Reflexiones de Esperanza: Salmo 91: la agenda de transformación (Parte V)

14 Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. 15 Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré. 16 Lo saciaré de larga vida, Y le mostraré mi salvación.  (Salmo 91:14-16)

La reflexión más reciente acerca de los versos del epígrafe nos permitió adentrarnos en las dimensiones de la obediencia. Esto, es la capacidad para escuchar la voz de Dios y para obedecer que se puede desarrollar en medio de los dolores y de las tragedias que la vida puede traernos. Esa reflexión forma parte la batería de- reflexiones acerca de las características que adquieren aquellos que se enfrentan a las tribulaciones en la vida agarrados de la mano del Señor. El Salmo 91 trata con este tema en sus versos finales.

Hasta este instante hemos identificado cinco (5) de esas características. Estas son:

  • Son creyentes que aman a Dios (v.14).
  • Son creyentes que conocen quién es Dios (v.14).
  • Son creyentes que poseen una vida de oración eficaz; dependencia absoluta de Dios (v. 15).
  • Son creyentes que saben que el Señor les acompaña en medio de los procesos que producen angustia (v. 15).
  • Son creyentes liberados, vestidos, adiestrados para recibir y seguir instrucciones celestiales (v. 15).

El análisis de la última característica que hemos mencionado nos llevó a concluir que la meta celestial para el creyente es  liberarlo de sus imperfecciones, del peso que lo asedia, para que pueda correr con confianza y con seguridad (Heb 12:1-2). O sea que nos liberan cuando nos libran.

Decíamos en la reflexión anterior que esos procesos son similares a los que utilizan los orfebres para liberar una piedra preciosa de modo que esta pueda lucir y ser exhibida con alegría. Hay que admitir que los procesos más exitosos para lograr esto son aquellos que nos presentan los terrores nocturnos, las plagas y las amenazas de las fieras que encontramos en la vida. Claro está, cuando las enfrentamos de la mano de nuestro Señor. Esto es, cuando habitamos al abrigo del Altísimo y moramos bajo la sombra del Omnipotente.

Los ejemplos bíblicos son magistrales. Uno de ellos es Jacob con sus huidas, sus peregrinaciones abruptas, su necesidad de abandonar su familia y su batalla con Dios. Jacob no se convirtió en Israel porque Dios lo libró de Esaú o de Labán. Jacob se convirtió en Israel porque Dios lo libró de sí mismo.

Otro ejemplo es José, mal criado por un padre viudo que creía que solo tenía dos (2) hijos (José y Benjamín), vestido con túnicas de colores, enfrentando la ira y el desprecio de sus hermanos, la esclavitud, la cárcel y sus batallas con Dios. José no se convirtió en segundo al mando del imperio egipcio porque Dios lo libró de sus hermanos, de la esclavitud o de la cárcel. José llegó a esa posición porque Dios lo libró de sus memorias, de su pasado, de la inclinación a tener que estar vestido de una túnica de colores para poder ser eficiente y ser feliz. Dios lo libró de sí mismo.

Otro ejemplo es Moisés, nacido como esclavo para vivir como príncipe, criado en palacio para servir en el desierto, calzando sandalias como egipcio 40 años después de haber sido desterrado de su país. Moisés no se convirtió en caudillo y libertador del pueblo de Israel porque Dios lo libró del Faraón. Moisés se convirtió en instrumento en las manos de Dios porque el Señor le libró de su pasado, le reveló su futuro y le enseñó que para poder vivirlo tenía que entregar su presente; descalzarse. Dios lo libró de sí mismo.

Podemos continuar presentando ejemplos bíblicos, David, Daniel, Ezequiel, Isaías, Pedro, Saulo de Tarso, María Magdalena, Ester y Rut son solo algunos de ellos. Todos tienen en común algunas experiencias con el Dios que libra a los suyos. Todos tienen en común haber recibido revelación de lo alto para poder experimentar esa clase de intervención divina.

Dios cumple Su Palabra y nos libra de las amenazas, de la manera que Él escoja hacerlo. Siempre lo hace como parte de la liberación que Él anhela que experimentemos. Esto es parte esencial de Su agenda divina.

Ahora bien, la sexta característica que encontramos en los versos finales del Salmo 91 es que estos fieles viven la vida con certeza y con plena confianza porque ellos saben que Dios los va a glorificar. La acción descrita aquí, en el verso 15, es la traducción del verbo hebreo “kâbôd” (H3519), un concepto que puede ser traducido como llenar de gloria, honrar, esplendor, ser pesado (medido). Este verbo surge del vocablo hebreo “kâbad” (H3513) que entre otras cosas significa honorable, tener peso, poseer nobleza, y prevalecer.

