May 10th, 2020
ReflexiónPastor/Rector: Mizraim Esquilín-García
Las experiencias que el pueblo de Israel vivió durante su cautiverio en Egipto estuvieron plagadas de muchas experiencias de dolor. La mayoría de estas provocadas por el poder opresor del gobierno del Faraón. Otras, fueron provocadas por malas decisiones tomadas por el pueblo de Dios.
El recuento de una de las experiencias más trágicas que ellos vivieron aparece documentada en el primer capítulo del libro del Éxodo:
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Los Israelitas llegaron a Egipto como invitados, atraídos por la posibilidad de poder hallar allí la solución a una necesidad imperiosa: el hambre. De invitados del Estado, pasaron a ser trabajadores invitados del Estado y de allí pasaron a ser esclavos del Estado.
Repasemos esta aseveración:
Según Filón, esta es la injusticia más grande de Egipto [1]: convertir en esclavos a sus invitados. Michael Walzer señala este dato en uno de sus libros, [2] al mismo tiempo que destaca que esa clase de esclavitud pulveriza y macera los sentimientos, las emociones, el espíritu, además de que pesa sobre los hombros. Walzer cita el segundo volumen del libro “Legends of the Jews” de Louis Ginzberg (publicado en 1909) para destacar que esas leyendas milenarias indican que a los Israelitas les pagaron por el trabajo realizado en la primera ciudad, le retuvieron los salarios en la segunda ciudad y los esclavizaron de ahí en adelante.
Walzer explica que la frase “dura servidumbre” o servicio rigoroso (“baavoda kasha”) que encontramos en el verso 14 del primer capítulo del libro de Éxodo es sinónimo de servicio sin límite de tiempo o sin propósito. Esta es la definición de la esclavitud. Este proceso de asimilación en Egipto es una metáfora viva de lo que acontece con frecuencia a aquellos que se asocian con los “Egiptos” que aparecen en todas las generaciones. Particularmente, cuando esta asociación ha sido provocada por la urgencia de satisfacer necesidades que pertenecen al círculo o el piso vital de nuestra existencia. Usualmente llegamos como invitados de ese sistema, y en el proceso nos asimilamos a este. Esto sucede al mismo tiempo en el que permitimos que nuestras necesidades se conviertan en los directores y conductores de nuestras vidas. De ahí en adelante es solo cuestión de tiempo: el sistema decide solicitar nuestros servicios sin límite de tiempo y sin propósito definido. En resumen, nos convertimos en esclavos de Egipto.
La experiencia narrada en este capítulo no se circunscribe a la dureza con la que los israelitas fueron tratados allí. Este pasaje narra el ensamblaje de una estructura preparada por Egipto para poner en función el genocidio de ese pueblo. Faraón decidió que los niños varones debían ser sacrificados después de haber nacido.
Esta narrativa posee una imagen de espejo en nuestros días. Se trata de la autorización abominable que muchos gobiernos estatales le han concedido al asesinato de los bebés que son abortados en la última semana de gestación. Esta autorización incluye que pueden ser descartados aún después de haber nacido, si esa es la decisión de la madre. Este es el poder del faraón en todo su apogeo.
Hay un pasaje en el Nuevo Testamento que nos permite conocer algunos detalles de esta estructura criminal nefasta y abominable:
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En una discusión teológica con el Pastor Samuel Esquilín acerca de este pasaje descubrimos algo muy interesante. Este joven pastor argumentaba que esta narrativa bíblica pone de relieve la autoridad coercitiva del Faraón y la mentalidad de sujeción y sometimiento de un pueblo esclavo. Veamos el mismo en otras versiones bíblicas, de modo que podamos entender las razones que provocan esa aseveración:
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Las expresiones del verso 19 son desgarradoras, al mismo tiempo que revelan una verdad escalofriante. Veamos:
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El juego de palabras que se traducen en estas expresiones es monumental. El concepto griego que se traduce aquí como “artimañas”, “engaño” o “astucia” es “katasophísamenos” (G2686), que es similar a circunvenir con fraude o por conquista la sabiduría de alguien, o echarla al suelo. En otras palabras, faraón le “dio la vuelta” a este asunto hasta lograr que los esclavos se convencieran de que la mejor decisión era la de entregar sus hijos al poder destructor del Estado. Esto, dice ese pasaje, colocó a los Israelitas ante la decisión de entregar a sus hijos, abandonándolos y dejándolos morir, con miras a seguir viviendo sus vidas como esclavos. Algunos exégetas de este pasaje hasta colocan a algunos judíos echando a sus hijos en el río.
