742 • El Éxodo: la vida después de las plagas – parte (II) • El Heraldo Digital-Institucional del 3 de mayo del 2020 • Volumen XV

Reflexión Pastor/Rector: Mizraim Esquilín-García

El COVID-19 ha provocado en casi todo el planeta una temporada de aislamiento, de cuarentena y de distanciamiento social al que no parece quedarle mucho tiempo. Esta enfermedad [1] provocada por el virus SARS-CoV-2 nos ha confrontado a todos en el globo terráqueo con muchas cosas. Una de ellas es nuestra fragilidad. Los seres humanos somos más frágiles de lo que pensábamos. Algo microscópico puede dominar toda nuestra raza, detenernos, asustarnos y hasta a obligarnos a reformular nuestros estilos de vida. Nuestras estructuras y nuestros sistemas también son frágiles. Basta mencionar que las mejores economías colapsaron ante algo invisible. Además, hemos sido confrontados con la necesidad de aprender que somos interdependientes.

La historia de esta cuarentena se acerca a su recta final. Es por esto que tenemos la necesidad de formularnos algunas preguntas. ¿Es este el tiempo correcto para abrir las puertas y comenzar a reinsertarnos en la vida cotidiana? ¿Cómo debemos reaccionar ante los nuevos retos que nos esperan? ¿Qué cosas debemos esperar que sucedan luego de esta crisis mundial? ¿Entraremos a una nueva normalidad? ¿En qué consiste esa nueva normalidad? ¿Qué debemos hacer como pueblo, qué se espera de nosotros luego de esto?

Estas son solo algunas de las preguntas que sabemos que están formulándose en las mentes de la mayoría de nosotros. Reiteramos la aseveración de la reflexión anterior a esta: no existe una persona que tenga en sus manos todas las respuestas a todas las preguntas que están sobre la mesa de trabajo en la que se dirime cómo será nuestra realidad luego de que esta crisis llegue a su fin.

La respuesta a la primera pregunta requiere el examen de unos datos muy relevantes y con mucho peso. Por ejemplo, las instituciones gubernamentales y eclesiásticas han informado que cerca de 195 millones de personas han perdido sus empleos en medio de esa crisis. Al mismo tiempo, se estima que 1.6 billones de seres humanos están pasando o se ha recrudecido su hambre a causa de la misma. Estos datos se agravan con cada día que pasa sin la reactivación de las cadenas de alimentación y de sus sistemas aleatorios. Hay que entender que no existen soluciones sencillas ni fáciles para problemas de esta naturaleza.

Las respuestas a las otras preguntas pueden ser enmarcadas desde muchos puntos de vista. Sin embargo, reiteramos que las respuestas bíblicas son las mejores para este o para cualquier tipo de problema que podamos enfrentar. La Biblia, que es la Palabra de Dios, ofrece el consejo y la dirección divina para todas las encrucijadas que existen en nuestro camino. La historia del Éxodo de los Israelitas, su salida de Egipto luego de que concluyeran las plagas, se presenta ante nosotros como un modelo extraordinario que nos puede iluminar el camino a seguir.

La historia recogida en el libro del Éxodo es una cuya fortaleza reside en su final, en la capacidad para alcanzar la promesa divina. Esta es la declaración inicial del primer capítulo de un libro excelente escrito por el Profesor Michael Walzer: “Exodus and Revolution” [2]. El Éxodo, añade Walzer no es un escape, como un golpe de suerte. Se trata de un proceso de liberación y de transformación en el que no basta que Egipto se quede atrás; hay que rechazarlo, hay que juzgarlo y hay que condenarlo. Canaán es la tierra prometida porque Egipto es la casa de la esclavitud.

