January 26th, 2022
“15 Por esto, como sé que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y amor para con todo el pueblo santo, 16 no dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándolos en mis oraciones. 17 Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente.” (Efesios 1:15-23, Dios Habla Hoy)
Hemos estado sumergidos en el análisis del significado de los conceptos que Pablo utiliza en la primera parte de la primera oración que él levanta a favor de la Iglesia de la ciudad de Éfeso. El tema de la revelación ha ocupado el centro de nuestras discusiones más recientes. Hemos concluido que la revelación que este Apóstol pide es una que produce transformaciones.
Reflexionábamos acerca de esto en algunos de los boletines de El Heraldo del mes de marzo del año 2008. A continuación algunos párrafos de la reflexión publicada el 2 de marzo de ese año:
“Buscar la presencia de Dios implica transformación y cambios. Esta expresión, por sencilla que parezca, posee en sí misma un peso avasallador. Esto es así porque el concepto “trasformación,” en muchas ocasiones implica la muerte o la desaparición de algo. Las orugas que se transforman en mariposas saben mucho acerca de esto. No es muy diferente en la dimensión espiritual. La transformación de un creyente implica la muerte del viejo hombre, de la pasada forma de vivir, de posicionarse en una dimensión de vida que nos permita exclamar como San Pablo: “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí.” (Gal 2:20)
Buscar la presencia de Dios también implica un proceso que podemos muy bien clasificar como una calibración. La calibración es la acción de calibrar o establecer las gradaciones, indicar valores o posiciones de algo en particular. Calibrar es el proceso de certificar el calibre de un instrumento u objeto. Es la determinación y/o rectificación de las marcas graduales de un instrumento. Es la estandarización de un instrumento mediante su comparación con un estándar. Es el proceso de ajustar un instrumento con precisión para una función en particular. Se me antoja pensar que la búsqueda de la presencia de Dios implica calibraciones dado el hecho de que la Biblia repite en muchas ocasiones que a Dios le gusta pesar el alma, el corazón y el espíritu de los seres humanos.
En Proverbios 16:2 nos dicen lo siguiente:
“2 Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; Pero Jehová pesa los espíritus. 3 Encomienda a Jehová tus obras, Y tus pensamientos serán afirmados.”
“2 Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; Pero Jehová pesa los espíritus. 3 Encomienda a Jehová tus obras, Y tus pensamientos serán afirmados.”
El concepto traducido aquí como “pesar” proviene del hebreo “takan” (H8505), que puede ser traducido como “balancear,” “pesar,” “medir,” “organizar,” “ecualizar,” y/o “nivelar.” Es el mismo concepto usado en Proverbios 21:1-2, donde nos dicen lo siguiente:
“1 Como los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de Jehová; A todo lo que quiere lo inclina. 2 Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; Pero Jehová pesa los corazones.”
Así mismo lo encontramos en Proverbios 24:12, en donde podemos leer lo siguiente:
“12 Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, Y dará al hombre según sus obras.”
Más de uno se ha preguntado qué cosas puede pesar Dios cuando pesa el corazón. Me parece que la Biblia nos ofrece algunas pistas cuando nos dice que la ira del necio es más pesada que la arena y que la piedra (Prov 27:3). Por otro lado, nos han dejado saber que Dios discierne hasta los pensamientos y las intenciones del corazón a través de su Palabra (Heb 4:12).
Ya sabemos que Dios es capaz de pesar estas cosas y que él considera que nuestros corazones se pueden inclinar hacia cualquier cosa. Siendo esto así, es muy fácil concluir que a Dios se le “ocurra” calibrar ese corazón para determinar en qué dirección es que este necesita ajustes. Ese proceso de ajustes es muy bien un proceso de calibración. Sí, Dios calibra el alma, el corazón y el espíritu del creyente.