Sin duda alguna esto es lo que Dios hizo con José cuando lo elevó a ser el segundo del Faraón en Egipto. Es también lo que Dios hizo con Daniel en las cortes de Nabucodonosor, de Belsasar y de Darío. Es lo que Dios hizo con Sadrac, con Mesac y Abed-nego en Babilonia. Es lo que Dios hizo con Rut la moabita en Belén y con Ester en la corte de Azuero.

Todos estos ejemplos bíblicos poseen como denominador común que todos ellos fueron sometidos al fragor del dolor, de la aflicción y de las angustias sin que se soltaran de las manos del Señor.

Dios honra a los suyos. Dios ha prometido que exaltará a los suyos. Así lo dice la Santa Palabra:

5 ¿Quién como Jehová nuestro Dios, Que se sienta en las alturas, 6 Que se humilla a mirar En el cielo y en la tierra? 7 Él levanta del polvo al pobre, Y al menesteroso alza del muladar, 8 Para hacerlos sentar con los príncipes, Con los príncipes de su pueblo. 9 Él hace habitar en familia a la estéril, Que se goza en ser madre de hijos. Aleluya.   (Sal 113:5-9)

En otras palabras, el lugar de la prueba, de la amenaza del áspid y del cachorro del león se convierte en una catapulta para alcanzar un sitial de honor. Claro está, cuando hemos decidido enfrentarlos al abrigo del Altísimo y morando bajo la sombra del Omnipotente. Dios decide exhibir la obra de Sus manos.

Es importante señalar que no es el fuego de la prueba el que consigue esto. Los dolores y las angustias no poseen poder alguno para transformar al ser humano. Sabemos que las pruebas poseen su propio fuego. No obstante, es el fuego de la presencia de Dios en medio de estas amenazas el que garantiza nuestra transformación. Es por esto que Dios nos puede exhibir, porque nos hemos sometido a Su poder. No hay un creyente que haya estado ante la presencia de Dios sin experimentar esta transformación. Los creyentes que no han sido transformados no han estado ante esa presencia.

Esto nos hace recordar unas cuartillas que incluimos en uno de los libros que el Señor nos ha permitido escribir:

Para intentar tener una idea un poco más concreta, recordemos las palabras que le dijera el rabino Yeshua ben Chayana al emperador Adriano, cuando éste le pidió que le dejara ver a Dios. La respuesta del rabino fue invitarle una mañana a mirar el sol. Cuando el emperador le dijo que no podía hacerlo, el rabino inmediatamente le preguntó que cómo era posible que Adriano quisiera ver a Dios si no era capaz de siquiera mirar una de las creaciones divinas [1].

Así es la presencia de Dios. Es quemante, es abrazadora. Acercarse a ella es como haberse vestido en un cuarto oscuro y de pronto salir a la claridad del sol. Allí nos damos cuenta de todas las imperfecciones que tiene nuestro ropaje. Así es la presencia de Dios. Nos confronta con nosotros mismos. Nos vemos tal y cual somos.

Pero también nos vemos tal y como Dios quiere que seamos. Eso es realmente impactante. Le concede al adorador-barro un derrotero, una meta que alcanzar. Le provee al adorador-barro conocer las expectativas que tiene Dios con nosotros. Digo nosotros, pues veremos que la revelación divina siempre privilegia la edificación de la comunidad de fe por encima de las expectativas individuales. Y el que "choca" con la presencia de Dios, lo acepta con gran gozo y alegría. [2]

Hace muchos años un anciano de la iglesia que yo pastoreaba para ese entonces me dijo algo que quiero compartir. “Es mejor ser quemados por Dios con su fuego que construye, que ser quemados por Dios con su fuego que destruye.”

La Biblia dice que Jesucristo, como 100 % hombre, pasó por esta experiencia. El fuego del amor de Dios lo procesó hasta llevarlo a la Cruz. Es por eso que Dios Padre lo exaltó y le dio un nombre que es sobre todo nombre. De hecho, la Biblia nos enseña a imitar a Jesús también en esto.

5 Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, 6 el cual: Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, 7 sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, 8 se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz. 9 Por eso Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres, 10 para que, ante ese nombre concedido a Jesús, doblen todos las rodillas en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, 11 y todos reconozcan que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. (Fil 2:5-11, DHH)

Al mismo tiempo, es ese amor de Dios revelado en Cristo el que puede operar la transformación necesaria para que Dios nos pueda exhibir. Un ejemplo magistral de esto lo encontramos en la historia bíblica acerca de un hombre que era un ladrón y que fue crucificado al lado de Jesús. Ese hombre es hoy una de las figuras bíblicas más respetadas y celebradas por toda la Cristiandad. Unas cuartillas del libro antes citado recogen esa experiencia:

