March 29th, 2021
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El verso 15 del Salmo 91 posee tres (3) cláusulas extraordinarias. La primera de ellas describe la promesa que el Señor hace sobre el clamor de aquellos que han buscado el abrigo del Altísimo y la sombra del Omnipotente:
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La segunda describe la promesa que hace Dios de acompañar a los suyos en medio de los tiempos de angustia:
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La tercera describe la promesa que hace el Señor de librar y honrar a aquellos que buscan el rostro del Eterno:
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La promesa de liberación que aparece en esta cláusula no describe una acción simple. Esto lo sabemos tan pronto analizamos el concepto que utiliza el salmista para describir esta promesa que hace Dios.
El concepto hebreo utilizado aquí es “châlats” (H2502). Los recursos académicos consultados identifican varios usos para este concepto. Por ejemplo, algunos de ellos señalan que este concepto se utiliza para describir la acción de quitarse el calzado (Det 25:10), ser arrancado de algún lugar, ser retirado, hacer que uno parta de algún lugar, ser libertado, ser despojado de algo, estropear, estar preparado, estar equipado o haber sido desplegado en formación para una batalla (Num 32:21), armar a uno para esto (Nm 31:3), ser vigoroso, ser rescatado o halado de algo o del algún lugar[1]. Otros recursos añaden a todo esto el proceso de ser amamantado,[2] mientras que otros incluyen el proceso de quitarse algo de encima, el estado de disociación (Ose 5:6), dividir una conexión por la fuerza, ser salvado o defendido de algún peligro (2 Sam 22:20; Job 36:16; Sal 34:7), o hacer a uno fuerte o vigoroso (Isa 58:11).[3] En ocasiones puede ser traducido como ser echado a perder o ser consentido, u oprimido.[4]
Los lectores deben estar extrapolando esta información y aplicándola a la promesa que nos hace Dios en la parte final del verso 15 del salmo 91. Ese verso nos dice que Dios ha prometido librarnos, pero no hay una indicación directa de cómo lo hará. Es el análisis del concepto utilizado aquí el que nos arroja luz sobre las alternativas que Dios puede usar para cumplir esta promesa.
Sabemos que Dios ha prometido que estará con nosotros en medio de la angustia. Inmediatamente después prometió que nos librará, no solo de la angustia, sino de todo aquello que aparece descrito en los versos anteriores de este salmo. Lo que esta aseveración implica es que si vamos a necesitar liberación de estas cosas es porque vamos a tener que enfrentar los ataques y los intentos de aprisionarnos que estas amenazas presentan.
Los ataques del lazo del cazador, de la peste destructora, del terror nocturno, de la saeta que vuela de día, de la pestilencia que anda en oscuridad y de la mortandad que destruye de día, son ataques reales. Estos ataques requieren la intervención divina; requieren liberación.
A base de la información que hemos compartido hasta aquí podemos concluir que no existe una metodología estandarizada y única para que Dios ponga en acción la agenda de liberación que ha prometido. El Rey David decía que Dios lo había librado de la mano de Saúl, un enemigo muy poderoso (2 Sam 22:18-20). Dios lo había extraído, halado del palacio real y de la compañía de sus amigos para llevarlo a un desierto y librarlo de la conducta psicótica del rey de turno. Hay ocasiones en las que este proceso de disociación, de separarnos de nuestras conexiones, no nos hace sentido. Sin embargo, después que pasa el tiempo es que nos percatamos que era Dios salvándonos, por la fuerza, defendiéndonos de un peligro que no podíamos ver.
Pero esta información nos lleva a concluir que Dios puede hacer otras cosas para cumplir lo que ha prometido. Hacer “châlats” con nosotros muy bien puede ser interpretado como que la mejor forma de liberarnos de algunas de estas amenazas es descalzándonos de nuestras responsabilidades y hasta de nuestra cosmovisión de la vida.