Ahora bien; ¿qué propósitos adicionales pueden traer consigo estos procesos de calibración divina? Me parece que uno de esos propósitos es el de desarrollo del carácter de la oración. Estoy convencido de que la oración tiene su propio carácter. Aún en aquellas ocasiones en que parezca no poseerlo, la ausencia de ese carácter representa o tipifica el nivel de carácter que tiene la oración. Esto es, si un creyente posee una vida de oración carente de carácter, se puede decir que el carácter de la oración de ese creyente está en cero.
He desarrollado una opinión informada acerca de esto a través de los años. Me parece que los últimos 20-25 años en la vida evangélica me han llevado a varias conclusiones al respecto.
- La primera de ellas es que hemos desarrollado muchas capacidades para la oración carismática y muy pocas destrezas para el desarrollo del carácter de la oración.
- La segunda es que la frase oración carismática describe la oración que busca satisfacer las necesidades de las manifestaciones del poder de Dios en forma de milagros, prodigios, señales, ministración por medio de dones del Espíritu, etc. Este tipo de oración es en sí misma excelente.
- La tercera es que a pesar de lo mucho que podemos disfrutar las manifestaciones carismáticas, estas no son una garantía de espacios o ambientes para madurar y crecer en la fe.
El lector debe entender que la fe necesaria para el desarrollo y el crecimiento del creyente no llega a través de los milagros. Esa fe viene por el oír y el oír la Palabra de Dios. Se cuentan por miles los creyentes que han pasado por las experiencias del carismatismo y aun así han abandonado la vida en la Iglesia. Es necesario que el lector entienda que el que escribe es un defensor acérrimo de las manifestaciones carismáticas. Yo nací, me crié en ellas y defiendo las manifestaciones de los dones del Espíritu. Sin embargo, creo que este tipo de oración que hemos mencionado, la oración carismática, puede dejar al creyente en un “ciclo parasitario” que promueve la inmadurez, el engreimiento, la desobediencia y la inconsistencia. Esto es, la ausencia del desarrollo del carácter del creyente y del carácter de la oración.
Es un ciclo parasitario porque siempre está requiriendo más de esas manifestaciones, al mismo tiempo que anquilosa las capacidades de nuestro espíritu para mantenernos firmes en aquellos momentos en los que Dios decide guardar silencio o actuar de una manera distinta a la que procuramos o aspiramos.
Es aquí donde creo que a Dios le place insertar las agendas de calibración del alma. Sabemos que Dios siempre ha procurado que nuestra fe, nuestra vida y nuestra oración desarrollen carácter. Cuando Dios mira los repartimientos de nuestro corazón ya sabe que sus procesos para calibrarnos nos ayudarán a entender y aceptar cuál es el calibre de nuestro espíritu. Dios sabe que esto nos ayudará a entender y aceptar sus determinaciones y/o rectificaciones de las marcas del Espíritu en nosotros.
Esta intervención nos ayudará a mirar con detenimiento la estandarización de nuestra alma mediante su comparación con el estándar; esto es Cristo, el Varón perfecto (Efe 4:13). La calibración nos ajustará con precisión para una función ministerial en particular.
La finalidad de este proceso será el desarrollo de una dimensión de la vida de oración que posee carácter. En nuestra próxima reflexión estaremos analizando el modelo de la vida de oración de un personaje muy interesante llamado Caín. Adelantamos que sus diálogos con Dios pueden ser considerados muy carismáticos, sin embargo el resultado de sus acciones revelan, sin duda alguna que el carácter de su oración estaba en cero.
Todo creyente debe ser capaz de retratarse en las enseñanzas de esa historia bíblica a fin de saber poner en acción y/o aceptar las medidas correctivas pertinentes antes de llegar a la práctica de las conductas aberrantes observadas en la historia narrada en Génesis 4.”[1]
La oración paulina que estamos examinando procuraba que la Iglesia en Éfeso pudiera ser capaz de experimentar esta dimensión de la calibración divina.