¿No le parece familiar esta descripción? No olvidemos que el poder de convencimiento de los faraones está casi siempre ligado a la capacidad que les hemos entregado de dominar y satisfacer aquellas necesidades que hemos identificado como necesidades básicas. Esa definición se ha ido ampliando a través de los años. Hoy en día podemos llamar “necesidad básica” a algo que realmente no lo es. El poder coercitivo que los faraones logran ejercer sobre nosotros cuando estas necesidades nos son satisfechas, nos puede llevar hasta convencernos de que sacrificar a nuestros hijos es un precio adecuado, con tal de que nuestros estilos de vida no sufran muchos cambios.
¿Cómo sacrificamos a nuestros hijos en el siglo 21? ¿En qué ríos los hemos dejado abandonados?
Las respuestas a estas preguntas requieren una serie de ensayos pastorales por separado. El río que temían los Israelitas era el Nilo. Este río era una deidad para los egipcios, porque era el responsable de los ciclos de prosperidad, de grandes cosechas y de la navegabilidad que conectaba al imperio con el resto del mundo conocido.
Hoy día sacrificamos nuestros hijos ante deidades similares. El Facebook, el Instagram, y otras conexiones similares que forman parte de las redes sociales, son tan solo algunos de esos ríos. Otros sacrificios son la permisibilidad que otorgamos para que nuestros hijos se ahoguen en los ríos de Egipto. Es allí en donde pierden su identidad como parte de la familia, su identidad como hombres o como mujeres, y hasta su identidad como hijos del Señor.
Jonathan Sacks discute esto en su libro Lessons in Leadership [3] cuando trata el caso de José, cuando este llegó a Egipto y fue tentado por la esposa de Potifar (Gn 39:1-20):
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El Profesor Sacks destaca aquí que el problema más grande de José no fue la tentación sexual a la que fue sometido por la esposa de Potifar. Su problema más grande fue la lucha con su identidad. José se encontraba en Egipto y tenía que preguntarse a sí mismo si se comportaba como un egipcio o si mantenía su identidad como hijo de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Egipto siempre tiene sus ríos preparados para ahogar la identidad de los nuestros. Sin embargo, una cosa es proveerle a ellos las herramientas para que sean capaces de batallar contra Egipto. Es obvio que José había recibido estas herramientas. Otra cosa es rendirnos ante el “katasophísamenos” de los faraones de nuestros días y abandonarlos en esos ríos. Esto implica, no proveerles las herramientas adecuadas para que puedan mantener su identidad ante los retos que formula Egipto. Esto también implica dejar que el río se trague la identidad de ellos sin oponernos a esto.
Hay muchos símiles del Nilo que pueden ser discutidos y analizados aquí. Pero ese tema de la pérdida de la identidad parece ser uno de los más difíciles de manejar en esta época. Faraón sigue actuando con astucia y cada día convence a padres y a madres de que no hay alternativa ante el deseo de faraón de que nuestros hijos ahoguen su identidad varonil o femenina ante los dioses de este tiempo.
Las decisiones que tomamos son muy importantes. El precio a pagar por el nivel de responsabilidad que tenemos es muy alto. Salir de Egipto, el Éxodo después de las plagas, requiere la toma de unas decisiones muy importantes. Una de ellas es comprometernos con que no abandonaremos a nuestros hijos ni los ofreceremos ante los altares que han identificado los faraones de nuestros tiempos.
El Éxodo después de las plagas también está acompañado de muy buenos recuerdos. La Biblia señala en el capítulo uno del libro de Éxodo que los Israelitas salieron de Egipto como un pueblo fortalecido y robusto porque Dios levantó sus instrumentos de salvación en medio de las artimañas del Faraón: Sifra y Fúa (Éxo 1:15-20).
