895 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 9 de abril 2023

895 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 9 de abril 2023
El mensaje de la tumba vacía: el poder de la resurrección de Jesús
 
“4 Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; 5 y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí, sino que ha resucitado.” (Lcs 24:4-6a)
 
Nota editorial:
Gran parte de esta reflexión fue compartida en el blog que se publicó el jueves 6 de abril del año en curso.

Una pregunta que puede y debe estar en la mente de muchos en esta época es esta: ¿qué alternativas ofrece el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario y su resurrección para un mundo en crisis?

Es un secreto a voces que las estructuras que le dan cohesión al mundo que conocemos se han estado desintegrando. Ese proceso de desintegración se ha acelerado durante las décadas más recientes. Todo esto ha ocurrido ante nuestros ojos y mientras tanto, la mayoría de los seres humanos ha permanecido indolente e insensible ante estos cataclismos.
Los especialistas en este tema han señalado que gran parte de esta desintegración se relaciona con la caída del bloque soviético. La destrucción del socialismo como una fuerza política, sirvió como un detonante para que los proponentes de este sistema abrazaran otra forma de promover sus filosofías. Cuando el sistema político no funcionó, ellos decidieron acelerar las estructuras de influencia del socialismo como fuerza educativa y el crecimiento de su preponderancia en los medios de comunicación.  Es desde allí que comienza a infiltrarse de forma acelerada una nueva apreciación del concepto de lo que es una familia. La destrucción de este concepto se apoyó, obtuvo un aliado singular, en la crisis que el capitalismo provoca cuando insta a los seres humanos a escoger sus carreras por encima de sus familias. O sea, que ambos sistemas políticos y educativos son en gran medida responsables de esta debacle.

¿Cómo sabemos que esto ocurrió así? La crisis provocada por el encuentro entre estas dos (2) filosofías fue acompañada por esfuerzos concertados para tomar el control, de forma solapada, de la educación en las escuelas y de los medios de comunicación masiva. Esto se realizó por niveles: escuelas elementales, luego secundarias y en años recientes la casi totalidad del sistema universitario. Así también, escuelas de comunicación para preparar periodistas, educadores, etc. El capitalismo se concentró en producir y hacer riquezas, mientras el socialismo se concentró en educar y conseguir que las personas aprendieran otras filosofías de vida.

Los resultados inmediatos de estos esfuerzos concertados colocaron a la juventud dentro de unos escenarios en los que ellos aprendieron que pueden hacer lo que quieran, sabiendo que los sistemas no le adscriben la responsabilidad de sus acciones. Esta “nueva realidad” ocurre mientras el concepto de familia, tal y como lo conocíamos, se había ya desintegrado. En otras palabras, que una gran parte de las familias ya no poseen las herramientas ni la autoridad para mediar en estas crisis, y tampoco con sus hijos preadolescentes y jóvenes.

Todos estos esfuerzos concertados fueron acompañados por la desintegración y/o la marginación  de los valores básicos que han sostenido nuestra sociedad. Por ejemplo, el valor de la vida ha sido remplazado por el aborto, la impunidad ante el asesinato y próximamente la eutanasia. El valor de la libre expresión, ha sido cancelado por el “woke” y las teorías reduccionistas que predican que no se debe permitir hablar a aquellos que no piensan como nosotros. El valor de la fe ha sido remplazado por una espiritualidad antropocéntrica que no admite regulaciones bíblicas ni de otra clase de fe religiosa. Ahora todo se conjuga en primera persona y en uno modo posesivo: mío, para mí. Añadimos a esto la desintegración de nuestra identidad como seres humanos. Ya no basta saber que nuestro sistema ha validado que haya personas que nieguen su identidad biológica. Ahora nos quieren obligar a aceptar que hay no menos de 32 tipos de identidades con las que tenemos la obligación de aprender a vivir. En otras palabras que tenemos que aceptar que haya personas escogiendo constante y frecuentemente quiénes quieren ser y los demás estamos obligados a aceptarlo.

