Reflexiones de Esperanza: Enseñanzas en la cueva – Parte 16: La agenda de restauración del Señor.

El Salmo 34 se ha convertido en nuestro compañero fiel en esta etapa final de la cuarentena provocada por el COVID-19. Ese salmo presenta evidencias de que las experiencias que David vivió en la cueva de Adulam lo transformaron y lo restauraron como siervo de Dios. Este salmo nos presenta un resumen de las enseñanzas que él adquiere allí y las conclusiones a las que él llega como producto de esas experiencias.

Al igual que David, nosotros hemos sido expuestos a una cantidad extraordinaria de experiencias exquisitas que tienen como finalidad que seamos transformados y restaurados como siervos del Señor. Reiteramos que estamos convencidos de que el Señor ha permitido que vivamos estas porque Él nos quiere transformar y restaurar. La meta es que lleguemos a alcanzar la estatura de Cristo Jesús, el varón perfecto (Efe 4:13).

Los lectores bíblicos consuetudinarios observamos con anhelo y emocionados el desarrollo de David desde su temprana juventud. Sabemos que en su juventud este hombre era capaz de luchar con leones, con osos y con gigantes (1 Sam 17:31-51). Además, sabemos que él era muy bueno con el arpa y con su voz para cantar salmos al Señor al punto de que sus alabanzas hacían huir a los demonios (1 Sam 16:14-23). Sin embargo, nosotros también sabemos que el David que llega a la cueva de Adulam parece ser otra persona; un ser humano distinto al de las historias bíblicas de su juventud.

¿Qué le sucedió a este hombre? ¿Cuáles fueron las experiencias que provocaron ese cambio en su personalidad, en su confianza en el Señor y en su capacidad para hacerle frente a las circunstancias de la vida? Las respuestas a estas preguntas son muy intensas y complicadas; requieren unas baterías de ensayos y de reflexiones por separado. La realidad es que el David de las primeras narrativas bíblicas parece haberse perdido y necesitaba ser transformado y restaurado, para llegar a ser el rey de Israel. En otras palabras, este hombre necesitaba una temporada, recetada por el Señor, en la que pudiera separarse del resto del mundo para que Dios lo restaurara como adorador y como su siervo.

Esto es precisamente uno de los aspectos que hace relevante la serie de salmos escritos en esa cueva. Adulam formó parte del plan de Dios para poder recuperar el David que se había perdido, restaurarlo y transformarlo en un ser humano del que pudiera nacer el Salvador del mundo.

Las similitudes entre la vida de David y las nuestras son asombrosas. Hace mucho tiempo que el Señor venía alertándonos de la necesidad imperante que había de sacar una temporada para intimar con Él e iniciar la búsqueda de transformaciones y restauraciones similares a las que vivió el futuro  rey de Israel.

La reflexión de El Heraldo del 4 de agosto del 2019 (“Una agenda de la restauración para la Iglesia”) trató este tema. Decíamos allí que Dios quiere restaurar su Iglesia para que ella pueda convertirse en reparadora de portillos y restauradora de calzadas (Isa 58:12). Señalábamos en esa reflexión que una Iglesia restaurada garantiza una transición honrosa de sus ministerios (de generación en generación) y un avivamiento continuo (“en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan.” Isa 58:11b).

Esa reflexión comenzó con unas referencias de un gigante del Evangelio que se nos adelantó a la eternidad hace un par de semanas: Ravi Zacharias:

“Ravi Zacharias tronaba contra la Iglesia occidental en días recientes en una conferencia titulada “Where do our values come from?” En la sección de preguntas y respuestas que siguió a su disertación, se le pidió que enumerara aquellas cosas que le habían causado dolor y frustración en su ministerio. La Iglesia Occidental estaba dentro de las tres (3) cosas que él identificó en su respuesta. Ravi señaló allí que la Iglesia del siglo 21 había decidido sacrificar verdades absolutas en su afán de querer ser relevante en un mundo posmoderno. Esto, decía él, le había causado mucho dolor.

