Reflexiones de Esperanza: Efesios - Cristo y la Iglesia (Parte XIII) - Aplicaciones prácticas

“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10)
                     
El análisis de la nueva humanidad creada en Cristo Jesús nos ha conducido a reflexionar acerca del poder creador de Dios. El poder desatado por Dios para crear al ser humano utilizando la palabra de Su poder, fue relacionado con el poder desatado por Dios en la cruz del Calvario. El poder desatado allí  fue el poder de la sangre que redime, que justifica, que propicia y que reconcilia al ser humano con Dios. Pero vimos que esa sangre también desata el poder creador del Eterno.

La nueva humanidad creada desde el Calvario es creada por el poder de la sangre del Hijo de Dios y luego es empoderada para ser alma viviente por el Espíritu Santo. Es acerca de esto que Pablo le escribe a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso cuando le dice que fuimos creados en Cristo Jesús.

Es importante señalar que otros escritores Cristianos comparten y expanden esta línea teológica. Por ejemplo, el Evangelio de Juan coloca a Cristo resucitado manifestándose a la comunidad de los discípulos (“los doce” es el nombre de ellos como institución apostólica; Jn 20:24[1]). En esa manifestación Cristo no se limita a enseñar las heridas de sus manos y del costado. La Biblia dice que Cristo sopló sobre ellos y les dijo que lo hacía para que recibieran el Espíritu Santo. Veamos cómo lo dice el texto juanino:
 
“19 Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 20 Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. 21 Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. 22 Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.” (Juan 20:19-22)
             
Es obvio que ese soplo no fue similar al que ellos recibieron el día de Pentecostés (Hch 2:1- 13). El Espíritu Santo recibido el día de Pentecostés empoderó la Iglesia para la misión. Esta visitación capacitó la Iglesia para que ella pudiera ser capaz de cumplir con la misión que se le había asignado. El soplo descrito en el Evangelio de Juan sirve allí para cerrar el círculo de la creación de esa nueva humanidad que Pablo describe en sus cartas.
 
¿Por qué es que esto es así? Debemos entender que el Evangelio de Juan es similar al libro de Génesis no sólo por la forma en la que ambos comienzan. Estos dos (2) libros son similares porque ambos poseen relatos de la creación. El primero, el de la creación de Adán y Eva (dos relatos; uno en el capítulo uno y otro en el capítulo dos). El segundo relato, el del Evengelio de Juan, acerca de la creación de la nueva humanidad. Es importante subrayar que ambas creaciones son lideradas por Cristo porque Él es la Palabra que crea y sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder. Así lo afirman las Sagradas Escrituras:
 
“15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;” (Colosenses 1:15-17)
 
“1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,” (Hebreos 1:1-3)
 
En el libro de Génesis los seres humanos son creados por Dios para que luego el Todopoderoso soplara sobre ellos aliento de vida (Gén 2:7). En el Evangelio de Juan, Cristo, la Palabra encarnada, el Creador de todas las cosas, crea a los seres humanos para luego soplar Espíritu sobre ellos de manera que se convirtieran en almas vivientes. Este es el soplo que aparece en el capítulo veinte del Evangelio de Juan.
 
En el primer relato, el ser humano es creado del barrro. En el segundo relato la nueva humanidad es creada del agua y del Espíritu y por la sangre redentora del Hijo de Dios. En el primer relato el ser humano recibe su forma como barro (“yâtsar”, H3335) con las manos de Dios. En el relato de los Evangelios se utiliza el barro para que el ser humano comienze el proceso de recibir la revelación de que Cristo es el Señor; la historia del ciego de nacimiento (Jn 9:1-38). El barro aparece en el verso seis (6) de este relato. Luego de ser sanado, el ciego de nacimiento comienza diciendo que el cree que Jesús es un hombre (v.11), para luego afirmar que es profeta (v.17). Un poco más adelante sus padres tienen miedo de afirmar que Cristo es el Mesías (v. 22). A continuación, en el verso 32, el que había sido sanado afirma que Cristo viene de Dios, para luego decir en el verso 38 que Cristo es el Señor y postrarse ante Él para adorarle. Esta es la transformación que experimentan todos los que son salvados y regenerados por el sacrificio de Cristo en la cruz y la operación del Espíritu Santo (Tito 3:5). Esta es la característica principal de la nueva humanidad; la afirmación de que Cristo, el Creador, es el Señor y que merece toda adoración.
 