Viene a nuestra memoria el ejemplo de Moisés, a quien Dios tuvo que ordenar que se descalzara ante la santidad del Eterno (Éxo 3:4-5). Este proceso iba mucho más allá del proceso de reconocer la santidad de Dios. El Profesor Nahum Sarna señaló que las sandalias de Moisés eran emblemáticas de los miembros de la sociedad pudiente de Egipto.[5] Ha dicho este insigne profesor que en los años tempranos del segundo milenio antes de Cristo la “gente de a pie” caminaba descalza. Los pudientes utilizaban sandalias hechas de hojas de papiro. Esta es una de las razones por las que Dios le ordena a Moisés que se quite las sandalias ante la presencia del Santo de Israel.
Moisés seguía utilizando sandalias como egipcio y como persona cuarenta años después de haber salido de Egipto. Quitarse las sandalias era acabarlo de liberar de los terrores del pasado, de las ataduras con la cultura que lo había criado y desarrollado. La orden de Dios era sinónimo de despojarse de sus estructuras sociales, de sus disfraces políticos, de su posición dominadora, de su vida anterior. Este pasaje del libro del Éxodo dice que Moisés vivía, vestía y hablaba como un Egipcio.
Sarna argumenta que Moisés vivía para esconderse. Moisés aprendió a vivir escondiéndose y huyendo de sus realidades. La Biblia dice que tuvo que esperar a ser grande para rehusar llamarse hijo de la hija del faraón (Heb 11:24). Moisés huyó de Egipto y se escondió en el desierto. Estando en Madián se escondió detrás de un oficio; ser pastor de ovejas. De hecho, Moisés no sabía que Dios iba a usar ese oficio. No aparece un solo dato de él revelándole a Jetro que él era Hebreo en sus conversaciones iniciales. Es sólo después de la revelación de Dios que él experimenta, que él le comunica a su suegro que sus hermanos eran judíos (Éxo 4:18).
Descalzarse en este contexto es sinónimo de liberación. Dios estaba liberando a Moisés para que pudiera ser un instrumento en las manos de Dios para la liberación de un pueblo que también estaba atravesando por periodos de angustia. Se trata de un proceso de liberación emocional, la liberación de las garras de aquellas amenazas emocionales y psicológicas que procuran destruirnos. Ya no podía continuar escondiéndose de Dios. Tenía que mostrarse ante el Eterno tal y como él era.
A base de los datos que hemos compartido hasta aquí también podemos concluir que Dios puede liberarnos arrancándonos de algún lugar. Dios liberó así a José; lo arrancó de la casa de sus padres para sembrarlo en Egipto (Gn 37:12-36; 39:1-6). Con este proceso lo libraba de la muerte en las manos de sus hermanos para convertirlo en instrumento del Señor para darle vida a los suyos y al mundo conocido (Gn 45:4-11).
Dios puede librarnos retirándonos de algún lugar o de alguna actividad. Dios nos puede hacer partir de algún lugar para esto. El modelo de José y de María, los padres de Jesús, es un ejemplo de esto. Dios les ordenó dejar su tierra para ir a vivir a Egipto hasta que muriera el rey que procuraba la muerte del Niño Dios (Mat 2:13-20). Dios nos puede despojar de algo para poder experimentar su liberación. El modelo del profeta Ezequiel es un buen ejemplo de esto. Este profeta fue despojado de su sacerdocio, de su ropaje sacerdotal y del entorno que le daba identidad tanto a él como a su pueblo (Eze 1:1-3). Él recibió el llamado de Dios cautivo en Babilonia, a la orilla del río Quebar; profeta en el exilio para hablar a nombre de Dios a toda la humanidad. Fue allí, en Babilonia, sin ropas sacerdotales, sin templo, desterrado y sin ciudad capital, que este hombre pudo cumplir el propósito para el que Dios lo había llamado.
El Señor estropeó los planes de Saulo de Tarso cuando este salió a aprisionar y a matar a los seguidores de Jesús. Esa intervención divina fue el instrumento para que Saulo tuviera un encuentro con el Señor y pudiera ser transformado en el Apóstol Pablo (Hch 9: 1-20).