Es un secreto a voces que la Iglesia en Puerto Rico y en América Latina necesita ser restaurada. Los afanes de este tiempo, las muchas contrataciones e interpretaciones de aquello que debemos ser como Pueblo de Dios, el culto a la personalidad, la necesidad de ser relevantes conforme a las especificaciones que ha establecido el secularismo posmoderno, y otros males similares, nos han convertido en un pueblo fragmentado. No solo estamos fragmentados, sino que en muchas ocasiones no hemos sido capaces de articular estrategias adecuadas, ni reaccionar a tiempo para ayudar a nuestro país a enfrentar sus crisis. La Iglesia de mi país necesita ser restaurada.

Hace muchos años, un Pastor llamado James Lowe (King's Corner Assembly of God, en Sarepta, Louisiana), le decía a su Iglesia que había una necesidad urgente de ser sometidos como pueblo de Dios a la agenda de restauración del cielo. Lowe insistía en que la Iglesia se había apartado de muchos principios básicos. Decía él, que en los esfuerzos por crecer económicamente y en la cantidad de miembros, habíamos abandonado muchas verdades básicas de la fe. No nos malentiendan los lectores; la Iglesia sigue siendo buena, sigue siendo la familia de Dios (Efe 2:19), continua siendo familia de la fe (Gal 6:10) y sigue siendo el cuerpo de Cristo (Col 1:18). Sin embargo, no es menos cierto que la Iglesia ha demostrado incapacidad para discernir, identificar y realizar con especificidad muchas de las tareas que Dios nos ha asignado para este tiempo.

Lowe identificó en sus reflexiones pastorales muchas áreas que necesitan ser restauradas en la Iglesia y en los fieles que formamos parte de ella. Una revisión somera de sus planteamientos nos ha llevado a realizar nuestro propio inventario de áreas en las que estamos convencidos de que la Iglesia necesita restauración.

Por razones de espacio, hemos seleccionado aquellas que creemos son las más relevantes. Con temor y temblor las presentamos como una agenda para la restauración de la Iglesia.”

Ya hemos visto que el tema de la restauración y de la transformación no es uno nuevo para nosotros. Este formó parte de las agendas de nuestras reflexiones institucionales: El Heraldo. Tal y como hemos dicho, fue en el mes de agosto del año pasado (2019) que comenzamos una serie de reflexiones acerca de la necesidad de la restauración en la Iglesia en general. Recordamos que el análisis acerca del Salmo 80 y que publicamos desde esa fecha en el 2019, nos confrontó con la necesidad de trabajar con una agenda de 12 áreas de restauración. Estas son:

  • Restauración de la unción.
  • Restauración de nuestra fidelidad.
  • Restauración de nuestra fe.
  • Restauración de la adoración.
  • Restauración de la compasión.
  • Restauración del hambre y la sed por la presencia de Dios.
  • Restauración de la gloria de Dios en la Iglesia.
  • Restauración del primer amor.
  • Restauración del gozo.
  • Restauración de la calidad de vida (testimonio).
  • Restauración de la pasión por alcanzar a los perdidos.
  • Restauración de talentos, dones y ministerios.

Como una nota al calce, es importante destacar que las primeras cuatro (4) áreas fueron analizadas en las reflexiones entre los meses de agosto y diciembre del año pasado. Las otras ocho (8) áreas fueron dejadas en el tintero a raíz de los temblores de tierra y de la pandemia causada por el COVID-19.  Además, que es obvio que las experiencias de restauración que vive David abren las puertas para que analicemos más de una de esas áreas que todavía no han sido estudiadas.

Creo que el Pastor James Lowe estaba profetizando cuando señaló que había una necesidad urgente de ser sometidos como pueblo de Dios a la agenda de restauración del cielo. Tal parece que las palabras de este Pastor de Lousiana fueron tomadas muy en serio en el cielo. El Señor le recetó a la Iglesia en todo el planeta una cueva similar a la que le recetó a David.
Ya hemos considerado que el Salmo 34 nos revela que la adoración de David fue restaurada en la cueva de Adulam. También hemos visto que la vida de oración y la de la práctica de otras disciplinas espirituales de David también fueron restauradas durante su estadía en esa cueva.

