Reflexiones de Esperanza: Efesios - Cristo y la Iglesia (Parte IX) - Aplicaciones prácticas

“19 Por eso, ante Dios ustedes ya no son extranjeros. Al contrario, ahora forman parte de su pueblo y tienen todos los derechos; ahora son de la familia de Dios...”  (Efesios 2:19, TLA)

La metáfora que describe la Iglesia como la familia de Dios ocupó el centro de nuestra reflexión anterior. Hablar de la Iglesia como la familia de Dios o como la familia de la fe (Gál 6:10) es hablar de algo que va mucho más allá que la intención de describir las relaciones que deben existir en la Iglesia.

La Iglesia como familia sirve para describir el centro, el “locus”, en el que se desarrolla la formación espiritual. No olvidemos que esta clase de formación ocurre primariamente en el contexto de la comunidad. Es el desarrollo de la fe desde el contexto que ofrece el “nosotros” y no desde el contexto que ofrece el individualismo que predica la sociedad posmoderna. Esto es así porque la fe que se desarrolla desde el “yo” y no desde el “nosotros” contraviene los principios que le dan forma a la Iglesia, incluyendo el de la oración. Un buen ejemplo de esto es la oración del “Padre nuestro.” ¿Cómo podríamos orar así desde una fe que se desarrolla basada en el “yo”?

La teología sistemática define la Iglesia como una señal y un instrumento de la comunión con Dios, constituida por hombres y por mujeres que han sido convocados por Dios para anunciar el gozo del Evangelio al mundo entero.

Esas demostraciones alcanzan otras dimensiones cuando internalizamos que lo hacemos como familia de Dios. No olvidemos que la familia existe para generar vida al mismo tiempo que solidifica el compañerismo de sus miembros hacia un futuro común. La estabilidad de una familia es clave para poder alcanzar que ese futuro sea uno esperanzador. Esto es cierto para las familias coterráneas así como para la familia de la fe. He aquí uno de los elementos claves para sustentar la metáfora de la Iglesia como la familia de Dios y la familia de la fe.

O sea, que la Iglesia existe para impartir vida y para solidificar la comunión entre sus miembros. La Iglesia existe para ayudar a sus miembros a delinear con claridad las metas establecidas y poder alcanzar ese futuro común que Dios nos ha prometido. La Iglesia como familia de Dios existe para ser nutrida, ser dirigida, y multiplicarse. La Iglesia como familia de la fe existe para anunciar las virtudes de aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped 2:9).

Veamos otros pasajes bíblicos que nos permitirán ampliar la definición de la Iglesia como la familia de Dios:

“18 Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.” (1 Corintios 6:18)

Sabemos que es el Señor el que sustenta la Iglesia y que lo hace como nadie más puede hacerlo (Efe 5:29). Sabemos que ese sostenimiento proviene de la decisión divina: Dios decidió amar la Iglesia como un marido debe amar a su esposa. El texto paulino que hemos citado lo afirma así.

Ahora bien, ¿de dónde emana ese sostenimiento? ¿Cuál es la fuente primaria de ese sostén? Hemos dicho que ese sostenimiento emana del amor incondicional e inefable de Dios. No obstante, la Biblia añade que hay otra fuente para nuestro sostenimiento como Iglesia. Se trata de la Palabra de Dios.

“1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, 4 hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.”  (Hebreos 1:1-4, RV 1960)

Estos pasajes bíblicos (1 Cor 6:18; Heb 1:1-4) afirman que es el Padre, en el Hijo y en la comunión del Espíritu el que sustenta la Iglesia, el que la sostiene, el que la protege y el que la dirige.

Veamos otro pasaje bíblico que afirma la metáfora de la Iglesia como la familia de Dios:
 
“46 Mientras él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar. 47 Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar. 48 Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? 49 Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 50 Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mateo 12:46-50).

Este pasaje bíblico afirma que la filiación en la familia de la fe no proviene de los apellidos que tenemos sino de la obediencia a la fe. Es por eso que somos familia de la fe. Algunos de los lectores puede estar preguntándose ¿cómo nos convertimos en hijos de esa familia? La respuesta que ofrece la Biblia es categórica:

“12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:12-13)
             
La Biblia también trata el tema de la Iglesia como familia de Dios desde la perspectiva de la Iglesia como una casa, como un lugar en el que reside toda la familia.

