Reflexiones de Esperanza: Enseñanzas en la cueva- Parte 13: El temor de Dios y el valor de la meditación

El análisis del salmo 34 nos ha permitido entrar en el corazón del salmista para apreciar allí el lugar que él le confirió a la práctica de las disciplinas espirituales tales como la adoración, la oración y la comunión íntima en el temor de Dios. Esto último puede también ser definido como el valor de la meditación en aquellos que temen a Dios. Esta reflexión procura analizar esta disciplina.

Los siguientes versos del salmo 34 son algunos de los ejemplos de la misma:

"
“5 Los que miraron a él fueron alumbrados, Y sus rostros no fueron avergonzados.”
“8 Gustad, y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en él.”
“9 Temed a Jehová, vosotros sus santos, Pues nada falta a los que le temen.”
“11 Venid, hijos, oídme; El temor de Jehová os enseñaré.”

En nuestra reflexión anterior consideramos a Jacob sumergido en una experiencia de oración muy singular. Esta experiencia es descrita en el capítulo 28 del libro de Génesis: el sueño de Jacob con la escalera que sube hasta el cielo. Esa historia recoge la relación de Jacob con los tres (3) movimientos de la oración: de pie antes las realidades de la vida, ascendiendo a la presencia de Dios y descendiendo a compartir con nuestro mundo el pedacito de cielo que hemos recibido del Eterno.

El concepto hebreo “lehitpalel,” es un verbo que significa orar. El profesor Jonathan Sacks apunta que este concepto es reflexivo, implicando con esto que es una acción que uno desarrolla con efectos en uno mismo. Esto, dice Sacks, literalmente significa “juzgarse uno mismo,” escapar de la prisión del ser (yo) y comenzar a ver el mundo desde afuera de esa prisión. La oración es donde el incansable “yo” se desploma en silencio, reconociendo que está ante el Altísimo y que nosotros no somos el centro del universo.

Estas aseveraciones implican que uno acepta que hay una realidad más allá de nosotros. Esto, dice Sacks, es el inicio de un proceso de transformación. En muchas ocasiones, añade Sacks, se hace necesario tener que enfrentar una crisis para poder llegar a la conclusión de cuán centrados estamos en nosotros mismos. Es a través de estos procesos que descubrimos que existimos porque el Señor lo quiere así, porque anhela esto y porque nos ha asignado una tarea que sólo nosotros podemos desarrollar.

Salimos de esas experiencias difíciles y complicadas fortalecidos y transformados. Salir de estas crisis experimentando estas transformaciones requiere aceptar que Dios se encontraba con nosotros en esos lugares y que nosotros decidimos y logramos silenciar el “yo”.[1]

Esa transformación impone la meditación y la reflexión. Los versos finales de ese capítulo 28 del libro de Génesis describen a Jacob meditando en la experiencia que había tenido y tomando decisiones a base de esta. No olvidemos que Jacob experimentó en este capítulo un encuentro con la santidad de Dios. Ese capítulo describe un encuentro de Jacob con la presencia del Eterno Dios, con la santidad de Dios, con la majestad de Dios.

David vive experiencias de esta naturaleza en la cueva de Adulam. David se percata en esa cueva que ha estado ante una realidad trans-racional y trans-lógica: el misterio de la presencia de Dios.

Una de las expresiones más complicadas de C.S Lewis define que la verdad siempre se expresa acerca de algo, pero que la realidad es aquello acerca de lo que la verdad es. La verdad absoluta acerca de Dios es que él es santo. La santidad de Dios es una realidad innegable. Estas aseveraciones, no solamente están apoyadas sobre una infinidad de bases bíblicas, sino que afectan las exigencias y privilegios de aquellos que amamos y servimos a Dios.

La primera de las dos (2) expresiones anteriores está basada en declaraciones bíblicas que afirman que nuestro Dios es santo (Isa 6:3). Ella afirma que Dios es “magnífico en santidad” (Ex 15:11) y que esa santidad es de tal magnitud que la sola memoria de ella tiene que ser celebrada (Sal 30:4) y alabada (Sal 97:12). La Biblia dice además que el ambiente en el que Dios habita es santo (Isa 57:15) y que los creyentes hemos sido invitados a participar de esa santidad (Heb 12:10, 14). Por otro lado, la Biblia nos invita a adorar en la hermosura de la santidad que emana de Dios (1 Cro 16:29; Sal 29:2; 96:9; 110:3). Esa invitación posee en sí misma un reclamo a vivir en santidad para Dios.