Estas mujeres era servidoras del Faraón. Rosalind Janssen ha dicho que de las 12 mujeres que aparecen mencionadas en los primeros dos (2) capítulos del Libro de Éxodo, al menos seis (6) de ellas tiene como roles primarios salvar la vida a nivel nacional. [4] Ellas son Jocabed, la madre de Moisés, María la hermana del caudillo, la hija de Faraón, Sefora, Sifra y Fúa. Estas últimas, destaca Janssen, operan en un “espacio femenino”, frase que describe las limitaciones de unas siervas que estaban muy cerca del harén del faraón. Esto es, seleccionadas a mano por el poder imperial y confinadas para rendir los servicios que requería este poder.
Esa estructura dice Janssen, era feroz, saturada de una atmósfera de intriga política y personal incandescente y que implicaba reclusión. O sea, que Sifra y Fúa vivían en palacio, pero en su propias cuevas; en los apartamentos detrás del harén, detrás del asegurado “Eastern High Gate” en el “Medinet Habu”.[5]”
Estas mujeres reciben instrucciones personales del poder esclavizador, sin embargo deciden que el temor de Dios va a regir sus procesos decisionales. Ese temor lleva a estas mujeres a decidir por la vida y no por la muerte, por la esperanza y no por la desdicha, por la salvación y no por la condenación, por la preservación de la identidad y de la fuerza de ese pueblo y no por la disminución de sus hijos.
Sifra y Fúa se niegan a echar en el río a los varones recién nacidos de Israel. Ellas se atrevieron a decir que no a la orden del faraón. El temor de Dios sigue siendo la respuesta ante las amenazas faraónicas de este tiempo. Un artículo de publicación cibernética señala que en muchas ocasiones etiquetamos el temor como un sentimiento negativo. El temor de Dios nunca es una emoción negativa. El temor que llevó a Sifra y a Fúa a obedecer a Dios es el mismo que nos conduce hoy a esa misma obediencia.
Ese artículo dice lo siguiente acerca de ese temor:
El pueblo de Israel salió de Egipto con el compromiso de perpetuar por todas las generaciones este testimonio de desobediencia civil. Es obvio que estas mujeres se ganaron un sitial de honor en la historia de ese pueblo y de las luchas por la vida.
El Éxodo nuestro se acerca con celeridad. El tiempo que hemos pasado en cuarentena nos ha brindado la oportunidad de comparar nuestras historias con las historias de Israel. Reiteramos que ese pueblo aprendió en su temporada de esclavitud y de aislamiento que no permitiría que nada ni nadie le indujera a la disminución de sus hijos y mucho menos a ceder a las presiones coercitivas para abandonarlos. Hemos aprendido en la Palabra Santa que Dios les enseñó a ellos que los hijos son cosa de estima y como saetas en manos del valiente (Sal 127:2-5).
Dios nos ha conminado a renunciar a Egipto, a no volver a tras a los estilos de vida que practicábamos antes del COVID-19. Así mismo nos conmina a renunciar a los poderes faraónicos, tanto a los presentes como a aquellos que puedan aparecer en nuestro camino.
Ahora que hemos tenido la oportunidad de estar con nuestros hijos como nunca antes lo habíamos podido hacer, tenemos que comprometernos con Dios y con ellos. Ese compromiso tiene que incluir escoger la vida y no por la muerte, la esperanza y no la desdicha, la salvación y no la condenación. Tenemos que comprometernos a que vamos a proteger y preservar la identidad de ellos como hijos de Dios. Tenemos que comprometernos con que vamos a proteger y preservar la identidad que Dios les ha dado desde su nacimiento como hombres y como mujeres. Tenemos que comprometernos a que vamos a preservar y proteger su identidad y como miembros de nuestras familias. Tenemos que proteger la herencia que tenemos como hijos del Señor y no permitir que se disminuyan nuestras fuerzas como pueblo: que no haya disminución entre nosotros.
El pueblo de Israel salió de Egipto cantando y dispuesto a responder a estos retos a través de todas sus generaciones. No siquiera el Holocausto Hitleriano pudo hacerles cambiar de opinión.
¿Cómo hemos de responder nosotros?
Las experiencias que el pueblo de Israel vivió durante su cautiverio en Egipto estuvieron plagadas de muchas experiencias de dolor. La mayoría de estas provocadas por el poder opresor del gobierno del Faraón. Otras, fueron provocadas por malas decisiones tomadas por el pueblo de Dios.