A base de esta información podemos concluir que Dios puede traernos la liberación equipándonos para enfrentar las situaciones que nos amenazan. Así armó a un joven llamado David, adiestrándolo en el uso de una honda, para que pudiera derrotar a un gigante llamado Goliat (1 Sam 17:26-50).
Además, Dios puede decidir oprimirnos, echarnos a perder para producir la liberación de aquellas cosas que nos amenazan. Job no podía ser liberado de sus enemigos reales, su sentido auto justicia y de su incapacidad para reconocer la soberanía de Dios. Dios decidió permitir la opresión en la vida de este hombre para que pudiera ser liberado de ambas cosas.
Sabemos que estos ejemplos no agotan la cartera infinita de alternativas que Dios tiene en las manos para cumplir lo que dice el verso 15 del Salmo 91. Dios es insondable y sus recursos son inagotables. No obstante, hay un aspecto que no hemos considerado. ¿Habrá alguna herramienta privilegiada por Dios para producir todos estos procesos y acciones que conducen a nuestra liberación, a nuestro “châlats”?
La Biblia es escueta en su respuesta a esta pregunta. Ella dice que hay que conocer la verdad para poder ser libres.
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Ese pasaje bíblico enseña que el conocimiento de la verdad es fundamental para que el proceso de liberación se pueda efectuar. Ese proceso para conocer (“ginṓskō”, G1097) es mucho más que saber. Los recursos para el estudio de la Biblia revelan que este concepto implica entender y aprender a conocer. Esto presupone un proceso muy poderoso de aprendizaje, porque nos conduce a conocer la verdad más allá del proceso de adquirir o tener información. Hay que aprender, hay que entender y hay que aprender cómo es que uno conoce. Estos versos dicen que la fuente para este conocimiento es la Palabra d Dios; Palabra que uno debe conocer y permanecer en ella.
¿Cuáles pueden ser las aplicaciones que podemos adscribirle a estas aseveraciones en el conetxto que nos regala el Salmo 91? De entrada, tenemos que reconocer que podemos ser insertados por Dios en procesos de liberación que podemos hasta echar a perder por no habernos ocupado de adquirir ese conocimiento; el de la verdad. Recordemos que los seres humanos disfrutamos del libre albedrío. Dios ha escogido que no nos puede imponer sus decisiones. El Todopoderoso puede “ensayar” con nosotros muchos procesos que son vitales y necesarios para nuestra liberación, pero somos nosotros los que tenemos que aceptar que esa es la ruta que Dios ha diseñado para nosotros. Hay que conocer la verdad para poder ser libres.
Ahora bien: ¿qué es la verdad? ¿Qué es esa verdad que tenemos que conocer para poder ser libres? Esta es una pregunta que muchos seres humanos se han formulado a través de la historia. Uno de los más recordados fue Pilato, el Gobernador Romano que juzgó a Jesucristo durante el proceso judicial de nuestro Señor antes de ir a morir a la Cruz del Calvario (Juan 8:38).
La Biblia responde a esta pregunta con una respuesta directa: Jesucristo es la verdad.
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Jesucristo no es una verdad; Él es la verdad.
Conocer la verdad que nos hace libres es conocer a Jesucristo. Él es el único camino hacia el Padre que ha prometido responder cuando lo invocamos. Él es el único camino hacia el Padre que ha prometido estar con nosotros en nuestras angustias. Él es el único camino hacia el Padre que ha prometido liberarnos. Conocer a Cristo es conocer el instrumento, el medio, la persona que el Padre usa para hacer viva esa promesa que nos regala el Salmo 91 en su versículo 15. Hay que venir a Jesucristo para poder ser capaces de disfrutar de esa experiencia.
El verso 15 del Salmo 91 garantiza la liberación para aquellos que han decidido habitar bajo el abrigo del Altísimo y morar bajo la sombra del Omnipotente. Ese verso garantiza que el lazo del cazador, y la peste destructora no se saldrán con la suya. Ese verso garantiza que el terror nocturno y la saeta que vuela de día no se saldrán con la suya. Ese verso afirma que la pestilencia que anda en oscuridad y la mortandad que destruye en medio de día no podrán vencernos. Ese verso afirma que los mil que caen a nuestro lado y los diez mil que caen a nuestra derecha no nos podrán derrotar.