Nos parece que hace falta un ejemplo práctico que nos permita capturar la necesidad de estos procesos de calibración. En mis años en la industria farmacéutica tuve el privilegio de dirigir áreas de manufactura así como de control de calidad. Los años dedicados a dirigir laboratorios químicos junto a otros departamentos de servicios técnicos y de control de calidad me enseñaron algunas cosas acerca de las calibraciones. En esa clase de industria existen especificaciones y procedimientos de operación estandarizados que incluyen las calibraciones de casi todo lo que uno se puede encontrar en esos edificios. Por ejemplo, existen regulaciones para la calibración de las balanzas que serán utilizadas para realizar hacer las pruebas requeridas a los productos que se están manufacturando. Muchas de estas balanzas son analíticas y leen el peso de lo medido a con una precisión de 0.0001g. Esto es, a cuatro lugares decimales.
Esas balanzas requieren ser calibradas periódicamente y en algunos casos hay productos en los que se requiere la calibración de las mismas antes de que se les vaya a utilizar. Existen unos estándares certificados para esta labor y estos no pueden ser tocados con las manos.
Creemos que esto es lo mismo que hace el Señor con nosotros. El Dios del cielo nos calibra periódicamente y hay ocasiones en las que tiene que hacerlo justo antes de poder utilizarnos.
El poder de la oración que trae revelación es vital en todos estos procesos. El estándar certificado que se usa no puede ser tocado con las manos y es por esto que es el Espíritu Santo el que lo trae y lo aplica.
Una declaración central de la reforma protestante es la siguiente: “LEX CREDENDI LEX ORANDI.” Esto es, la forma que creemos determina cómo oramos. La teología sistemática ha concurrido con que la forma en que creemos también determina como adoramos. De esta manera creer, orar y adorar están íntimamente ligados. Ahora bien, no se puede adorar sin admirar y sin amar. Se puede admirar y amar sin adorar, pero no se puede hacer lo opuesto. Esta verdad lanza al creyente en Cristo al desarrollo de su madurez porque la combinación de las dimensiones del amor y la admiración del que adora contribuyen al desarrollo del carácter de la adoración. Por ende, al desarrollo del carácter del creyente.
Cuando estas declaraciones axiomáticas son aplicadas de forma positiva los resultados que obtenemos parecen estar vestidos de eternidad. Cuando estas declaraciones axiomáticas son aplicadas de forma negativa, los resultados que obtenemos son nefastos.
Hay que puntualizar que la definición del concepto admiración (“admire”) no permite que esta pueda ser desarrollada sin destacar una relación personal con aquello que se admira o con la persona que se admira. Ese concepto en latín posee el prefijo “ad” que significa “hacia,” “cerca,” “junto,” o “para.” También posee el sufijo “mire” (mirus, mirum), que significa “maravilloso,” “sublime,” “destacable,” “sorprendente,” o “extraordinario.” O sea, que solo podemos admirar aquello que conocemos personalmente, que tenemos cerca, que está a nuestro lado, que caminamos hacia o para ello y/o con lo que tenemos una relación personal.
La vida de oración que trae revelación amplía esta oportunidad. La revelación de Dios nos conduce a admirar a Dios. Esa admiración nos conduce a adorarle en Espíritu y en verdad. Ese proceso produce transformación, porque nadie puede adorar en esa dimensión sin ser transformado.
La Biblia nos ofrece un ejemplo monumental de ambos escenarios en el capítulo 4 del Libro de Génesis (Gen 4:3-15).
Se desprende del pasaje que ambos hermanos poseían una buena relación con Dios. Ambos podían hablar con Dios como el que habla con un amigo, amén de que lo hacían de manera frecuente y casual. Es más, la Biblia implica que en muchas ocasiones era Dios el que les venía a buscar para dialogar con ellos.
