833 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 30 de enero 2022

Un año nuevo: un año de sanidad y de restauración, de revelación y de transformación. (Pt. 5) Reflexión por el Pastor/Rector: Mizraím Esquilín-García
833 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 30 de enero 2022
 

“3 Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jer 33:3)
            La palabra profética de Jeremías nos ha cautivado. Nos ha impactado el anhelo de Dios de querer darnos a conocer, de enseñarnos los tesoros que están en lo profundo de Su corazón (1 Cor 2:9-10).

Un dato interesantísimo que solo estudiamos de forma superficial es que todo esto está al alcance de la oración, al alcance del clamor.

Nosotros no detuvimos en el año 2008 a estudiar algunas de las vertientes y de las implicaciones  de lo que es la oración. De hecho, la reflexión de El Heraldo del domingo 17 de febrero de ese año fue dedicada a la presentación de algunas conclusiones acerca de este tema. Compartimos allí que los escritos producidos por un gigante del Evangelio llamado Edward McKendree Bounds se han convertido en parte esencial de los clásicos de la fe e instrumentales en cuanto al tema de la oración se refiere[1]. Esto es así porque el Pastor Bounds llegó a un momento de revelación cuando entendió que la oración protege la fe y la aumenta. Cuando él compartió ese axioma lo hizo aseverando que la fe nos provoca a la oración, pero la oración produce hambre por la fe y la verdad. Bounds decía algo más: él decía que la oración nos santifica porque nos acerca y nos confronta con la Justicia de Dios (Efe 6:14). Añadió a esto que la oración nos prepara y fortalece (v.15, calzado). Él dijo que la oración facilita al Espíritu que nos recuerde el mensaje de Cristo (v. 17, yelmo). Además, que la oración provoca que el corazón esté lleno de la Palabra de Dios (v. 17, espada).

             Decíamos en esa reflexión que Bounds abunda sobre este aspecto de la relación fe-oración cuando argumenta que la fe se mantiene viva con la oración y que cada paso que se da en el proceso de ver la gracia ser añadida sobre la gracia (Jn 1:16), es mucho más efectivo si está acompañado por la oración.

 Bounds decía que la fe que crea y genera una oración poderosa es aquella que se centraliza en una “Persona Poderosa”: en Cristo el Señor. Sí, la fe puesta en las capacidades y habilidades de Cristo para hacer cosas grandes y maravillosas, es la fe que genera oraciones poderosas.
 Sobre este aspecto, Bounds cita los casos del leproso que le pide a Jesús (“si quieres, puedes limpiarme…” (Mat 8:2; Lcs 5:12). Y el de Marta y María con la enfermedad de su hermano Lázaro (Jn 11). En el primero de ellos es obvio que el enfermo no duda de las capacidades que tiene Jesús. El no apela a las capacidades de Jesús; las da por sentadas. El apela al deseo del corazón de Dios hecho hombre. En el segundo, las hermanas de Lázaro no tienen otra cosa que hacer sino sentarse a esperar a que Jesús llegara a su casa; cuando él así lo estimara adecuado y conveniente. Marta y María tenían que seguir orando y esperando. El “retraso” de Jesús es explicado por él mismo cuando argumenta que se alegra que ese sea el momento en que decidieran ir a la casa de su amigo ya muerto; para que pudieran creer (Jn 11:15)
 Ahora bien, dentro de las muchas expresiones citables que Dios le inspiró a este hombre se encuentra una que dio base al punto central de la reflexión del 17 de febrero que estamos citando aquí:
  “What the Church needs to-day is not more machinery or better, not new organizations or more and novel methods, but men whom the Holy Ghost can use -- men of prayer, men mighty in prayer.  The Holy Ghost does not flow through methods, but through men.  He does not come on machinery, but on men.  He does not anoint plans, but men -- men of prayer.”
 
 Traducción libre:
 [Lo que la Iglesia necesita el día de hoy no es más o mejor maquinaria, no son nuevas organizaciones o métodos innovadores, sino hombres que el Espíritu Santo pueda usar--hombres (y mujeres) de oración, hombres (y mujeres) poderosos en la oración. El Espíritu Santo no puede fluir a través de métodos, sino a través de hombres (y mujeres). Él no viene (a llenar) maquinarias, sino hombres (y mujeres). El no unge planes, sino hombres (y mujeres)--hombres (y mujeres) de oración.]
 