Por último, el uso del concepto “châlats” afirma que el Señor nos dará de su vigor en medio de todas esas amenazas. Así lo dijo el profeta Isaías:
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El concepto “châlats” aparece traducido en este pasaje como el vigor que Dios le da a nuestros huesos. El profeta está afirmando aquí lo que ya nos ha dicho el escritor del Salmo 91. Dios ha prometido responder cuando le invocamos. Dios ha prometido que estará con nosotros cuando estemos en procesos que producen angustia. Dios ha prometido llenarnos de Su fuerza, esa fuerza que produce ese ímpetu especial, que provee esa energía adicional, ese brío que conocen la presencia del Espíritu de Dios. Dios ha prometido llenarnos con Su Santo Espíritu para que seamos capaces de realizar lo imposible.
Repetimos las palabras del verso 15 del Salmo 91:
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15 Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré. (Salmo 91:15)
El verso 15 del Salmo 91 posee tres (3) cláusulas extraordinarias. La primera de ellas describe la promesa que el Señor hace sobre el clamor de aquellos que han buscado el abrigo del Altísimo y la sombra del Omnipotente:
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15 Me invocará, y yo le responderé.
La segunda describe la promesa que hace Dios de acompañar a los suyos en medio de los tiempos de angustia:
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Con él estaré yo en la angustia;
La tercera describe la promesa que hace el Señor de librar y honrar a aquellos que buscan el rostro del Eterno:
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Lo libraré y le glorificaré.
La promesa de liberación que aparece en esta cláusula no describe una acción simple. Esto lo sabemos tan pronto analizamos el concepto que utiliza el salmista para describir esta promesa que hace Dios.
El concepto hebreo utilizado aquí es “châlats” (H2502). Los recursos académicos consultados identifican varios usos para este concepto. Por ejemplo, algunos de ellos señalan que este concepto se utiliza para describir la acción de quitarse el calzado (Det 25:10), ser arrancado de algún lugar, ser retirado, hacer que uno parta de algún lugar, ser libertado, ser despojado de algo, estropear, estar preparado, estar equipado o haber sido desplegado en formación para una batalla (Num 32:21), armar a uno para esto (Nm 31:3), ser vigoroso, ser rescatado o halado de algo o del algún lugar[1]. Otros recursos añaden a todo esto el proceso de ser amamantado,[2] mientras que otros incluyen el proceso de quitarse algo de encima, el estado de disociación (Ose 5:6), dividir una conexión por la fuerza, ser salvado o defendido de algún peligro (2 Sam 22:20; Job 36:16; Sal 34:7), o hacer a uno fuerte o vigoroso (Isa 58:11).[3] En ocasiones puede ser traducido como ser echado a perder o ser consentido, u oprimido.[4]
Los lectores deben estar extrapolando esta información y aplicándola a la promesa que nos hace Dios en la parte final del verso 15 del salmo 91. Ese verso nos dice que Dios ha prometido librarnos, pero no hay una indicación directa de cómo lo hará. Es el análisis del concepto utilizado aquí el que nos arroja luz sobre las alternativas que Dios puede usar para cumplir esta promesa.
Sabemos que Dios ha prometido que estará con nosotros en medio de la angustia. Inmediatamente después prometió que nos librará, no solo de la angustia, sino de todo aquello que aparece descrito en los versos anteriores de este salmo. Lo que esta aseveración implica es que si vamos a necesitar liberación de estas cosas es porque vamos a tener que enfrentar los ataques y los intentos de aprisionarnos que estas amenazas presentan.
Los ataques del lazo del cazador, de la peste destructora, del terror nocturno, de la saeta que vuela de día, de la pestilencia que anda en oscuridad y de la mortandad que destruye de día, son ataques reales. Estos ataques requieren la intervención divina; requieren liberación.
