Reflexiones de Esperanza: Efesios: Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Parte XIV)

 “14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”  (Efesios 3:14-21)

La habitación del corazón en la que residen las cosas ocultas y escondidas ha acaparado nuestra atención. Ese lugar en el que las cosas suelen ocultarse, ha ocupado el centro de nuestras reflexiones más recientes. De hecho, en nuestra reflexión previa demostramos que el uso del concepto griego que se usa con más frecuencia para describir esta acción (“kruptō”, G2928), implica que estas procuran inmortalizarse o convertirse en dioses.[1] Las leyendas de Medea y de Rhesos en Pangaión demostraron que las acciones de unas madres al hacer “apokruptō” (G613) y “kruptō” con sus hijos tenían como uno de sus propósitos conseguir que ellos alcanzaran la inmortalidad  y/o que estuvieran en el mismo lugar que ocupaban los dioses. Dicho de otra manera, las cosas que escondemos en el corazón procuran inmortalizarse y alcanzar el rango de los dioses en esa habitación.
 
Es importante desatacar que no hemos tenido la oportunidad de analizar los dolores, las angustias, los traumas que las provocan y las malas costumbres que suelen ocultarse en alguna habitación del corazón. No hemos tenido la oportunidad para hacerlo porque la historia de Acán ha ocupado un lugar central en todas las discusiones que hemos desarrollado hasta aquí (Jos 7:1-26).
 
Ahora bien, hay algo que no hemos analizado en la historia de este personaje bíblico, cuyo nombre significa problema o problemático (H5912). Se trata de saber si existe alguna estructura básica que los seres humanos seguimos, algún patrón de conducta, un bosquejo que identifique procesos y pasos a seguir que culminan con las acciones que él desarrolló. De haberlo, esto nos podría ayudar a identificar el “modus operandi” de algunos de esos inquilinos que se esconden en nuestros corazones.
 
El profesor Warren W. Wiersbe nos ha regalado un análisis extraordinario de la historia de Acán.[2] De ese análisis se desprenden varios datos que nos pueden ayudar a ensamblar las posibles respuestas para nuestra búsqueda. Wiersbe parte desde la perspectiva de las aplicaciones que esta historia posee para la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Ese Cuerpo es uno (1 Cor 12:12) y es por eso que nos pertenecemos, nos necesitamos y nos demostramos devoción y afecto. Tal y como dice el verso bíblico citado, cuando algo en el cuerpo se afecta, todo el cuerpo se afecta. En otras palabras, no hay enfermedades que puedan afectar una parte del cuerpo sin desarrollar su impacto en otras. Así mismo sucede en la Iglesia del Señor.
 
“26 De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. 27 Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (1 Corintios 12:26-27).
 
Este principio bíblico es el que establece el axioma que predica la Biblia acerca de los efectos devastadores que se producen en la Iglesia cuando uno sus miembros peca y oculta sus pecados.
 
“18 Mejor es la sabiduría que las armas de guerra; pero un pecador destruye mucho bien.” (Eclesiastes 9:18)
 
Es luego de estos planteamientos que Wiersbe nos ofrece su interpretación de la historia de Acán. En primer lugar, él destaca que lo primero que Acán comprometió fue su mirada.
 
“21 Pues vi entre los despojos …..” (Jos 7:21a)
       
Es obvio que Acán debió haber visto esto en más de una ocasión. Al menos lo miró para luego detenerse a verlo una vez más. Fue esta acción, este error, lo que provocó que la codicia se activara y que la soberbia en su corazón comenzara a hacer planes.
 
Hay varios pasajes bíblicos que trabajan con este principio. Veamos algunos de estos:
 
“27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.”  (Mateo 5:27-28)
 
“5 sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. 6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.” (Genesis 3:5-6)
 
“16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” (1 Juan 2:16)
 
“1 Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. 2 Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. 3 Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. 4 Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa.” (2 Samuel 11:1-4)
 
Estos pasajes bíblicos son solo una muestra de la importancia que reviste la mirada, aquello en lo que ponemos nuestros ojos.
 
Wiersbe señala que el segundo error de Acán fue tratar de minimizar y ridiculizar aquello de lo que se estaba apropiando. Acán lo llamó “despojos” (Jos 7:21). El concepto hebreo utilizado aquí es “shâlal” (H7997), una presa, un botín, unas sobras o unos residuos. Recordamos que Dios había dicho que lo encontraran en Jericó estaría clasificado de la siguiente manera: anatemas y tesoros del Señor (Jos 6:19). La acción de reclasificar, como dice Wiersbe, lo que Acán se llevaría, reduciéndolo a “despojos”, era una que procuraba excusar lo que haría porque después de todo eso no poseía importancia o relevancia alguna.
 