La Biblia está llena de ejemplos poderosos que testifican a favor de lo explicado en el párrafo anterior. Si analizamos algunos de ellos, encontraremos que existe un patrón estandarizado en estos procesos de oración, amén de un valor adscrito y reconocido por todos los que están alrededor del que ora.

 Por ejemplo, en Éxodo 8:8-14, es Faraón el que le pide a Moisés y a Aarón que oren para que la plaga de las ranas fuera quitada. En ese pasaje es Moisés el que pregunta (con picardía, ironía o sarcasmo): “¿cuándo debo orar por ti?” Faraón, un inconverso y enemigo del pueblo de Dios, tiene que reconocer el poder que reside en unos hombres que saben hablar con Dios; clamar a él. Estos hombres de oración, oran con una especificidad tal, que pueden adelantar cuáles serán los resultados de la oración:
  “Y las ranas se irán de ti, y de tus casas, de tus siervos y de tu pueblo, y solamente quedarán en el río.” (Éxo 8:11).

  En el capítulo 17 del Libro de Éxodo Israel se encontraba en una de las batallas más importantes y decisivas de su historia como pueblo. El pueblo sabía que la victoria no dependería de cuantas tropas pudiera haber en el campo de batalla, sino de cuánto tiempo pudieran estar en alto las manos de los que oraban. El general a cargo de las tropas debió haber aprendido esto muy bien, pues cuando le tocó a él la triple función de líder religioso, político y militar, no vaciló en dejar de hacer un alto en una batalla para pedir algo inusual:
  “12 Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas: Sol, detente en Gabaón; Y tú, luna, en el valle de Ajalón. 13 Y el sol se detuvo y la luna se paró, Hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos. ¿No está escrito esto en el libro de Jaser? Y el sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero. 14 Y no hubo día como aquel, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque Jehová peleaba por Israel.” (Jos 10:12-14)

              En Éxodo 33 Dios amenaza con abandonar la custodia personal de Israel, custodia que tenía hasta ese momento. El clamor de un hombre poderoso en la oración cambió el parecer del corazón de Dios. En 1 Samuel 7, el pueblo de Israel reclama la presencia de un anciano que fungía como sacerdote, como juez y como profeta. El reclamo no giró alrededor de la necesidad de dirección militar o socio-política. Israel quería que el “viejo” no dejara de orar (1 Sam 7:8). La Biblia dice que este hombre, poderoso en la oración, clamó a Jehová por Israel, y Jehová le oyó (1 Sam 7:9).

             En 1 Reyes 8, así como en 2 Crónicas 6 y 7, el rey más sabio de toda la historia humana, se acerca a Dios en oración de intercesión por su pueblo. Dentro de sus peticiones se destacan las convicciones que tenía. Él sabía que su pueblo era imperfecto y que por ende le fallaría a Dios. Su clamor, el clamor levantado por un hombre poderoso en la oración, culminó con una visitación celestial única: “Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (2 Cro 7:1-2).

             Los ejemplos son interminables. Es Daniel intercediendo por el pueblo (Dan 9: 3, 17, 21). Se trata de Zacarías reclamando espíritu de oración (Zac 12:10). Son los Apóstoles junto a María, la madre de Jesús, orando hasta que descendiera la unción y el poder prometido (Hcs 1:14). Es la Iglesia orando por un Apóstol preso (Hcs 12:5). Es Pablo destacando la necesidad de orar como un reclamo para los creyentes de todas las generaciones (Rom 12:11). Es Pablo orando por la Iglesia en Éfeso, para que conozca el poder de Dios y reciba revelación (Efe 1:15-23; 3:14-21)

             Observemos que todos los ejemplos antes citados apuntan al poder de la oración como uno que sobrepasa todas las otras capacidades, habilidades o “ministraciones” que podamos poner en función. La Biblia nos dice que hay que orar en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos (Efe 6 18). Ella nos dice que hay que perseverar en ella (Col 4:2). Ella dice que es la oración la que salvará al enfermo (Stg 5:15).