El valor del trabajo ha sido remplazado por el del asistencialismo. Muchos padres en la tercera edad están sustentando a hijos adultos que generalmente consumen mucho más de lo que producen o que simplemente no producen para vivir. En muchas ocasiones estos hijos adultos continúan viviendo con sus padres o recibiendo el apoyo de estos últimos para la renta. Hay otros ejemplos que pueden ser enumerados aquí, pero con mucha modestia, sabemos que esta muestra es más que elocuente.  A esto hay que añadir el esfuerzo concertado de estos modelos educativos para desintegrar el concepto de lo que es una nación y provocar una regresión al concepto de tribus. Las naciones del llamado “primer mundo” han comenzado a dejar de ser naciones para comenzar a comportarse como tribus. El amor a lo que somos como una nación se ha ido desintegrando de una manera alarmante en casi todas ellas. Dentro de las muchas tribus encontramos aquellas que componen los grupos LBGTTQ; estas están segregadas entre ellos mismos. Encontramos la segregación de las tribus de las personas negras, brown, blancas, latinas, etc. Además, las tribus político-partidistas, tribus que han extendido sus fronteras dentro de la Iglesia.

Sabemos que hay otras clases de tribus operando entre nosotros. Hay que admitir que en ocasiones la Iglesia del Señor ha sido vista desde el exterior de esta como un conglomerado de tribus y no como una nación santa (1 Ped 2:9)

Estos procesos de desintegración han cancelado los símbolos y el lugar que ocupaban piezas fundamentales de nuestra estructura como sociedad. En otras palabras, todo aquello que le daba cohesión e identidad a nuestra nación ha sido o está siendo cancelado. Ejemplos de estos son la Biblia, la cruz, la oración, los diez mandamientos, nuestra historia y los héroes que la construyeron, el respeto a la propiedad de otro, el respeto a los ancianos y el cuidado de los niños. Todos estos han sido marginados o se les ha cancelado el lugar que ocupaban. Estos resultados amenazan con la deformación de todo lo que somos como seres humanos y la desintegración de lo que somos como sociedad.

Este es un resumen superficial y sencillo de la realidad en la que vivimos en la segunda década del siglo 21. Repetimos la pregunta que nos ha conducido a realizar esta síntesis: ¿qué alternativas ofrece el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario y su resurrección para un mundo en crisis?

Sabemos que es imposible pretender que podamos cubrir todas las áreas del quehacer político, social, educativo y religioso a las que esta pregunta apunta. No obstante, es nuestra intención utilizar esta reflexión como un instrumento que despierte a los lectores, les abra los ojos a la realidad que vivimos y a las alternativas que tenemos.  

Comenzamos con una experiencia de nuestra historia reciente, cuando nuestro planeta enfrentaba una serie de crisis que también amenazaban nuestra existencia: la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).  Esa época de nuestra historia está matizada por el liderazgo de centenares de figuras carismáticas de todos los rincones del planeta. Estos líderes fueron responsables de que sobreviviéramos a esas crisis. La mayoría de ellos echaron mano de la fe, de los símbolos que le daban identidad a las sociedades que conformaban sus países. Ellos echaron mano de la historia que les había formado como pueblo y del amor que habían desarrollado por su identidad nacional. Estos líderes echaron mano del valor de la familia, del respeto, del sacrificio, de los medios de comunicación y de la educación.

Algunas de esas figuras resaltan con una frecuencia y un dinamismo único en la historia del ser humano. Entre estas se encuentra la figura de Sir Winston Churchill, Primer Ministro del gobierno Británico durante los años más candentes de ese conflicto. Algunos historiadores nos han dejado saber lo que sucedió cuando el Rey Jorge VI lo invitó el 10 de mayo de 1940 a que ocupara la jefatura del gobierno y dirigiera a Gran Bretaña en contra de los enemigos que amenazaban a Europa y al mundo. Churchill aceptó el reto con mucha confianza, y dijo algo que sus biógrafos han citado para la posteridad: “Me sentí como si estuviera caminando con el destino y que toda mi vida pasada no hubiera sido otra cosa que una preparación para esta hora de prueba.”[1] Queramos admitirlo o no, nosotros también tenemos una cita con nuestra historia.

 Jesús, el Hijo de Dios, experimentó algo muy superior a lo expresado por Churchill. La obsesión del Señor era la cruz necesaria para salvar al pecador y reconciliar al ser humano con el Padre. La resurrección era la señal de aprobación del Padre al sacrificio realizado por el Hijo. Charles Swindoll señala que el Hijo, ultrajado voluntariamente por una experiencia llena de angustia y dolor, se ve contantemente protegido por esa Providencia Divina que le hace saber que la cruz no es una opción y sí una misión inexorable. Jesús no fue una víctima del destino ni un mártir casual. Jesús nació para ser crucificado y resucitar de entre los muertos para la gloria del Padre Celestial. Dios el Padre estaba así reconciliando al mundo consigo mismo en Cristo Jesús (2 Cor 5:18-19). La resurrección es entonces una pieza indispensable e insustituible del plan de salvación.