Lo mismo nos sucede en el siglo 21. Egipto es para nosotros la metáfora que define los poderes esclavizadores que nos han atrapado como pueblo y como individuos en todo el planeta.  Entre otras cosas, esos poderes ultrajaron nuestro ambiente, y destruyeron nuestros recursos. Esos poderes hicieron creer a algunos que había sociedades más importantes que las otras, amancebaron algunos con el consumismo y sentenciaron a la ignominia a otros. El placer hedonista, la vida irresponsable, el descuido de los núcleos familiares, el abuso de los niños, de las mujeres, y de los ancianos fueron aceptados como realidades que nos hemos limitado y conformado con criticar. El velo de nuestros ojos se rasgó porque el COVID-19 nos atacó a todos por igual.

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Nuestro Egipto tiene que quedarse atrás, tiene que ser rechazado, juzgado y condenado. El problema con estas expresiones es que no estarían completas sin que admitamos que sólo Cristo puede ayudarnos a vencer ese Egipto y arrancarlo de nuestras vidas.

La historia del Éxodo enseña que las promesas de Dios alcanzan unos niveles meta conceptuales,  porque abren y generan el sentido de algo que es posible, pero que va más allá de las capacidades humanas para alcanzarlo. Los esclavos habían desarrollado el sentido de su existencia a base de Egipto. El Éxodo les permitiría experimentar que el mundo en el que Dios los había colocado es mucho más que Egipto.

Esta es la misma realidad que confrontamos en la recta final de esta cuarentena. La vida después de las plagas puede sorprendernos con muchas áreas de incertidumbre. Jesucristo es la única alternativa para este planeta. Sólo el Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador garantiza el cumplimiento de las promesas eternas. Solo Él nos puede hacer comprender que hay vida nueva, refrescante y abundante lejos de Egipto; más allá de esa esclavitud.

La esclavitud, lo que Walzer llama la “agonía del alma” [3], se había desarrollado de una manera poco ordinaria. Los Israelitas no fueron vendidos ni comprados como esclavos. Ellos se convirtieron en esclavos en la tierra a la que habían decidido ir a vivir cuando les atacó el hambre.

Este es un símil razonable de lo que le sucede a muchos creyentes, parte del pueblo de Dios. Se convierten en esclavos de aquellos lugares a los que “se mudaron,” en los que se establecieron, en busca de satisfacer necesidades primordiales que no sabían cómo suplirlas. Estos poderes endurecidos, atrofiados moralmente, no nos compraron ni nos vendieron como esclavos; nosotros nos dejamos asimilar por ellos.

Tocamos estos puntos y sus resultados en una reflexión anterior de El Heraldo. A continuación algunas aseveraciones que compartimos en ella:

“Hemos analizado en reflexiones anteriores la condición anímica de este pueblo cuando salieron de las garras de la esclavitud. Ya hemos visto que el peso de ésta había hecho pedazos sus sentimientos, sus emociones, sus capacidades para desarrollar estructuras y sostenerlas y sobre todo, había macerado el espíritu del pueblo. Este era un pueblo psicológicamente incapaz de verse a sí mismo como pueblo y que había desarrollado una mentalidad típica de los esclavos. Fue en esas reflexiones que nos detuvimos a analizar la frase “congoja de espíritu” (Exo 6:9b) que se utiliza para explicar por qué el pueblo no podía escuchar a Moisés. En ese análisis definimos que la frase traducida así es “kotzer- ruach” que literalmente significa falta de espíritu o enanismo espiritual.

Es por esto que el desierto que sirve como escenario para la narrativa del libro del Éxodo es sin duda alguna el escenario ideal para lo que Walzer llama la “pedagogía del desierto.”  Esto es, el escenario pedagógico para la transformación de esa cultura de esclavitud y la formación del pueblo de Dios. El escritor del Salmo 90 sabe cómo Dios usó el desierto para esto.