Para entender los alcances de esta aseveración se hace necesario (al menos) analizar un concepto adicional y por lo menos dos pasajes bíblicos muy particulares.

El primer concepto es el de la santidad en sí misma: “¿qué significado tiene el que Dios es Santo?” Rudolph Otto se refería a esto utilizando una frase teológica que abrió brecha en la Teología sistemática. Otto, en su libro “The Idea of the Holy” (1950) definía esto como el “myterium tremendum.” Esto es, acercarse a la presencia santa del Eterno es acercarse a una dimensión para la que nos hay expresiones humanas con la capacidad  suficiente para poder explicarlo. De hecho, es por esto que él califica la adoración como una “experiencia numinosa;” sobrenatural, misteriosa, llena de la presencia de lo divino.

“Dios es Santo” no es una expresión que se usa para describir un atributo divino. La santidad de Dios es su naturaleza.

Permítame abundar un poco más sobre esto último. R.C. Sproul, en su libro “La Santidad de Dios” nos ayuda a entenderlo cuando nos dice que el nombre de Dios (revelado) es Jehová y su título es Señor. Así como el nombre del Presidente de los E.U.A. es Donald J. Trump y su título es Presidente de los Estados Unidos de América.

Ahora bien, la naturaleza de Dios es su santidad. Esto es, su Nombre es Santo porque Él es santo. Su presencia es santa y es “holy ground” (terreno santo). Su trono es santo porque Él es santo. Su Palabra es santa porque Él es santo. Su misericordia, su amor y su gracia son santas porque Él es santo. Su mirada es santa porque Él es santo. Todo lo que Él toca es santificado porque Él es santo. Su templo es santo. Cuando el Padre Nuestro nos invita a santificar el nombre de Dios, no lo hace porque Dios necesite ser santificado, sino porque a nosotros nos conviene vivir santificando el nombre de Dios con nuestras vidas y nuestros testimonios.

Esa santidad de Dios no necesita crecer, aumentar, ni superarse. La santidad de Dios es perfecta y absoluta. Ella es porque Él es. O sea, que cuando la Biblia dice que Dios es santo no está tratando de enfatizar en una santidad ética (entiéndase de testimonio), sino de todo lo pertinente a la divinidad. O sea, todo Dios y todo lo de Dios. Dios es santo más allá del espacio y el tiempo. Su santidad es tan alta que es incomprensible. Su santidad es tan profunda y tan vasta que nuestra naturaleza humana no es capaz de soportar la manifestación plena de ella.

David es confrontado con la santidad de Dios mientras se encontraba en la cueva de Adulam. Es esta confrontación la que le conmina a aceptar ser transformado por el Señor.

Ahora bien, ese Dios que es santo nos invita a participar de su santidad. Esta invitación y sus consecuencias son de por sí un misterio insondable. Uno de los pasajes bíblicos más poderosos sobre esta dimensión de la invitación divina es Éxodo 28:36. Allí se explica que el Sumo Sacerdote Israelita tenía que llevar sobre su pecho un recordatorio de esta exigencia; una lámina de oro fino (tallada como una hoja de papel) en el que estaba escrita la frase “Santidad a Jehová.” Adam Clarke aseveró  que este letrero debía ser considerado como la “placa oficial” (como la de los agentes del orden público) del oficio del sacerdocio.

No se puede obviar que el sacerdote tenía que ministrar delante de la misma presencia de Dios y utilizando instrumentos santificados para Dios, o sea que le pertenecían a Dios. La importancia de esta última aseveración puede ser constatada leyendo la historia bíblica que aparece en el capítulo cinco (5) del libro de Daniel, donde un rey pagano decide usar los utensilios consagrados para Dios en una fiesta pagana y esto le produjo unas consecuencias terribles.

Sabiendo esto tenemos que aceptar que las experiencias de adoración y de oración nos colocan ante esa santa presencia. ¿Podemos vivir estas experiencias sin ser motivados a meditar, a reflexionar acerca de lo que hemos vivido? ¿Podemos experimentar esa presencia santa sin ser compelidos y conminados a meditar y reflexionar acerca de la santidad del Altísimo?