El recuento de una de las experiencias más trágicas que ellos vivieron aparece documentada en el primer capítulo del libro del Éxodo:
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“13 Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, 14 y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor. 15 Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y otra Fúa, y les dijo: 16 Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva. 17 Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños. 18 Y el rey de Egipto hizo llamar a las parteras y les dijo: ¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la vida a los niños? 19 Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas. 20 Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera. 21 Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias.” (Éxo 1:13-21, RV 1960)
Los Israelitas llegaron a Egipto como invitados, atraídos por la posibilidad de poder hallar allí la solución a una necesidad imperiosa: el hambre. De invitados del Estado, pasaron a ser trabajadores invitados del Estado y de allí pasaron a ser esclavos del Estado.
Repasemos esta aseveración:
- Los israelitas comenzaron como invitados en Egipto.
- Luego pasaron a ser trabajadores invitados en Egipto
- Terminaron como esclavos del Estado en Egipto
Según Filón, esta es la injusticia más grande de Egipto [1]: convertir en esclavos a sus invitados. Michael Walzer señala este dato en uno de sus libros, [2] al mismo tiempo que destaca que esa clase de esclavitud pulveriza y macera los sentimientos, las emociones, el espíritu, además de que pesa sobre los hombros. Walzer cita el segundo volumen del libro “Legends of the Jews” de Louis Ginzberg (publicado en 1909) para destacar que esas leyendas milenarias indican que a los Israelitas les pagaron por el trabajo realizado en la primera ciudad, le retuvieron los salarios en la segunda ciudad y los esclavizaron de ahí en adelante.
Walzer explica que la frase “dura servidumbre” o servicio rigoroso (“baavoda kasha”) que encontramos en el verso 14 del primer capítulo del libro de Éxodo es sinónimo de servicio sin límite de tiempo o sin propósito. Esta es la definición de la esclavitud. Este proceso de asimilación en Egipto es una metáfora viva de lo que acontece con frecuencia a aquellos que se asocian con los “Egiptos” que aparecen en todas las generaciones. Particularmente, cuando esta asociación ha sido provocada por la urgencia de satisfacer necesidades que pertenecen al círculo o el piso vital de nuestra existencia. Usualmente llegamos como invitados de ese sistema, y en el proceso nos asimilamos a este. Esto sucede al mismo tiempo en el que permitimos que nuestras necesidades se conviertan en los directores y conductores de nuestras vidas. De ahí en adelante es solo cuestión de tiempo: el sistema decide solicitar nuestros servicios sin límite de tiempo y sin propósito definido. En resumen, nos convertimos en esclavos de Egipto.
La experiencia narrada en este capítulo no se circunscribe a la dureza con la que los israelitas fueron tratados allí. Este pasaje narra el ensamblaje de una estructura preparada por Egipto para poner en función el genocidio de ese pueblo. Faraón decidió que los niños varones debían ser sacrificados después de haber nacido.
Esta narrativa posee una imagen de espejo en nuestros días. Se trata de la autorización abominable que muchos gobiernos estatales le han concedido al asesinato de los bebés que son abortados en la última semana de gestación. Esta autorización incluye que pueden ser descartados aún después de haber nacido, si esa es la decisión de la madre. Este es el poder del faraón en todo su apogeo.