 La búsqueda de la presencia de Dios solo puede ser desarrollada con éxito cuando en la Iglesia se levantan hombres y mujeres poderosos en la oración.
 Ahora bien, Jeremías indica que lo que Dios espera de nosotros es algo más que la oración. Él dice que la invitación de Dios es para que clamemos.
  “3 Clama a mí, y yo te responderé……”

  Compartimos en nuestras reflexiones acerca de este verso bíblico que el concepto que se traduce aquí como clamar es “qârâʼ” (H7121).  El salmista usa este concepto en el Salmo 22 cuando dice lo siguiente:

  “2 Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo. 3 Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel. 4 En ti esperaron nuestros padres; Esperaron, y tú los libraste. 5 Clamaron a ti, y fueron librados; Confiaron en ti, y no fueron avergonzados.” (Sal 22:2-5, RV 1960)
 
 El salmista dice aquí que las generaciones anteriores a él decidieron esperar confiadamente, clamar desde la angustia o públicamente, y volver a esperar con plena confianza.
 Ahora bien, el concepto traducido como “clamaron” usado en el verso cinco (“zâʽaq”, H2199) no es el mismo que el usado en el verso dos (2) (“qârâʼ”, H1721). Este es el que Jeremías utiliza en el verso tres del capítulo 33 de su profecía.

 El utilizado en el verso cinco (“zâʽaq”, H2199) es uno que describe una oración personal e íntima. Ese concepto es utilizado en 71 ocasiones en el Antiguo Testamento. El concepto traducido como “clamo” en el verso 2 (“qârâʼ”, H1721), es usado en 705 ocasiones en el Antiguo Testamento. Casi siempre se utiliza para llamar a alguien o a algo por su nombre.

 El primero se utiliza para describir el grito de los israelitas en Egipto (Ex 2:23), grito que movió el corazón de Dios. Es usado para describir el clamor en la angustia de un pueblo cuando necesitaba liberación y dirección (Jue 3:9; 15; 6:6,7; 10:10). Es usado para describir el clamor de un pueblo ante el dolor de saberse derrotado por sus enemigos y haber perdido el Arca del Pacto, símbolo de la Presencia de Dios (1 Sam 4:13). Es también usado por Nehemías para describir el clamor que levantaba el pueblo de Israel cada vez que reconocían que habían pecado delante de Dios y suplicaban su favor (Neh 9:28). Es usado para describir los gritos que da una mujer cuando está de parto (Isa 26:17). Es usado por otro de los profetas para describir el tipo de clamor que Dios espera de los sacerdotes y de su pueblo cuando se requiere la intervención de Dios (Joel 1:14). Es el tipo de oración que David levanta cuando estaba en la cueva de Adulam (1 Sam 22) y que se recoge en uno de los salmos (Sal 142:1,5). Al mismo tiempo, este concepto es usado para describir convocatorias y asambleas (Jos 8:16; Jue 4:10,13; 6:34; 1 Sam 14:20; 2 Sam 20:4,5).

 El lector debe haber intuido que el resumen de este concepto no es complicado. Las generaciones que nos antecedieron experimentaron las intervenciones de la mano de Dios porque sabían reunirse a buscar el rostro de Dios. Su clamor podía ser hasta un grito desesperado, pero ellos sabían reunirse a orar como un solo hombre. Lo sabían hacer convirtiendo el lugar de reunión en una sala de parto, en la que se puja y se grita hasta que se obtiene la criatura esperada, reconociendo y confesando los pecados, describiendo la vergüenza y el dolor que se siente cuando se descuida la presencia de Dios y uno se sabe derrotado por enemigos que debieron ser derrotados por el pueblo de Dios. ¡Qué concepto poderoso ha esgrimido el salmista!

 En cambio, el clamor del verso dos (“qârâʼ”, H1721) emana de la confianza, del conocimiento del nombre de Aquél al que se está llamando, al que estamos invocando. Ese conocimiento, el de los nombres de Dios implica un grado alto de seguridad.

 Estos datos nos conducen a algunas conclusiones. Una de ellas tiene que ver con la fe que generan estas clases de clamor. La fe de un creyente será tan buena como lo sea aquello o Aquél en lo que el creyente la haya depositado. Además, la fe requiere de algunas cosas. Las primeras dos (2) son conocimiento y confianza.

 Una explicación sencilla de esto requiere señalar que la fe no se da en el vacío. Ella requiere conocer la fuente, el depósito, el objeto y el sujeto de la fe para confiar en este. Un ejemplo de esto lo encontramos en los laguitos que se congelan en los inviernos septentrionales (norte) y australes (sur) del planeta. La gente que decide meterse a patinar en ellos con plena confianza sabe que esa confianza emana de saber cuándo el espesor de la capa de hielo es el suficiente para patinar en este sin riesgo a que el mismo se quiebre. O sea, cuándo las temperaturas han estado lo suficientemente frías para producir este hielo y por cuanto tiempo han estado así. Esto es confianza generada por el conocimiento que tenemos en aquello en lo que hemos puesto nuestra fe. Nunca vaya a patinar en hielo en un lago con alguien que no ha hecho este ejercicio.