En el relato del Génesis el ser humano es dormido para sacarle una costilla de la que sería creada su ayuda idónea (Gén 2:21-22). En el relato de Juan, el Segundo Adán muere y una lanza atraviesa su costado para que la Iglesia naciera del corazón del Salvador (Jn 19:34-37). En el primer relato el primer Adán llama Varona (su igual) a su ayuda idónea (Gn 2:23), para luego cambiarle el nombre a Eva; esto es luego de la caída (Gn 3:20). O sea, que fue el pecado el que hizo que Eva perdiera su lugar ante su marido. El pecado logró que el hombre devaluara a la mujer.
 
En el relato de la creación de la nueva humanidad, la novia de Cristo, la Iglesia, es llamada la “plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efe 1:23). La Iglesia nunca ha perdido ni perderá ese título porque su Novio, es su Creador y en este nunca ha habido ni habrá pecado.
 
Regresando al análisis del capítulo dos (2) de la Carta a los Efesios, sabemos que Pablo dice en el verso diez (10) que esa nueva creación fue hecha a mano, como el que teje o el que ensambla una estructura. Repetimos que el Apóstol utiliza el concepto griego “poiēma” (G4161). Este es el concepto que es traducido como “hechura.” Reiteramos que este concepto puede ser traducido entre otras cosas como estructura, como tejido y como género. Repasando este concepto tenemos que reiterar que es de aquí que surge el concepto poema.
 
El uso de este concepto no es uno al azar. El Apóstol Pablo fue educado a los pies de Gamaliel, uno de los maestros más poderosos de la historia Judía (Hch 22:3). Este maestro tiene que haberle enseñado a Pablo el texto del Salmo 139. Encontramos allí que cuando el escritor de ese salmo describe la creación del ser humano en el vientre de su progenitora, lo hace diciendo que este es similar al proceso de entretejer (“râqam”, H7551):
 
“13 Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. 14 Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien. 15 No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, Y entretejido en lo más profundo de la tierra.” (Salmos 139:13-15)
 
Lo que este salmo afirma es que los procesos para formar a cada ser humano en el vientre de sus respectivas progenitoras son similares. Sin embargo, este salmo también afirma que hay un carácter único en cada uno de ellos. El salmista dice que es como si estos fueran tejidos a mano por el Creador. Por lo tanto, no hay dos (2) seres humanos iguales; ni siquiera los mellizos. Lo mismo sucede con la nueva humanidad: somos creados a mano en el corazón de Cristo. La Biblia dice que la nueva humanidad está compuesta por nuevas criaturas que hasta poseen un nombre único; que solo el Padre y ellos conocerán.
 
“17 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” (Apocalipsis 2:17)
 
Estas expresiones afirman el carácter individual con el que cada creyente desarrolla su relación con Dios en Cristo Jesús. Lo sabemos porque las piedrecitas blancas con un nombre escrito han sido relacionadas con las piedras en el pectoral que utilizaba el sumo sacerdote. Este pectoral tenía doce (12) piedras y cada una de ellas tenía uno de los nombres de los hijos de Jacob (Éxo 28:4-30). Otros especialistas ven en estas piedrecitas la gloria de la victoria como la que se experimentaba en Israel cuando se escogían los turnos para las funciones sacerdotales.[2] O sea, que celebraremos en el cielo por haber sido escogidos para celebrar delante de la presencia del Señor con nuestras funciones sacerdotales; o sea, eternamente[3]. Otros especialistas en este texto han visto en esa expresión la concreción del carácter de Cristo en nosotros. Esto es, que nos pareceremos a Cristo; que seremos como Él es (1 Jn 3:2; Apoc 3:12). Esto también es así, porque Cristo también es descrito en este libro como el que tiene un nombre que ninguno conoce sino Él mismo:
 
“11 Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. 12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.” (Apocalipsis 19:11-12)
 
No obstante, hay otras aplicaciones que encontramos que son más precisas para la expresión que estamos analizando: “y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” Las hallamos en algunas de las características que encontramos en “el Mundo del Nuevo Testamento.”[4] Una de estas era el uso que los jueces le daban a las piedrecitas blancas para emitir un voto de “no culpabilidad” para aquellos que venían a ser juzgados. Otra característica era su uso como boletos para que las personas pudieran ser admitidas para participar en las grandes fiestas de la época[5]. O sea, que el vidente de la isla de Patmos documenta que la nueva humanidad llega al cielo con un voto de “no culpabilidad” ante los juicios que se celebrarán allí. El vidente de la isla de Patmos documenta que la nueva humanidad llegará al cielo con boletos personalizados, uno para cada uno de los redimidos y que serán entregados a la mano por Aquél que organizó la fiesta.
 