A base de la información que hemos compartido hasta aquí podemos concluir que no existe una metodología estandarizada y única para que Dios ponga en acción la agenda de liberación que ha prometido. El Rey David decía que Dios lo había librado de la mano de Saúl, un enemigo muy poderoso (2 Sam 22:18-20). Dios lo había extraído, halado del palacio real y de la compañía de sus amigos para llevarlo a un desierto y librarlo de la conducta psicótica del rey de turno. Hay ocasiones en las que este proceso de disociación, de separarnos de nuestras conexiones, no nos hace sentido. Sin embargo, después que pasa el tiempo es que nos percatamos que era Dios salvándonos, por la fuerza, defendiéndonos de un peligro que no podíamos ver.
Pero esta información nos lleva a concluir que Dios puede hacer otras cosas para cumplir lo que ha prometido. Hacer “châlats” con nosotros muy bien puede ser interpretado como que la mejor forma de liberarnos de algunas de estas amenazas es descalzándonos de nuestras responsabilidades y hasta de nuestra cosmovisión de la vida.
Viene a nuestra memoria el ejemplo de Moisés, a quien Dios tuvo que ordenar que se descalzara ante la santidad del Eterno (Éxo 3:4-5). Este proceso iba mucho más allá del proceso de reconocer la santidad de Dios. El Profesor Nahum Sarna señaló que las sandalias de Moisés eran emblemáticas de los miembros de la sociedad pudiente de Egipto.[5] Ha dicho este insigne profesor que en los años tempranos del segundo milenio antes de Cristo la “gente de a pie” caminaba descalza. Los pudientes utilizaban sandalias hechas de hojas de papiro. Esta es una de las razones por las que Dios le ordena a Moisés que se quite las sandalias ante la presencia del Santo de Israel.
Moisés seguía utilizando sandalias como egipcio y como persona cuarenta años después de haber salido de Egipto. Quitarse las sandalias era acabarlo de liberar de los terrores del pasado, de las ataduras con la cultura que lo había criado y desarrollado. La orden de Dios era sinónimo de despojarse de sus estructuras sociales, de sus disfraces políticos, de su posición dominadora, de su vida anterior. Este pasaje del libro del Éxodo dice que Moisés vivía, vestía y hablaba como un Egipcio.
Sarna argumenta que Moisés vivía para esconderse. Moisés aprendió a vivir escondiéndose y huyendo de sus realidades. La Biblia dice que tuvo que esperar a ser grande para rehusar llamarse hijo de la hija del faraón (Heb 11:24). Moisés huyó de Egipto y se escondió en el desierto. Estando en Madián se escondió detrás de un oficio; ser pastor de ovejas. De hecho, Moisés no sabía que Dios iba a usar ese oficio. No aparece un solo dato de él revelándole a Jetro que él era Hebreo en sus conversaciones iniciales. Es sólo después de la revelación de Dios que él experimenta, que él le comunica a su suegro que sus hermanos eran judíos (Éxo 4:18).
Descalzarse en este contexto es sinónimo de liberación. Dios estaba liberando a Moisés para que pudiera ser un instrumento en las manos de Dios para la liberación de un pueblo que también estaba atravesando por periodos de angustia. Se trata de un proceso de liberación emocional, la liberación de las garras de aquellas amenazas emocionales y psicológicas que procuran destruirnos. Ya no podía continuar escondiéndose de Dios. Tenía que mostrarse ante el Eterno tal y como él era.
A base de los datos que hemos compartido hasta aquí también podemos concluir que Dios puede liberarnos arrancándonos de algún lugar. Dios liberó así a José; lo arrancó de la casa de sus padres para sembrarlo en Egipto (Gn 37:12-36; 39:1-6). Con este proceso lo libraba de la muerte en las manos de sus hermanos para convertirlo en instrumento del Señor para darle vida a los suyos y al mundo conocido (Gn 45:4-11).