El concepto “resurrección” proviene del latín “resurgere” que trae consigo la idea de “regresar”, “volver a la vida” y “levantarse.” Es John R.W. Stott, en su libro “Basic Christianity” el que nos dice que no es correcto que nos puedan poner en las manos un drama como “Hamlet” o “King Lear” y pedirnos que escribamos algo similar. Shakespeare podía hacerlo, pero nosotros no. Tampoco es correcto que nos muestren una vida como la vida de Jesús y que nos digan que vivamos una vida similar. Jesús podía hacerlo, pero nosotros no. Pero si el “genio” de Shakespeare pudiera regresar a la vida y meterse dentro de nosotros, entonces podríamos escribir obras como las suyas.

El mensaje del Evangelio señala que uno de los beneficios de la gracia es que el Espíritu de Jesús puede venir a vivir dentro de nosotros. Es por esto que podemos ser capaces de vivir una vida como la de Jesucristo el Señor (Rom 8:11). No es suficiente entonces tener a Jesús como ejemplo; le necesitamos como Salvador y como el Señor de nuestras vidas.[2]  La garantía de esta promesa suscribe que cuando Cristo vive en nuestro interior, todas las luchas y las agendas equivocadas quedan canceladas. El discrimen también queda cancelado.

Es por esto que la resurrección es la razón fundamental detrás de la celebración de esta semana. La resurrección es de lo que trata la Pascua; esta es la Pascua de la resurrección de nuestro Señor. San Pablo dice que si Cristo no resucitó nuestra fe es entonces una fe vana y aún nos encontramos en nuestros pecados (1 Cor 15:17).

Karl Barth predicaba acerca de esto el 4 de abril de 1920, en un sermón sobre 1 Cor 15:50-58.[3] Barth señalaba que la vida del Cristiano solo podría ir tan lejos de lo que le permitiera ir su visión de la Pascua. En su alocución Barth subrayaba que la humanidad le pertenece a Dios. Dios es el principio y el final. Es Dios el que pone en efecto la voluntad y el trabajo (el querer y el hacer; Fil 2:13). Es Dios el que ofrece esta respuesta no como una enseñanza o una opinión y sí como un hecho. Él lo demuestra todo haciéndolo. Él nos enseña a amar amando, a trabajar trabajando, a esperar esperando y a perdonar perdonando. El encarnado es obediente hasta la muerte en la cruz (Fil 2:8). Él es victorioso. ¡Esto es la Pascua! O sea, que el poder desatado por la sangre derramada en la cruz y el poder de la resurrección de Cristo afirman los valores del amor (con reglas) que predica el Evangelio. Estas demostraciones del poder de Dios afirman los valores del trabajo, de la paciencia, del perdón y de la obediencia a las reglas. ¡Esto es lo que celebramos en la pascua de resurrección!

Barth añadía que Jesús nos coloca allí en algo que él llama “inseguridad final,” (más preguntas que respuestas) no solo en nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás, sino en nuestra relación con el mundo y todo lo que hay en este.

¿Qué es el mundo? ¿Qué cosa es la naturaleza? ¿La historia? ¿El destino? ¿En qué consiste el espacio en el que existimos y cuál es el tiempo en el que vivimos? ¿Qué es lo que de verdad sabemos? ¿Qué significa que solo conocemos lo que somos capaces de conocer?: “ahora conozco en parte” (1 Cor 13:11a). Estas preguntas pululan en nuestras cabezas con alguna frecuencia y hasta que esta inseguridad final no sea revelada en nosotros, todavía estamos durmiendo. Pero en Jesús nos despertamos. La inseguridad es descubierta. Los fundamentos de nuestro entendimiento comienzan a ser sacudidos debajo de nuestros pies.

Jesús nos lleva hasta la frontera final de nuestra existencia. Se trata de la frontera que conocemos muy bien, y que no la conocemos: la frontera de la muerte. No seremos capaces de obtener sabiduría hasta que no consideremos conscientemente que tenemos que morir (Sal 90:12). Adquirimos sabiduría en Jesús porque, nos guste o no, la sabiduría de Jesús es la sabiduría de la muerte vencida [Franz Overbeck]. La verdad que subraya todo esto, decía Barth, es la verdad más allá de la tumba; ¡arrancados de la muerte a la vida¡ ¡Esto es la Pascua!