Hay un pasaje en el Nuevo Testamento que nos permite conocer algunos detalles de esta estructura criminal nefasta y abominable:
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“17 Pero cuando se acercaba el tiempo de la promesa, que Dios había jurado a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, 18 hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José. 19 Este rey, usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres, a fin de que expusiesen a la muerte a sus niños, para que no se propagasen. 20 En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios; y fue criado tres meses en casa de su padre.” (Hch 7:17-20, RV 1960)
En una discusión teológica con el Pastor Samuel Esquilín acerca de este pasaje descubrimos algo muy interesante. Este joven pastor argumentaba que esta narrativa bíblica pone de relieve la autoridad coercitiva del Faraón y la mentalidad de sujeción y sometimiento de un pueblo esclavo. Veamos el mismo en otras versiones bíblicas, de modo que podamos entender las razones que provocan esa aseveración:
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“17 »Cuando ya se acercaba el tiempo de que se cumpliera la promesa que Dios le había hecho a Abraham, el pueblo crecía y se multiplicaba en Egipto. 18 Por aquel entonces subió al trono de Egipto un nuevo rey que no sabía nada de José. 19 Este rey usó de artimañas con nuestro pueblo y oprimió a nuestros antepasados, obligándolos a dejar abandonados a sus hijos recién nacidos para que murieran.20 »En aquel tiempo nació Moisés, y fue agradable a los ojos de Dios.[c] Por tres meses se crió en la casa de su padre 21 y, al quedar abandonado, la hija del faraón lo adoptó y lo crió como a su propio hijo. 22 Así Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y en obra.” (Nueva Versión Internacional)
“17 »Cuando ya se acercaba el tiempo en que había de cumplirse la promesa hecha por Dios a Abraham, el pueblo de Israel había crecido en Egipto y se había hecho numeroso; 18 y por entonces comenzó a gobernar en Egipto un rey que no había conocido a José. 19 Este rey engañó a nuestro pueblo y maltrató a nuestros antepasados; los obligó a abandonar y dejar morir a sus hijos recién nacidos. 20 En aquel tiempo nació Moisés. Fue un niño extraordinariamente hermoso, y sus padres lo criaron en su casa durante tres meses. 21 Cuando tuvieron que abandonarlo, la hija del faraón lo recogió y lo crió como si fuera su propio hijo. 22 De esa manera Moisés fue instruido en la sabiduría de los egipcios, y fue un hombre poderoso en palabras y en hechos.” (Dios Habla Hoy)
“17 »Cuando la promesa que Dios le hizo a Abraham estaba por cumplirse, nuestro pueblo ya se había multiplicado muchísimo en Egipto. 18 Entonces llegó al poder en Egipto un rey que no sabía nada de José. 19 Él oprimió con astucia a nuestro pueblo y lo trató con crueldad. Los obligó a abandonar a sus hijos para que murieran. 20 Moisés nació en esa época. Era un niño muy hermoso, y sus padres lo cuidaron en casa por tres meses. 21 Cuando lo tuvieron que abandonar, la hija del faraón lo recogió y lo crió como si fuera su propio hijo. 22 Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y llegó a ser un hombre poderoso tanto en sus palabras como en sus hechos.” (Palabra de Dios para Todos)
“17 »Cuando ya se acercaba el tiempo en que había de cumplirse la promesa hecha por Dios a Abraham, el pueblo de Israel había crecido en Egipto y se había hecho numeroso; 18 y por entonces comenzó a gobernar en Egipto un rey que no había conocido a José. 19 Este rey engañó a nuestro pueblo y maltrató a nuestros antepasados; los obligó a abandonar y dejar morir a sus hijos recién nacidos. 20 En aquel tiempo nació Moisés. Fue un niño extraordinariamente hermoso, y sus padres lo criaron en su casa durante tres meses. 21 Cuando tuvieron que abandonarlo, la hija del faraón lo recogió y lo crió como si fuera su propio hijo. 22 De esa manera Moisés fue instruido en la sabiduría de los egipcios, y fue un hombre poderoso en palabras y en hechos.” (Dios Habla Hoy)
“17 »Cuando la promesa que Dios le hizo a Abraham estaba por cumplirse, nuestro pueblo ya se había multiplicado muchísimo en Egipto. 18 Entonces llegó al poder en Egipto un rey que no sabía nada de José. 19 Él oprimió con astucia a nuestro pueblo y lo trató con crueldad. Los obligó a abandonar a sus hijos para que murieran. 20 Moisés nació en esa época. Era un niño muy hermoso, y sus padres lo cuidaron en casa por tres meses. 21 Cuando lo tuvieron que abandonar, la hija del faraón lo recogió y lo crió como si fuera su propio hijo. 22 Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y llegó a ser un hombre poderoso tanto en sus palabras como en sus hechos.” (Palabra de Dios para Todos)
Las expresiones del verso 19 son desgarradoras, al mismo tiempo que revelan una verdad escalofriante. Veamos:
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“19 Este rey usó de artimañas con nuestro pueblo y oprimió a nuestros antepasados, obligándolos a dejar abandonados a sus hijos recién nacidos para que murieran.” (NVI)
“19 Este rey engañó a nuestro pueblo y maltrató a nuestros antepasados; los obligó a abandonar y dejar morir a sus hijos recién nacidos.” (DHH)
“19 Él oprimió con astucia a nuestro pueblo y lo trató con crueldad. Los obligó a abandonar a sus hijos para que murieran.” (PDT)
“19 Este rey engañó a nuestro pueblo y maltrató a nuestros antepasados; los obligó a abandonar y dejar morir a sus hijos recién nacidos.” (DHH)
“19 Él oprimió con astucia a nuestro pueblo y lo trató con crueldad. Los obligó a abandonar a sus hijos para que murieran.” (PDT)
El juego de palabras que se traducen en estas expresiones es monumental. El concepto griego que se traduce aquí como “artimañas”, “engaño” o “astucia” es “katasophísamenos” (G2686), que es similar a circunvenir con fraude o por conquista la sabiduría de alguien, o echarla al suelo. En otras palabras, faraón le “dio la vuelta” a este asunto hasta lograr que los esclavos se convencieran de que la mejor decisión era la de entregar sus hijos al poder destructor del Estado. Esto, dice ese pasaje, colocó a los Israelitas ante la decisión de entregar a sus hijos, abandonándolos y dejándolos morir, con miras a seguir viviendo sus vidas como esclavos. Algunos exégetas de este pasaje hasta colocan a algunos judíos echando a sus hijos en el río.