El fuego del amor de Dios, el fuego que llevó a Cristo al Gólgota cruel. Un fuego que provocó que se quemara la miopía espiritual de un criminal convicto, al punto que muriendo al lado de uno que solo parecía un estropajo humano, pudo ver en ese de la cruz del centro al Dador de la vida. El fuego del amor de Dios le abrazó la "epidermis" del pecado y de su maldad, exponiendo a la intemperie espiritual su alma necesitada de la salvación divina. Es allí cuando tiene que gritar. Es allí donde se expone a hacer el ridículo frente a sus verdugos. Es allí que no tiene reparos en ignorar la fiebre y la tetania que padecía el de la cruz del centro. Ignorar los dolores, calambres y espasmos que sufre Aquél en el que "no había parecer para que fuese deseado." Ignorar el estereotipo que se dibujaba ante sus ojos y mirar tras las llamas del amor del Padre hasta poder ver que a su lado estaba el León de la tribu de Judá, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, la esperanza de Israel, la encarnación del fuego que le quemaba, el amor de Dios hecho carne.[3]

Quedan muchas áreas de discusión sobre este tema que no han sido cubiertas. Una de ellas es el peso de responsabilidad que este honor coloca sobre los hombros de aquellos que Dios honra. Este es un aspecto medular, que se reviste de mucha importancia. La Biblia dice que el Señor nos pesa, nos mide:

2 Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; Pero Jehová pesa los espíritus. (Prov 16:2)

2 Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; Pero Jehová pesa los corazones (Prov 21:2)

12 Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, Y dará al hombre según sus obras. (Prov 24:12)

Todas estas citas bíblicas utilizan la acción de pesar (“tâkan”, H8505) para describir la acción de juzgar y/o examinar las intenciones del espíritu y del corazón. Esto incluye la descripción del conocimiento pleno que Dios tiene de todas las cosas, incluyéndonos. Otra vez, el vocablo hebreo significa pesar, medir, estimar, retar, nivelar, pero es utilizado en estos versos para describir cuánto y cómo nos conoce Dios.

El conocimiento que Dios tiene acerca de nosotros incluye cuánto pesa aquello que no debemos llevar sobre nuestros hombros. Dios no nos obliga a dejar ese peso a un lado. Dios nos pide que lo hagamos voluntariamente. Esto forma parte del libre albedrío que poseemos.

1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,   (Heb 12:1-2)

Debemos percatarnos que no se trata de solo despojarnos del peso del pecado. Se trata de dejar “a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda” (Heb 12:1, DHH). Esa tarea es volitiva y Dios espera que la aceptemos.

Esa decisión y ese proceso se desarrollan ante la presencia de Dios; al abrigo del Altísimo. Esos procesos están acompañados de las experiencias de ser librados y ser libertados que describimos anteriormente. Son estas las que nos permiten concluir que esos procesos nos conducen a quitarnos de encima aquello que no debemos llevar para que Dios pueda poner sobre nosotros el peso que sí debemos cargar. Es de esta manera que aprendemos a ver la vida con los ojos de Dios y no con los nuestros.

Esto es lo que dice la Biblia en una de las cartas paulinas:

17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.; (2 Cor 4:17-18)

Cerramos esta reflexión citando otras cuartillas del libro antes mencionado:

“Cuando el artista de porcelana china concluye su obra de arte, es porque ya la ha quemado todas las veces que sea necesario, la obra de arte resuena como música (recuerda la definición china de porcelana), puede firmar su nombre con tinta de oro en la base de ella y en los tiempos de la dinastía imperial Ming, podrá ser exhibida en el "Chung Ho Tien" (Salón de la Armonía Completa)[4].

Todo adorador-barro debe entender que el propósito de todos estos procesos divinos es el de crear una vasija de tal calidad que permitan que el "Gran Artista" pueda estampar su firma en la base de cada uno de nosotros. Ese es su plan, desde el instante en que nos exige pagar el precio y nos saca las burbujas, hasta el instante en que nos mete al horno.

Estemos pues, dispuestos a hacer nuestras la palabras del apóstol Pablo en 2 Corintios 4:7;

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros.[5]

El escritor del Salmo 91 dice en el verso 15 que Dios opera en nosotros unos procesos de transformación para luego exhibirnos como hijos suyos en los cuales Él halla contentamiento.
Referencias:

[1]  A. Cohen. 1949. Everyman's Talmud. Nueva York: Schocken Books. p.3.

[2] Mizraim Esquilín. 1995. El Despertar de la Adoración. Miami: Editorial Caribe. p. 78.

[3] Ibid. pp. 85-86.

[4] Enciclopedia Británica, edición 15, volumen 17. "East Asian Arts" (Artes en el este de Asia), p. 649.

[5] Mizraim Esquilín. 1995. El Despertar de la Adoración. Miami: Editorial Caribe. p. 88.

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