La meditación o el “hâgâh, (H1897) es un tipo de oración que nos conduce de la mente al corazón. Es un camino de simplicidad, silencio y quietud que puede ser practicado por cualquier persona que busque del Señor. El concepto hebreo implica “meditar; gemir; llorar, rugir; pronunciar; hablar”. El vocablo es común tanto en hebreo antiguo como moderno. Es propio únicamente al Antiguo Testamento hebreo y parece ser un término onomatopéyico que refleja los suspiros y murmullos que los antiguos hacían cuando meditaban. [2]

Meditar entonces, es pensar profundamente y reflexionar acerca de lo que Dios nos ha dicho en la Escritura y preparar nuestras mentes y corazones para la oración. Las Sagradas Escrituras llenan nuestra meditación y la meditación amplía el campo de acción de nuestras oraciones.
Ahora bien, hay que preguntarse  ¿cómo desarrollamos la meditación en las Sagradas Escrituras? La Biblia nos provee al menos cinco pasos para la meditación de la Palabra de Dios.
Meditamos para considerar, comprender, recordar, adorar y aplicar la Palabra de Dios.

  1. Para considerar los caminos del Señor (Salmo 119:15).
  2. Para poder comprender Su Palabra (Salmo 119:27).
  3. Para poder recordar esa Palabra (Salmo 143:5).
  4. Para poder adorar (Salmo 1:2).
  5. Para aplicar la Palabra a nuestras situaciones diarias (Heb 4:12). [3]

Otro escenario de la meditación es el de los procesos para reflexionar acerca de nuestras experiencias con el Señor. Es muy cierto que el llamado de Dios en su Palabra es a que meditemos en lo que ella nos dice. Así está escrito en el libro de Josué:

"
“8 Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (Jos 1:8)

Sin embargo la Biblia está llena de modelos de meditación acerca de las obras, los testimonios, los portentos, la majestad y la gloria del Señor. Arraigados y cimentados en la Palabra,  siervos del Señor nos permiten comprender con sus testimonios bíblicos que su temor de Dios les condujo a tener experiencias extraordinarias con el Señor. A su vez, estas experiencias les llevaron a adentrase en procesos de meditación y de reflexión que les hicieron crecer en su vida de oración y por ende, en su relación con el Señor.

El Dr. Elmer Towns, teólogo norteamericano y co-fundador de Liberty University, dedicó varios sermones al análisis de este tema durante el 1997. La tesis de sus reflexiones sobre este tema le condujo a analizar algo que él llamó “Diez factores de la Meditación” (Ten Factors of Meditation).[4] A continuación algunos de los 10 factores que enumera el Dr. Towns:

  1. El factor David: considerando la creación de Dios
“14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío.” (Sal 19:14)
a. La creación revela a Dios (Sal 19:1)
b.La creación es voz de Dios (Sal 29:3)

  1. El factor María: sopesando a Jesús.
“19 Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” (Lucas 2:19).
a. Intención: qué cosas hemos decidido guardar en el corazón (Lcs 2:19).
b. Decisión: María decidió guardar todo acerca de Jesús (Lcs 2:51).
c. Dimensión: en su corazón, el asiento de las capacidades volitivas y emocionales (Lcs 2:51).

  1. El factor Pablo: enfocando en la excelencia
“5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,” (Fil 2:5).
a. Enfocando dos (2) mundos: Col 3:1-2.
b. La excelencia: Fil 3:13-14.
c. El contenido: Fil 4:8.
d. Preguntas a formular para la meditación:
  1. ¿Es verdadero? ¿Es honesto? ¿Es justo?
  2. ¿Es puro? ¿Es amable? ¿Es de buen nombre?
  3. ¿Posee virtud alguna? ¿Posee algo digno de alabanza?

  1. El factor Juan: pensando acerca de la cruz
“1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;” (1 Jn 3:1a).
a. Pensar profundamente en el amor de Dios manifestado en Su Hijo Cristo (1 Jn 4:9)
b. Considerar la calidad del amor de Dios; ese amor ágape, sacrificial.
c. Enfocarse en la fuente de ese amor: el Padre Celestial.
d. Enfocarse en el acto de amor: Cristo murió por nosotros (Rom 5:8).
e. Considerar los recipientes de ese amor (Jn 13:23).
f. Considerar los resultados de ese amor (Jn 1:12-13; 1 Jn 3:1)

  1. El factor Timoteo: considerando los dones y el llamado que hemos recibido.
“12 Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.   13 Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. 14 No descuides el don que hay en ti, que te fue  dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. 15 Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para        que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos.” (1Tim 4:12-15)
a. Considerar las herramientas que nos han concedido.
b. Meditar en Aquél que las concedió (Efe 4:7,11).
c. Meditar en el privilegio de ser elegidos para recibirlas (1 Cor 12:11).