La resurrección de Jesús  es resurrección de exaltación. Karl Barth, T.F Torrance etal., señalan que esta tiene que ser literal o no hay Evangelio. Luego de la humillación extrema de la cruz, vencer la muerte a través de la resurrección fue tan solo el primer paso en el proceso de exaltación hasta lo sumo (Fil 2:5-11). Samuel Rayan señalaba que la resurrección de Jesús da inicio al tiempo del fin. [4]  

La clave hermenéutica y el resumen de esto, es muy sencillo: la fe en la resurrección del Señor transforma todo lo que hacemos en la vida. Uno de los mejores testimonios acerca de esto lo encontramos en Abraham, mucho antes de la resurrección de Jesús. El profesor Warren Wiersbe señala que Dios no quería la vida de Isaac (Gén 22). Lo que Dios quería era el corazón de Abraham. Wiersbe apunta que Dios quería que Abraham confiara en Él y no en la bendición que Dios le había concedido en Isaac. Para conseguir esto lo colocó en una situación límite, crítica. La Biblia dice que fue la fe en el poder de la resurrección que Dios puede desatar lo que transformó la prueba de Abraham en un triunfo (Heb 11:17,19).[5]En esa Carta nos dicen que Abraham razonó que él no podía tener problema para recibir devuelto a Isaac porque Dios tiene el poder para resucitar muertos. Abraham dijo esto sin haber visto o escuchado de alguien que hubiera resucitado. Es por esto que nuestra fe tiene que ser mayor que la de Abraham porque nosotros tenemos el testimonio de un Cristo resucitado. Esto es, en cualquier tipo de escenario crítico o límite que enfrentemos. O sea, que el poder de la sangre derramada en el Calvario y el poder de la resurrección de Jesús colocan los principios de la Biblia, de nuestra fe Cristiana en el centro de la vida misma.

La resurrección de Jesús solidifica los fundamentos de la fe. Wiersbe ha dicho que fe es vivir sin esquemas humanos; que los esquemas humanos le trajeron problemas a Abraham en su matrimonio y en su caminar con Dios. El cumplimiento de las promesas de Dios no depende de los recursos humanos y sí de la confianza en las promesas que nos ha hecho el Eterno. Juan lo dice en su Evangelio y lo dice muy bien:

25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 
26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?   (Jn 11:25-26)

Dios puede hacer mucho más que levantar muertos con el poder de la resurrección. Dios puede transformar situaciones humanas insalvables, transformar personas que están muertas en vida e infundir vida de Cristo que hace que todas las cosas sean nuevas. Es por esto que la resurrección de Jesús es piedra angular del Evangelio. Como decía Robertson Nicoll, la tumba vacía es la cuna de la Iglesia.[6]

El escritor del cuarto Evangelio, el Apóstol Juan, tiene cerca de 60 años para ponderar lo que sucedió ese poderoso domingo en la mañana, antes de escribir el texto de su Evangelio. Él escribe cerca del final del primer siglo unas “nuevas de Gracia” que ocurrieron alrededor de los años 30 de ese siglo; o sea, unos 60 años antes. En el proceso, el Espíritu Santo lo lleva a hacer algo distinto de lo que habían hecho los escritores anteriores. Como testigo presencial de estos eventos, Juan posee evidencia de primera mano que lo convierte en una fuente de autoridad inequívoca; con otra clase de autoridad.

Para calificar estas expresiones debemos formularnos algunas preguntas. Warren Wiersbe destaca que es imposible definir a qué sabe el helado de “jamoca” o el de chocolate, a menos que uno lo haya probado. Lo mismo sucede con el significado de la vida.

¿Qué es la vida? Las respuestas más sólidas para esta pregunta van por encima de las definiciones biológicas y psicológicas. En griego poseemos varios vocablos para hablar y/o definir la vida. Podemos usar el concepto “bio” que hace referencia a la vida biológica como la conocemos. Los seres vivos nacen, crecen se desarrollan y mueren. Podemos usar el concepto “psyché, que hace referencia a la psiquis, al alma y las capacidades mentales y emocionales. Otro concepto es “zoé” que habla de la vida que supera la vida biológica y que va más allá de la vida psicológica–emocional.  Juan usa 36 veces este concepto en el Evangelio, que es mucho más que la cantidad acumulativa de los otros tres (3) Evangelios (16 veces).
¿Qué experiencia personal tuvo Juan con la vida que trasciende a la vida que conocemos aquí?