Eso que él llamaba despojos formaba parte del tesoro que Dios había reclamado para sí y que había ordenado que formara parte de Su casa (Jos 6:18-19). Eso que él llamaba despojos era parte del anatema que nadie podía tocar.
 
Acán estaba dando rienda suelta a los venenos que estaban escondidos en su corazón. Wiersbe señala, con mucha razón, que este hombre no había aprendido un principio fundamental que aparece en la Biblia :
 
“20 Hijo mío, está atento a mis palabras; Inclina tu oído a mis razones. 21 No se aparten de tus ojos; Guárdalas en medio de tu corazón; 22 Porque son vida a los que las hallan, Y medicina a todo su cuerpo. 23 Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.” (Proverbios 4:20-23)
     
Sabemos que Acán estaba desenfrenado porque se había adjudicado la capacidad y la autoridad de cambiar la nomenclatura que Dios había establecido. Acán le cambió los títulos que Dios le había asignado a las cosas que él encontró. En otras palabras, el pecado que entró por sus ojos lo convirtió en alguien más poderoso que Dios. Ningún ser humano posee el derecho de contradecir a Dios.
 
Wiersbe nos recuerda que el profeta Isaías realizó unas declaraciones contundentes acerca de esta conducta:
 
“20 ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!”  (Isaias 5:20)
 
El tercer error de Acán fue la codicia. Claro está, la Biblia dice que nada de esto llega como un enemigo externo. La Biblia dice lo siguiente a este respecto:
 
“13 Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; 14 sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. 15 Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (Santiago 1:13-15)
             
La imaginación de Acán debió haberle llevado a verse a sí mismo disfrutando de sus tesoros. Es esa imaginación la que Wiersbe califica como la matriz en la que los deseos son concebidos y desde la que eventualmente nacen los pecados y la muerte.
 
El cuarto error que Wiersbe identifica en Acán fue pensar que podía salirse con la suya escondiendo el botín. Hay que destacar que es nuestra naturaleza pecaminosa la que nos conduce a escondernos. La Biblia dice que Adán y Eva decidieron hacerlo cuando escucharon la voz de Dios en el huerto (Gén 3:7-10). La máxima bíblica es contundente: nuestros pecados nos alcanzan (Núm 32:23).
 
Lo que tenemos hasta aquí es un proceso en el que las cosas que están escondidas en el corazón, la avaricia, la soberbia, el egoísmo, el deseo de poseer, se despiertan con nuestra mirada. Esta acción, los  deseos de los ojos, nos conduce a minimizar y/o a reclasificar aquello que estamos mirando y que sabemos que no es correcto. Luego, la codicia se despierta para entonces dar paso a tratar de esconder, de ocultar lo que hemos hecho.
 
El profesor Wiersbe trae a nuestra atención que el pecado de Acán es mucho más detestable cuando consideramos lo que Dios había hecho por él y por su familia. Acán y su familia acababan de cruzar el río Jordán después de haber sido protegidos, alimentados y cuidados por Dios en el desierto. Acán debe haber sido uno de los nacidos en el desierto. En el peor de los casos, debió haber sido alguien que tenía menos de 20 años cuando ocurrió la rebelión de Israel luego del informe de los doce espías que fueron enviados a reconocer la Tierra Prometida (Num 13:32- 14:37). Acán había visto a Dios traer a Su pueblo a la Tierra Prometida, sosteniéndoles con Su diestra y mostrando el poder de Su diestra sobre ellos. Acán había sido testigo de lo que sucedió con aquellos que desobedecieron al Señor.
 
Hay mucho más en el contexto de esta historia. Acán había formado parte del pueblo del Pacto en Gilgal, luego de haber cruzado el Jordán (Jos 4:1-24).

En otras palabras, que Acán estaba allí cuando el río Jordán se dividió y él fue uno de los que lo cruzó en seco (Jos 3:11-17). Él vio la mano de Dios sobre Jericó el día en el que decidió darle rienda suelta a los deseos ocultos de su corazón. Si Acán hubiese tenido paciencia, habría heredado propiedades y heredades mucho más valiosas que aquello que había cautivado sus ojos y su corazón.
 
Estos datos afirman que los milagros y los prodigios no son necesariamente la medicina requerida para resolver los problemas que representan las cosas que se ocultan en el corazón.
 
Ya sabemos que la desobediencia provocada por la avaricia, el deseo desmedido por poseer y la rebeldía anidadas en el corazón de Acán provocaron esta crisis en el pueblo de Israel. No obstante, un amigo del alma, el hermano Antonio Ferraiouli, traía a mi consideración que otro de los detonantes de esta crisis, una de las causas directas de la derrota del pueblo, fue un error táctico de Josué, el líder del pueblo. Tony traía a mi atención que Josué se confió tanto ante la victoria que Dios le dio en Jericó, que no fue a buscar el rostro de Dios para saber si debía ir ese día a hacerle frente a la gente en Hai. Es muy interesante el hecho de que Wiersbe también considera este punto: Josué confió en el informe de los escuchas (scouts-rangers) que exploraron el territorio y en la capacidad militar de su ejército.
 