  1. El factor Josué: meditando en los principios de las Sagradas Escrituras.
“8 Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (Jos 1:8)
a. Meditar en los principios bíblicos para aprender a hacer la voluntad de Dios para crecer como creyentes y para poder ser exitosos en la vida.
b. Memorizar la Palabra para que ella se asiente en el corazón.
c. Repetir la Palabra al menos cuatro (4) veces al día.
d. Escribir la Palabra:

Se ha comprobado que la acción de escribir produce no menos de ocho (8) beneficios:[5]
  1. Nos ayuda a documentar todo aquello que nos ha llamado la atención.
  2. Nos ayuda a clarificar los pensamientos.
  3. Nos ayuda a clarificar las metas, las prioridades y las intenciones.
  4. Nos ayuda a mantenernos motivados.
  5. Nos ayuda a reconocer y a procesar nuestras emociones.
  6. Motiva nuestro progreso diario.
  7. Nos ayuda a desarrollar un nivel de pensamiento más alto y por lo tanto nuestras acciones están más y mucho mejor enfocadas.
  8. Nos ayuda a desarrollar nuestro sentido de gratitud.

El Dr. Towns incluye en su análisis cuatro (4) factores adicionales. Estos son los siguientes:
  1. El factor Asaf: considerar a Dios cuando hay problemas.
  2. El factor Coré: contemplar la intimidad con Dios.
  3. El factor Malaquías: meditar en los nombres de Dios.
  4. El factor Hageo: pensando más allá del fracaso moral.

Invitamos a los lectores de esta reflexión a realizar sus investigaciones hasta poder conseguir los elementos constitutivos de estos.

Es obvio que el ejercicio de meditar en las intervenciones de Dios en nuestras vidas forma parte de las enseñanzas y del quehacer bíblico. Es también obvio que esto produce unos resultados extraordinarios.

David nos enseña en el salmo 34 que el proceso de transformación que él vivió en la cueva de Adulam le condujo a querer enseñar acerca de esto. En primer lugar, a aquellos que lo rodeaban en la cueva y luego a todos aquellos que nos acercaríamos a su experiencia allí a través del tiempo.

Las siguientes frases del salmo 34 son testimonios fieles de esto.

“5 Los que miraron a él fueron alumbrados, Y sus rostros no fueron avergonzados.”
“8 Gustad, y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en él.”
“9 Temed a Jehová, vosotros sus santos, Pues nada falta a los que le temen.”
“11 Venid, hijos, oídme; El temor de Jehová os enseñaré.”

Una de las conclusiones a las que llegamos una vez leemos estas aseveraciones es que hay una verdad implícita detrás de las mismas. Esa verdad es que el proceso de enseñanza acerca de estas aseveraciones requiere ejercicios previos de meditación y reflexión acerca de estas.
David descubrió esto estando en la cueva de Adulam y por eso se convirtió en maestro.

Creemos que el Señor nos ha concedido la misma oportunidad a cada uno de nosotros. Los testimonios que hemos vivido son maravillosos. Pero estos testimonios no estarán completos hasta que seamos capaces de enseñar a otros lo que hemos aprendido. Para lograrlo, para poder desarrollar ese ejercicio requiere que desarrollemos la disciplina espiritual de la meditación en la Palabra de Dios y en las intervenciones maravillosas que Él ha hecho en nuestras vidas.
Referencias

[1]  Sacks, Rabbi Sir Jonathan (2010-07-31). Genesis: The Book of Beginnings (Covenant & Conversation) (Kindle
Locations 3025-3281). Kindle Edition.
[2] https://www.biblia.work/diccionarios/meditar/
[3] https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/5-pasos-para-meditar-en-la-biblia/
[4]   https://www.iheart.com/podcast/256-true-identity-ministry-of-30993786/episode/biblical-meditation-for-spiritual-breakthrough-by-34024250/
[5] https://www.productiveandfree.com/blog/writing-things-down-benefits

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