Reflexiones de Esperanza: Enseñanzas en la cueva Parte 17: La agenda de restauración del Señor

El Salmo 34 nos ha llevado de la mano durante las pasadas semanas. Este salmo, uno de los escritos por David en la cueva de Adulam, nos ha permitido comenzar a explorar la agenda de restauración de Dios para el quebrantado y el afligido. Los versos 18 y 19 de ese salmo dicen lo siguiente:

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“18 Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu. 19 Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará Jehová.”

No hay duda de que la persona que hace esta clase de declaraciones tiene que haber vivido esta experiencia. David debió haber experimentado la cercanía del Señor, la salvación del Señor y la liberación que produce Dios. Los testimonios que él vivió en esa cueva le llevaron a ser capaz de testificar acerca del Dios que está cerca, que salva y que libra de la aflicción a los suyos.

Estas manifestaciones del Señor forman parte de los elementos constitutivos de la restauración que ofrece Dios.

La definición del concepto “restauración” incluye la acción de recuperar o recobrar algo que se ha perdido o que está deteriorado. Esta definición también incluye la acción de reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía. En el caso del Salmo 34, David nos dice allí que Dios restaura a los que tienen el corazón quebrantado, el espíritu contrito y que están sufriendo porque están enfrentando aflicciones.

Los quebrantados de corazón (“shâbar”, H7665) son aquellos que han sido reventados (como se revienta un globo o un balón), que sienten que han sido hechos pedazos, que están quebrados, o que tienen dolor por haber sido pulverizados. La definición de este concepto hebreo también incluye haber sido destruidos, lastimados, sofocados y rotos.

Es interesante que este concepto hebreo incluye como definición la experimentación con los dolores de parto. O sea, el quebranto del que habla David parece que puede haber producido algunas cosas positivas.

Los quebrantos de los que habla este hombre aquí son aquellos que se anidan en el centro de la voluntad y de la personalidad del ser humano; el lugar de donde emana su sabiduría y su fortaleza.

El salmista dice que los quebrantados del corazón necesitan la cercanía de Dios. Esa es la medicina celestial para aquellos que han experimentado que sus corazones han sido hechos pedazos. Hay que destacar que la profundidad que posee de esta expresión del salmista trasciende las capacidades intelectuales del ser humano. Esa cercanía presenta unos elementos paradójicos. Por un lado, en el Antiguo Testamento se describe la cercanía de Dios como algo inalcanzable. Un ejemplo de esto lo encontramos en la narrativa del llamado de Moisés en el desierto:

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“5 Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. 6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.” (Éxo 3:5-6)

Es muy interesante saber que Dios llama a Moisés, pero no permite que este se acerque. ¿No le parece contradictorio? El Dios que se revela para llamar a su siervo no comparte su gloria:

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“8 Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.” (Isa 42:8)

Sin embargo, ese mismo Dios decide que su nombre esté cercano a los seres humanos (Sal 75:1). Para poder entender todas las implicaciones que hay detrás de esta aseveración que hace el salmista en el Salmo 75, hay que entender que los nombres de Dios revelan algo más que su identidad. Los nombres de Dios, “Anciano de días”, “El Shadday”, “Elohim”, “Yavé”, etc, revelan el carácter de Dios, sus operaciones, sus funciones; todo lo que Dios es. Los nombres de Dios no son el producto de la invención de los seres humanos: son revelados. Es por esto que encontramos advertencias contra el uso profano de esos nombres.

Necesitamos también entender el significado y el alcance de estas expresiones. La teología sistemática nos enseña que los Padres Apostólicos de la Iglesia Cristiana, o sea, los líderes del Cristianismo en los primeros siglos, veían en los nombres de Dios la revelación de un sistema.
Este es un sistema completo de la revelación de la verdad divina que el Señor le da los que creen. Un examen superficial del siguiente verso bíblico puede iluminar esta declaración:

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“12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;”   (Jn 1:12)

Esto es tan solo un ejemplo de las implicaciones que hay dentro de cada uno de los nombres de Dios que la Biblia nos regala.

Este análisis superficial es suficiente para provocar que nos formulemos las siguientes preguntas: ¿qué significa el que ese nombre esté cercano a nosotros los seres humanos? ¿cómo es que esto puede ser posible? La respuesta a la primera pregunta es que la cercanía del nombre significa que todo lo que Dios es está disponible. La respuesta a la segunda pregunta puede ser resumida con una sola palabra: Gracia. Es la gracia de Dios la que hace que esto pueda ser posible.

Hay que añadir a todo lo antes expuesto que la cercanía de Dios está ligada a la decisión del ser humano de invocar esa presencia:

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“18 Cercano está Jehová a todos los que le invocan, A todos los que le invocan de veras.” (Sal 145:18)

La receta celestial para los quebrantados de corazón es entonces la cercanía de todo lo que podemos encontrar en la presencia de Dios. ¿No le parece que esto es maravilloso? Esta expresión se remonta a otras dimensiones para los creyentes en Cristo Jesús. Esto es así porque en el nombre de Cristo Jesús el Señor, nombre que es sobre todo nombre, tenemos acceso a unas manifestaciones de la gracia y de la misericordia de Dios nunca antes vistas. En el nombre de Cristo hay seguridad para orar y presentar nuestras cuitas ante Dios. En ese nombre es que realizamos todas nuestras tareas en la vida (Col 3:17). encontramos todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, todo lo que posee virtud y que es digno de alabanza (Fil 4:8). Es en ese nombre que somos embajadores del reino de los cielos (2 Cor 5:20). Es invocando ese nombre que podemos ser salvos (Rom 10:13).

