre en los montes del Señor. Hemos visto que los montes del Señor sirven como escenarios para cambiar nuestros caminos (“derek”, H1870), nuestras costumbres, nuestros modales, nuestro carácter, y muchas otras cosas a las que nos conduce el concepto hebreo que se utiliza en el verso 11 del capítulo 49 del Libro del Profeta Isaías.
Son muchas y muy variadas las aplicaciones que se desprenden del análisis del pasaje que
encontramos en los primeros 18 versos del capítulo 22 del Libro de Génesis. Cada una de estas aplicaciones presenta una pléyade de experiencias que conducen a la adoración de aquellos que peregrinan hacia el monte del Señor. Veamos como un ejemplo lo que sucede cuando enfocamos este pasaje del primer libro de la Biblia con el tema de la adoración.
En primer lugar, este pasaje afirma que Dios prueba (“nâsâh”, H5254) a los adoradores:
“1 Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham….” (v1)
Decíamos en nuestra reflexión anterior que el Dr. Charles Swindoll ha postulado que Dios no nos coloca en la prueba para ver cómo es que nosotros respondemos en medio del fuego. Dios lo hace para que conozcamos las transformaciones que Él ha desarrollado en nosotros.
“God is of course omniscient. He doesn’t put people to a test to see how well their faith responds under fire; He prepares tests of faith to show us what He has made of us lately.”[1]
Desde este punto de vista podemos concluir que ir al monte del Señor puede representar ir
allí a ser retados en nuestras nuevas dimensiones de fe. El concepto “nâsâh”, H5254 significa probar, examinar, pero también puede ser traducido como oler. Desde esta perspectiva ir a ser probados por Dios puede también representar ir a experimentar unas nuevas dimensiones del perfume del Espíritu de Dios. [2]
En segundo lugar, desde la perspectiva de la adoración este pasaje dice que hay que adorar donde Dios nos requiere que adoremos:
“y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.” (v. 2)
Es Dios el que escoge el lugar en el que Él quiere que respondamos a Su presencia en Cristo Jesús. Esto representa incluye ambientes, temporadas, situaciones y toda clase de escenarios de vida. El salmista lo entendió así cuando dijo lo siguiente:
“1 Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
En tierra seca y árida donde no hay aguas, 2 Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. 3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. 4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. 5 Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca,” (Sal 63:1-5, RV 1960)
Ir al monte del Señor entonces representa permitir que Dios nos dirija: que le hemos entregado a Dios nuestra voluntad y es Él quien nos dirige.
En tercer lugar, hay que levantarse (“qûm”, H6965) para ir a adorar y hay que hacerlo con prontitud (“shâkam”, H7925), como una prioridad insuperable:
“3 Y Abraham se levantó muy de mañana (“shâkam”, H7925), y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó (“qûm”, H6965), y fue al lugar que Dios le dijo” (v.3)
Entre otras cosas, el concepto hebreo “qûm” indica el inicio de una acción (Job 1:20; 2 Sam
13:31) ,[3] mientras que el concepto hebreo “shâkam” representa algo que se hace temprano, y/o que se hace de forma persistente. [4] Todo esto representa la disposición para echar a un lado todas las actividades y las responsabilidades que podamos tener para ir a adorar al Señor.
Al mismo tiempo, este verso enfatiza el dato que Abraham no vaciló en obedecer a Dios. El padre de la fe fue al lugar que Dios le dijo.
Ir al monte del Señor representa priorizar los encuentros con Dios, dejar a un lado cualquier otra cosa que estemos haciendo y seguir al pie de la letra la dirección del Señor.
En cuarto lugar, este pasaje dice que hay un peregrinaje envuelto en la experiencia de la adoración:
“4 Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos” (v.4)
Nuestra reflexión anterior nos brindó la oportunidad para identificar varios escenarios bíblicos en los que el Señor decidió aplicarle un tiempo de espera a la manifestación de su gracia. Afirmamos que esto no siempre es así. Dios en su soberanía es quien decide estos períodos de tiempo. Los discípulos de Jesús tuvieron que esperar ocho días (Lcs 9:28) para ver a Jesús transfigurado (Lcs 9:30-36) como el cumplimiento de la promesa que Él les había hecho (Lcs 9:27). Los caminantes de Emaús tuvieron que esperar tres días para encontrarse con el Resucitado (Lcs 24:13-33). Los Apóstoles esperaron diez días para recibir la promesa del Espíritu Santo (Hch 2:1-13).
En quinto lugar, hay que alzar los ojos para adorar, para poder ver el lugar del encuentro con Dios. (v.4). El salmista parece haber comprendido esto a cabalidad cuando dijo lo siguiente:
“1 Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? 2 Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra.” (Sal 121:1-2)
Subir al monte del Señor requiere alzar la vista para poder ver el escenario al que Dios nos ha dirigido con los ojos de la fe.