¿No le parece familiar esta descripción? No olvidemos que el poder de convencimiento de los faraones está casi siempre ligado a la capacidad que les hemos entregado de dominar y satisfacer aquellas necesidades que hemos identificado como necesidades básicas. Esa definición se ha ido ampliando a través de los años. Hoy en día podemos llamar “necesidad básica” a algo que realmente no lo es. El poder coercitivo que los faraones logran ejercer sobre nosotros cuando estas necesidades nos son satisfechas, nos puede llevar hasta convencernos de que sacrificar a nuestros hijos es un precio adecuado, con tal de que nuestros estilos de vida no sufran muchos cambios.
¿Cómo sacrificamos a nuestros hijos en el siglo 21? ¿En qué ríos los hemos dejado abandonados?
Las respuestas a estas preguntas requieren una serie de ensayos pastorales por separado. El río que temían los Israelitas era el Nilo. Este río era una deidad para los egipcios, porque era el responsable de los ciclos de prosperidad, de grandes cosechas y de la navegabilidad que conectaba al imperio con el resto del mundo conocido.
Hoy día sacrificamos nuestros hijos ante deidades similares. El Facebook, el Instagram, y otras conexiones similares que forman parte de las redes sociales, son tan solo algunos de esos ríos. Otros sacrificios son la permisibilidad que otorgamos para que nuestros hijos se ahoguen en los ríos de Egipto. Es allí en donde pierden su identidad como parte de la familia, su identidad como hombres o como mujeres, y hasta su identidad como hijos del Señor.
Jonathan Sacks discute esto en su libro Lessons in Leadership [3] cuando trata el caso de José, cuando este llegó a Egipto y fue tentado por la esposa de Potifar (Gn 39:1-20):
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“This is more than the usual conflict between sin and temptation. It is a conflict of identity. Recall that Joseph is now living in, for him, a new and strange land. His brothers have rejected him. They made it clear that they did not want him as part of their family. Why then should he not, in Egypt, do as the Egyptians do? Why not yield to his master’s wife if that is what she wants? The question for Joseph is not just, “Is this right?” but also, “Am I an Egyptian or a Jew?””
El Profesor Sacks destaca aquí que el problema más grande de José no fue la tentación sexual a la que fue sometido por la esposa de Potifar. Su problema más grande fue la lucha con su identidad. José se encontraba en Egipto y tenía que preguntarse a sí mismo si se comportaba como un egipcio o si mantenía su identidad como hijo de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Egipto siempre tiene sus ríos preparados para ahogar la identidad de los nuestros. Sin embargo, una cosa es proveerle a ellos las herramientas para que sean capaces de batallar contra Egipto. Es obvio que José había recibido estas herramientas. Otra cosa es rendirnos ante el “katasophísamenos” de los faraones de nuestros días y abandonarlos en esos ríos. Esto implica, no proveerles las herramientas adecuadas para que puedan mantener su identidad ante los retos que formula Egipto. Esto también implica dejar que el río se trague la identidad de ellos sin oponernos a esto.
Hay muchos símiles del Nilo que pueden ser discutidos y analizados aquí. Pero ese tema de la pérdida de la identidad parece ser uno de los más difíciles de manejar en esta época. Faraón sigue actuando con astucia y cada día convence a padres y a madres de que no hay alternativa ante el deseo de faraón de que nuestros hijos ahoguen su identidad varonil o femenina ante los dioses de este tiempo.