 La Biblia dice que la fe es certeza pero es también convicción (Heb 11:1). Ambos conceptos tienen que ir de la mano. El conocimiento de Dios sin la confianza puesta en Él es un ejercicio en futilidad (Tit 1:15-16). Al mismo tiempo, confiar sin convicciones es un ejercicio puramente emocional muy peligroso, porque nos puede dejar sin fundamentos para seguir adelante en cualquier momento.

 Los creyentes tenemos que conocer la fuente de nuestra fe (Heb 12:2), conocer el depósito de esa fe (2 Tim 1:12,14) y decidir discernir entre el objeto de la fe (agradar a Dios es el mayor de ellos, Heb 11:6) y el sujeto de nuestra fe.

 Un ejemplo de lo antes dicho lo encontramos en una de las historias de Abraham. Dios tenía que conseguir que Abraham identificara si tenía puesta su fe en el objeto de la fe o en el sujeto de la fe. Abraham podía estar convencido de que el objeto de su fe (Isaac) era indispensable para agradar a Dios. Esa clase de fe no le ayudaría mucho. En cambio, sería muy provechoso asegurarse de que su fe estuviera puesta en el Sujeto de la fe (1 Ped 1:21).  La ventaja que tenemos los Cristianos es que el Espíritu Santo ha sido enviado para ayudarnos en todo esto.
             
Desde este punto de vista, una fe pobre es sinónimo de pobre conocimiento de la persona (sujeto) de Dios, y pobre capacidad para confiar en Él.

 La fe también requiere acción. El concepto “confiar” es un verbo que denota mucho más acción del que aparenta. Un trapecista moviendo un barril sobre una cuerda a 40 pies de altura y 500 pies de largo puede hacer este ejercicio 100 veces hasta producir en nosotros la convicción de que lo ha dominado y que el ejercicio no representa dificultad alguna para el artista. Esto ya es entonces conocimiento, certeza. En cambio, las cosas cambian cuando él decide acercase a uno de nosotros y nos invita a que le permitamos llevarnos sobre sus hombros mientras vuelve a repetir el ejercicio. En ese instante necesitamos ejercitar la confianza. Podemos creer con pleno convencimiento de que el artista lo puede hacer por sí mismo y para sí mismo, pero podemos no estar convencidos de que lo pueda hacer para nosotros y con nosotros. Esto requiere convicción.

 Las aplicaciones de todo esto son interminables. Le invito a considerar una de ellas a modo de sustentar esta aseveración. Basta analizar los resultados de todo esto cuando uno define el concepto “mayordomía:” lo que por la fe hacemos con aquello que Dios nos ha conferido (talento, tiempo, tesoro, etc.). La confianza y el conocimiento llevan a otro nivel la discusión y el significado de ese concepto.

 La Biblia nos dice que debemos ser capaces de identificar a aquellos que han desarrollado la herramienta de la fe y procurar imitarles en el ejercicio de esas destrezas (Heb 13:7). El salmista nos dice que algo similar en el Salmo 22:4-5. El salmista nos está recordando que las generaciones de creyentes anteriores a la nuestra, estaban llenas de hombres y mujeres que ejercitaron bien su fe. Ellos, enfrentando muy bien los retos, las crisis, los problemas y las oportunidades de su tiempo decidieron confiar y esperar en Dios, a quien conocían íntimamente. Además, no perdieron su tiempo en otra cosa, sino que escogieron clamar como pueblo, a viva voz, con dolores de parto hasta que Dios decidiera demostrar su misericordia sobre el pueblo (Sal 123).

 Un dato interesante es que el salmista sabe todo esto, sin embargo se considera sí mismo un gusano (vs 6). Ahora bien, la segunda conclusión es que Jeremías sabe que la fe de aquellos que claman hará la diferencia.
 
   [1] The Complete Works of E.M. Bounds on Prayer: Including: Power, Purpose, Praying Men, Possibilities, Reality,
   Essentials, Necessity, Weapon.  Chump Change, (August 24, 1913).

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