La cercanía de Cristo Jesús es la medicina para los quebrantados del corazón.
Los contritos de espíritu (“dakkâʼ”, H1793), son aquellos que se sienten pulverizados y destruidos, destrozados en aquella parte de su ser que energiza sus funciones, que les motiva a seguir hacia adelante y hasta les ayuda a expresarse. La Nueva Traducción Viviente recoge este verso de la siguiente manera:

“…..él rescata a los de espíritu destrozado.”

La Nueva Versión Internacional lo define como espíritu abatido y Dios Habla Hoy como aquellos que han perdido la esperanza.

La expresión hebrea que se traduce como contrito es utilizada por el profeta Isaías en el capítulo 57 de su profecía. Las traducciones al español que encontramos de la misma son muy reveladoras.

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“15 Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. 16 Porque no contenderé para siempre, ni para siempre me enojaré; pues decaería ante mí el espíritu, y las almas que yo he creado.”  (Isa 57:15-16)

La Nueva Traducción Viviente presenta ese pasaje de Isaías como espíritu arrepentido. La Nueva Versión Internacional lo presenta como contrito y la versión Dios Habla Hoy lo traduce como humilde. Esto nos permite entender que alguien que tiene contrito el espíritu es una persona a la que le han hecho pedazos su espíritu.

Para poder agarrar una idea completa del significado de un espíritu contrito necesitamos visitar algunas variantes de este concepto. Por ejemplo, el concepto “dâkâh” (H1794).  Hay algunos salmos que recogen esta expresión. Por ejemplo, el Salmo 10:10 la traduce como “encoge” y el Salmo 38:8 como “molido.” En el Salmo 44:19 aparece traducida como “quebrantases”, en el Salmo 51:8 aparece traducida como “abatido” y en el verso 17 de ese mismo salmo como “contrito.”

A base de esto podemos concluir que un espíritu contrito es un espíritu quebrantado, encogido, molido y abatido.

La buena noticia es que la medicina celestial para esto es la salvación que ofrece Dios.
Veamos esto desde otra perspectiva. Estas definiciones nos revelan algunas de las áreas de trasformación que vivió David en la cueva de Adulam. Estas expresiones del Salmo 34 nos revelan que él aceptó la necesidad de ser salvo. Además, David reconoce aquí que la salvación que él necesita requiere un espíritu contrito. Más tarde y confrontado por su mismo pecado, este hombre echó mano de esa conclusión:

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“17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”  (Sal 51:17)

Esta verdad es ampliada en el Nuevo Testamento. De hecho, es el Apóstol Pablo el que explica la necesidad de experimentar una clase de tristeza en el espíritu para poder experimentar  a su vez el arrepentimiento necesario para la salvación:

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“9 Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. 10 Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.”           (2 Cor 7:9-10)

O sea, que no hay salvación sin arrepentimiento y no puede haber arrepentimiento sin un espíritu contrito y humillado.

David continúa su disertación acerca de los procesos de restauración y de transformación en el Salmo 34 señalando que el justo va a enfrentar muchas aflicciones (“râʽâh”, H7451). Hay que detenerse a leer esto una vez más. David no dice que esto es probable. David dice que esto es un axioma absoluto: “muchas son las aflicciones del justo” (Sal 34:19a). Es aquí que él nos regala la medicina que utiliza Dios para tratar con esto. Es obvio que David tomó de esta medicina en la cueva de Adulam.

El concepto que se traduce como aflicción incluye los ataques de la maldad, las adversidades, las calamidades, lo sufrimientos y los disgustos que nos agotan, aquello que nos lastima en extremo, las angustias, la miseria, las tristezas y los procesos de injusticia y opresión. Esto son solo algunas de las definiciones e implicaciones del concepto hebreo que se traduce aquí como “aflicciones.”

La receta que nos regala David para las aflicciones es un proceso de liberación y de rescate (“nâtsal”, H5337)

Cristo Jesús nos dijo en el Evangelio que en el mundo estaríamos sometidos e inmersos en procesos que nos producirían aflicción. La medicina Cristo-céntrica para estos casos, según el Evangelio, es la confianza: “en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al mundo” (Jn 16:33). En otras palabras, Cristo ya venció la fuente que produce todas estas cosas.

La cercanía de Dios, la salvación que Él nos regala y los procesos de liberación que el Señor pone en función sobre nosotros son elementos esenciales para que podamos ser restaurados. Nuestra “restauración” en Cristo va mucho más allá de la acción de recuperar o recobrar algo que se ha perdido o que está deteriorado. Esta definición se amplía en Cristo Jesús para describir esa nueva criatura que describe Pablo en 2 Cor 5:17.

La Biblia nos dice que la regeneración que experimentamos cuando venimos a Cristo Jesús es el producto de la intervención del Espíritu Santo

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“5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, 6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, 7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.”   (Tito 3:5-7)

Ese concepto, regeneración, implica un nuevo génesis o un nuevo comienzo.  La Biblia dice que somos engendrados como nuevos seres humanos cuando aceptamos a Cristo Jesús como Señor y Salvador (Jn 1:13). También dice que ese nuevo nacimiento es producto de la intervención del agua (la palabra) y el Espíritu (Jn 3:5) y que esto es el producto del amor de Dios (1 Jn 4:7; 5:1).

Ahora bien, esto no es un antídoto contra los ataques espirituales y emocionales que enfrentamos en la vida. Tampoco es un antídoto contra los efectos producidos por muchos ambientes, decisiones y compañías que son nocivas a nuestra fe y a nuestra relación con el Señor.

Es aquí que chocamos con la realidad de que estos nos pueden quebrantar el corazón y llenar de aflicción. El consejo divino es aceptar con un espíritu contrito que necesitamos la intervención y la salvación del Señor. La respuesta divina no se hará esperar. El Señor se acercará a nosotros (Stg 4:8), nos salvará y nos libertará de todas nuestras aflicciones.

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