“3 Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. 6 Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, 7 y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. (Jn 20:3-8)
 
Hay que señalar que Juan no había entendido el mensaje de la resurrección (vs 9). Jesús lo había señalado varias veces. De hecho, en el huerto de Getsemaní (Mc 14:27-31), Jesús le subraya a los discípulos que luego de su muerte, Él resucitaría e iría a Galilea. Sin embargo, los discípulos prefirieron concentrarse en la posibilidad de negar a Jesús y escandalizarse. Las palabras de Jesús toman otro significado desde que ellos pueden ver la tumba vacía. Luego de esto, comparten durante 40 días con el Resucitado hasta que Él es ascendido al cielo. Desde entonces la vida de todos ellos cobra otro significado. Añadimos que Cristo se les metió por dentro en el día de Pentecostés. ¡Esta es la clave de la pascua de resurrección! Es por esto que ellos salieron confiados a su misión, sabiendo que iban a cambiar el mundo.

Hay que añadir que es aquí que la Pascua cobra otro significado. La visión de ellos es transformada; pueden ir más lejos. El “querer” como el “hacer” que pone Dios en sus corazones adquiere otra fuerza motora. Ya no se trata de una enseñanza o de una opinión; se trata de un hecho. El Maestro obediente hasta la cruz es victorioso hasta por encima de la muerte. ¡Esto es la Pascua! La “inseguridad final” llegó a su fin: se acabó. Las preguntas acerca del mundo, la naturaleza, la historia, el destino, el espacio y el tiempo en el que vivimos, el significado de la verdad y la vida, son analizadas con otros “espejuelos,” otros lentes. Hay un “zoé” por encima del “bio” y la “psyché” (1 Jn 1:1-4). La resurrección de Jesús garantiza nuestra resurrección y es por esto que poseemos respuestas distintas y mucho más profundas para las preguntas que nos formula la vida. Hay garantías de que ahora conocemos en parte, pero que viene un día en el que veremos cara a cara (1Cor 13:12). La pascua de la resurrección nos despierta. La inseguridad es descubierta. Se transforman los fundamentos de nuestro entendimiento y somos colocados sobre la Roca inconmovible de los siglos.

Jesús nos lleva hasta la frontera final de nuestra existencia. Ya no tememos a la frontera de la muerte. Adquirimos sabiduría en Jesús porque, nos guste o no, la sabiduría de Jesús es la sabiduría de la muerte vencida Esta es la verdad que va más allá de la tumba. ¡Hemos sido arrancados de la muerte a la vida! ¡Esto es la Pascua!

La fe en la resurrección literal de Jesús transforma todo lo que hacemos en la vida. Desde allí saboreamos que Dios quiere nuestros corazones, que aprendamos a confiar en Él y no en las bendiciones que nos ha concedido. Repetimos que la resurrección de Jesús solidifica los fundamentos de nuestra fe. Por la pascua de resurrección aprendemos que nuestra fe va más allá de los esquemas humanos; que el cumplimiento de las promesas de Dios no depende de los recursos humanos y sí de la confianza en las promesas que nos ha hecho el Eterno, Aquél que ha resucitado.

La noticia de gracia más excelsa de la historia es que Jesús murió por nosotros en la cruz del Calvario y que resucitó de entre los muertos. Lo sabemos por los miles de testigos de su resurrección que nunca pudieron ser silenciados y que prefirieron morir a tener que mentir o guardar silencio. Es por esto que nosotros tampoco podemos guardar silencio.

La historia de Marcos 16 lo ejemplifica. Las mujeres inicialmente no se percatan de esto, pero la preocupación de esa mañana no es que esté muerto Jesús. La preocupación de esa madrugada es la siguiente: “¿Quién moverá la piedra?” (Mcs 16:3)

Nosotros necesitamos un cambio de oftalmología: tenemos que dejar de concentrarnos en las dificultades que enfrentamos. Es cierto que la resurrección trata con ese asunto de empujar la piedra y lo que encontraremos detrás de ella si insertamos a Jesús en la ecuación. Sin embargo, esa mañana de la resurrección se aparece un ángel y les dice a los presentes: “no se asusten.” El cuadro interior que él les invita a ver es mucho más impactante; la tumba está vacía. Nosotros, que nunca habíamos amado la muerte, pero que habíamos aprendido a aceptarla (aunque no la pudiésemos entender), ahora somos confrontados con la llegada de un ángel que dice que el que murió en la cruz ha redefinido esto. Que la muerte ya no es la palabra última.