En sexto lugar, hay que identificar el contexto al que Dios nos lleva como uno de adoración:
“Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a
vosotros.” (v.5)
En séptimo lugar, hay una madera que cargar para adorar:
“ Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos.” (v6)
Esta aseveración nos lleva de la mano a una de las expresiones más intensas del Evangelio:
“23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame.” (Lcs 9:23)
Sabemos que sólo la salvación del alma sólo puede ser obtenida mediante el sacrificio que Cristo hizo por nosotros en la cruz del Calvario. No hay otra cruz ni otro sacrificio que podamos realizar para poder obtener el regalo de la salvación y de la vida eterna. No obstante, hay otras cruces que cargar.
El mundo romano se distinguía por haber hecho de las cruces un símbolo de vergüenza, de culpa, de sufrimiento y de rechazo. No había una forma más vergonzosa de morir que morir crucificado.
El Dr. Warren W. Wiersbe ha descrito que en la época de Jesús nadie pensaría en esa expresión del Evangelio de Lucas como lo hacemos nosotros hoy: la cruz como un adorno que cargamos en nuestros cuellos o en nuestras muñecas. Aun así el Señor Jesús estableció el requisito de cargar una cruz como parte de las marcas del discipulado. El significado de esto no es muy complicado. Cargar la cruz cada día significa decir no a nuestro ego. Wiersbe añade que no se trata de simplemente negarnos a nuestros placeres o posesiones. Se trata de negarnos a nosotros mismos, convertir en la prioridad identificarnos con Cristo en sus sufrimientos, en su entrega y en su sacrificio. Nosotros no podemos ni se nos ha requerido crucificar nuestros cuerpos, pero sí se nos ha pedido presentarlos, rendirlos en sacrificio vivo y hacerlo de forma racional (Rom 12:1-2).[5]
En octavo lugar, hay que adorar en unidad:
“y fueron ambos juntos” (v.6); “E iban juntos” (v.8)
En noveno lugar, hay espacio para el diálogo con mi hermano en la adoración:
“Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi
hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (v.7)
En otras palabras, la adoración al Señor no puede ser interpretada como una experiencia que nos aísla de nuestro prójimo.
En décimo lugar, hay que confiar en las promesas del Señor:
“Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” (v.8)
En undécimo lugar, hay que edificar un altar para adorar:
“Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la
leña” (v.9)
Esta acción nos recuerda las múltiples ocasiones en las que la Biblia nos describe la edificación de nuevos altares, de altares que no han sido previamente utilizados, para poder rendir adoración al Señor (Gén 8:20; 12:7,8; 26:25; 35:7; Éxo 17:15; 24:4; Jos 8:30; 1 Sam 7:17; 2 Sam 24:24; 1 Cró 21:26). En otras ocasiones, de la necesidad de arreglar el altar del Señor porque estaba arruinado (1 Rey 18:30).
En duodécimo lugar, hay que escuchar la voz de Dios durante la experiencia de adoración:
“Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo.” (v.11)
En decimotercer lugar, hay que responder a la presencia de Dios en la adoración:
“Y él respondió: Heme aquí.” (v.11)
En decimocuarto lugar, hay que estar preparados para recibir la respuesta de Dios:
“porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.” (v.12)
En decimoquinto lugar, hay que creer que Dios convierte los zarzales en lugares de provisión cuando adoramos.
“Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en
un zarzal por sus cuernos;” (v.13)
Este fue uno de los escenarios que Abraham encontró en el Monte Moriah; el de la adoración. Sabemos que el Padre de la fe también encontró los escenarios de los retos a su fe y a su concepto de Dios. Podemos detenernos a identificar varios escenarios adicionales con los que Abraham “tropezó” en ese monte del Señor. La buena noticia es que tal y como dice el profeta Isaías, el Señor decidió utilizar ese lugar de encuentro para transformar el “derek” de Abraham.
Nuestra próxima reflexión será dedicada a presentar algunos principios básicos acerca de la adoración que se deprenden del análisis que hemos hecho hasta aquí.
[1] Swindoll, Charles R.. Faith for the Journey: Daily Meditations on Courageous Trust in God (p. 74). Tyndale House Publishers, Inc.. Kindle Edition
[2] Gesenius, W., & Tregelles, S. P. (2003). En Gesenius’ Hebrew and Chaldee lexicon to the Old Testament Scriptures (p. 552). Logos Bible Software.
[3] Chávez, M. (1992). En Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., p. 596). Editorial Mundo Hispano.
[4] Chávez, M. (1992). En Diccionario de hebreo bı́blico (1. ed., p. 710). Editorial Mundo Hispano.
[5] Wiersbe, Warren W.. Be Compassionate (Luke 1-13): Let the World Know That Jesus Cares (The BE Series Commentary) (p. 123). David C Cook. Kindle Edition.
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