Dios puede librarnos retirándonos de algún lugar o de alguna actividad. Dios nos puede hacer partir de algún lugar para esto. El modelo de José y de María, los padres de Jesús, es un ejemplo de esto. Dios les ordenó dejar su tierra para ir a vivir a Egipto hasta que muriera el rey que procuraba la muerte del Niño Dios (Mat 2:13-20). Dios nos puede despojar de algo para poder experimentar su liberación. El modelo del profeta Ezequiel es un buen ejemplo de esto. Este profeta fue despojado de su sacerdocio, de su ropaje sacerdotal y del entorno que le daba identidad tanto a él como a su pueblo (Eze 1:1-3). Él recibió el llamado de Dios cautivo en Babilonia, a la orilla del río Quebar; profeta en el exilio para hablar a nombre de Dios a toda la humanidad. Fue allí, en Babilonia, sin ropas sacerdotales, sin templo, desterrado y sin ciudad capital, que este hombre pudo cumplir el propósito para el que Dios lo había llamado.
El Señor estropeó los planes de Saulo de Tarso cuando este salió a aprisionar y a matar a los seguidores de Jesús. Esa intervención divina fue el instrumento para que Saulo tuviera un encuentro con el Señor y pudiera ser transformado en el Apóstol Pablo (Hch 9: 1-20).
A base de esta información podemos concluir que Dios puede traernos la liberación equipándonos para enfrentar las situaciones que nos amenazan. Así armó a un joven llamado David, adiestrándolo en el uso de una honda, para que pudiera derrotar a un gigante llamado Goliat (1 Sam 17:26-50).
Además, Dios puede decidir oprimirnos, echarnos a perder para producir la liberación de aquellas cosas que nos amenazan. Job no podía ser liberado de sus enemigos reales, su sentido auto justicia y de su incapacidad para reconocer la soberanía de Dios. Dios decidió permitir la opresión en la vida de este hombre para que pudiera ser liberado de ambas cosas.
Sabemos que estos ejemplos no agotan la cartera infinita de alternativas que Dios tiene en las manos para cumplir lo que dice el verso 15 del Salmo 91. Dios es insondable y sus recursos son inagotables. No obstante, hay un aspecto que no hemos considerado. ¿Habrá alguna herramienta privilegiada por Dios para producir todos estos procesos y acciones que conducen a nuestra liberación, a nuestro “châlats”?
La Biblia es escueta en su respuesta a esta pregunta. Ella dice que hay que conocer la verdad para poder ser libres.
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31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32)
Ese pasaje bíblico enseña que el conocimiento de la verdad es fundamental para que el proceso de liberación se pueda efectuar. Ese proceso para conocer (“ginṓskō”, G1097) es mucho más que saber. Los recursos para el estudio de la Biblia revelan que este concepto implica entender y aprender a conocer. Esto presupone un proceso muy poderoso de aprendizaje, porque nos conduce a conocer la verdad más allá del proceso de adquirir o tener información. Hay que aprender, hay que entender y hay que aprender cómo es que uno conoce. Estos versos dicen que la fuente para este conocimiento es la Palabra d Dios; Palabra que uno debe conocer y permanecer en ella.
¿Cuáles pueden ser las aplicaciones que podemos adscribirle a estas aseveraciones en el conetxto que nos regala el Salmo 91? De entrada, tenemos que reconocer que podemos ser insertados por Dios en procesos de liberación que podemos hasta echar a perder por no habernos ocupado de adquirir ese conocimiento; el de la verdad. Recordemos que los seres humanos disfrutamos del libre albedrío. Dios ha escogido que no nos puede imponer sus decisiones. El Todopoderoso puede “ensayar” con nosotros muchos procesos que son vitales y necesarios para nuestra liberación, pero somos nosotros los que tenemos que aceptar que esa es la ruta que Dios ha diseñado para nosotros. Hay que conocer la verdad para poder ser libres.
Ahora bien: ¿qué es la verdad? ¿Qué es esa verdad que tenemos que conocer para poder ser libres? Esta es una pregunta que muchos seres humanos se han formulado a través de la historia. Uno de los más recordados fue Pilato, el Gobernador Romano que juzgó a Jesucristo durante el proceso judicial de nuestro Señor antes de ir a morir a la Cruz del Calvario (Juan 8:38).
La Biblia responde a esta pregunta con una respuesta directa: Jesucristo es la verdad.