El libro de Deuteronomio tiene una frase que califica la experiencia que el pueblo de Israel tuvo en Egipto y el resumen (en una frase) del propósito que Dios ya había definido para ellos:

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“20 Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día.” (Dt 4:20)

El escritor de esta expresión no tiene duda alguna que el grupo de personas al que él se está dirigiendo ya es un pueblo. Y no solamente esto, sino que ese pueblo es heredad (“nachălâh,” H5159) patrimonio de Dios. Egipto fue usado por el Señor como una escuela de entrenamiento, un horno para fundir el hierro para desarrollar entereza y voluntad. Es por esto que ese pueblo no se rendía ante la aflicción: “12 Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían, de manera que los egipcios temían a los hijos de Israel” (Exo 1:12). Anthony Hecht ha dicho que la escuela de Egipto es “la escuela del alma” [4].  Sin embargo, estas escuelas dejan unas marcas que muy bien pueden convertirse en obstáculos para los planes de Dios. Es aquí que hace falta la pedagogía del desierto. Ella es la que se encarga de establecer los procesos de transformación necesarios entre “el horno de hierro de Egipto” y ser “el pueblo de su heredad.”
Uno de los aspectos con los que esta escuela trabaja es el de las responsabilidades, las disciplinas y las obligaciones que trae consigo la liberación del yugo de servidumbre. Walzer argumenta que el pueblo que sale de Egipto se sintió libre porque ya no estaba bajo la bota del faraón de Egipto. Pero al mismo tiempo, dice él, seguía siendo un pueblo esclavo porque no podía entender que sólo se puede ser libre cuando aceptamos la disciplina de la libertad, la obligación de vivir con unos estándares y la necesidad de aceptar la responsabilidad de los resultados de nuestras acciones.  Sabiendo esto, podemos entonces entender por qué es que Walzer decide parafrasear a Hecht y decir que el desierto es otra escuela del alma. [5]
El mensaje del Evangelio no es diferente en este aspecto. Por ejemplo, cuando Jesús señala que hay que conocer la verdad para ser verdaderamente libres (Jn 8:31-32), está implicando que ese conocimiento impone las responsabilidades, las disciplinas y las obligaciones que trae consigo la liberación del yugo de servidumbre del pecado. Es por eso que el contexto de esa expresión juanina nos permite saber que Jesús condiciona esta libertad a permanecer en la Palabra.

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“31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

Es también por esto que el llamado de Jesús no se circunscribe a soltar el yugo de la esclavitud del pecado, sino que añade que tenemos que estar enyugados con él.

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“29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mat 11:29-30)”[6]

El Señor ha permitido que el COVID-19 ensaye en nosotros otra clase de pedagogía del desierto. Para muchos se trata de lidiar con la soledad. Para otros, ha sido como un horno de hierro que fundió nuestra cotidianidad  y nos confrontó con la agenda de transformación como pueblo, como familia y como individuos….  los procesos de transformación necesarios entre “el horno de hierro de Egipto” y ser “el pueblo de su heredad.”

Las responsabilidades y la disciplina que se nos exigirá van a requerir que nos enyuguemos para responder como pueblo y como familia. Nunca olvidemos que el yugo del Señor es fácil y que su carga es ligera. Sólo enyugados con Él podemos ser capaces de aceptar esa disciplina, esas obligaciones, esos estándares y las consecuencias de nuestras acciones.

La salida, el Éxodo al que nos enfrentaremos requiere que abandonemos ese enanismo del alma, que seamos libertados y sanados de esa “agonía” esclavizadora.  Sólo así seremos capaces de hacer la transición entre el horno de fuego y ser el pueblo de Dios que se goza en cumplir con las responsabilidades que se han definido en la Santa Palabra:

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“9 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; 10 vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.” (1 Ped 2:9-10, RV 1960)

Es interesante que la Biblia señale que todo esto estaba ocurriendo mientras se endurecía el corazón del opresor. Este endurecimiento producía conflictos muy grandes entre el pueblo y sus líderes. Además, desataba unas tormentas y unos conflictos emocionales y de fe muy singulares. Veamos lo que dice el texto bíblico:

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 “8 Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel habían salido con mano poderosa. 9 Siguiéndolos, pues, los egipcios, con toda la caballería y carros de Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los alcanzaron acampados junto al mar, al lado de Pi-hahirot, delante de Baal-zefón. 10 Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera, y clamaron a Jehová. 11 Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? 12 No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto.”   (Éxo 14:8-12, RV 1960)