“6 Pero Cristo dirige la casa de Dios como un hijo fiel. Somos la familia de Dios siempre y cuando nos mantengamos seguros y confiados de hablar abiertamente de la esperanza que tenemos.” (Hebreos 3:6, PDT)

Las implicaciones que poseen estas aseveraciones son intensas. Por ejemplo, la Iglesia como una casa de familia es el lugar en el que se producen interacciones familiares de todo tipo. La buena noticia es que el Padre ha designado a Cristo para dirigir esa casa. La admonición que trae consigo ese verso bíblico es que existen condiciones para poder formar parte de esa familia. El texto griego de este pasaje bíblico afirma estas condiciones. No podemos avergonzarnos de proclamar el mensaje que está adscrito a nuestro nuevo apellido como familia de Dios: somos Cristianos.

Pablo habla acerca de esto en otra de sus cartas. Veamos cómo se acerca a este tema en la Primera Carta a Timoteo:

“14 Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, 15 para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.” (1 Timoteo 3:14-15, RV 1960)
             
El énfasis de estos versos bíblicos es la conducta, el comportamiento en la casa, en la familia de Dios. Todas las familias poseen un código de conducta. Hay cosas permitidas y cosas que no se permiten. Hay violaciones a ese código que no acarrean destitución de la familia. No obstante, hay que admitir que hay conductas que laceran esas relaciones al punto de que fragmentan la familia. Hay que señalar que la ausencia de un código de conducta en una familia define el código que se está utilizando en esta: el descontrol.
             
El concepto utilizado en el pasaje citado de la Primera Carta a Timoteo define el orden y el código de conducta requerido. El concepto bíblico utilizado es “anastrepho” (G390) que describe comportamiento habitual.[1] Lo que hace más interesante su uso es que algunas fuentes académicas lo relacionan a la conducta moral. [2] O sea, que se trata de cómo caminamos o nos conducimos (2 Cor 1:12; Efe 4:22). De hecho, hay pasajes bíblicos que usan este concepto enfatizando que nuestra conversión a Cristo es la redención de nuestra forma anterior de caminar o de conducirnos.

“17 Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; 18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,” (1 Pedro 1:17-18)

Nos podemos conducir con respeto reverente a Dios porque fuimos rescatados de nuestra manera vana de vivir; una conducta que aprendimos de nuestros padres. Es también interesante el hecho de que es Pedro el que usa este concepto para afirmar que caminamos y nos conducimos así motivados por el respeto reverente a Dios (temor): “…conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación;”.

Otro pasaje bíblico que hace uso de este concepto lo encontramos en la Primera Carta de Timoteo.

“12 Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” (1 Timoteo 4:12)

Es también interesante el dato de que Pablo utiliza aquí este concepto para hacer énfasis en la conducta como un ejemplo para los otros miembros de la familia de la fe: “….que los creyentes vean en ti un ejemplo a seguir en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza” (NVI).

Por otro lado, Santiago extiende este requisito como un testimonio de la sabiduría y del entendimiento.

“13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.” (Santiago 3:13, RV 1960)

Otro pasaje bíblico que utiliza este concepto pone un peso extraordinario sobre los hombros de los pastores de la grey.

“7 Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe….18 Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo.” (Hebreos 13:7, 8)
           
Por último, el uso de este concepto, “anastrepho”, posee unos ribetes escatológicos; del tiempo del fin. Esto es, que la necesidad de una conducta cónsona con las exigencias de la casa de Dios aumenta con la cercanía del rapto de la iglesia.
 
“11 Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, 12 esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! 13 Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. 14 Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.” (2 Pedro 3:11-14)

Hay varias preguntas que podemos formularnos aquí. Una de estas tiene que ver con el uso de esta metáfora, la Iglesia como la familia de la fe y la familia de Dios, de cara a la naturaleza de la Iglesia y de los roles de esta.