Las decisiones que tomamos son muy importantes. El precio a pagar por el nivel de responsabilidad que tenemos es muy alto. Salir de Egipto, el Éxodo después de las plagas, requiere la toma de unas decisiones muy importantes. Una de ellas es comprometernos con que no abandonaremos a nuestros hijos ni los ofreceremos ante los altares que han identificado los faraones de nuestros tiempos.
El Éxodo después de las plagas también está acompañado de muy buenos recuerdos. La Biblia señala en el capítulo uno del libro de Éxodo que los Israelitas salieron de Egipto como un pueblo fortalecido y robusto porque Dios levantó sus instrumentos de salvación en medio de las artimañas del Faraón: Sifra y Fúa (Éxo 1:15-20).
Estas mujeres era servidoras del Faraón. Rosalind Janssen ha dicho que de las 12 mujeres que aparecen mencionadas en los primeros dos (2) capítulos del Libro de Éxodo, al menos seis (6) de ellas tiene como roles primarios salvar la vida a nivel nacional. [4] Ellas son Jocabed, la madre de Moisés, María la hermana del caudillo, la hija de Faraón, Sefora, Sifra y Fúa. Estas últimas, destaca Janssen, operan en un “espacio femenino”, frase que describe las limitaciones de unas siervas que estaban muy cerca del harén del faraón. Esto es, seleccionadas a mano por el poder imperial y confinadas para rendir los servicios que requería este poder.
Esa estructura dice Janssen, era feroz, saturada de una atmósfera de intriga política y personal incandescente y que implicaba reclusión. O sea, que Sifra y Fúa vivían en palacio, pero en su propias cuevas; en los apartamentos detrás del harén, detrás del asegurado “Eastern High Gate” en el “Medinet Habu”.[5]”
Estas mujeres reciben instrucciones personales del poder esclavizador, sin embargo deciden que el temor de Dios va a regir sus procesos decisionales. Ese temor lleva a estas mujeres a decidir por la vida y no por la muerte, por la esperanza y no por la desdicha, por la salvación y no por la condenación, por la preservación de la identidad y de la fuerza de ese pueblo y no por la disminución de sus hijos.
Sifra y Fúa se niegan a echar en el río a los varones recién nacidos de Israel. Ellas se atrevieron a decir que no a la orden del faraón. El temor de Dios sigue siendo la respuesta ante las amenazas faraónicas de este tiempo. Un artículo de publicación cibernética señala que en muchas ocasiones etiquetamos el temor como un sentimiento negativo. El temor de Dios nunca es una emoción negativa. El temor que llevó a Sifra y a Fúa a obedecer a Dios es el mismo que nos conduce hoy a esa misma obediencia.
Ese artículo dice lo siguiente acerca de ese temor:
- nos mantiene apartados del mal y no nos permite tomar parte en el pecado (Prov16:6; Gal 6:7)
- nos dirige a la vida abundante de modo que podemos dormir satisfechos, sin haber sido tocados por la maldad, sin sentido de culpa, sin ansiedad, sin auto-condenación
- prolonga la vida (Pro 10:27). Dios prospera nuestras familias así como prosperó las familias de Sifra y de Fúa.
- nos dirige a riquezas, a honor, a la vida y a que nada nos falte (Pro 22:4; Sal 34:9).
- provoca que Dios nos proteja y nos libre de la mano del angustiador (Sal 34:17).
- produce sabiduría (Sal 111:10) y esta no permite que faraón nos atrape (Éxo 1:18-19).
- nos dirige a la revelación de la comunión íntima y del pacto con Dios (Sal 25:14). [6]
El pueblo de Israel salió de Egipto con el compromiso de perpetuar por todas las generaciones este testimonio de desobediencia civil. Es obvio que estas mujeres se ganaron un sitial de honor en la historia de ese pueblo y de las luchas por la vida.
El Éxodo nuestro se acerca con celeridad. El tiempo que hemos pasado en cuarentena nos ha brindado la oportunidad de comparar nuestras historias con las historias de Israel. Reiteramos que ese pueblo aprendió en su temporada de esclavitud y de aislamiento que no permitiría que nada ni nadie le indujera a la disminución de sus hijos y mucho menos a ceder a las presiones coercitivas para abandonarlos. Hemos aprendido en la Palabra Santa que Dios les enseñó a ellos que los hijos son cosa de estima y como saetas en manos del valiente (Sal 127:2-5).