El Profesor Nahum Sarna abordó este tema del endurecimiento del corazón del faraón en uno de sus libros. Sarna explica allí que el “endurecimiento” tiene la connotación de la supresión voluntaria de la capacidad para la reflexión, para el auto-examen, para el desarrollo de juicios valorativos imparciales acerca del bien y del mal. En resumen, dice él, el endurecimiento del corazón se convierte en sinónimo del adormecimiento del alma, una condición que revela atrofia moral.[7]

A base de lo que dice este renombrado exégeta que enseñó en nuestro país como profesor invitado del Seminario Evangélico de P.R, el pueblo de Israel sufría la esclavitud institucional de un poder moralmente atrofiado. Nadie puede acostumbrarse a esto. Esta realidad es mucho más dolorosa que la esclavitud física que ellos sufrían como pueblo y como individuos.

No hay duda de que los poderes que nos persiguen como individuos, como familia, como Iglesia como país y a nivel global, están atrofiados de la misma manera. Estos son sin duda algunos de los poderes faraónicos que tienen que ahogarse cuando Dios divida nuestro Mar Rojo.

Un dato final: el texto de Éxodo 14:10-12 presenta a los Israelitas alzando sus ojos para ver a los egipcios que venían detrás de ellos. Es muy cierto que el escenario que les sirvieron no era halagador. Al este se encontraba el mar, en el sur las montañas y en el nor-oeste faraón y su ejército. [8] La muerte estaba ante sus ojos. Años más tarde uno de los salmistas de Israel les enseñaba a cantar y a decir que en tiempos como esos uno no alza los ojos para ver los enemigos; uno alza los ojos más allá de los montes para ver que el socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra (Sal 121:1-2).

Unos especialistas en traducción bíblica, Noel. D. Osborn y Howard A. Hatton plantean en un libro preparado para ayudar en las traducciones del libro del Éxodo [9], que esa frase opera como un instrumento para crear el suspenso. En otras palabras, a Dios le gustan los dramas y le gusta crear el suspenso. Sabiendo esto tenemos que formular que la salida después de la cuarentena provocada por el COVID-19 traerá consigo mucho drama, mucho suspenso y muchas invitaciones a mirar a Aquél que dijo lo siguiente:

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“3 No dará tu pie al resbaladero, Ni se dormirá el que te guarda. 4 He aquí, no se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel. 5 Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. 6 El sol no te fatigará de día, Ni la luna de noche. 7 Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma. 8 Jehová guardará tu salida y tu entrada Desde ahora y para siempre.”(Sal 121:3-11, RV 1960)
Referencias
[1] COVID-19 es el nombre de la enfermedad: “Corona Virus Disease-19”. El nombre del virus que la causa es SARS-CoV-2.
[2] Michael Walzer. 1985. Exodus and Revolution. np: BasicBooks (p.21).
[3] Ibid. (p. 22).
[4] Hetcht, Anthony, “Exile,” en “Millions of Strange Shadows” (New York: Atheneum, 1977), (p.45).
[5] Michael Walzer…. “Exodus and Revolution,” (p.53).
[6] El Heraldo, Edición del 11 de marzo de 2018
[7] Sarna, Nahum M.. Exploring Exodus . Knopf Doubleday Publishing Group. Kindle Edition
[8] Lange, J. P., Schaff, P., & Mead, C. M. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: Exodus (Vol. 2, pp. 49–50). Bellingham, WA: Logos Bible Software
[9] Osborn, N. D., & Hatton, H. A. (1999). A handbook on Exodus (pp. 335–351). New York: United Bible Societies.
Colaboradores:

Reflexión pastoral: Rev.  Mizraim Esquilín-García, PhD.  /  Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García  /  Social-Media : Hna. Frances González   / Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa en InDesign CC: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Fotografías gratuitas: Recuperadas de Unsplash.com/Photo by Zac Durant/ Diego PH.  Imagen editada en Photoshop CC: Hna. Eunice Esquilín- voluntaria 3 de mayo del 2020.

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