Es Caín el que comienza el proceso y el proyecto de traer ofrendas delante del Señor. Este proyecto comienza “andando el tiempo,” o en el “mikkets yamin” una frase que muy bien puede estar identificando una fiesta significativa como el aniversario de la creación o el Sabbath. Allí se presenta Caín trayendo ofrendas de gratitud. Esto es, una ofrenda compuesta por algo del fruto de su labor en la tierra. La Biblia también nos dice que Abel decide seguir el ejemplo de su hermano (“Y Abel trajo también…”) y resuelve que su ofrenda será sacrificial o de adoración. De alguna manera Abel había entendido, a través de sus conversaciones con sus padres y con su Amigo Dios, que no había manera de realizar un proyecto como éste sin que mediara el derramamiento de sangre de un cordero.
La Biblia enseña que la ofrenda de Caín no fue aceptada porque su actitud no fue la correcta. La frase “si bien hicieres” indica que Dios había visto que Caín no había hecho bien. La Biblia también enseña que esa actitud no fue considerada como una actitud pecaminosa. La frase “el pecado está a la puerta” implica que éste aún no había entrado al corazón de Caín. La Biblia dice que Dios pudo observar que el corazón de Caín se había ensañado y que las evidencias de esto se notaban en su rostro (semblante decaído).
Todos estos datos nos permiten observar que la ofrenda presentada por Caín parece haber estado carente de admiración y de amor por el Creador. Varios elementos de ese texto nos permiten llegar a esa conclusión. Uno de ellos es que la adoración de Caín no le transformó el corazón. Su ofrenda parecía más un “lip service” (falsa alabanza) que otra cosa. Otro elemento es que ese corazón ensañado revela el estado de la conexión del corazón de este adorador con la adoración. El descubrimiento de las emociones y los sentimientos del corazón de Caín revelan que su adoración estaba muerta.
La combinación de ambos elementos nos llevan a la conclusión de que aunque Caín sabía hablar con Dios y sabía escucharle, no había decidido amarle ni admirarle. Un último elemento, que nos lleva a apuntalar estas conclusiones, es la reacción de Caín ante los planteamientos que Dios le hace; Caín decide desoír a Dios y no obedece. Esta actitud es categórica toda vez que la Biblia dice que el ama a Dios guarda su Palabra (Jn 14:23) y que hacer lo que Dios manda nos convierte en sus amigos (Jn 15:14). No olvidemos que no se puede adorar sin amar y sin admirar.
Por otro lado, si orar es hablar con Dios, Caín no solamente sabía orar y sabía escuchar a Dios, sino que sabía recibir instrucciones específicas a través de la oración. Ahora bien, recordemos el “LEX CREDENDI LEX ORANDI.” Los resultados de esta historia nos dejan ver que es obvio que la forma en que Caín creía no se parecía a lo que cree Dios. Por lo tanto su vida de oración habrá podido ser muy carismática (oír a Dios, dialogar con él, etc.) pero carecía de carácter. La oración que posee carácter sabe obedecer.
La buena noticia detrás de esta historia es que por encima de las reacciones y actitudes que observamos en Caín, Dios decide marcarle con una señal de gracia y misericordia. Esto es, un fratricida que mata con alevosía recibe como regalo de la gracia divina toda una vida para reconsiderar su posición y venir arrepentido delante del Dios que espera para perdonar y restaurar.
Caín es sin duda alguna el epítome de las malas aplicaciones de los axiomas postulados en esta reflexión. Los resultados observados en su vida apuntan a que aunque él pudo alcanzar buscar, conocer y recibir la Presencia de Dios, no fue capaz de obtener los mejores beneficios de su relación con el Creador toda vez que su relación con el Eterno carecía de amor y de admiración.
Estas aseveraciones nos conducirán a otros escenarios de la primera oración que Pablo levanta en la Carta a Los Efesios.
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[1] El Heraldo del 2 de marzo de 2008.
[1] El Heraldo del 2 de marzo de 2008.
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