Dios nos ha conminado a renunciar a Egipto, a no volver a tras a los estilos de vida que practicábamos antes del COVID-19. Así mismo nos conmina a renunciar a los poderes faraónicos, tanto a los presentes como a aquellos que puedan aparecer en nuestro camino.
Ahora que hemos tenido la oportunidad de estar con nuestros hijos como nunca antes lo habíamos podido hacer, tenemos que comprometernos con Dios y con ellos. Ese compromiso tiene que incluir escoger la vida y no por la muerte, la esperanza y no la desdicha, la salvación y no la condenación. Tenemos que comprometernos a que vamos a proteger y preservar la identidad de ellos como hijos de Dios. Tenemos que comprometernos con que vamos a proteger y preservar la identidad que Dios les ha dado desde su nacimiento como hombres y como mujeres. Tenemos que comprometernos a que vamos a preservar y proteger su identidad y como miembros de nuestras familias. Tenemos que proteger la herencia que tenemos como hijos del Señor y no permitir que se disminuyan nuestras fuerzas como pueblo: que no haya disminución entre nosotros.
El pueblo de Israel salió de Egipto cantando y dispuesto a responder a estos retos a través de todas sus generaciones. No siquiera el Holocausto Hitleriano pudo hacerles cambiar de opinión.
¿Cómo hemos de responder nosotros?
Referencias
[1] Philo, Life of Moses (traducido por F.H. Colson , Londres: Heinemann, Loeb Classical Library, 1935, 6:295.
[2] Michael Walzer. 1985. Exodus and Revolution. np: BasicBooks (pp.23-29).
[3] Sacks, Jonathan. Lessons in Leadership: A Weekly Reading of the Jewish Bible . The Toby Press. Kindle Edition (loc 2100).
[4] A New Reading of Shiphrah and Puah – Recovering their Voices, publicado en Feminist Theology 2018, Vol. 27(1) 9–25 © The Author(s) 2018 Article reuse guidelines: sagepub.com/journals-permissions DOI: 10.1177/0966735018789129 journals.sagepub.com/home/fth, Rosalind Janssen
[5] Epigraphic Survey (1970) Medinet Habu, VIII: The Eastern High Gate with Translations of Texts. Chicago, IL:
University of Chicago. Citado así en la página 15 del documento anterior.
[6] http://www.faraboverubiescollection.com/blog/lessons-from-shiphrah-and-puah-on-the-benefits-of-fearing-god
[1] Philo, Life of Moses (traducido por F.H. Colson , Londres: Heinemann, Loeb Classical Library, 1935, 6:295.
[2] Michael Walzer. 1985. Exodus and Revolution. np: BasicBooks (pp.23-29).
[3] Sacks, Jonathan. Lessons in Leadership: A Weekly Reading of the Jewish Bible . The Toby Press. Kindle Edition (loc 2100).
[4] A New Reading of Shiphrah and Puah – Recovering their Voices, publicado en Feminist Theology 2018, Vol. 27(1) 9–25 © The Author(s) 2018 Article reuse guidelines: sagepub.com/journals-permissions DOI: 10.1177/0966735018789129 journals.sagepub.com/home/fth, Rosalind Janssen
[5] Epigraphic Survey (1970) Medinet Habu, VIII: The Eastern High Gate with Translations of Texts. Chicago, IL:
University of Chicago. Citado así en la página 15 del documento anterior.
[6] http://www.faraboverubiescollection.com/blog/lessons-from-shiphrah-and-puah-on-the-benefits-of-fearing-god
Colaboradores:
Reflexión pastoral: Rev. Mizraim Esquilín-García, PhD. / Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García / Social-Media : Hna. Frances González / Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria / Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa en InDesign CC: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria / Fotografías gratuitas: Recuperadas de Unsplash.com/Photo by Zac Durant/ Diego PH. Imagen editada en Photoshop CC: Hna. Eunice Esquilín López – voluntaria 10 de mayo del 2020.
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Posted in AUTOR: MIZRAIM ESQUILIN GARCIA, SERIE: EL EXODO - LA VIDA DESPUES DE LAS PLAGAS
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