Otro de los resultados netos de la creación de esa nueva humanidad desde el corazón del Creador, es que esta creación  acerca al creyente a los tesoros, al propósito y a la intimidad con Dios. Veamos cómo lo afirma la Palabra de Dios. En primer lugar, veamos lo que dice el salmo 33 acerca de esto:
 
“11 El consejo de Jehová permanecerá para siempre; Los pensamientos de su corazón por todas las generaciones. 12 Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, El pueblo que él escogió como heredad para sí.” (Salmos 33:11-12)
 
El concepto que se traduce aquí como “pensamientos” es el vocablo hebreo “machăshâbâh” (H4284). Este concepto puede ser  traducido como textura, como intención, como planes, medios, como pensamientos y/ó como propósito. O sea, que el salmista está diciendo que la textura, las intenciones, los planes, los medios, los pensamientos y el propósito de Dios están en Su corazón. Por lo tanto, aquellos que son creados por el sacrificio de Cristo en el Calvario, creados en el corazón del Salvador, nacen del asiento en el que Dios tiene todos estos tesoros. Esto es así porque nacer del corazón de Cristo es nacer de Dios hecho carne (Rom 9: 5).
 
Conociendo esto, tenemos que afirmar que aquellos que hemos nacido de la palabra y del Espíritu por la sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, nacemos del propósito eterno de Dios. Es esta la afirmación paulina que encontramos en Romanos 8:28:
 
“28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.”
 
“28 Sabemos que Dios obra en toda situación para el bien de los que lo aman, los que han sido llamados por Dios de acuerdo a su propósito.” (PDT)
             
Esto también nos conduce a afirmar que los que pertenecemos a esa nueva humanidad creada por Dios en Cristo (Efe 2:15; 4:24) venimos del asiento en el que se encuentran los planes y las intenciones de Dios (Jer 29:11). Además, estas aseveraciones implican que fuimos creados en lo más íntimo de Dios.
 
El salmista escribió acerca de esto en el Salmo 25:
 
“12 ¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger. 13 Gozará él de bienestar, Y su descendencia heredará la tierra. 14 La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto.” (Salmos 25:12-14)
   
Muchas versiones bíblicas anglosajonas traducen la frase “la comunión íntima”  como “the secret of the Lord” (el secreto del Señor). Lo que esto significa es que aquellos que temen al Señor tienen acceso a los secretos del corazón de Dios. Esta expresión no significa tener acceso a misterios ni a conocimientos “esotéricos” como los que reciben los iniciados en una secta. Los creyentes en Cristo no somos iniciados; somos nuevas criaturas (2 Cor 5:17). Esta revelación no está supeditada a unos pocos. La Biblia dice que el anhelo del corazón de Dios es que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Ped 3:9). El significado de este pasaje bíblico del libro de los Salmos es que el Todopoderoso comparte con los suyos aquello que le produce gozo  y que está en Su corazón. Dios decidió que nos hará conocer Su pacto.
 
Estas son algunas de las características más relevantes que posee y que describe a la nueva humanidad creada en Cristo Jesús. Ahora bien, esa nueva humanidad posee algo más que características descriptivas. Esa humanidad posee responsabilidades que provienen del arcano, de lo eterno de Dios.
 
“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10)
 
El análisis de esas obras preparadas de antemano será el centro de nuestra próxima reflexión.
Referencias
 

[1] El nombre institucional de ellos es utilizado en la Biblia para identificar sus reuniones aún cuando no estuviesen presentes todos sus miembros.
   
[2] Lange, J. P., Schaff, P., Moore, E., Craven, E. R., & Woods, J. H. (2008). A commentary on the Holy Scriptures: Revelation (pp. 120–121). Logos Bible Software.
   
[3] Brown, D., Fausset, A. R., & Jamieson, R. (n.d.). A Commentary, Critical, Experimental, and Practical, on the Old and New Testaments: Acts–Revelation: Vol. VI (pp. 663–664). William Collins, Sons, & Company, Limited.
   
[4] Este es el título de una obra académica relevante escrita por Johannes Leipoldt y Walter Grundmann. (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1973).
   
[5] Wiersbe, Warren W.. Be Victorious (Revelation): In Christ You Are an Overcomer (The BE Series Commentary)  (p. 41). David C Cook. Kindle Edition.

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