Debemos comenzar diciendo que la Iglesia es una de las pocas formas visibles de la relación corporativa que existe entre los creyentes.[3] Casi siempre que nos detenemos a reflexionar acerca de ella lo hacemos desde los contextos de ella en medio de una sociedad secular, o de ella y su razón de ser en las misiones o en la proclamación del mensaje del Evangelio. En otras ocasiones lo hacemos para dilucidar e identificar los modelos de la  Iglesia y las funciones adscritas a ella. Estos modelos suelen ser complementarios y nos obligan a reconocer las tensiones existentes entre estos. [4] Podemos hablar acerca de la Iglesia como una institución, como comunión mística, como la Iglesia heráldica, la Iglesia sacramental, la Iglesia diaconal, la Iglesia pedagógica, la Iglesia litúrgica y la Iglesia como comunidad de discípulos.
 
Tenemos que aceptar que todos estos acercamientos se realizan desde disciplinas metodológicas serias, pero al mismo tiempo, diferentes a la dogmática y a la teología sistemática. Por ejemplo, hay especialistas que se acercan a la historia de la Iglesia para describir qué es o quién es esta. [5] Una de las críticas que se le hace a esta clase de acercamientos es que intentar describir la Iglesia desde la perspectiva de sus dinámicas y actividades históricas, cancela en cierta forma poder hablar de la naturaleza de la Iglesia. Es por esto que no cancelamos esos acercamientos pero privilegiamos lo que se conoce como la definición bíblico-filológica de la Iglesia; la que ofrece el texto bíblico y sus análisis.
 
Regresando a la metáfora de la Iglesia como familia de Dios, tenemos que enfatizar que esta metáfora predica que sus miembros son parte de la familia sin importar en qué lugar del mundo puedan encontrarse. Quizás este sea el énfasis que quiere comunicar Pablo cuando, por ejemplo, le escribe a la Iglesia de Dios que está en Corinto (1 Cor 1:2). O sea, que no se trata de la Iglesia en Corinto, ni de la Iglesia de Dios en la ciudad de Corinto. Se trata de una sola familia y parte de esta se encuentra en esa ciudad.
 
Dicho de otro modo, así como hay mutualidad en el cuerpo, y la Iglesia es el cuerpo de Cristo, así también hay mutualidad entre los miembros de la familia. En este caso, entre los miembros de la familia de la fe.
 
¿Por qué hay mutualidad entre estos? El caso del cuerpo es mucho más obvio. La alimentación del todo cuerpo se da al unísono. La Biblia habla acerca de esto cuando dice lo siguiente acerca de la Iglesia como cuerpo de Cristo:
 
“15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4:15-16)
               
En el caso de la Iglesia como familia de la fe y familia de Dios hay mutualidad en el amor que Dios ha puesto entre nosotros. Hay personas que poseen mejores relaciones con miembros de la Iglesia que con los miembros de sus familias consanguíneas.
 
Reconocemos que este análisis promueve que surjan muchas preguntas muy importantes. Una de estas tiene que ver con la cantidad de jóvenes que abandonan la familia de la fe, especialmente cuando comienzan sus estudios pos-secundarios. Otra tiene que ver con la frecuencia con la que observamos la itinerancia entre los miembros de la familia de la fe. Estas y otras preguntas formarán parte de nuestra próxima reflexión.
Referencias
   
[1] Tuggy, A. E. (2003). In Lexico griego-español del Nuevo Testamento (p. 64). Editorial Mundo Hispano.

[2] Bertram, G. (1964–). στρέφω, ἀναστρέφω, ἀναστροφή, καταστρέφω, καταστροφή, διαστρέφω, ἀποστρέφω, ἐπιστρέφω, ἐπιστροφή, μεταστρέφω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 7, pp. 715–719). Eerdmans.

[3] Erickson, Millard J.. Christian Theology. Baker Publishing Group. Kindle Edition.
   
[4]Avery Robert Dulles, Models of the Church (Garden City, NY: Image Books, 1978). Dulles sugiere siete criterios para la evaluación de los modelos ecclesiológicos (pp. 190-203).  
   
[5] Erickson, Ibid., Loc 21980

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