Nosotros tuvimos la oportunidad de analizar la primera de estas áreas, la de la adoración, en las últimas reflexiones que se publicaron sobre este tema. De hecho, tenemos que subrayar que el acercamiento al tema de la adoración es un tema recurrente en nuestras reflexiones escritas. Recordamos como uno de muchos ejemplos la publicación de El Heraldo del 5 de enero del 2014 (“Una Iglesia guiada por su Presencia: la búsqueda de su Presencia- el misterio de la adoración”). En esa reflexión presentamos las siguientes conclusiones acerca del mismo:

- La verdadera adoración cuesta.
- La adoración implica humillación.
- La adoración verdadera nos obliga a hacer todo aquello que podemos hacer para Dios.
- La adoración verdadera requiere compromiso.
- La verdadera adoración nos acerca a Dios y nos separa del mundo.
- La verdadera adoración no teme padecer por Cristo.
- La verdadera adoración cambia la atmósfera del lugar en el que se adora.


Estas conclusiones fueron el producto del análisis del pasaje bíblico en el que una mujer decidió ungir al Señor previo a su pasión y muerte en la Cruz del Calvario (Mc 14:3-9).

El Señor permitió que David pasara una temporada en la cueva de Adulam para que él pudiera  experimentar allí que su vida como adorador había sido restaurada. Estamos convencidos de que el Señor nos ha recetado una cueva similar para que nuestras vidas como adoradores también lo sean.

Nosotros también hemos tenido la oportunidad de analizar el tema de la restauración de la vida de oración y del hambre y la sed por la presencia de Dios. Recordamos estas frases que fueron publicadas en esa misma edición de El Heraldo del 4 de agosto del año pasado:

“La Iglesia necesita recuperar su hambre y su sed por la Presencia de Dios. Las actividades para entretener y darle terapia a la Iglesia jamás podrán producir en el corazón del creyente lo que produce el hambre y la sed de Dios. Necesitamos que Dios restaure en nosotros como Iglesia la disciplina para buscar Su rostro.

No podemos intentar tapar el cielo con las manos. Los estudios recientes conducidos por Instituciones académicas así como las de investigación privada (tales como Barna Group) confirman que las devociones personales de los creyentes y de los líderes de las Iglesias escasean cada vez más. No existe manera alguna en que la Iglesia y sus miembros puedan caminar en la agenda de Dios sin mantener una vida comprometida con las disciplinas espirituales.

El poder de la oración no ha cambiado ni ha mutado. La Biblia continua diciendo “clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jer 33:3). Nuestra primera opción como Iglesia no puede ser la demostración del poder político o el poder que poseemos para mover las masas. La primera opción siempre tiene que ser ir de rodillas. Necesitamos que Dios restaure nuestra hambre y nuestra sed por Su presencia.

La buena noticia es que Dios le dijo a Zacarías que Él derramaría ese espíritu sobre nosotros:

"
“10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración;” (Zac 12:10).”

Ahora bien, hemos dedicado algunas ediciones de El Heraldo al análisis de otras de las disciplinas espirituales. La meditación acerca de la presencia de Dios es una de ellas. Es obvio que David practicaba esta disciplina con mucha frecuencia. Ya hemos visto su capacidad para reflexionar acerca de la presencia de Dios en la Creación. El Salmo 19 es un buen ejemplo de esto. Podemos encontrar algunas de sus conclusiones acerca de la presencia de Dios diseminadas a través de los salmos. El Salmo 139 es un buen ejemplo de esto.