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5Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? 6Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:5-6)
Jesucristo no es una verdad; Él es la verdad.
Conocer la verdad que nos hace libres es conocer a Jesucristo. Él es el único camino hacia el Padre que ha prometido responder cuando lo invocamos. Él es el único camino hacia el Padre que ha prometido estar con nosotros en nuestras angustias. Él es el único camino hacia el Padre que ha prometido liberarnos. Conocer a Cristo es conocer el instrumento, el medio, la persona que el Padre usa para hacer viva esa promesa que nos regala el Salmo 91 en su versículo 15. Hay que venir a Jesucristo para poder ser capaces de disfrutar de esa experiencia.
El verso 15 del Salmo 91 garantiza la liberación para aquellos que han decidido habitar bajo el abrigo del Altísimo y morar bajo la sombra del Omnipotente. Ese verso garantiza que el lazo del cazador, y la peste destructora no se saldrán con la suya. Ese verso garantiza que el terror nocturno y la saeta que vuela de día no se saldrán con la suya. Ese verso afirma que la pestilencia que anda en oscuridad y la mortandad que destruye en medio de día no podrán vencernos. Ese verso afirma que los mil que caen a nuestro lado y los diez mil que caen a nuestra derecha no nos podrán derrotar.
Por último, el uso del concepto “châlats” afirma que el Señor nos dará de su vigor en medio de todas esas amenazas. Así lo dijo el profeta Isaías:
"
11 Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. 12 Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar. (Isaías 58:11-12)
El concepto “châlats” aparece traducido en este pasaje como el vigor que Dios le da a nuestros huesos. El profeta está afirmando aquí lo que ya nos ha dicho el escritor del Salmo 91. Dios ha prometido responder cuando le invocamos. Dios ha prometido que estará con nosotros cuando estemos en procesos que producen angustia. Dios ha prometido llenarnos de Su fuerza, esa fuerza que produce ese ímpetu especial, que provee esa energía adicional, ese brío que conocen la presencia del Espíritu de Dios. Dios ha prometido llenarnos con Su Santo Espíritu para que seamos capaces de realizar lo imposible.
Repetimos las palabras del verso 15 del Salmo 91:
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15 Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré.
Referencias
[1] Gesenius, W., & Tregelles, S. P. (2003). Gesenius’ Hebrew and Chaldee lexicon to the Old Testament Scriptures (p. 283). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] Whitaker, R., Brown, F., Driver, S. R. (Samuel R., & Briggs, C. A. (Charles A. (1906). The Abridged Brown- Driver-Briggs Hebrew-English Lexicon of the Old Testament: from A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament by Francis Brown, S.R. Driver and Charles Briggs, based on the lexicon of Wilhelm Gesenius. Boston; New York: Houghton, Mifflin and Company.
[3] Swanson, J. (1997). Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains : Hebrew (Old Testament) (electronic ed.). Oak Harbor: Logos Research Systems, Inc.
[4] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon (p.322). Oxford: Clarendon Press.
[5] Sarna, Nahum M.. Exploring Exodus. Knopf Doubleday Publishing Group. Kindle Edition.
[1] Gesenius, W., & Tregelles, S. P. (2003). Gesenius’ Hebrew and Chaldee lexicon to the Old Testament Scriptures (p. 283). Bellingham, WA: Logos Bible Software.
[2] Whitaker, R., Brown, F., Driver, S. R. (Samuel R., & Briggs, C. A. (Charles A. (1906). The Abridged Brown- Driver-Briggs Hebrew-English Lexicon of the Old Testament: from A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament by Francis Brown, S.R. Driver and Charles Briggs, based on the lexicon of Wilhelm Gesenius. Boston; New York: Houghton, Mifflin and Company.
[3] Swanson, J. (1997). Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains : Hebrew (Old Testament) (electronic ed.). Oak Harbor: Logos Research Systems, Inc.
[4] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon (p.322). Oxford: Clarendon Press.
[5] Sarna, Nahum M.. Exploring Exodus. Knopf Doubleday Publishing Group. Kindle Edition.
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