Entonces no se debe vivir para empujar piedras. La resurrección de Jesucristo nos ofrece vivir con un nuevo entendimiento de la vida. Sí, con una nueva agenda para la vida. O sea, que la Pascua de Resurrección no es sinónimo de nuevos comienzos, ni de esperanzas para el espíritu humano. Tampoco se trata de un nuevo grupo de sentimientos hacia la familia. La Pascua de la Resurrección es la definición de una vida que no termina en dónde siempre se nos dijo que acabarían las cosas. El mensaje del ángel es este: “desde hoy ustedes tienen que aprender a ver la vida con una nueva óptica.” Se trata de una experiencia más allá de los límites de nuestra vida normal. La resurrección inserta a Dios en esos límites y los hace ilimitados.

Siendo esto así, entonces hay que llegar a las siguientes conclusiones respecto a la resurrección, la resurrección de nuestro Señor:
1.  La resurrección es demostración del poder de Dios y ese poder puede cambiar las realidades que vivimos hoy.
2.  La resurrección es poder para vencer las más grandes pruebas y adversidades que podemos enfrentar en la vida.    
a.  Esto valida las promesas bíblicas, tales como las que encontramos en 1 Cor 10:13;                          1 Cor. 15:55-57 e Isa. 43:2-3.
3.  La resurrección es poder para dar vida a todo aquello que está irremediablemente muerto  y perdido.          
a.  San Pablo recoge esto muy bien en 2 Corintios 4:14-18:

“14 sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros. 15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. 16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”

b.  Otros buenos ejemplos lo encontramos en los siguientes pasajes:
i. 1Cor 15:26: nuestro último enemigo es vencido.
ii. 1Tes 4:13-17: seremos resucitados.
iii. Efe 2:1, 5-6: somos resucitados de la muerte del pecado.
4. La resurrección es poder para vivir una vida nueva y victoriosa en Cristo[7] por encima de  las agendas políticas, sean estas socialistas, capitalistas o de cualquier otra naturaleza.

Es por eso que celebramos la pascua de la resurrección de Jesús, nuestro Señor y nuestro Salvador. La celebramos porque no existe agenda política, educativa o de comunicación que pueda cancelar el poder de la sangre de Cristo ni el poder de la resurrección de nuestro Señor.

Los biógrafos de Martín Lutero señalan que este gigante de la fe Cristiana solía padecer de depresiones que le arropaban por largos períodos de tiempo. Esto fue así hasta que una mañana su esposa bajó de su habitación vestida con ropas de luto. Viéndola, Lutero le preguntó acerca de quién había muerto. Su respuesta fue contundente: “Dios se murió.” Esta respuesta provocó a Lutero a ripostarle: “Dios no se ha muerto.” Fue aquí que Lutero recibió la medicina que necesitaba: “Si Dios no se ha muerto, entonces comienza a vivir y a actuar como que Él está vivo.

El poder de la sangre de Cristo y el poder de la resurrección de nuestro Señor aumenta nuestra capacidad para creer y para confiar.

[1] Os Guinness, The Call (Nashville, Tenn.: Word Publishing, 1998), p. 79.
[2] John R. W. Stott, Basic Christianity (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1958), p. 102.
[3] Karl Barth;William H. Willimon. The Early Preaching of Karl Barth: Fourteen Sermons with Commentary by William H. Willimon (Kindle Location 2033). Kindle Edition.
[4] Erickson, Millard J. (1998-08-01). Christian Theology (p. 794-795). Baker Publishing Group. Kindle Edition.
[5] Wiersbe, Warren W. (2011-01-01). Jesus in the Present Tense: The I AM Statements of Christ (p. 101). David C Cook. Kindle Edition.
[6] Swindoll, Charles R. (2006-01-31). The Darkness and the Dawn (p. 255). Thomas Nelson. Kindle Edition.
[7] Recomendamos uno de los libros escritos por Eugene H. Peterson: “Living the Resurrection.” (2006). Colorado

Spring: NavPress.

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2 Comments


Melba Rivera - April 9th, 2023 at 3:19pm

De verdad, solo, pido a Dios le siga bendiciendo, traernos tan poderosa reflexión y/o mensaje. Hermoso, confronta nuestra vida y nos hace tomar decisiones. Gracias Pastor.

Enrique Castillo Marin - April 10th, 2023 at 4:50pm

Nuestro sistema capitalista ha sido infiltrado por el socialismo. Cómo dijo por el afán del trabajo olvidamos las relación en el hogar.

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