En el Salmo 34 nos encontramos con otra clase de acercamiento a esa presencia. En la cueva de Adulam David concluye que esa presencia puede ser “gustada” (“ṭâʽam”, H2938) y percibida o discernida (“râʼâh”, H7200). :

"
“8 Gustad, y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en él.” (Sal 34:8)

El Heraldo del 23 de febrero de 2014 (“Una Iglesia guiada por su Presencia: un protocolo ante su presencia”) fue dedicado a este tema, esta vez bajo la lupa del Salmo 84:

“Acerca de esa Presencia he dicho que ella nos invita a adorar conscientes de cómo se afecta nuestro entorno cuando decidimos responder a esa Presencia en Cristo Jesús. Hemos visto que esta respuesta cuesta, que posee un costo personal y emocional invaluable, que implica humillación, que nos obliga a hacer todo lo que podemos y que la adoración verdadera requiere compromiso. Hemos visto que esa Presencia convoca, llama, recluta y comisiona.

En adición a todo esto, hemos aprendido que nuestra motivación tiene que ser el deseo de estar cerca del Señor. Ya hemos repasado esto analizando las expresiones vertidas en el Salmo 84. En ese Salmo nos dicen que aquellos que buscan al Señor privilegian encontrarle en el Templo, en la moradas amables del Señor. Hemos visto que esos encuentros transforman nuestro vocabulario, siempre hacen que el fruto de nuestros labios sea la alabanza y garantiza que esto será perpetuo. Reitero que uno puede alabar a Dios de manera ininterrumpida en cualquier situación de la vida. Esos encuentros nos capacitan para transformar cualquier situación negativa de la vida, los “valles de lágrimas,” convirtiéndonos en agentes de cambio.
Como decíamos en reflexiones recientes, es la capacidad de ir de poder en poder, de gloria en gloria, de victoria en victoria (Sal 84:7), de virtud en virtud, de entrenamiento en entrenamiento, de valor en valor, de fuerza en fuerza y de bien en bien. No olvidemos que estas son solo algunas de las traducciones del vocablo hebreo que se traduce como “poder.” En otras palabras, esto es como ir de un nivel de gracia a otro más alto, que uno nunca retrocede, que siempre vamos hacia adelante.

Ahora bien, ese anhelo por la Presencia de Dios debe ser constante e insaciable. Ese anhelo debe estar definido por el deseo de llegar ante esa Presencia, procurar llegar con regocijo (Sal 100:2) y con alabanza (Sal 95:2).

La primera de las referencias bíblicas del párrafo anterior, el Salmo 100, es sin lugar a dudas una de las mejores herramientas para llamar a los pueblos y a los seres humanos a una adoración Cristiana seria y responsable. Este Salmo dice lo siguiente:

"
1 Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. 2 Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. 3 Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. 4 Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre. 5 Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, Y su verdad por todas las generaciones.

Para ser capaces de asimilar la esencia misma del mensaje de este Salmo, se hace imprescindible conocer el significado del concepto “adoración.” Dentro de las muchas definiciones que existen sobre este concepto, hay una de Abraham J. Heschel que me parece la más adecuada para este ejercicio.

"
“La adoración es un estilo de vida, una forma de ver el mundo a la luz de Dios….es levantarse al nivel de existencia más alto que existe, ver el mundo desde la perspectiva de Dios.”

Heschel afirma aquí que la adoración es un proceso que produce múltiples cambios y transformaciones, incluyendo nuestra capacidad para entender y analizar nuestro entorno y nuestro mundo. Este es el ambiente en el que se genera este Salmo.”

Los lectores se habrán percatado que estos procesos de transformación y de restauración requieren la inversión de una porción significativa de tiempo. Esto es así porque estos procesos nos invitan a meditar y a reflexionar acerca de esa área del alma a la que Dios quiere entrar para restaurarnos y transformarnos.

Esta es una de las razones por la que el Señor acuarteló a su Iglesia sobre la faz de la tierra. El Señor está buscando adoradores que puedan gustar y discernir su presencia en Cristo Jesús. La necesidad de la restauración del hambre y la sed de la presencia de Dios en la Iglesia no es opcional. Esto es un privilegio además de una responsabilidad. Se trata de un requisito indispensable para poder realizar nuestras tareas ministeriales con eficiencia. Como hemos dicho en otras ocasiones, nadie puede pretender estar en las manos de Dios si no ha estado antes a sus pies.

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