Es muy importante señalar que esto no le quita la responsabilidad a Acán, ni minimiza su pecado. Sin embargo, es muy probable que los 36 soldados que murieron en ese combate (Jos 7:1-5) pudieron haber salvado sus vidas si Josué hubiese confiado más en el Señor que en su prudencia y en la fuerza militar que tenía a su disposición. La Biblia dice lo siguiente acerca de esto:
 
“5 Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. 6 Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas. 7 No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal; 8 Porque será medicina a tu cuerpo, Y refrigerio para tus huesos.” (Proverbios 3:5-8)
   
Es obvio que el proverbista conocía de primera mano experiencias en las que la prudencia y la sabiduría de los hombres les condujeron a derrotas significativas que les dejaron el corazón como aguas (Jos 7:5).
 
Caminar por vista y no por la fe es uno de los errores más frecuentes que se cometen en la peregrinación Cristiana. El creyente en Cristo camina por fe y no por vista (2 Cor 5:7). Muy bien apunta Wiersbe que los líderes que Dios ha puesto al frente del pueblo no pueden asumir sus decisiones. Estos tienen la necesidad de buscar constantemente el rostro del Señor para validar que los pasos que se están dando son los que glorifican a Dios y los que Él aprueba. Cada reto que enfrentaremos necesita ser llevado delante del Señor.
 
Es importante destacar que la victoria impresionante que se había obtenido en Jericó era capaz de hacer que Josué se confiara demasiado. Él no había dejado de hacer lo que todo buen líder hace antes de un proyecto: examinar la situación, explorar el terreno y escuchar sus consejeros especializados en la materia. Le faltó algo: convocar un servicio de oración para saber si su decisión, simple y sencilla, era la correcta. Wiersbe destaca que Hai parecía un enemigo frágil y débil, y esto proyectaba una victoria inevitable. Josué no contaba con los enemigos internos, aquellos que se esconden en el corazón del pueblo de Dios y que son los causantes de las derrotas más dolorosas.
 
Esto nos hace recordar parte de una estrofa de un himno muy conocido por los Cristianos:
 
“¿Vive el hombre desprovisto de paz, gozo y santo amor? Esto es porque no llevamos todo a Dios en oración.”[3]  
 
El himno “Oh que amigo no es Cristo” fue escrito por Joseph Medlicott Scriven (1819-1886) en el año 1855 en Ontario, Canadá. Este himno fue traducido al español por Leandro Garza Mora (1854-1938), quien conoció a Cristo a los 20 años de edad bajo la influencia del Dr. Thomas Graybil. Leandro era un bar tender en Matamoros, México cuando conoció al Señor. Eventualmente realizó estudios teológicos y sirvió como ministro presbiteriano por siete (7) décadas.
 
Este himno enfatiza que hay que llevar todo a Dios en oración. Repetimos: ¡todo!
 
Es en este contexto que parecen insondables las expresiones del Apóstol Santiago:
 
“13 Oigan ustedes, los que dicen: «Hoy o mañana viajaremos a esta u otra ciudad y estaremos allí un año, y haremos negocios y ganaremos mucho dinero». 14 Ustedes ni siquiera saben qué va a pasar con su vida el día de mañana, porque ustedes son como vapor que aparece sólo por un momento y después desaparece. 15 Por el contrario, siempre deberían decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello». 16 Pero ahora ustedes se sienten orgullosos y son arrogantes; todo ese orgullo es malo. 17 Si uno sabe hacer el bien y no lo hace, está pecando.” (Santiago 4:13-17, PDT)
 
Este paréntesis acerca de las responsabiliades de aquellos que lideran al pueblo de Dios era necesario.
 
Regresando al tema de las cosas ocultas que se guardan en el corazón, tenemos que analizar la lectura que Dios realiza de las acciones de Acán. El verso 11 del capítulo siete (7) del libro de Josué es clave para esto.
 
“11 Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.”
 (Josue 7:11, RV1960) 
             
El “dictum” de Dios es preciso. Lo que Acán hizo se llama pecado, transgresión del pacto, robo, mentira y esconder el pecado. El análisis de esta declaración divina será el objeto de nuestra próxima reflexión.
Referencias
 
[1] Oepke, A., & Meyer, R. (1964–). Op. cit.
   
[2]  Wiersbe, W. W. (1996). Be Strong (pp. 82–94). Victor Books.

[3] https://hymnary.org/text/o_que_amigo_nos_es_cristo

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